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Dispositivo de gobierno, memoria y subjetividad. Un abordaje posible

Aletheia, volumen 2, número 4, julio 2012. ISSN 1853-3701

Artículo/Ohanian en PDF

Bárbara Inés Ohanian*

Instituto de Investigaciones Gino Germani / CONICET

2012

Ciudad Autónoma de Buenos Aires – Argentina

barbara.ohanian@yahoo.com.ar

 

Resumen

El presente artículo se propone indagar en el proceso que dispara, desde el año 2003, una preocupación central sobre la memoria de la última dictadura argentina y la cuestión de los Derechos Humanos desde la política pública. En el marco de una investigación en curso que estudia los discursos, prácticas y efectos de poder de las políticas de la memoria durante el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) resulta pertinente preguntarse por las condiciones de posibilidad para la emergencia de la memoria como elemento central durante este período.

Proponemos aquí un recorrido conceptual y contextual que contribuya a comprender cómo fue posible que en determinado momento histórico demandas populares en torno a la memoria se hayan convertido en elemento central y –como proponemos aquí- organizador de un nuevo dispositivo de gobierno. El andamiaje que intentamos construir en esta ocasión plantea la conformación de un dispositivo de gobierno anclado en la memoria y se nutre, fundamentalmente, de los aportes teóricos de Michel Foucault. En este entramado recorremos algunas definiciones de la noción de memoria y presentamos una posible interrelación entre una función de memoria oficial y posiciones de memorias subterráneas. En último término se sugiere un posible marco para comprender la subjetividad como efecto de estas relaciones.

 

Palabras clave:  Memoria. Subjetividad. Genocidio. Gubernamentalidad.

 

Desde el año 2003 la memoria de la última dictadura argentina y la cuestión de los Derechos Humanos han ganado un lugar central en la política pública. En el marco de una investigación en curso que estudia los discursos, prácticas y efectos de poder de las políticas de la memoria durante el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) resulta pertinente preguntarse por las condiciones de posibilidad para la emergencia de la memoria como elemento central durante este período.

Proponemos aquí un recorrido conceptual y contextual que contribuya a comprender cómo fue posible que en determinado momento histórico demandas populares en torno a la memoria se hayan convertido en elemento central y –como proponemos aquí- organizador de un nuevo dispositivo de gobierno.

El andamiaje que intentamos construir en esta ocasión plantea la conformación de un dispositivo de gobierno anclado en la memoria y se nutre, fundamentalmente, de los aportes teóricos de Michel Foucault. En este entramado presentamos una posible interrelación entre una función de memoria oficial y posiciones de memorias subterráneas. En último término presentamos un posible marco para comprender la subjetividad como efecto de estas relaciones.

 

Dispositivo y régimen de memoria

Desde mediados de la década de 1970 la sociedad argentina atravesó un proceso genocida perpetrado por una dictadura militar. Desde la perspectiva en la que enmarcamos nuestro trabajo, un genocidio no culmina con la aniquilación material de los cuerpos, sino con la realización simbólica, la clausura de las relaciones que encarnaban los cuerpos aniquilados, reorganizando la articulación entre los individuos de la sociedad sobre la cual se perpetró el genocidio, a través de los modos de narrar y representar esa experiencia (Feierstein, 2007). Los distintos modos de narrar lo sucedido y de nombrar a quienes vivieron tanto la experiencia concentracionaria como los años anteriores, tienen efectos sobre cómo comprender lo político en el presente y supone también cierta expectativa de futuro.

Las prácticas discursivas que narran las experiencias pasadas son identificadas como la memoria de lo sucedido. No entendemos aquí la memoria como algo dado, sino que iremos presentando diferentes funciones que se van configurando en relación a prácticas discursivas que la tematizan. Entonces, nuestra atención estará centrada en las dinámicas, los modos en que se entrecruzan las prácticas discursivas, entendiendo que siempre están en tensión y lucha, que suponen relaciones de poder. Por lo tanto, nos interesa la memoria como objeto de disputa, de valoración, de estudio, en torno al cual se despliegan modos de hacer hacer y hacer decir en el presente, respecto al genocidio perpetrado en Argentina.

Entendemos que los discursos que se presentan como memorias circulan y se organizan en torno a un determinado régimen de memoria que provee marcos de selección de lo memorable: “la propiedad distintiva de un régimen de memoria radica en que sus proposiciones organizan el debate público, se convierten en objeto privilegiado de las luchas por dotar de sentido el pasado, y moldean, incluso delimitan, las interpretaciones divergentes” (Crenzel, 2007:25). Esta definición está palmariamente ligada a la noción de régimen de verdad (Foucault, 2003) como el conjunto de criterios que permiten diferenciar lo verdadero de lo falso en determinado momento histórico.

El régimen de memoria es una configuración de la esfera del saber, se organiza en función de líneas de visibilidad y enunciabilidad (1). Sin embargo y dado que desde la perspectiva foucaultiana todas las relaciones de poder son de saber-poder (Foucault, 2005), un régimen de memoria es tanto el resultado de relaciones de poder como la condición para una redistribución de las líneas de fuerza.

En este sentido, la relación del régimen de memoria con la conformación de un dispositivo de gobierno anclado en la memoria responderá también a este esquema de doble vínculo por el cual el dispositivo está ligado a uno de los extremos del saber. Un saber que nace del dispositivo pero que también lo condiciona. El saber está dentro y está fuera del dispositivo porque está produciendo todo el tiempo lo visible y lo enunciable a la vez que el dispositivo es producto de una determinada rejilla del ver y del habar. Podríamos decir que el saber es antes y es después: “unas estrategias de relaciones de fuerzas soportando unos tipos de saber y soportadas por ellos” (Foucault, 1991a:130-131)

Un dispositivo es la red que se establece entre un conjunto heterogéneo de elementos discursivos y no discursivos. Esa red se establece a partir de un tipo de vínculo particular entre esos elementos: existe un juego de los cambios de posición, de las modificaciones de funciones. Se entiende “juego” en los términos del azar como contingencia, de la ausencia de resultados predeterminados y de la provisoriedad de éstos (Foucault, 1991a).

En el caso Argentino, junto a la transición a la democracia empieza a delinearse un régimen de memoria instalado con el “Nunca Más” (CONADEP, 2006), en el cual los relatos sobre la dictadura confluyeron, por un lado, en un discurso humanitario que muchas veces redundó en un borramiento de las identidades políticas y, por el otro, en una narración objetiva que postula la inocencia de una sociedad silenciada (Crenzel, 2007).

El tema de la militancia política anterior al golpe militar comenzó a aparecer sobre todo en fecha cercana a la conmemoración del vigésimo aniversario del golpe militar (2) y fuertemente ligado a los inicios de la organización H.I.J.O.S. (Cueto Rua, 2008). Fue entonces cuando aparecieron los escraches que formulaban, “si no hay justicia, hay escrache” promoviendo la condena social a los genocidas, para que los vecinos se enteraran de que había un represor en el barrio (Colectivo Situaciones, 2001). Asimismo comenzó a aparecer una gran cantidad de producciones literarias y cinematográficas sobre las historias de militancia de los setenta y los destinos de éstos en los Centros Clandestinos de Detención (Oberti, 2006). Esta nueva tematización de la figura del detenido-desaparecido se opuso implícitamente a la representación de “no hicieron nada”. Muchas veces, esta recuperación de las experiencias militantes estuvo atravesada por un tono sacrificial y heroico (Longoni, 2007).

Estos elementos comienzan a redistribuir las líneas de visibilidad y enunciabilidad del régimen de memoria, disputando sentidos y reorganizando los debates en torno a la memoria no sólo de la dictadura sino del período anterior a la misma, en un contexto donde la justicia institucional se encontraba cancelada. Las luchas de múltiples organizaciones de la sociedad civil en torno al reclamo de verdad y justicia por los crímenes de la dictadura fueron constantes y persistentes durante todo el período democrático a pesar de lo cual no siempre lograron hacerse eco en los ámbitos del Estado (Funes, 2001; Valdez, 2001).

En diciembre de 2001 nuestro país vivió un estallido político y social que a la par de provocar la renuncia de los entonces Ministro de Economía –Domingo Cavallo- y Presidente de la Nación –Fernando de la Rua-, puso en cuestión tanto el sistema representativo como el modelo económico que se implementaba en el país desde la década del noventa. En tanto acontecimiento, el 19 y 20 de diciembre no puede ser explicado meramente por una sumatoria de hechos, sino que hay un plus que no puede ser simbolizado por lo que existe, se rebasaron los criterios disponibles, ampliando el campo social y político (Antonelli, 2011). Las jornadas del 19 y 20 de diciembre fueron protagonizadas por un colectivo sin fundación previa ni estructura pero que a la vez fue el anudamiento de procesos que ya estaban en curso, es decir que no se trató de un grado cero de la Argentina (Colectivo Situaciones, 2002). En los sucesos de diciembre se ve tanto la “expresión de un proceso de acumulación de luchas contra un modelo excluyente, como la emergencia de algo nuevo, marcado por la vuelta de la política a las calles, por la generalización espontánea de otras formas de hacer política, de carácter basista y asambleario” (Svampa, 2006: 6).

Si bien el estallido tuvo un carácter fundamentalmente destituyente, compartimos la hipótesis que entiende este proceso como una “desafiliación del Estado” (Antonelli, 2011), es decir como una desinvestidura de la institucionalidad del Estado que hizo posible el despliegue de potencialidades políticas que resultaron novedosas, así como también encontraron limitaciones en cómo organizar y refundar esas experiencias para volverlas perdurables.

Para nuestro estudio, no es menor mencionar que uno de los disparadores fundamentales para la salida masiva a las calles en la noche del 19 de diciembre de 2001 fue la desobediencia a la declaración del Estado de sitio, símbolo indiscutible del régimen militar. Frente a esta disposición y a los rumores de golpes a las instituciones, los movimientos populares conjuraron la dicotomía democracia-dictadura (Colectivo Situaciones, 2002).

El período que se abrió desde entonces hasta las elecciones institucionales en abril de 2003 se caracterizó por fuertes movilizaciones sociales por momentos ambivalentes y contradictorias. Por un lado, la solidaridad y la autoorganización desembocaron en la conformación de un campo multiorganizacional de signo antineoliberal. Por el otro, la crisis económica y de gobernabilidad redundó en un llamado al orden y a la normalidad frente a lo que aparecía como una amenaza de disolución social (Svampa, 2008).

Entendemos que con la experiencia desatada en 2001 se produce el desbloqueo para que las identidades políticas militantes de la década del setenta puedan ser incorporadas a la narrativa estatal. Desde nuestra perspectiva, esta transformación en las condiciones de escucha estatal, sólo fue posible tras la experiencia social y política vivida en el país desde finales del año 2001 hasta los inicios del gobierno electo en abril de 2003. Este acontecimiento reconfigura el régimen de memoria y abre un nuevo campo de disputa sobre cómo y qué recordar sobre la dictadura y los años anteriores a ella.

En el 2003 el gobierno de Néstor Kirchner se constituye a partir de un campo de adversidad que demarca una serie de obstáculos. Pablo Hupert se ha referido a esto como una triple imposibilidad (Hupert, 2011): la imposibilidad de reprimir, al menos de reprimir de modo espectacular como fue la masacre de Puente Pueyrredón en junio de 2002, suceso que aceleró el llamado a elecciones presidenciales; la imposibilidad de hacer ajustes, luego de la experiencia del llamado blindaje financiero en diciembre de 2000 cuyos efectos se vieron reflejados en el recorte del 13% al gasto público durante la corta gestión de Ricardo López Murphy como ministro de economía del gobierno de De la Rua, o en el Megacanje concretado en junio de 2001, la operación de canje de deuda que colocaba activos públicos futuros como garantía (Rapoport, 2007); y finalmente, la imposibilidad de representar, luego del cuestionamiento generalizado a los canales representativos, desde el llamado “voto bronca” en las elecciones legislativas de octubre de 2001, pasando por la proclama “¡Qué se vayan todos, que no quede ni uno solo!”, hasta el bajísimo 22,2% con el que llegó a la presidencia en 2003 el otrora gobernador de Santa Cruz. (Rapoport, 2007).

Este campo de adversidad es justamente lo que demarca un nuevo imperativo estratégico (Foucault, 1991a) para la formación de un dispositivo que se organice en torno a otro discurso, es decir, ya no el discurso del orden, ya no el discurso de la necesidad de un “Estado eficiente”, ya no el discurso de la primavera democrática representativa (Ohanian, 2011). Esta serie de imposibilidades estructuran un nuevo campo de posibilidades. Para Foucault, un imperativo estratégico es aquello que, presentándose como urgencia, da lugar a la aparición de un dispositivo en tanto formación histórica específica. En este caso, lo que aparece como problema a resolver es la gobernabilidad institucional. Desde la campaña institucional se pregona “Argentina: un país en serio” y se convoca a la “normalidad” (Natalucci, Pérez, 2010; Svampa, 2003; Rapoport, 2007).

Aquello que se configura como imperativo estratégico dispara un proceso de sobredeterminación funcional (Foucault, 1991a) donde se referencian los efectos, sean negativos o positivos, de esa nueva disposición que se empieza a organizar en la génesis del dispositivo. Ya desde las palabras pronunciadas por N. Kirchner en ocasión de la asunción del mandato presidencial, la cuestión de la memoria se perfila como central en el conjunto de líneas que se proponen a futuro. La memoria en tanto referencia a la dictadura y a la militancia anterior a ella se convirtieron en prisma para leer y hablar el presente (González, 2003; Montero, 2007). Podemos observar aquí un proceso de sobredeterminación funcional.

Esta pluralidad de factores determinantes requiere un reajuste permanente, lo cual da lugar a reutilizaciones inmediatas de los espacios que se conforman. Foucault llama a este proceso el relleno estratégico del dispositivo (Foucault, 1991a). En estos efectos impensados que son reutilizados es donde podemos encontrar la posibilidad de transformación del dispositivo. Las rearticulaciones imprevistas entre los elementos pueden desequilibrar el dispositivo y reinventar una nueva urgencia que modifique el punto más visitado y atravesado del dispositivo. Las posibilidades de esta dinámica varían necesariamente según cada caso, según cada distribución de las relaciones específicas que analicemos en cada momento (Cañaveral, Ohanian, 2011).

 

Función de memoria oficial y memorias subterráneas

La dinámica por la cual las relaciones de poder-saber van componiendo el dispositivo puede ser pensada desde una “analítica de gobierno” (3) que permite poner en relación tres niveles: un juego estratégico entre libertades, posibles estados de dominación y, entre ambos, un conjunto de tecnologías de gobierno. Hablar de juego de libertades es mencionar de otro modo las relaciones de poder, en tanto que la libertad es condición de posibilidad para éstas. Foucault llamará estados de dominación a las configuraciones de “las relaciones de poder, [que] en lugar de ser variables y permitir a las distintas partes una estrategia que los altere, ellas mismas se encuentran establecidas y congeladas” (Foucault, 2009a:147)

En el entramado de todas las líneas que se entrecruzan permanentemente resulta una malla de relaciones multidireccionales que se hace más densa en algunos puntos y más suelta en otros. El juego estratégico de libertades puede asociarse con la zona más suelta del entramado de relaciones de poder-saber, aunque –como dijimos- es también lo que constituye toda la malla. En la zona más densa de la red podemos identificar un estado de dominación, donde este juego tiene menos posibilidades de movilidad y las relaciones de poder parecen estar más estructuradas (Cañaveral, Ohanian, 2011).

Las prácticas que se articulan en relación a la memoria circulan en un juego estratégico de libertades y sus distintos anudamientos van funcionando diferencialmente. Allí donde aparecen zonas más cerradas y espesas podemos hablar de discursos que cumplen una función de memoria oficial. En las áreas donde el entramado es más ligero podremos identificar discursos que funcionan, en determinado momento, como memorias subterráneas. Estos dos tipos de memorias no están desconectadas entre sí, sino que se sirven constantemente unas de las otras distanciándose o sirviéndose de punto de apoyo, en una serie de enfrentamientos y cruces locales, móviles y constantes (Ohanian, 2011).

Aquello que pone en funcionamiento y distribuye las líneas del dispositivo son las tecnologías de gobierno, es decir, aquellos diversos complejos de discursos y prácticas que funcionan como mecanismos que pretenden conformar, normalizar, guiar, las aspiraciones, pensamientos y acciones de los otros (de Marinis, 1999). “Las tecnologías de gobierno se conforman a partir de múltiples prácticas sociales que son diferentes en diversas culturas, de modo tal que van delineando en cada una de ellas ciertas reglas anónimas y forzosas que operan como condición de posibilidad para que en cada espacio cultural emerjan ciertos tipos de subjetividad” (Murillo, 2009: 167). A su vez, las tecnologías de gobierno son la causa inmanente del dispositivo, es decir que éste no es más que el efecto de los anudamientos y espacios que se transforman y reacomodan por la acción de distintas tecnologías de gobierno. Dice Deleuze, “[causa inmanente] es una causa que se actualiza en su efecto, que se integra en su efecto, que se diferencia en su efecto. O más bien, causa inmanente es aquella cuyo efecto la actualiza, la integra y la diferencia. Existe, pues, correlación, presuposición recíproca entre la causa y el efecto, entre la máquina abstracta y los agenciamientos concretos (para éstos Foucault reserva con frecuencia el nombre de `dispositivos’)” (2005: 63).

Según Michael Pollak (2006) la memoria oficial es una memoria fuertemente constituida que busca mantener la cohesión interna de un grupo, indicar el lugar que corresponde a las diferentes instituciones y delimitar ciertas oposiciones irreductibles. Se trata del producto de un trabajo de encuadramiento que crea una narrativa coherente de sí misma.

Si consideramos que la función de memoria oficial queda conformada por una organización más estática de las relaciones de poder-saber, resulta pertinente profundizar en lo que consideramos posiciones de memorias subterráneas. Para comenzar, daremos cuenta de algunos conceptos a partir de los cuales proponemos otro modo de pensar estas memorias subterráneas.

En primer lugar tomaremos la noción de memorias sueltas de Steve Stern (1998), a partir de la cual este autor define aquellos recuerdos de múltiples experiencias sólo significativos en el plano personal. Su interés radica en estudiar el proceso por el cual una memoria suelta puede ser significada desde “memorias emblemáticas”. Para esto, plantea un análisis de cómo se forman esas memorias emblemáticas y en qué radica su capacidad de significar determinadas memorias sueltas. En nuestra opinión, es necesario agregar a este enfoque la observación de que no habría una memoria no social o no colectiva, coincidiendo aquí con la idea halbwachsiana de que toda memoria individual es posible por los marcos que comparte con la sociedad circundante (Halbwachs, 2005). De todos modos, esta idea de memorias sueltas nos resulta operativa en tanto permite pensar el elemento sobre el cual significar aquellas prácticas más indirectamente atravesadas por la memoria oficial.

En el caso de Henry Rousso (1991), tomaremos el concepto de memorias difusas, a las cuales define como el resultado de una historia singular –dentro de los límites posibles atendiendo explícitamente a la tesis de Halbwachs que mencionamos más arriba-, y como una memoria que no apunta a ser una representación colectiva del pasado. En el análisis de Rousso, este concepto se pone en relación con los vectores de memoria, lo cual le permite ver el impacto de las memorias dominantes en cada uno de los períodos que marca en su trabajo sobre las representaciones del régimen de Vichy. En este caso también, la noción de memorias difusas nos ayuda en gran medida a pensar un plano de las prácticas menos atravesadas por las instituciones, por esas memorias dominantes.

Pasemos ahora al concepto de memorias subterráneas tal como es presentado por Michel Pollak. Las memorias subterráneas son aquellas que portan los silencios de un grupo, no se trata de olvidos, sino de aquello que no cuenta con las condiciones de escucha. Para Pollak, “la frontera entre lo decible y lo indecible, lo confesable y lo inconfesable, separa (…) una memoria colectiva subterránea de la sociedad civil dominada o de grupos específicos, de una memoria colectiva organizada que resume la imagen que una sociedad mayoritaria o el Estado desean transmitir e imponer.” (Pollak, 2006: 24)

Entonces, en Pollak encontramos una perspectiva donde lo subterráneo, aquello que no siempre se puede decir o puede emerger en el ámbito de lo público, “hablaría” sin embargo, de las características de las redes de relaciones menos móviles y más densas. Aquello que queda por fuera, también permite ver cuáles son las condiciones de inclusión. Esta inversión de los términos de análisis, por llamarlo de algún modo, avanza sobre la implicancia mutua y la movilidad posible de esa frontera que separa lo decible y lo indecible. Si en una primera instancia podemos identificar memorias disponibles, agrupando en este sentido los conceptos consignados de Stern y de Rousso, estas memorias subterráneas nos direccionan a otra dimensión ya que portan aquello que desde los anudamientos más cerrados, no se institucionaliza y no puede volverse emblemático.

Estos discursos que van conformando una posición de memorias subterráneas tienen una doble cara, como elementos (Laclau, Mouffe, 2004) en tanto no están articulados fuertemente a la memoria oficial, y a la vez como momentos (Laclau, Mouffe, 2004) de otros encadenamientos que pueden estar actuando como memorias subterráneas. La posición de memorias subterráneas sería así lo no-dicho desde una memoria oficial, no obstante lo cual, están organizadas por otros significantes que dan sentido a su existencia.

La pregunta aquí sería si toda memoria subterránea es memoria disponible para ser referida por la sobredeterminación funcional del dispositivo hacia una memoria oficial, o si los flujos más sueltos y difusos pueden ir formando puntos menos duraderos pero con efectos a la vez más plurales e inasequibles que aquellos que se entrelazan más anquilosadamente en la función de memoria oficial.

Si, como dijimos más arriba, entendemos el relleno estratégico en tanto posibilidad de desestabilización y deformación de un estado de luchas discursivas; la institucionalización de las memorias subterráneas no tendría por qué ser algo así como un telos, como un deber ser de estas prácticas discursivas con efectos menos aprehensibles desde una función de memoria oficial.

Los efectos de estas prácticas de memoria pueden pensarse en el marco de las organizaciones más ligadas a lo barrial, cuyas actividades dedicadas a las memorias de la dictadura y la militancia política previa no siempre tienen pretensión de institucionalización. Realización de murales, festivales callejeros, confección de baldosas que señalan dónde militaba, vivía, fue secuestrado o asesinado algún militante, etcétera, no siempre buscan efectos de gran escala. En general, estas actividades están signadas por una búsqueda de construcción de vínculos cara a cara, donde la participación implique algo más que una posición de espectador. Por ejemplo, “Barrios x memoria y justicia” conforma comisiones por barrio de las que participan organizaciones de la zona, algunos familiares y personas interesadas en el tema en general. A su vez estas comisiones están coordinadas con otras de diferentes barrios. Se realizan las averiguaciones para conformar listados por barrios, se toma contacto con más familiares, amigos o compañeros de militancia y se intenta reconstruir las historias. En jornadas de trabajo en la calle con música, teatro, con algunas palabras preparadas por quienes conocieron a esos desaparecidos, se realizan, colectivamente, las baldosas con los nombres y las fechas en que se los llevaron. Una vez finalizada la confección de las baldosas, se planifica la colocación de las mismas. Cada colocación implica la preparación de un pequeño acto, también en la calle, y su difusión. Previamente se recorre la cuadra de la colocación y se habla con los vecinos que actualmente viven en el lugar para invitarlos a que se sumen.

Quienes son contactados no siempre aceptan sumarse, pero necesariamente estos acercamientos ayudan a que surja el diálogo entre vecinos. La posibilidad de diálogo no mediatizado como forma de reconstrucción del lazo social intenta afectar las subjetividades no sólo de quienes son interpelados a sumarse a las actividades, sino de quienes encarnan esas prácticas discursivas de memorias subterráneas. De este modo, la pugna por el sentido no se daría como una disputa por imponer un sentido al resto, sino por diseminar sentidos a través de múltiples flujos que circulan.

Lo efímero de las actividades que se llevan adelante tiene su potencia en la indeterminación de sus efectos. Admitir la propia provisoriedad podría ser pensado como una estrategia para hacer vivir la función de memoria subterránea como foco crítico permanente, lo cual no significa destructivo. Se trataría de comprender que también hay múltiples posibilidades al conocer los propios límites y que distintas acciones permiten distintas subjetivaciones.

Hasta aquí hemos intentado plantear que aquello que instituye sentidos necesariamente provisorios puede ser fructífero en tanto advenir múltiple de las significaciones y creaciones sociales. Sin embargo, por la propia característica del relleno estratégico, no podríamos “garantizar” un perenne devenir de cierta “subterraneidad”, estas prácticas discursivas pueden no tender siempre a la oficialización, pero nada puede garantizar que no se conformen como nuevo punto de anclaje intensificando a su alrededor relaciones discursivas menos móviles.

Así, la tensión constitutiva de las prácticas discursivas, que aquí consideramos en tanto son tematizadas desde la memoria colectiva, hace que aquello que se mantuvo en el plano de lo no-dicho oficial durante un período pueda volver a aparecer – e incluso contribuir a la conformación de una memoria oficial-, así como, lo que fue durante un tiempo una memoria oficial, pueda dejar de serlo.

Por otra parte, la reutilización de los discursos como relleno estratégico demuestra la imposibilidad de controlar los efectos de las luchas discursivas si tomamos el ejemplo de una cantidad de abogados defensores de los militares que están siendo juzgados actualmente e incluso los acusados mismos (4), quienes han utilizado libros sobre la historia de las organizaciones y de las experiencias de la militancia como prueba de la lucha armada. Esta operación no hubiera sido posible ni pensable durante el juicio a las Juntas en 1985 (momento casi fundacional del régimen de memoria del Nunca Más). Entonces los testimonios de los sobrevivientes de los centros clandestinos de detención ni siquiera aludían a su participación política previa al golpe (Varsky, 2011). Un régimen de memoria habilita justamente estas cuestiones. La lucha política en los setenta se volvió memorable, pero es tematizada de variados modos y desde múltiples puntos. Como parte del campo académico vale enfrentar estos dilemas éticos y preguntarse por los posibles efectos de los propios discursos. ¿Se debe resignar una mirada crítica de las experiencias de la izquierda para no habilitar reutilizaciones indeseadas? De cualquier forma, ¿sería acaso posible tener algún tipo de control sobre los efectos discursivos? En tal caso, ¿cuáles son los efectos discursivos posibles que sí queremos que tengan nuestros modos de narrar?

 

Posibilidades subjetivas

Como mencionamos al comienzo, consideramos que el último momento de las prácticas sociales genocidas es su realización simbólica. Las narrativas son procesos performativos, “que se sostienen y que reproducen marcos generales de sentido y que constituyen la base de las identidades sociales. No son relatos sino posiciones discursivas asociadas a identidades” (Gatti, 2008: 25). Los genocidios reorganizadores, como el que tuvo lugar en la Argentina de mediados de la década de 1970, tienen como objetivo la destrucción de relaciones sociales de autonomía y cooperación a través del aniquilamiento de una fracción relevante de la sociedad (ya sea por su número o por los efectos de sus prácticas) y del uso del terror para el establecimiento de nuevas relaciones sociales y modelos identitarios  (Feierstein, 2007). Entonces, si lo que se intenta destruir material y simbólicamente es un lazo social, lo que se intenta transformar es la subjetividad, ya que es en la relación con otros donde se constituye el sujeto. Esto mismo puede ser pensado si entendemos la subjetividad como posición de sujeto, como aquel punto, aquel cuerpo que es atravesado por múltiples relaciones de poder. Sin embargo, la subjetividad no es un mero “producto” pasivo, sino que hay que repensarla como un proceso activo y constructivo, un “hacerse” en las prácticas. Los modos de narrar son centrales porque hacen a la construcción de la subjetividad. Ésta se comprende a sí misma desde los propios relatos aún cuando la subjetividad no se reduce a éstos, (Murillo, 2008). En este sentido, “medir” el éxito del genocidio en relación a su efectiva realización simbólica implica estudiar cómo cambiaron las maneras en las que los individuos se ven llevados a dar sentido y valor a su conducta, a sus deberes, a sus sentimientos (Foucault, 2006).

En nuestra investigación, y en consonancia con esta perspectiva foucaultiana, las subjetividades que emergen de ciertas relaciones de poder-saber sólo podrán ser descriptas una vez analizado el conjunto de tecnologías específicas y procesos sociales concretos. Será luego del análisis de los distintos modos en que ciertas prácticas recortan, fijan y definen determinados objetos, que podremos rastrear las encrucijadas que se forman y las posiciones de sujeto que resultan. Por lo tanto, en este punto, realizaremos una presentación del modo en que se propone pensar el tema de la subjetividad.

Para Foucault los modos de subjetivación son precisamente las prácticas de constitución del sujeto y a lo largo de sus abordajes en relación a estos temas pueden encontrarse dos sentidos de estos modos de subjetividad. En primer lugar, un sentido relacionado con la ética, en el cual se estudian las posibles transformaciones de sí como modo de transformación del mundo, en el cual no profundizaremos aquí, aunque vale la pena traer un pequeño pero polémico extracto de la Hermenéutica del Sujeto para ilustrar este plano:

“…creo que no hay que enorgullecerse demasiado de los esfuerzos que hoy se hacen por reconstituir una ética del yo. Y tal vez en esta serie de empresas para reconstituir una ética del yo, en esta serie de esfuerzos, más o menos interrumpidos, inmovilizados en sí mismos, y en ese movimiento que hoy nos hace a la vez referirnos sin cesar a esta ética del yo, sin darle jamás ningún contenido, me parece que es preciso sospechar algo así como una imposibilidad de constituir en la actualidad una ética del yo, cuando en realidad su constitución acaso sea una tarea urgente, fundamental, políticamente indispensable, si es cierto, después de todo, que no hay otro punto, primero y último, de resistencia al poder político que en la relación de sí consigo.”(Foucault, 2009b: 246, el resaltado es nuestro)

En segundo lugar, Foucault habla de los modos de subjetivación como modos de objetivación del sujeto (Foucault, 1979), es decir, modos en que el sujeto aparece como objeto de una determinada relación de conocimiento y de poder. En efecto, los modos de subjetivación y de objetivación no son independientes los unos de los otros; su desarrollo es mutuo, se trata de una historia de los juegos de verdad en los cuales el sujeto, en cuanto sujeto, puede convertirse en objeto de conocimiento. Queda claro entonces que se puede pensar la subjetividad como modo de objetivación pero sin dejar de lado el hecho de que en la conformación de esos modos de objetivación hay también un “hacerse” en las prácticas. Este nivel del “cuidado de sí”, o del “trabajo sobre sí” que aparece ligado a la propuesta ética de Foucault, también se convierte en una dimensión necesaria para tener en cuenta y no quedar limitados a un análisis que entienda la subjetividad como efecto exterior a las relaciones de poder-saber. En las exploraciones que Foucault realiza sobre las tecnologías del yo, rastrea la posibilidad de distintos modos de relación entre sujeto y verdad (Foucault, 2009b). Este intento por comprobar que otros modos de relación entre sujeto y verdad son posibles, no quita el hecho de que las prácticas sobre sí emergen tanto como posibilidad de transformación como de “reproducción”. Es por esto que los modos de narrar lo sucedido es un campo de disputa en el que se juega la potencialidad de las subjetividades y nuestras acciones se vuelven condiciones de posibilidad de las acciones de otros. Es así que se vuelve ya ineludible, tener en consideración el plano del autogobierno y de las tecnologías del yo para pensar la cuestión de la subjetividad.

En este sentido podríamos reubicar las tecnologías del yo en el marco más amplio de las tecnologías de gobierno que forman parte de la gubernamentalidad. Es decir los modos en los que se hace efectiva la conducción de conductas de otros y de sí. Como dijimos más arriba, las tecnologías de gobierno son las que definen la movilidad de las líneas de poder-saber de un dispositivo. Como vemos, resulta imposible pensar una dimensión como la subjetividad, separada de las dimensiones del poder o del saber.

 

Reflexiones finales

Iniciamos nuestro trabajo poniendo de relieve que el abordaje que sostenemos aquí nos lleva a preguntarnos por cómo determinado tema cobra relevancia, cómo algo se vuelve problema en determinado momento. Se trata de una ontología del presente (Foucault, 1991b), la cual nos permite posar la mirada sobre el punto en el que estamos y hacer un doble movimiento, tanto hacia los procesos que hicieron emerger nuestras posiciones subjetivas, como hacia las potencialidades que tenemos como sujetos, lo cual puede tener fuertes implicancias en nuestras vidas.

Desde lo analizado anteriormente, describimos la conformación de un dispositivo de gobierno organizado en torno a la memoria como correlato de una tecnología de gobierno basada en una serie de imposibilidades. En este sentido, el andamiaje que describimos nos provee de un marco que permitirá estudiar, más adelante, los puntos en los que se entrecruzan distintas prácticas de memoria significando procesos que tienen efectos en el presente. Asimismo, señalamos que el régimen de memoria está mutando y que para que este movimiento fuera posible fue fundamental la emergencia de las historias de las militancias políticas en distintas esferas. A su vez señalamos que los sucesos que comenzaron en diciembre de 2001 habilitaron el desbloqueo para que estas narrativas, que recuperan las identidades políticas de quienes fueron perseguidos antes y durante la dictadura, se incorporaran a la narrativa estatal.

Por su parte, identificamos una nueva urgencia planteada en términos de gobernabilidad en una etapa de fuertes movilizaciones sociales, la cual se organizó a partir de un nuevo discurso que sobreimprimió memoria y derechos humanos, desplazando las líneas de enunciabilidad y visibilidad conformando un nuevo estado de dominación en la zona del entramado que llamamos función de memoria oficial.

A partir del repaso de una serie de conceptos teóricos que tematizan lo que agrupamos bajo la categoría de memorias disponibles, concluimos que las posiciones de memorias subterráneas pueden ser menos visibles o estructuradas que aquellos discursos que funcionan como memoria oficial y, de todos modos, ser sumamente potentes para una transformación subjetiva más autónoma.

Los estudios sobre la memoria colectiva de procesos traumáticos han tenido un profundo desarrollo tanto teórico como aplicado a casos puntuales. En Argentina, hasta el año 2003 se consideraba que la situación de impunidad era tal que los múltiples análisis daban cuenta de los modos en que las memorias oficiales oprimían y silenciaban otras memorias. El interrogante que subyace y guía algunas líneas de nuestra indagación es si cuando sectores históricamente contestatarios comienzan a estar de acuerdo con el contenido de la memoria oficial, todo el andamiaje conceptual elaborado en “tiempos menos óptimos para la memoria” (Valdéz, 2001) pasa a ser obsoleto y la memoria oficial deja de tener los efectos que se le asignaban previamente.

Consideramos que la perspectiva aquí propuesta permite profundizar este interrogante  ya que como bien resalta García Fanlo, esta concepción implica consecuencias políticas: “si existe una red de poder o poderes, esta misma configuración es la que de alguna manera abre el camino para producir su saturación por la emergencia múltiple de resistencias. Sin embargo, el poder se reconfigura, subsume las resistencias convirtiéndolas en objetos de nuevos saberes, los que a su vez perfeccionan (provisoriamente) las tecnologías y dispositivos de dominación”. (García Fanlo, 2008: 3)

Nuestra inquietud se posa sobre los modos en que se anudan actualmente memoria, Estado, Derechos Humanos, política y resistencia, por nombrar sólo algunos y entonces: ¿Qué reconfiguraciones de poder rearticularon las resistencias anteriores y las volvieron objeto de dominación? ¿Cuál es la sutura (imposible) con la emergencia de, algo así como, sujetos memoriosos?

En la búsqueda para comprender las especificidades de los procesos político-sociales acaecidos desde los primeros años del nuevo milenio en nuestro país hemos intentado poner de relieve las condiciones de posibilidad para la formación de un dispositivo anclado en una idea de memoria, a la vez que señalamos los modos en que él mismo contiene las condiciones para su transformación y para la producción de distintas subjetividades. Es intención de este trabajo presentar un esqueleto conceptual que habilite una mirada dinámica para lograr mayor profundidad en el estudio de las complejas relaciones de poder que atraviesan la relación entre pasado y presente.

 

Notas

(1) Gilles Deleuze (1989) se refiere a cuatro líneas centrales que constituirían un dispositivo. Por un lado, líneas de visibilidad, por las cuales los dispositivos tienen como función hacer ver, echar luz sobre cierta arquitectura de la realidad, tornando –y construyendo como- visibles ciertos elementos y dejando otros en penumbras. En segundo lugar, curvas de enunciación, cuya función sería hacer hablar a través de la producción de un régimen de enunciación concreto. Estas líneas determinan el espacio de aquello que es pasible de ser enunciado en el campo de un dispositivo dado. En tercer lugar aparecen las líneas de fuerza, que harían referencia a la dimensión del poder. Estas líneas se producen en toda relación entre los elementos del dispositivo, y atraviesan todos sus puntos. Son, a su vez, las condiciones internas de diferenciación –y, agregaríamos, de jerarquización- de la heterogeneidad que constituye el dispositivo, y de ellas emergen los efectos inmediatos de desigualdades y desequilibrios que se producen recíprocamente. Por último, las líneas de subjetivación que remitirían a la producción de subjetividad de un dispositivo. Hemos discutido con este último elemento en Cañaveral y Ohanian (2011), por lo cual no seguiremos estrictamente esta definición y propondremos una más ligada a los desarrollos propiamente foucaultianos.

(2) Oberti (2006) distingue tres hechos que a mediados de los noventa favorecieron la apertura de nuevos relatos acerca de nuestro pasado reciente: a) las confesiones de algunos militares que participaron de la represión; b) la autocrítica de quien era Jefe del Ejército en ese momento, Martín Balza; c) la emergencia de la agrupación H.I.J.O.S. “…los nuevos relatos se deslizaron paulatinamente hacia un objeto antes obliterado: la militancia” (Oberti, 2006: 76)

(3) Gobierno aquí no se refiere a su acepción vinculada a lo institucional, sino a la noción foucaultiana por la cual redefine el poder como conducción de conductas, modos de hacer hacer y hacer decir, de encauzamiento físico y moral que, a través de un poder cada vez más a la distancia, busca reestructurar el campo de acción de los otros. Este tipo de poder tiene como superficie de emergencia el desbloqueo de la población como blanco del poder (Foucault, 2007a; 2007b).

(4) Ver http://www.juiciocampodemayo.blogspot.com/

 

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* Bárbara Inés Ohanian. Licenciada en Sociología (UBA). Doctoranda en Ciencias Sociales (UBA) Becaria CONICET. Tesista invitada del Centro de Estudios sobre Genocidio (UNTREF). Miembro del Programa de Estudios sobre Control Social (IIGG). Actualmente desarrolla la investigación “Gubernamentalidad. Genocidio. Memoria. Discursos, prácticas y efectos de poder en la gestión de las políticas de la memoria en Argentina durante la presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007)” y participa de la investigación “Análisis comparados de las prácticas sociales genocidas. Parte III: Modos y consecuencias de las representaciones de la violencia de estado en Argentina; el papel de las sentencias jurídicas”, dirigida por el Dr. Daniel Feierstein en la Universidad de Tres de Febrero y del proyecto Ubacyt “El Control Social y el Delito Económico organizado en la simbiosis entre lo público y lo privado”, dirigido por Juan S. Pegoraro.

 

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