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Memorias que hacen historia. La cultura obrera y sus tradiciones en la Provincia de Córdoba durante la década del setenta

Aletheia, volumen 2, número 4, julio 2012. ISSN 1853-3701

Artículos/Ortiz en PDF

María Laura Ortiz*

(PHO-UBA/CONICET)

Córdoba, Argentina,

 Abril de 2012

malauraortiz@gmail.com

 

 

Resumen:

Lo que presento en este artículo es un avance de investigación sobre la historia del clasismo, en el que abordaremos algunos rasgos culturales de la clase obrera que marcaron sus prácticas cotidianas en los años setenta. Reflexionaremos sobre las vinculaciones entre la ideología de izquierda y la clase obrera, tratando de explicar condiciones que favorecieron el desarrollo del clasismo en Córdoba y Argentina.

Concretamente, abordaremos rasgos constitutivos de la cultura obrera reflejados en la cotidianeidad de la fábrica, el barrio, el hogar, eventos futbolísticos; todas situaciones de sociabilidad que tenían una especificidad obrera y hacían a la identidad del “laburante”. Estos repertorios formaban parte de una cultura ordinaria que comprendía ciertas tradiciones políticas y sindicales reflejadas en el sentido común, que compatibilizaban con las ideas izquierdistas que circularon en aquellos años.

 

Palabras clave: cultura obrera - clasismo - memorias – barrios – mujer - fútbol

 

 

Introducción

Carlos Masera, más conocido como “el Gringo”, fue el secretario general del SiTraC, el gremio de la planta Fiat Concord de Córdoba y un emblema del clasismo setentista. Cuando le preguntan qué pensaba él que era el clasismo, contesta:

“Y… defensor, yo simplemente decía defensor de la clase obrera. Pero resulta que claro, que el origen de la palabra viene del marxismo, bah, te digo yo no, no, no leí na, casi nada, leí muy pocas cosas de marxismo, pero escucho las opiniones de los marxistas y parece que están de acuerdo conmigo [risas].” (1)

Este tipo de declaraciones nos invitan a replantearnos las definiciones que historiográficamente se han dado sobre el clasismo. Para algunos el concepto fue utilizado por grupos de izquierda para denotar un cambio revolucionario en alianza con la clase obrera (James, 2005; Aiziczon, 2007) y para otros, fue un movimiento espontáneo de la clase que terminó siendo cooptado por las organizaciones partidarias marxistas (Brennan y Gordillo, 2008). En otros casos, se plantea que esa vinculación profundizó la politización e izquierdización de las bases obreras, contraponiéndose al tradicional peronismo que es considerado como un “desvío”, una “falsa conciencia” o un “chaleco ideológico” (Löbbe, 2009; Schneider, 2005, Werner y Aguirre, 2009).

Como parte de la investigación que vengo desarrollando sobre el clasismo, comencé a replantearme estas y otras categorías, hasta llegar a preguntarme si las tradiciones políticas que formaban la cultura obrera no tendrían un potencial explicativo que las estadísticas no podían darnos sobre los porqués del clasismo.

Por todo ello, lo que presento en este artículo es un avance de reflexiones históricas sobre los rasgos culturales de la clase obrera que marcaron sus prácticas cotidianas en los años setenta. Concretamente, abordaremos rasgos constitutivos de la cultura obrera reflejados en la cotidianeidad de la fábrica, el barrio, el hogar, eventos futbolísticos; todas situaciones de sociabilidad que tenían una especificidad obrera y hacían a la identidad del “laburante”. Estos repertorios formaban parte de una cultura ordinaria (Williams, 1989: 39) que contenía ciertas tradiciones políticas reflejadas en el sentido común. Como parte de esas subjetividades se habían naturalizado algunas nociones compatibles con las ideas izquierdistas, aunque en algunos aspectos diferían de las concepciones de la militancia orgánica del marxismo.

Retomando la propuesta de Williams sobre la cultura ordinaria, busco reconocer las subjetividades que constituyeron la cultura obrera y, para ello, es una tarea indispensable zambullirse en sus memorias. Parafraseando a Halbwachs (2004), recurro a las memorias obreras para comprender esa sustancia viva que se perpetúa en las barriadas, que nos habla de su cultura, de sus tradiciones, de sus sentidos políticos, de su visión de mundo, lo que Raymond Williams llamó estructuras de sentimiento. Luego, tender puentes entre memorias e historia es una de las claves que enriquece la comprensión del pasado.

 

Barrios y fábricas: territorios de militancia

Los estallidos de violencia popular de 1969 en varias ciudades de Argentina, se fueron repitiendo con distintos grados de intensidad en los años siguientes. Córdoba, Rosario, Corrientes, Chocón, Cipoletti, Catamarca, Tucumán, Casilda, Mendoza, Malargüe, Gral. Roca y Buenos Aires, fueron sacudidas por una serie de movilizaciones callejeras e insurrecciones que derivaron en enfrentamientos con las fuerzas de “seguridad” y que fueron nombrados con palabras terminadas en “azo”, en referencia a la confrontación de clases y oposición política que significaron esos levantamientos (Izaguirre, 2009: 80).

De todos esos estallidos, el Cordobazo del 29 de mayo de 1969 tuvo una significación especial, algo así como un mito fundante del izquierdismo setentista (Altamirano, 1994). Si bien esta insurrección popular fue el fruto de la unión entre las luchas obreras y estudiantiles, y tuvo un carácter antidictatorial y antiimperialista, no fue hegemonizado por los partidos y organizaciones de izquierda. Sin embargo, a partir de ese levantamiento se abrió una nueva etapa en los repertorios de confrontación de la izquierda, que pasó de la defensiva a la ofensiva al considerar que se había abierto un proceso revolucionario o prerrevolucionario, según la línea del marxismo a la que adscribieron. Contingentes de estudiantes, obreros y profesionales, se volcaron a la militancia política expresada en múltiples variantes de proyectos revolucionarios por el socialismo (Balvé, 2005; Delich, 1974, Pozzi-Schneider, 2000).

Ese proceso de izquierdización y radicalización ideológica impregnó también los espacios de socialización obreras, en los que las tradiciones políticas de la clase les dieron una especificidad propia. Para abordar este problema, una primera aproximación la haremos sobre el territorio de la militancia. Concretamente observaremos las vinculaciones entre fábricas y barrios a través de las noticias de los periódicos de distribución masiva. 

Las fábricas eran el espacio en el que convivían grupos de centenares de trabajadores por un tiempo superior al que compartían con su propia familia. La convivencia, que se daba con diversos grados de amistad y enemistad, generalmente forjaba vínculos intensos y perdurables. El compañerismo que generaba la rutina fabril se fundaba en la solidaridad propia de la clase (Schneider, 2005) y, después del ´69, se convirtió además en territorio de militancia izquierdista en cuerpos de delegados, comisiones internas y, en algunos casos, la comisión directiva del sindicato.

Los barrios, algunos de ellos, los más cercanos a núcleos fabriles, fueron territorios de coordinadoras barriales que organizaban luchas por infraestructura, condiciones dignas de vivienda, etc. En ocasiones, ambos territorios de militancia izquierdista se conectaban a través de los puentes tendidos por el activismo. Cada conflicto en la fábrica era representado en los barrios, con movilizaciones, piquetes, barricadas.

Si a ejemplos nos remitimos, el más conocido en la memoria obrera es la vinculación entre los barrios cercanos y los sindicatos cordobeses SiTraC y SiTraM, de las plantas Fiat Concord y Fiat Materfer. La figura del cura párroco del barrio fue un referente para los vecinos y militantes, que tuvieron en él a un mediador en conflictos con la empresa y con el gobierno, que les dio acceso a las instalaciones de la parroquia para hacer reuniones, para comer cuando pudieran, para dormir cuando se hacía tarde e incluso, para usar su mimeógrafo en la confección de sus volantes. Los obreros tuvieron a través de él el apoyo de los vecinos, como en la huelga de hambre de la navidad de 1970 en que Fiat vivía un conflicto por el despido de 2 delegados y un operario. La vigilia se organizó desde el sindicato y se desarrolló en la iglesia, donde hubo guitarreadas, mate, ajedrez y, obviamente, discusiones gremiales y políticas. Pero también la gente del barrio encontró en esos sindicatos un apoyo más que significativo que se manifestó, por ejemplo, en la solidaridad obrera cuando el cura fue detenido por la policía en marzo de 1971, hechos que derivaron en el Ferreyrazo primero, y en el Viborazo unos días después. (2)

La vinculación entre unos y otros era parte del sentido común. El mismo Padre “Kelo”, el cura párroco de Ferreyra, relata cómo fue que se relacionó con SiTraC y SiTraM. Cuenta que él, que venía del campo, tenía “terror al mundo obrero”. Pero que una vez que la planta de Fiat estaba tomada,

“Viene un, un amigo, obrero de Concord y me dice ´Claro, el pastor tomando mate y los obreros poniendo su vida en una, en una toma fabril´. ¡Me dio una cuchillada en el medio del, del corazón! ¿No? (…) ¿Y cómo mierda me meto ahí? Pregunto (…) Entonces voy y me meto por los, por el tejido y les digo que me llamen algún delegado, algo”. (3) 

 

Nótese que no se pregunta por qué debería intervenir en la toma, sino en recriminarse cómo puede ser que no lo haya hecho antes, señalando que naturalmente ese era el lugar que debía ocupar: “Yo soy cura y tengo que estar con mi pueblo; mi pueblo está allí y yo estoy con el pueblo”, decía “Kelo” en referencia a su adscripción a la corriente tercermundista posconciliar.

Al igual que en Ferreyra, en otros barrios se organizaron coordinadoras que articularon las reivindicaciones de la clase a partir del territorio barrial. En los estudios académicos hay un amplio desconocimiento sobre el tema, aunque los periódicos de distribución masiva de la época han reflejado la pujante capacidad de movilización de los vecinos.

Y no es casualidad que estas coordinadoras tuvieron más fuerza en barrios en los que había núcleos fabriles cerca. Si bien es cierto que en Córdoba no hubo company towns como en Zárate o Campana, en Buenos Aires, si había en esa época una demarcación territorial que permitía articular rápidamente el descontento (Torre, 1983: 56). En general se tiene la idea de que los vecinos del barrio estaban ligados entre sí por la cercanía de las viviendas, sin embargo, en aquellos años, eso implicaba una identificación cultural que refería, en algunos barrios, a la calidad del ser “laburante”.

Hubo mucha actividad en barrios como Villa El Libertador, cercana a la planta de Renault en barrio Santa Isabel, y todos los talleres pequeños y medianos que proveían a esa planta en la zona suroeste de la ciudad de Córdoba. También al sur de la ciudad, en la zona de Camino San Carlos, fábricas de vidrio, de bulones, la autopartista Transax y los talleres de la Empresa Provincial de Energía Eléctrica (EPEC), tuvieron una fuerte vinculación con organizaciones barriales de los barrios Villa Revol y San Carlos. Hacia el sureste, saliendo del cinturón de la circunvalación, la zona de Ferreyra aglutinaba los barrios de Ituzaingó, Avellaneda, San Lorenzo, Deán Funes y Primero de Mayo; en cuyo corazón estaba la planta de Fiat (Concord, Materfer y Grandes Motores Diesel) y los pequeños y medianos talleres de alrededor como Luján Hnos., e incluso otras fábricas como la planta de Motores Diesel Livianos-Perkins, la autopartista Thompson Ramco, las plantas de caucho Rubber y Armando López, las metalúrgicas Tubos Transelectric y Rubol y la láctea SanCor. Esta zona tuvo una importante relación con barrio Colón y San Vicente, ubicados en su trayectoria hacia el centro de la ciudad, territorio de talleres y fábricas de calzado cuya planta paradigmática en San Vicente -por cantidad e intensidad de luchas- fue la fábrica de calzado Lucas Trejo, recordada además porque la mayoría de sus delegadas eran mujeres. Hacia el noroeste, plantas como las autopartistas Perdriel e ILASA estaban escasamente pobladas alrededor, al igual que el otro núcleo fabril importante al este de la ciudad, en cuyo centro de combatividad se hallaba la fábrica de Industrias Mecánicas del Estado (IME), ubicada en la zona militar camino a la vecina ciudad de Carlos Paz.

La movilización barrial, que excedió a estos barrios mencionados, se organizó desde una Comisión Coordinadora de Centros Vecinales. Ésta generalmente se expresaba en contra de aumentos en los precios de alimentos y transporte, o también, en el pedido de infraestructura, atención médica e incluso, alfabetización para adultos. (4)

Villa El Libertador fue una zona de mucha actividad y el “Grupo Acción Solidaridad” fue un ejemplo de la politización de estos espacios. Unos días después del Cordobazo de 1969 se manifestaron en contra de la represión policial de los días previos y en contra de la intervención de la Municipalidad sobre los centros vecinales. Para ellos, la movilización popular fue a causa de la “injusticia social” y la “opresión de los pueblos”. Unos días más tarde, el mismo grupo emitió un comunicado que ponía de manifiesto la radicalización política. Se titulaba “¿Dónde están los extremistas y la violencia?” y argumentaban que “los únicos extremistas auténticos son aquellos representantes de las minorías que ocupan el poder y que aplican una política económica contraria a los intereses de la mayoría de la población”. Aseguraban que “la violencia es engendrada por la estructura autocrática y represiva del actual poder, que no permite la libre expresión popular”. Remataban su manifiesto diciendo que “el pueblo, al tomar conciencia de sus derechos y al decidirse a luchar por ellos, no es responsable de la violencia desatada por la clase dominante para defender sus privilegios”. (5)

Como queda manifestado en ese comunicado, el barrio era el territorio en que circulaba una subcultura común que unía a la clase de trabajadores independientemente de la organización sindical a la que pertenecían, aunque no por ello escindido de los contenidos políticos que circulaban en esa época. En el mismo sentido se dirigen los recuerdos de Taurino Atencio, activista de Luz y Fuerza:

“Todos los domingos, los vecinos se juntaban a jugar al truco. Se jugaba por el pollo, por un asado, por unos vinos. Y mientras, se hablaba del laburo en la fábrica y de las acciones del gremio. ´¿En qué andan ustedes?, ¿se movilizan esta semana?´”. (6)

 

Esas redes informales, que incluían generalmente a parte de la propia familia, fueron fundamentales a la hora de buscar refugios en contra de la represión cada vez más virulenta. Como ejemplo, un obrero de la fábrica Perkins relata cómo se habían organizado con su vecino para protegerse de un posible secuestro en su casa:

“Yo vivía a once cuadras de… de la fábrica Perkins, vivo todavía ahí, en Barrio Primero de Mayo. Eh, yo para llegar a mí casa, yo había hablado con un vecino del lado que era, estaban, teníamos los sitios pegados, las dos casas. Teníamos un alambrado que dividía, al fondo él tenía, para el otro lado tenía un sitio baldío. Entonces yo llegaba de trabajar, cuando me tocaba el turno a la noche, no es cierto, que volvía a la casa a las once y media, a las doce y media de la noche; pasaba por la esquina de casa en bicicleta, me movilizaba en bicicleta. Miraba para la calle de casa, para los dos costados, si no había ningún auto o algo, o algunas personas paradas o… algo raro, viste. Recién ahí daba toda la vuelta a la manzana, entraba por el sitio baldío del vecino de al lado, allá al fondo, nosotros habíamos hecho una puertita, un alambrado, por ahí entraba yo a mi casa [sonrisa].” (7) 

 

Como se expone en este último testimonio, y como está representado en muchos otros más, la solidaridad era el principio rector de los vínculos horizontales de clase. Para los obreros, darse paso entre vecinos por espacios de cada terreno era algo natural. No creo que sea una casualidad que esos sentidos sean rectificados por el materialismo histórico y su propuesta de abolición de la propiedad privada. Como decía el Gringo Masera al principio de este trabajo, Marx les daba la razón.

Para los obreros, todo lo que tenían se compartía, por poco que fuese. Así lo relata un obrero de Renault que desde 1974 y a raíz de amenazas de la burocracia sindical, tuvo que “autoclandestinizarse”. Para ello, entre otras cosas, se iba a dormir a la casa de compañeros al salir de la fábrica.

“Fui a vivir digamos, a dormir en casa de compañeros muy muy humildes, muy pobres. Siempre cuento yo la anécdota de un compañero que me llevaba ahí a, a la orilla del río en barrio Yapeyú, en un ranchito. Que en un lugar muy chiquito dormían como diez o doce personas. Yo me acuerdo que él me llevaba y llegábamos a veces de noche ahí, porque amén que salíamos tarde del trabajo siempre dábamos vueltas para no ser seguidos y todo lo demás llegábamos tarde. Nunca me preguntaron por qué iba yo ahí. O sea… como que sabían que yo iba a refugiarme y siempre me atendieron de una forma especial, ¿no? o sea, increíblemente especial. Siempre el único colchón bueno que había era para mí”. (8)

 

En el hogar obrero la solidaridad era lo natural, las puertas siempre estaban abiertas y, además, las tareas domésticas estaban en manos de la mujer.

 

Mujer y encima, obrera

Hablar de mujeres obreras es pensar su identidad cultural cruzada por determinaciones en dos sentidos, el de clase y el de género. Sin ser especialista en estudios de género, y casi sin ninguna lectura teórica en ese campo, me atrevo a reflexionar sobre algunos de sus aspectos.

En el territorio barrial el lugar de la mujer era el hogar. Los salarios del obrero eran suficientes para la subsistencia familiar sin la necesidad imperiosa de complementarse con otro salario. Pero, además, había una serie de preceptos conservadores que hacían de la mujer un objeto doméstico más. Aún así, por diferentes razones, muchas mujeres optaron por -o tuvieron que- trabajar en fábricas. En Córdoba, algunos sectores industriales tenían mayoritariamente trabajadoras mujeres por su destreza para ciertos procesos productivos, como el sector del calzado, del vidrio y la producción de cables para autos Renault en la planta de ILASA.

Ellas, en tanto obreras, fueron partícipes de la politización y radicalización de la época y, en algunos casos, se convirtieron en activistas sindicales y militantes. Aunque levantaban las banderas por las reivindicaciones de la clase, no así las de género, la cotidianeidad las llevó a implementar diferentes formas de transformar las normativas culturales sobre el “deber ser” de la mujer que circulaban en esa época. El mismo trabajo en la fábrica las diferenció del resto de las mujeres del barrio, no sólo por romper el precepto de que “el lugar de la mujer es la casa” sino además porque, entre otras cosas, cambiaron la tradicional pollera por el pantalón.

“[Antes] No usábamos pantalones tampoco, usábamos pollera (…) Yo me puse pantalones cuando tuve que entrar a trabajar a la fábrica porque teníamos que trabajar de pantalones.” (9) 

 

La obligación del casamiento católico también fue un eje de transformación. Aunque la mayoría de las parejas debían constituirse a partir del matrimonio, en muchos casos optaron por el trámite civil y, en los no pudieron –o no quisieron- escapar al católico, buscaban transformar algunas secciones de la performance, como la vestimenta:

“¿Cuál era el sueño de los padres de ese momento? Que las hijas se casen de blanco en la iglesia (…) si no nos casábamos por la Iglesia se moría mi suegra. (…) Y era toda la discusión porque los súper revolucionarios no querían casarse con traje ni por la iglesia, entonces… No sé cómo [su marido] terminó comprándose el traje y yo terminé diciéndole a ella [una amiga] ´Haceme un vestido blanco pero mini, corto, un vestido…´”. (10)

 

 

Era una época en que los preceptos culturales indicaban que toda mujer, aún la mujer trabajadora debía ser “romántica” y “agradar siempre”, “porque en el concepto de la mujer moderna ya no entra la imagen de desaliño, fatiga y gestos de cansancio que lucían tradicionalmente las mujeres de trabajo.” Esos consejos eran publicados en la revista del sindicato de la Unión Tranviarios Automotor (UTA), en su sección destinada a la mujer, que daba lecciones para la belleza de la mujer trabajadora: técnicas de maquillaje para cubrir las marcas del cansancio, ejercicios de gimnasia para relajarse, adornos caseros de bisutería, recetas culinarias, etc. (11) Es decir que, aún en las revistas sindicales, el lugar de la mujer era el de la belleza superficial. La política y lo sindical, iba dirigido a los hombres.

Sin embargo, las luchas fabriles en que participaron mujeres en Córdoba forjaron una generación de luchadoras que se incorporaron a la vida política y sindical. En el Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA) nunca había habido una mujer en la comisión directiva, excepto en este período en que la comisión estaba encabezada por la Lista Marrón y su secretario general era René Salamanca.

“Nunca había estado una mujer ahí. (…) Ahora yo te puedo asegurar que los hombres nunca más nos llevaron por delante ahí.” (12)

 

Sus relatos sobre cómo se sumaron a las filas del activismo sindical y/o político parten de sus propias características innatas, que naturalmente las definía por su combatividad:

“Bueno, nosotros vamos, porque me llevaban. ´Vamos´. Inherentemente a uno le gustaba. Porque te llamaba la atención. Viste, como estaban los otros que no se metieron nunca y que te decían ´No te saco un paro, porque yo me voy a lavar la ropa a mi casa y no pienso ir a ningún lado´. [A] Nosotras nos gustaba (…) Entonces vos ves la necesidad de defenderte. Y no había otro camino que no fuera el de ser delegado, y tener alguien que vaya a defenderte. Entonces ahí empezamos, bueno, con las reuniones.” (13) 

 

En otros casos, tenía que ver con su inclinación a no aceptar las injusticias o el maltrato de jefes y supervisores: actitudes coherentes con la búsqueda de justicia que también tiene un contenido naturalmente clasista e izquierdista.

Norma, delegada del Sindicato del Vidrio, recuerda la impronta y la valentía de las mujeres para enfrentar a los burócratas. Las mujeres activistas eran luchadoras, de “ir más al frente que el hombre” y de tirar piedras a las patotas de burócratas.

“Y éramos seis mujeres y un hombre [delegados]. Por supuesto que el hombre era comooo el hermanito menor que jugaba y nosotros exigíamos. Ymmm… asambleas, ehhh, de de estar [los burócratas] con revolvers (sic) calzaditos o mostrando el revólver sobre la mesa como para amedrentar yyy , y que nosotros  aceptáramos lo que ellos decían. (…) Y eran batallas campales porque yo me acuerdo cuando el gremio estaba acá en la calle Santa Rosa, había chicas, o sea una de las delegadas (…) una chica más joven; eh, escucháme, agarraban piedras de la calle y les tiraban (…) incluso al, al hombre este que estaba lo, esteee, lo tenían pero así como a cachetazos limpios como diciendo que reaccionara viste era algo como que no, el otro no [risas]. Aparte es como que la mujer digamos eee, vá más al frente que el hombre, por lo menos en ese momento pasó eso. Aparte éramos mayoría mujeres.” (14)  

 

La mirada de los militantes varones sobre la mujer obrera no es la misma que la que tenían las mujeres obreras sobre sí mismas. Atravesadas por una serie de preceptos culturales sobre el deber ser del género, con los que convivieron y a los que a su vez resistieron; su condición de clase las llevó a la acción. Pero esa acción no se despegó de las miradas que los varones –incluso los militantes- tenían de su condición de género, de mujer del hogar. Por ejemplo, durante la “toma grande” del SMATA en 1970,

“En Perdriel los muchachos nos daban la comida para que nosotros cocináramos [en ILASA]”. (15)

 

La experiencia de clase para las mujeres obreras estuvo marcada por este componente de doble explotación, que también era parte del sentido común. Pero de alguna manera ellas sintieron que con algunas acciones, grandes o pequeñas, aquellas normativas culturales se comenzaban a modificar, en un largo proceso que continúa al día de hoy. Sin embargo, en el campo político y sindical fue la perspectiva de clase la que forjó las reivindicaciones y dispuso las acciones, y estuvo dirigida por el enfoque masculino. 

 

El fútbol, el sindicato y la política

En trabajos anteriores en los que se ha reflexionado sobre la cultura obrera izquierdista en relación con el fútbol (Petras, 1986; Schneider, 2005; Camarero, 2007), se ha hablado de la relevancia que tuvo como espacio de sociabilidad propia de la clase obrera. Yo agregaría que, además de obrera, era en aquellos años exclusivamente masculina. 

Para pensar en la “cultura de clase obrera” hay que tener en cuenta que “El corpus de trabajo intelectual e imaginativo que cada generación recibe con el carácter de cultura tradicional es siempre y por fuerza algo más que el producto de una sola clase.” (Williams, 2001:262). Cuando pensamos en el fútbol esta idea cristaliza con claridad ya que se trataba de una instancia de sociabilidad de masas, no de clases, ni de la clase obrera. Sin embargo, la clase obrera tuvo una vinculación especial con el fútbol, y eso es lo que quiero comentar en este apartado.

Cada fábrica tenía su equipo de fútbol, sus campeonatos, sus trofeos futbolísticos, ya fuesen materiales o simbólicos. Alguna prensa sindical, al menos la del SMATA Córdoba, UTA Córdoba y la UOCRA Córdoba, lo exponían en sus páginas como un signo de identidad pero también, como parte de lo cotidiano que impregnaba sentimientos colectivos. Compartir el mismo equipo o la misma tribuna, formaba –y forma- una sensación de comunidad, de “tirar para el mismo lado” que podía tender a la solidaridad obrera y servir a la militancia social. Y no porque se estuviera en un equipo u otro, sino porque se convertía en un espacio social de relaciones, que en esa época eran también políticas. Muchos de ellos, de hecho, desde tempranísima edad participaron de los “Campeonatos Evita” y a partir de allí se vincularon con la Unidad Básica del Partido Justicialista en su barrio. Algunas de esas experiencias siguieron una trayectoria de radicalización ideológica hacia las filas del marxismo, y otras continuaron dentro de las filas del peronismo, principalmente el Peronismo de Base, que tuvo una importante incidencia en el mundo fabril cordobés como un sector “combativo”. Pero en la mayoría de los relatos, el fútbol, el sindicato y la política tienen sentido juntos:

“Nosotros hacíamos campeonatos de fútbol con distintas fábricas y ahí es donde la cosa se venía. Donde se hacía intercambio con el Caucho, con Perkins, con la Fiat. ¿Cómo, qué, qué estaban ahí? Estaba todo ¿no? Las ideas, las cosas… y bueno, y mientras compañeros hacían, jugaban al fútbol, otros hacían, ¡hasta había plenarios! ¿No? [Risas] ¡En un lado se jugaba y en otro lado había plenarios! Porque estaban de distintas fábricas”. (16) 

 

Sin embargo, hubo contextos en los que estos sentimientos populares generaron contradicciones con los proyectos políticos de izquierda. Para algunos militantes orgánicos del marxismo, la no-politización de estos eventos deportivos era un factor de “desvío” de los intereses de la clase. Así lo recuerda un obrero de Renault que en 1974, en momentos en que la represión ya era una realidad para ellos, se votó hacer un abandono de la fábrica para poder asistir al partido “clásico” entre los equipos rivales. 

“La gente estaba a desgano en la fábrica, como que había un malestar muy grande en todos los compañeros. Y los compañeros por cualquier boludez hacían una asamblea y abandonaban. Entonces un día que estaba yo ahí en la fábrica, se venía un, un partido de Belgrano y Talleres acá en Córdoba (…) Entonces que los compañeros y algunos activistas empezaban a gritar e inquietarse, convoco a la asamblea y se reúnen todos. Porque todos esperaban que yo lanzara digamos el abandono. Y entonces yo ese día me les planté y denuncié los secuestros y todo lo que estaba pasando y la falta de disposición muchas veces de la gente a sacar un repudio por los secuestros y que no era posible que quisieran abandonar por un partido de fútbol. Y les dije que yo no estaba de acuerdo, que yo estaba en contra. Y me votaron a favor del abandono y se fueron y me dejaron a mí llorando de bronca y desconsuelo. O sea me quedé muy mal. ´¿Cuál es la conciencia de esta gente?´ me preguntaba”. (17)

 

Según este testimonio, el militante izquierdista tiene “conciencia de clase” y por eso solamente votaría un abandono de fábrica por razones políticas, no deportivas. En cambio, según su mirada, los obreros de base no tenían conciencia de clase, y por eso eran capaces de abandonar el lugar de trabajo para ir a ver un partido de fútbol. Me pregunto si el término conciencia de clase tiene, en estos casos, alguna relación con la clase, justamente.

Mas o menos por la misma época en la revista del sindicato de Perkins, se argumentaba que el fútbol era un engaño de la clase dominante: “Está demostrado teórica y prácticamente que el fútbol actual no tiene nada de deporte sano, que todo es un sucio negocio en donde un grupo de tránsfugas y sinvergüenzas llenan sus bolsillos con el dinero de las recaudaciones que les roba a las masas. Además el doble sentido es mantener ocupada a la gente, en especial a la clase obrera, que como es fácil de apreciar, lo vemos cotidianamente en nuestra fábrica, que un gran número de compañeros se pasa la mitad de la semana discutiendo la jornada de fútbol pasada y la otra mitad de semana en discutir la semana próxima”. (18)

Si algo queda claro con estos testimonios es la enorme significatividad que tenía el fútbol en la clase obrera. En la primera entrevista citada, aunque no nos es posible saber si efectivamente hubo un abandono de fábrica y si éste se hizo para poder asistir al “clásico” en vez de para repudiar la represión y los secuestros de delegados; es suficiente con saber que para la memoria colectiva esto era una posibilidad. Pero para los militantes sindicales izquierdistas la clase obrera “consciente” debía movilizarse por razones políticas, era un sinsentido que lo hiciera por colores de camisetas. Pero para los obreros de base, era una tradición, era su folklore, no había que explicar por qué ni para qué. Y es que el lugar de lo político para ellos no estaba escindido de esas tradiciones, de lo concreto de su vida cotidiana. En todo caso, habría que pensar que el juego en equipo y ser parte de una hinchada genera un sentimiento de identidad colectiva en la que la solidaridad también es natural.

Es decir que en las estructuras de sentimiento de la clase obrera durante los años setenta, había tradiciones que congeniaban con los proyectos izquierdistas y que se masificaron durante el período. Esas estructuras de sentimiento fueron el caldo de cultivo para el clasismo sindical. Inherentemente también fueron su limitación:

“Porque en el barrio es la misma clase. Defendemos, nos interesa, cómo traer el asfalto (…) como mejoramos las plazas, todo para el barrio, todo el mismo lado. Esa es una política no es cierto, vos podés poner tu posición. Pero ¿para qué? Si estábamos todos acá tirando para el mismo lado. Cómo mejorar la educación. ¿Quién puede estar en contra de cómo mejorar la educación? ¿Cómo estar en contra de cómo un niño disfrute de sus medios? ¿Cómo puede ser, de que quién está en contra digamos de que un niño de un laburante estudie, pueda expresarse culturalmente su, su, sus inclinaciones tanto sea de poeta, cuál…? ¿No es cierto? Nadie. ¿No? Entonces no había desacuerdo en eso. Todos estábamos en lo mismo. Lo que sí había digamos después diferencias, era cuando [sonríe] digamos se juntaban los elitistas, que nosotros creíamos que era elite, a discutir digamos la ideología que le queríamos implementar al país. Ahí es donde estaban las cosas, pero si no no, en las conquistas sociales, todo lo demás ¿quién? No, el laburante no estaba en contra de eso. Todos estábamos, todos éramos uno. (…) ¿Por qué? porque se expresaba la libertad. La cosa era cuando agarraba y empezábamos a discutir qué país queríamos [risas]. Cuando estaba el salto más allá [risas]. Ahí es adonde era la cosa donde agarraba y empezaba a surgir digamos las, la ¡bumb!”. (19)  

 

Las reivindicaciones de la clase podían ser demandadas a partir de la acción colectiva, ya que se sustentaban en los valores tradicionales de solidaridad, de igualdad, de justicia, de libertad. La política se circunscribía a esos sentidos, porque apelaban a lo concreto y a las tradiciones de la clase. Las abstracciones de modelos políticos, las diferencias entre el guevarismo, el maoísmo y el trotskismo, por ejemplo, no anclaban en ninguna necesidad, en ninguna pregunta, por lo tanto, no daban ninguna respuesta. ¿Pelear por el asfalto en el barrio era político? ¿O era político discutir sobre Marx?

Reflexionar sobre el clasismo como una opción sindical que supone la conciencia de clase no debería partir de la suposición de que primero los obreros leyeron a Marx, después “descubrieron” su explotación y, por último, se dispusieron a luchar por los intereses de su clase en vinculación con los partidos de izquierda, adoptando la “conciencia para sí”.

Recuperar las memorias obreras para reconocer sus estructuras de sentimiento, ayuda a re-pensar históricamente y reflexionar sobre ese proceso, que no fue ni lineal ni ascendente y que, sobre todo, no se pensó en términos teóricos sino como experiencia en común. 

 

 

NOTAS

 

(1)        MASERA, Carlos José. Secretario general del SiTraC. Entrevista realizada en Córdoba el 14/12/2010 por Laura Ortiz.

(2)        Boletín del SiTraC, Año 1, Nº 1, p. 4-5. (Archivo del SiTraC, Subarchivo 1, Ficha 1, Doc. 4, Disponible en http://sitrac.historiaoralargentina.org/).  GIACAGLIA, Padre “Kelo”, cura párroco de Ferreyra, Córdoba, entrevista realizada en Córdoba el 13/10/2011 por Agustín Cocilovo. CARRANZA, María Cristina (a) “Susy”, delegada de la fábrica Cindalux (Vidrio) de Córdoba y militante del Partido Socialista de los Trabajadores, entrevista realizada en Córdoba el 12/08/2011 por Laura Ortiz. 

(3)        GIACAGLIA, Padre “Kelo”, op cit.

(4)        La Voz del Interior (en adelante LVI), 12/08/1969, p. 12; LVI, 22/03/1974, p. 11. También hubo una importante movilización en barrios que no tenían una identificación con los “laburantes” sino con las movilizaciones estudiantiles, como el Barrio Clínicas.

(5)        LVI, 12/06/1969, p. 15; LVI, 25/06/1969, p. 13.

(6)        ATENCIO, Taurino, activista de Luz y Fuerza seccional Córdoba, entrevista publicada en Susana Roitman (et al). El torno y la molotov: relatos e imágenes de la Córdoba obrera de los ´60 ´70. Córdoba: Jorge Sarmiento Editor, Universitas, 2010, p. 49.

(7)        RÍOS, Carlos Higinio (a) “Negro”. Tesorero del sindicato Perkins (Córdoba), integrante de la Lista Marrón de Perkins y militante peronista. Entrevista realizada en Córdoba el 17/06/2011 por Laura Ortiz.

(8)        CARRASCO, Daniel. Delegado de Renault (Córdoba), miembro de la Mesa de Gremios en Lucha y militante del Peronismo de Base primero y luego de Espartaco Mayoría. Entrevista realizada en Córdoba el 20/09/2011 por Laura Ortiz.

(9)        ELENA, Rosario “Onel”, delegada de ILASA (Córdoba), integrante del Movimiento de Recuperación Sindical - Lista Marrón del SMATA, entrevista realizada en Córdoba el 16/09/2010 y 30/09/2010 por Laura Ortiz.

(10)      ELENA, Rosario, op cit.

(11)      UTA, Revista mensual de la Unión Tranviarios Automotor seccional Córdoba, Año 1 Nº 5, marzo 1971, p. 19; Año 1 Nº 7, junio de 1971, p. 17.

(12)      RODRÍGUEZ, Ana María, delegada de ILASA y delegada paritaria, integrante del Movimiento de Recuperación Sindical - Lista Marrón del SMATA. Entrevista realizada en Córdoba el 30/09/2010 por Laura Ortiz.

(13)      ELENA, Rosario, op cit.

(14)      Norma, delegada del Sindicato del Vidrio (Córdoba). Entrevista realizada en Córdoba el 24/08/2011 por Laura Ortiz. 

(15)      ELENA, Rosario, op cit.

(16)      “Bolita”. Delegado de Tubos Transelectric, miembro de la Mesa de Gremios en Lucha. Militante de Poder Obrero y FAS. Entrevista realizada en Pilar, Córdoba el 26/10/2011 por Laura Ortiz y Ma. Paula Puttini.

(17)      CARRASCO, Daniel, op cit.

(18)      Si.Tra.P, Órgano del Sindicato de Trabajadores de Perkins, Córdoba, s/f [c.1974], p. 37.

(19)      “Bolita”, op cit.

 

 

 

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*Laura Ortiz es profesora y licenciada en historia, egresada de la Universidad Nacional de Córdoba. Ha trabajado como docente en escuelas medias y en formación de docentes. Actualmente es becaria de CONICET y doctoranda del Programa de Historia Oral de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, dirigida por el Dr. Pablo Pozzi. Investiga problemáticas vinculadas a trabajadores y sindicatos clasistas en Córdoba en tiempos de violencia política y represión, entre los años 1969 y 1976.

 

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