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Entre rezos, lecturas y homenajes: las conmemoraciones por el secuestro del grupo de “los 12” en la Iglesia de la Santa Cruz (Ciudad de Buenos Aires)

Aletheia, volumen 7, número 14, abril 2017 ISSN 1853-3701

 

San Julián/ Artículos en PDF

Dolores San Julián*

IIGEO-FFyL-UBA

2017, Buenos Aires

lolasanjulian@gmail.com

 

Resumen

Entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977 doce integrantes de un grupo más amplio de personas que se reunían con frecuencia en la Iglesia de la Santa Cruz (Ciudad de Buenos Aires) para organizar la búsqueda de los desaparecidos, fueron secuestrados y asesinados por la Marina. Entre ellos se encontraban algunas Madres de Plaza de Mayo, dos religiosas francesas, otros familiares de desaparecidos y varios militantes políticos. El propósito de este artículo es indagar en los significados que se elaboran desde la Iglesia de la Santa Cruz en torno a estos actores y acontecimientos relacionados con la última dictadura militar, a la vez que explorar los modos en que las prácticas y discursos religiosos se articulan con la construcción y transmisión de las memorias sobre el terrorismo de Estado. Sobre la base de observaciones realizadas en el lugar analizo las conmemoraciones que se realizan los 8 de diciembre para recordar y homenajear al llamado “grupo de los 12 de la Santa Cruz”, dando cuenta de los elementos, tanto narrativos como no discursivos, que contribuyen a construir un marco de interpretación sobre los hechos que se conmemoran. Analizo de este modo las conexiones de sentido que, a través de categorías como la “pasión”, se producen entre actores, figuras y escenas del campo político y del campo religioso.

Palabras claves: memoria, pasión, performance, desaparecidos, Madres de Plaza de Mayo.

 

Introducción

En este trabajo presento una serie de reflexiones que surgen de una investigación en curso en torno a los lugares y las políticas de la memoria desarrolladas en Argentina sobre la experiencia represiva de la última dictadura militar (1976-1983). La misma se centra en el análisis de las modalidades de construcción y transmisión de las memorias asociadas al secuestro y asesinato en 1977 de doce integrantes de un conjunto más amplio de personas que se reunían con frecuencia en la Iglesia de la Santa Cruz (Ciudad de Buenos Aires) para organizar la búsqueda de los desaparecidos. Entre ellos se encontraban Azucena Villaflor de De Vincenti, reconocida por las Madres de Plaza de Mayo como cabeza del grupo y otras dos madres fundadoras del movimiento, Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia (Mary) Ponce de Bianco; como así también las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet. Desde entonces, el recuerdo sobre este hecho se sostuvo en la Santa Cruz fundamentalmente a través de misas celebradas en su templo. Actualmente un grupo heterogéneo de actores sociales, vinculados de distinta manera a esta iglesia y/o a las víctimas, participan en la realización de estas conmemoraciones así como también de otras propuestas relacionadas con el recuerdo del llamado “grupo de los 12 de la Santa Cruz”.

El propósito de este trabajo es indagar en los significados que se elaboran desde la Iglesia de la Santa Cruz sobre estos actores y acontecimientos relacionados con la violencia estatal de los años setenta, a la vez que explorar los modos en que las prácticas y discursos religiosos se articulan con la construcción y transmisión de las memorias sobre el terrorismo de Estado. Sobre la base de observaciones realizadas en el lugar analizo las conmemoraciones que se realizan anualmente para recordar y homenajear a “los 12”, dando cuenta de los elementos, tanto narrativos como no discursivos, que contribuyen a construir un marco de interpretación sobre los hechos que se conmemoran (1). Pensadas desde la perspectiva de la performance, las conmemoraciones pueden entenderse como actos de memoria en los que se entretejen experiencias estéticas, políticas (Diéguez, 2007) y religiosas, a través de las cuales se elaboran y expresan públicamente determinados sentidos sobre el pasado. En primer lugar, describo brevemente los hechos que son objeto de rememoración y el contexto más amplio en cual se inscriben estos homenajes. En segundo lugar, analizo las prácticas y los discursos que se desenvuelven en el marco de las conmemoraciones, identificando aquellos elementos de orden simbólico que establecen conexiones de sentido entre actores y acontecimientos políticos del pasado reciente con figuras y escenas claves del campo religioso católico. Finalmente, concluyo que, como categoría articuladora, la “pasión” permite establecer lazos y parentescos entre actores y experiencias muy diversas.

 

Lo que se conmemora

A comienzos de 1977 un grupo de mujeres, madres de jóvenes secuestrados por el régimen militar, cansadas de recorrer dependencias gubernamentales y eclesiásticas sin obtener respuestas, comenzaron a encontrarse semanalmente en la Plaza de Mayo para acompañarse en la búsqueda de sus hijos. Con el tiempo, el grupo fue creciendo y adquiriendo mayor organización hasta convertirse en una agrupación social de envergadura que pasaría a encabezar el movimiento de derechos humanos que se desarrolló en el país en resistencia a la última dictadura. Me refiero a quienes fueran más tarde conocidas como las Madres de Plaza de Mayo (en adelante como las Madres).

A los fines de organizarse mejor, las Madres comenzaron a reunirse también en sus casas, en bares y confiterías o en algunas iglesias y capillas. En junio de 1977 el párroco de la Santa Cruz, una iglesia ubicada en la Ciudad de Buenos Aires y perteneciente a la orden de los pasionistas, autorizó a que un grupo compuesto por algunas de esas Madres, junto a otros familiares de desaparecidos y militantes políticos, se reunieran periódicamente en uno de los salones de la parroquia. Podemos decir que la apertura de la institución hacia el grupo no fue un hecho circunstancial sino que respondía a la orientación política de la mayoría de sus miembros. Desde finales de los sesenta y principios de los setenta, en el marco de un proceso de cambio profundo dentro de la congregación como parte de la llamada “renovación conciliar”, la Iglesia de la Santa Cruz se fue convirtiendo progresivamente en un espacio de acogimiento, denuncia y diálogo sobre la realidad social y política latinoamericana. Durante la dictadura, como otros tantos religiosos, asumieron una posición contestataria que contrastó con las alianzas tejidas entre las Fuerzas Armadas y los sectores más conservadores de la Iglesia Católica. Entre otras acciones se pronunciaron sobre los secuestros y asesinatos, a través de misas celebradas en nombre de las víctimas y en notas publicadas en revistas y semanarios vinculados a la institución (2) (Goñi, 1996; Taurozzi, 2006).

Las reuniones realizadas en la Santa Cruz comenzaron a ser frecuentadas por Gustavo Niño, un nombre falso utilizado por el teniente Alfredo Astiz para infiltrarse en el grupo de las Madres, haciéndose pasar por hermano de un desaparecido. Como oficial del Grupo de Tareas 3.3 que operó en el centro clandestino de detención instalado en la ESMA, Astiz participó en secuestros y acciones de inteligencia. La infiltración entre las Madres tenía como propósito obtener información sobre sus actividades y las organizaciones políticas que las respaldaban. Gracias a la información suministrada por él, entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977, doce integrantes de ese grupo más amplio de personas que se reunían en la Santa Cruz fueron secuestrados en distintos operativos realizados por la Marina. La mayoría fueron capturados en la puerta de acceso a la parroquia, al finalizar una reunión para recolectar los fondos y las firmas que se necesitaban para la publicación de una solicitada por los desaparecidos (3). Según los testimonios de sobrevivientes de la ESMA las doce personas secuestradas fueron llevadas a ese centro clandestino, donde permanecieron varios días sometidas a torturas. La decisión de eliminarlos se precipitó, entre otras razones, por las repercusiones que tuvo el secuestro de las dos religiosas tanto en la prensa local como extranjera, las presiones que el gobierno francés ejerció sobre el argentino y las tensiones que ello desencadenó al interior de la Junta Militar (Feld, 2012).

El hallazgo de los cuerpos de Villaflor, Careaga, Bianco, Auad y Duquet permitió confirmar la sospecha de que el grupo en su totalidad fue víctima de los llamados “vuelos de la muerte” (4). Los mismos habían sido encontrados unas semanas después de los secuestros en la costa de la provincia de Buenos Aires e inhumados como NN en el Cementerio de General Lavalle. Entre el 2004 y el 2005 el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) logró identificarlos y sus restos fueron sepultados en los jardines de la Iglesia de la Santa Cruz (con excepción de Azucena Villaflor cuyas cenizas fueron enterradas en la Plaza de Mayo). Los otros integrantes del grupo permanecen desaparecidos (5).

 

El trabajo de la memoria

Como dijimos al comienzo, en la Iglesia de la Santa Cruz la memoria sobre los secuestros de 1977 se sostuvo a través de ceremonias realizadas en su templo, dando continuidad a una práctica que tuvo lugar durante los años setenta en algunas iglesias y capillas comprometidas o al menos conmovidas por la situación que vivían los familiares: la realización de misas por los secuestrados y asesinados (6). En tanto parte de una tradición católica, como son las misas realizadas por los difuntos o enfermos, durante la dictadura esos pequeños actos de consuelo sirvieron también como espacio de encuentro e intercambio de información entre los familiares de desaparecidos (7). En este sentido, esas misas no sólo funcionaron como espacios de recogimiento en un contexto fuertemente represivo sino también como instancias de organización política. Por esto mismo fueron objeto de vigilancia y actividad de los servicios de inteligencia (8). Después de la dictadura esas ceremonias religiosas se convirtieron fundamentalmente en un ejercicio de memoria, un modo de recordar a los desaparecidos y sobrellevar sus ausencias (9).

En Santa Cruz las conmemoraciones por la desaparición de “los 12” adquirieron mayor organización en 1997 al cumplirse los veinte años de los secuestros, momento en el cual desde la institución se convocó a los familiares de las víctimas para participar activamente en la realización de los homenajes (10). Desde entonces un grupo heterogéneo de actores sociales ligados de distinta manera a esta iglesia y/o a las víctimas (curas, laicos, familiares de desaparecidos y militantes de derechos humanos, entre otros) participan en la realización de las conmemoraciones que se celebran el 8 de diciembre así como también de otras propuestas vinculadas al recuerdo de “los 12”, muchas de las cuales han implicado la producción de marcas de la memoria en el espacio de la iglesia y el barrio aledaño (11). Finalmente, en el año 2005, a pedido de los familiares, se iniciaron las gestiones tendientes a delimitar un espacio dentro de la iglesia donde inhumar los restos recuperados por el EAAF. Los mismos fueron sepultados en un santuario construido en los jardines de la parroquia que lleva por nombre “Solar de la Memoria”.

Uno de los aportes que ha hecho la antropología, más específicamente la etnografía de la performance, al campo de estudios sobre la memoria ha tenido que ver con el análisis de las formas de transmisión y los modos en que se construyen los marcos de interpretación, poniendo el foco no tanto en los textos sino en la emergencia de textos en contextos (Bauman y Briggs, 1990). Partiendo del supuesto de que son los sujetos que participan de la performance los que construyen colectivamente los contextos de sus acciones y discursos, el desafío es reconocer los elementos que aquéllos utilizan para producir marcos interpretativos. Dichos elementos pueden consistir en expresiones verbales institucionalizadas, pero también pueden adquirir la forma de prácticas no discursivas, sitios y objetos físicos que construyen escenarios de transmisión y a la vez actualizan las conexiones con el pasado. Desde esta mirada, la memoria puede ser entendida como presuposición selectiva de eventos y contextos pasados e interpretación creativa desde experiencias y contextos presentes (Ramos, 2011).

Pensar las conmemoraciones como performance implica pues reconocer en ellas formas institucionalizadas de transmisión y sentidos más o menos establecidos sobre el pasado, pero también la incorporación, en cada ocasión, de nuevos elementos y lecturas. La distinción es/como performance remite a dos niveles de comprensión del concepto. Como objeto de análisis refiere a una forma específica de arte llamado arte en vivo o arte acción. Como lente metodológico amplía el término para abarcar eventos o prácticas que en su realización incluyen elementos teatrales o presentan cierta teatralidad. Esta segunda acepción habilita a pensar que esas actividades (un acto conmemorativo, por ejemplo) suceden como en un escenario, con participantes en vivo y activos, estructuradas alrededor de un guion predefinido pero adaptable a cada ocasión, que requiere de la presencia corporal de las personas (Taylor, 2011). La performance no es simplemente repetición, sino que cada actuación o ejecución aporta algo nuevo. Supone siempre reiteración y actualización, presuposición y creación.

En lo que sigue me centraré en el análisis de las actividades que se realizan para conmemorar los secuestros de 1977, de manera de poder iluminar ciertos aspectos del trabajo de la memoria que se realiza en la Iglesia de la Santa Cruz, a saber: los sentidos que se elaboran sobre el pasado reciente y los modos en que las prácticas y discursos religiosos se hayan imbricados en su construcción y transmisión. Si bien el objetivo primero y constante de las conmemoraciones es recordar a “los 12” (presuposición), cada evento adquiere una connotación particular dependiendo de los contenidos y significados que se quieran resaltar en cada oportunidad (creación). Así pues, en la actividad que analizaremos a continuación la consigna fue homenajear la militancia de las Madres de Plaza de Mayo en la búsqueda de sus hijos. La conmemoración se subdivide con frecuencia en dos actividades y dos escenarios: el acto que se realiza en el Calvario y la misa que se celebra en el templo. No realizaré una descripción exhaustiva de cada uno de esos momentos sino que retomaré lo que resulta significativo para el análisis propuesto.

 

Escena 1: El acto en homenaje

Los homenajes se realizan en un espacio llamado el Calvario, ubicado en el jardín lateral de la iglesia, al costado de la parroquia, donde se encuentra emplazada una estructura con forma de gruta por encima de la cual se erige, tallada en piedra blanca, la imagen de Cristo en la cruz. Pero el Calvario tiene, además de un significado religioso, una connotación especial en esta iglesia y en esta conmemoración. Ese era el lugar donde se encontraban reunidos el grupo de familiares y militantes poco tiempo antes de que los secuestraran desde la puerta de acceso a la parroquia. De modo que también tiene un significado histórico en relación a la última dictadura. Podríamos decir que, la práctica de reunirse alrededor del Calvario para homenajear a “los 12” es en sí misma performática, en tanto presentifica, haciendo “actuar” a los concurrentes, el momento inmediatamente anterior a los secuestros. En este sentido, el espacio elegido para el homenaje presupone acontecimientos y contextos pasados que coadyuvan a construir una situación emotiva y establece a la vez un marco de interpretación sobre los hechos que se conmemoran: el secuestro de las Madres y los familiares como el inicio de su propio calvario.

 

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Calvario de la Iglesia de la Santa Cruz

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Acto homenaje en el Calvario, 8 de diciembre de 2014

 

Sobre una tarima suele exhibirse una escultura de María realizada en arcilla, pero no vestida de virgen como usualmente la vemos representada, sino de campesina y embarazada de Jesús. Es importante aclarar que siendo 8 de diciembre, la conmemoración por los secuestros coincide con el Día de la Inmaculada Concepción de María (o Día de la Virgen) y la misa que se celebra también es en su nombre, por ello la actividad asume además un sentido religioso particular, en tanto se celebra la concepción de Jesús. Como veremos, la misma idea de “concepción” adquiere en esta misa un significado histórico y político específico.

En la conmemoración que analizo específicamente en este trabajo la consigna de la actividad se expresaba en una bandera que colgaba del Calvario: “Reconocimiento a la militancia de las Madres por los 30.000. Fuimos paridas por nuestros hijos/as”. El padre Murray, párroco actual de la Santa Cruz, señalaba el propósito del homenaje al comenzar el acto de la siguiente manera:

A 37 de años de una lucha inclaudicable que es un ejemplo universal de perseverancia y amor (…) Nosotros venimos a honrar esta lucha (...) María, embarazada de Jesús, es testigo de este momento, como fue también testigo en aquél entonces (…) las Madres dicen `fuimos paridas por nuestros hijos´, como María fue parida por Jesús (12).

Varias cuestiones se desprenden de estas palabras iniciales. En primer lugar, la figura de María se exhibe como un elemento central del acto homenaje. La virgen, personificada en la estatuilla, también participa de la puesta en escena de la conmemoración, al ser presentada como una suerte de testigo omnipresente (del calvario de Cristo, del de las Madres y el conjunto de “los 12” y del acto de memoria que los evoca). En segundo lugar, se establece una afinidad entre las Madres de Plaza de Mayo y María, como madre de Jesús, que se confirma a su vez en la invitación que se hace a las Madres presentes en el acto para que pasen al escenario a colocarle un pañuelo blanco sobre la cabeza a la escultura de María. Un gesto sencillo pero profundamente simbólico a través del cual las Madres forman una comunión con María, en la cual se resaltan los valores del amor, del dolor, de la perseverancia y de la compasión. Actualizan así una imagen que las propias Madres contribuyeron a forjar sobre sí mismas. Como varios autores han señalado, las Madres supieron explotar el imaginario social existente en torno a la feminidad y la maternidad, apoderándose de la figura de la mater dolorosa, que resalta las cualidades del auto sacrificio y el sufrimiento (Taylor, 2000). De esa manera encontraron una forma legítima de expresar sus demandas en un contexto donde la actividad política se encontraba prohibida (13). Sin embargo, como veremos, en este tipo de conmemoraciones lo que se resalta no es tanto el sufrimiento sino el “apasionamiento”, de las Madres y de María, entendido como aquello que motoriza la acción política y religiosa.

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Escultura de María embarazada de Jesús

María con el pañuelo blanco

Reconocemos pues, tanto en el discurso como en la práctica, una identificación entre figuras y escenas propias del campo religioso con actores y acontecimientos claves en la construcción de las memorias sobre el terrorismo de Estado. Por un lado, la militancia de las Madres es reconocida en su búsqueda de la verdad y la justicia. En este sentido se comprende la frase frecuentemente repetida por ellas, “fuimos paridas por nuestros hijos”, a través de la cual afirman metafóricamente que su lucha como Madres de Plaza de Mayo surge a partir de la búsqueda de sus hijos desaparecidos. Por el otro, María es también reconocida como una luchadora, por haber acompañado y consolado a Jesús en el camino hacia la crucifixión y una vez muerto, continuar predicando su palabra. En este sentido se comprende también la frase “como María fue parida por Jesús”. La misma idea de “concepción” cobra así un significado histórico y político. Sin embargo, entre las Madres y María existe una gran diferencia. Exceptuando a quienes pudieron recuperar a sus hijos con vida o bien sus restos, la gran mayoría de las Madres sólo conocen parcialmente (y en algunos casos desconocen completamente) el derrotero seguido por ellos tras haber sido secuestrados, generalmente sobre la base de informaciones fragmentarias aportadas por los sobrevivientes o las reconstrucciones realizadas en el marco de los juicios por delitos de lesa humanidad. Es por ello que una de las Madres presentes, al ser invitada a colocarle el pañuelo blanco, señalaba: “María pudo recorrer el vía crucis, nosotras no”.

Podemos decir, en primera instancia, que la lectura que se realiza sobre el pasado reciente y, en particular, sobre la lucha de las Madres de Plaza de Mayo, contribuye a la re significación de algunos elementos de la simbología católica a partir de experiencias políticas locales. Vemos esto en el modo en que, identificada con las Madres, se atribuye un sentido político a la acción de la virgen María. Sin embargo, lo contrario también es cierto. Al respecto, el documento leído sobre el final de acto señalaba lo siguiente:

La comunidad parroquial, los misioneros pasionistas, hacemos memoria de la pasión. Aquí, en este lugar, la comunidad Pasionista, alentada por Jesús de Nazaret, fue refugio y vientre de lucha y esperanza para muchos apasionados por la libertad y la justicia en Argentina y América Latina. Todos ellos buscaban un mundo más parecido al que soñamos como humanos. Aquél 8 de diciembre del 77, doce fueron arrebatados, secuestrados, detenidos, desaparecidos, torturados y asesinados por el Terrorismo de Estado (…) Nos vuelven a reunir los doce. Sus historias, sus sueños, sus esperanzas nos inspiran, nos impulsan a vivir con la misma pasión y hacer una memoria que ilumine nuestro presente, que es donde se sigue construyendo la vida (…) Hacer memoria nos conecta también con los distintos gritos de los Crucificados de hoy, que brotan desde las entrañas de la humanidad y de la tierra, pidiendo, reclamando y exigiendo respuestas nuevas (…) Estos rostros, estos nombres, estas historias de hoy, las reconocemos a la luz de la antorcha que nos dejaron los 12 y los 30.000, para que todos podamos gozar una vida con igualdad de posibilidades y sigamos luchando por los derechos humanos. Porque pasado, presente y futuro se anudan en la memoria (14).

En un sentido inverso, la militancia de los desaparecidos, de las Madres y de “los 12” en su conjunto es interpretada en clave religiosa, en términos de apasionamiento por una causa -definida genéricamente como “la libertad y la justicia”- al igual que Jesús se apasionó y sacrificó por la libertad de su pueblo. La Santa Cruz aparece entonces como uno de los espacios que albergaron y promovieron esa militancia. Al acoger a las Madres, los familiares y militantes, fue “refugio y vientre”, lo cual viene a reforzar el sentido político dado a la idea de “concepción”. Es frecuente encontrar en el discurso esta imagen de la Santa Cruz como “refugio”, significando así el lugar ocupado por la iglesia durante los años setenta, como espacio de organización y resistencia (15). Sin embargo, como vemos también, esa imagen no queda anclada en el pasado, se proyecta hacia el presente y el futuro, recreando una identidad contestataria (Catoggio, 2016).

Ahora bien, los pasionistas tienen como principio fundamental de su credo “hacer memoria de la pasión”, lo que significa practicar la fe inspirados por la “pasión de Jesús”. Pero a diferencia de otras miradas dentro de la misma congregación los religiosos de la Santa Cruz entienden la “pasión” como “apasionamiento” y no sólo como “padecimiento” o, en todo caso, el sufrimiento como consecuencia del vivir y del hacer apasionado por una causa. Como bien señalan:

La pasión viene de sufrimiento, Jesús fue muerto en medio de grandes sufrimientos, pero lo que nosotros rescatamos como valioso no es el sufrimiento, él sufrió esta pasión porque tuvo otra pasión, la pasión de la vida, de la dignidad humana, de la justicia, de la fertilidad, de la solidaridad, la pasión de reconocernos como lo que somos, hermanos. Y por culpa de esta pasión tuvo que bancarse la otra, no fue bien vista esta propuesta. Nosotros rescatamos las dos cosas porque creemos que esa pasión, esa vida, no se pierde, fecunda (16).

De esta manera, los acontecimientos políticos del pasado reciente son leídos e interpretados desde una perspectiva religiosa particular dentro del catolicismo, a partir de la cual la lucha social y política pasa a ser comprendida en términos de “pasión”, en su doble lectura de padecimiento y apasionamiento. Es necesario señalar que en las conmemoraciones no se habla en términos de “víctimas”, categoría por lo demás muy discutida en cuanto al status que le otorga a los sujetos, sino de “crucificados”, remarcando aquella cualidad activa de quien murió a causa de su “apasionamiento”, pero sin dejar de afirmar la existencia de un crimen político en el marco del terrorismo de Estado (Lacombe, 2012). La actividad política asume entonces, como la práctica religiosa, el carácter de “entrega” a una causa que trasciende la propia existencia, un acto de amor y sacrificio, un modelo a seguir y una práctica digna de rememorar. Idea que como veremos se refuerza en el contexto de la misa.

El acto comúnmente finaliza cuando los oradores invitan a los concurrentes a mencionar los nombres de los desaparecidos, gritando “¡Presente!” tras cada uno de ellos. De a poco las personas se van sumando a la propuesta y las voces empiezan a superponerse. Son muchos los nombres que se enuncian y el clima de la conmemoración se tensa. De algún modo esos gritos corporizan a los que no están, hacen presentes las ausencias y exponen la masividad del crimen. La lista -interminable para los tiempos de la actividad- concluye por la fuerza con los nombres de “los 12” y el grito colectivo de “30.000 compañeros detenidos desaparecidos ¡Presentes! ¡Ahora y siempre!”.

 

Escena 2: La misa en homenaje

Terminado el acto que se realiza en el Calvario muchos de los presentes se trasladan al templo de la Santa Cruz para continuar con los homenajes en el marco de la misa vespertina (17). Una tarima colocada en el centro de la nave oficia de altar, donde se ubican los curas que celebran la ceremonia. En la misa los momentos de lecturas, declaraciones y rezos se alternan con música y canto. Sobre la tarima se halla una mesa y sobre ella se coloca la escultura de María con el pañuelo blanco en la cabeza. Detrás de la mesa, colgando del techo, se encuentra una obra de Adolfo Pérez Esquivel que representa la última estación del Vía Crucis de Jesús, en la cual “el Resucitado acompaña al pueblo de Dios en su camino” (18). Una pintura significativa en el contexto de la misa porque en ella Jesús, resucitado y con rostro moreno, aparece junto a obreros, campesinos, indígenas, niños en situación de calle y, entre ellos, las figuras de Monseñor Romero, Monseñor Angelelli y las Madres de Plaza de Mayo, entre otros. La obra representa a los “crucificados”, a los excluidos, perseguidos y asesinados, y a la iglesia latinoamericana que eligió acompañarlos. Por otro lado, sobre las paredes del templo, junto a imágenes de santos y vírgenes, se exhiben de modo permanente una serie de gigantografías que mediante textos y fotografías recuerdan a Mujica, Angelelli y Romero (19), a las monjas francesas, a las Madres y al conjunto de “los 12”. No es objeto específico de este trabajo analizar las marcas de la memoria que se han realizado en la Santa Cruz, sin embargo debemos decir que, en el contexto de la misa, esas marcas construyen un escenario propicio para la transmisión. Esos nombres y rostros estampados en las paredes del templo, al encontrarse colocados sobre un mismo plano, refuerzan la asociación existente entre actores y figuras del campo político y del campo religioso. Coadyuvan, pues, a construir un marco de interpretación.

 

 

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Gigantografías en el templo de la Santa Cruz

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Pintura de Adolfo Pérez Esquivel en el templo de la Iglesia de la Santa Cruz

 

La misa que analizamos en este trabajo comenzó con una canción. A continuación el párroco invitó a algunos referentes del movimiento de Derechos Humanos a subir a la tarima y sentarse alrededor de la estatua de María. Luego se apagaron las luces del templo, dejando sólo la luz de una vela encendida (espíritu santo) y se pidió un momento de silencio para “contemplar a María” que, en esta conmemoración, bien podemos decir, significa a su vez contemplar a las Madres. Luego tomó la palabra Pérez Esquivel, quien recordó a los “mártires” como Mujica, Angelelli y a quienes “abrieron las puertas de la Santa Cruz”, como el padre Mateo Perdía.

Al momento de la lectura del Evangelio, el cura señaló: “Cuando hacemos memoria también hacemos memoria de Jesús” (20) y a continuación leyó un pasaje del Evangelio de San Juan en el que Jesús se presenta por primera vez ante sus discípulos mostrando su cuerpo resucitado y les dice “que la paz esté con ustedes”. Finalmente llegó el momento de las ofrendas (el pan y el vino) y la oración que las acompaña. Se invitó a “compartir el pan” y mientras los participantes comulgaban los demás cantaban. Antes de finalizar, el párroco ofreció la bendición final.

 

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Misa en homenaje a los 12 de la Santa Cruz, 8 de diciembre de 2014

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Alba Lanzillotto, Nora Cortiñas y Antonio Puigjané “contemplando a María”

 

Varias cuestiones me interesa señalar al respecto. En primer lugar, el modo en que la conmemoración en este segundo momento adquiere la forma de una ceremonia religiosa, en la cual el lenguaje religioso, propio de la misa, se torna relevante por sobre las declaraciones y testimonios que priman en los actos homenaje. En segundo lugar, junto a las Madres, los familiares, los militantes y los desaparecidos, se recupera la imagen de los miembros del clero que “dieron su vida por el Evangelio”, recordando a esos mismos actores cuyos rostros se encuentran presentes en las paredes del templo. En tercer lugar, el relato de la memoria, sin dejar de referirse a los hechos que se conmemoran, toma como objeto aquí la palabra de Jesús, a través de los evangelios. Al respecto, en otra misa en la que tuve oportunidad de participar y en la cual también se homenajeaba a los desaparecidos, se leyó otro pasaje de los evangelios donde Jesús, luego de su resurrección, se le presenta tres veces a uno de sus discípulos, Simón Pedro, y le pregunta las tres veces si lo ama, a lo que Pedro responde siempre que sí. Luego, durante el sermón, el párroco expuso el sentido de esa lectura en esta misa:

La pregunta que Jesús le hace a Pedro es una pregunta a la que Romero, Angelelli y nuestros queridos treinta mil desaparecidos también se enfrentaron en algún momento de sus vidas (…) ¿vos te la bancás?, ¿vos realmente querés hacer esto?, ¿amás este proyecto? (…) Y ellos eligieron seguir adelante y ponerle el cuerpo (…) (21).

Y agregó, como interpelando a la audiencia: “Esto también nos pasa a nosotros, los que estamos acá alguna vez nos lo hemos preguntado ¿no?”, a lo que varias personas respondieron contando brevemente sobre distintos proyectos o iniciativas barriales en las que participan. Podemos decir, entonces, que la selección, lectura e interpretación de los evangelios que se realiza en el contexto de la misa inviste de un sentido religioso los acontecimientos y actores políticos que se rememoran. Se sirve de textos religiosos para transmitir, re significar y vincular con el presente experiencias del pasado reciente. Nuevamente se establecen ligazones o proyecciones entre los desaparecidos y asesinados durante la última dictadura y figuras emblemáticas del campo religioso católico, como Jesús y sus discípulos. Y nuevamente la “pasión”, como “entrega” a una causa, es lo que permite vincular a unos con otros.

 

Conclusiones

La memoria produce continuamente relatos que comunican experiencias del pasado así como los sentidos y lecturas que los “iluminan” desde el presente (Mc Cole, 1993). A veces se trata de entextualizaciones fuertemente constituidas (la consigna “hacer memoria de la pasión”, el grito colectivo de los 30.000, los evangelios), es decir, textos discretos que descontextualizados de su contexto original de producción, están disponibles para ser re contextualizados y resignificados en diversas situaciones (Bauman & Briggs, 1990). Otras veces son relatos más específicos, cuidadosamente elaborados para la ocasión (los documentos leídos y difundidos en los actos) o más o menos espontáneos (las interpretaciones sobre el evangelio durante la misa). Lo cierto es que esos textos son difíciles de comprender si no se atiende a los contextos en los emergen y son puestos en acto, definidos por los elementos que los participantes de la performance (aquí, la conmemoración) utilizan para construir marcos de interpretación. La memoria no depende entonces exclusivamente del relato para transmitir ideas, imágenes o recuerdos, ya que los gestos (colocarle el pañuelo blanco a la virgen), los silencios (para contemplar a María), el entorno físico (el Calvario y el templo de la Santa Cruz con sus imágenes y figuras), los objetos (la escultura de María, la pintura de Pérez Esquivel) y/o los cuerpos (la multitud reunida en el Calvario) también comunican sentidos, presuponen y actualizan experiencias y contextos pasados. Se trata de prácticas no discursivas que construyen un marco de compresión para lo dicho y a veces incluso comunican aquello que resulta difícil expresar, o no alcanza con expresarlo, por medio de palabras (la magnitud del crimen) (Dwyer, 2009).

Esta aproximación a las conmemoraciones que se realizan para recordar los secuestros y la desaparición de “los 12” pone al descubierto los modos en que en la Iglesia de la Santa Cruz las prácticas y discursos religiosos se hayan imbricados en la construcción y transmisión de las memorias sobre el terrorismo de Estado. He subrayado así las conexiones de sentido que se establecen entre actores y acontecimientos políticos del pasado reciente con figuras y escenas claves del simbolismo católico. Me refiero, por un lado, a la identificación de las Madres de Plaza de Mayo con la virgen María; por el otro, la proyección de la imagen de Jesucristo sobre los desaparecidos. La “pasión”, entendida como apasionamiento y a la vez como su desenlace trágico, se presenta entonces como una categoría articuladora que permite dotar de sentido la lucha social y política y las muertes de hombres y mujeres que, comenzando por Jesucristo, se convierten en modelos a seguir. La pasión permite pues tender lazos entre actores y figuras del campo político y religioso, construir parentescos a partir de un ejercicio de memoria (Carsten, 2007). Sin embargo, es posible también que esa identificación in extenso, potente y eficaz como consigna político religiosa, termine diluyendo la especificidad de las experiencias y trayectorias de los actores que se rememoran.

 

Notas

(1) Si bien asisto a estos homenajes desde el año 2012 en el presente trabajo tomo como base de análisis las observaciones que realicé durante la conmemoración realizada en el año 2014, en la cual el leitmotiv de la misma era homenajear la militancia de las Madres de Plaza de Mayo.

(2) La Santa Cruz fue semillero de algunas organizaciones de derechos humanos, por ejemplo, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, fundada en 1975. Durante los setenta la Casa Nazaret, una de las instituciones que integran la iglesia, acogió en sus habitaciones a personas perseguidas por la represión.

(3) Junto a las tres Madres y las dos monjas francesas fueron secuestrados también Remo Berardo, Julio Fondovila y Patricia Oviedo (quienes tenían familiares desaparecidos), Ángela Auad (quien tenía a su marido detenido a disposición del P.E.N.), Horacio Elbert, Gabriel Horane y Raquel Bulit (todos ellos militantes de la agrupación de orientación maoísta Vanguardia Comunista, espacio desde el cual acompañaban la búsqueda de las Madres). Vale señalar que ni Horane ni Duquet participaban en las reuniones en la Santa Cruz sino que una serie de circunstancias hicieron que se encontraran en el lugar y el momento equivocado. En este sentido, podemos decir que aquello que se dio a llamar el “grupo de la Santa Cruz”, los “12 de la Santa Cruz” o simplemente “los 12”, es ante todo un efecto de la represión y de la memoria de esa represión. Siendo lo más fiel posible al discurso de los actores, en este trabajo los nombraré de acuerdo a como lo hacen quienes organizan las conmemoraciones analizadas. Para más detalles sobre la composición del grupo véase Goñi (1996).

(4) Así se conocen popularmente los vuelos realizados por el Grupo de Tareas de la ESMA para asesinar y hacer desaparecer los cuerpos de sus detenidos. El dispositivo consistía en inyectarles una dosis de pentotal y una vez dormidos arrojarlos desde un avión al Mar Argentino. Se calcula que en la ESMA habrían estado secuestradas alrededor de 5.000 personas, la mayoría de las cuales se encuentran desaparecidas.

(5) Una reconstrucción minuciosa del caso se encuentra en los fundamentos de la sentencia dictada por el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 5 en la causa n° 1270 caratulada "DONDA, Adolfo Miguel s/infracción al art. 144 ter, párrafo 1º del Código Penal -ley 14.616" y sus acumuladas. Disponible en: http://www.cels.org.ar/blogs/2011/ESMA.pdf También son fuente de consulta los trabajos de Bousquet (1994), Cabrejas (1997), Gasparini (1986), Goñi (1996), Pierron (2009) y Rosenberg (1998).

(6) De mi entrevista con Carlos Saracini, misionero pasionista, ex párroco de la Santa Cruz, Buenos Aires, 12 de mayo de 2012. Basándose en testimonios recogidos de primera mano, Goñi (1996) también menciona algunas misas realizadas en la Santa Cruz a pedido de familiares de desaparecidos y señala a la madre de Horacio Elbert como la impulsora de las misas de los 8 de diciembre, al solicitarla en 1978 cuando se cumplía un año de la desaparición de su hijo y su ex nuera.

(7) Los testimonios recogidos por Goñi (1996) y Arrosagaray (2014) dan cuenta de que las Madres y otros familiares de desaparecidos solían encontrarse para intercambiar información y organizar acciones colectivas no sólo en la Santa Cruz sino también en otras iglesias de la ciudad, como la de Betania, la de Guadalupe, la de Pompeya, etc. Son bien conocidas además las misas celebradas por el obispo de Neuquén, Jaime de Nevares, junto a los organismos de derechos humanos locales, como también las que realizaba Monseñor Novak en la catedral de Quilmes.

(8) En la memoria de algunas Madres, la primera presentación de Astiz en su rol de Gustavo Niño fue al finalizar una misa celebrada en la Iglesia de San Nicolás de Bari en octubre de 1977 (Arrosagaray, 2014).

 

(9) El padre Bernardo Hughes recuerda la sencillez y necesaria discreción con que se realizaban esas primeras misas: “en aquél tiempo la gente venía, cada uno venía con su pañuelito, se tenía siempre un pañuelito como de cercanía, de expresión de afecto que es tan lindo… porque pobres señoras traían una carga de frustración, de dolor, de soledad (…) venían las señoras, las madres y otras personas, iban agregando algunas cosas, no? pero no eran cosas bien pensadas (…) después se fue haciendo más explícito”. Entrevista con Bernardo Hughes, misionero pasionista, ex párroco de la Santa Cruz, Buenos Aires, 28 de agosto de 2016.

(10) Dicha sistematicidad se plasmó, entre otras cosas, en la conformación anual de grupos de trabajo para la organización de las conmemoraciones. Entrevista con Carlos Saracini, op. Cit. La relevancia que cobraron los homenajes a partir de ese momento podemos situarla en el contexto local de mediados de los noventa. Las confesiones y autocríticas realizadas públicamente por algunos militares en 1995 y la conmemoración del vigésimo aniversario del golpe militar en 1996, provocaron un quiebre en el silencio vigente sobre la última dictadura al reinstalar el tema en el debate público, produciendo a largo plazo nuevas y variadas formas de construcción y transmisión de la memoria sobre el terrorismo de Estado.

(11) Recientemente, algunos de estos actores se agruparon bajo el nombre de “Familiares y compañeros de los 12 de la Santa Cruz”, un organismo de derechos humanos al frente del cual realizan distintas acciones de memoria y defensa de los juicios por delitos de lesa humanidad. Entre otras actividades tomaron a su cargo la organización de los actos homenaje del 8 de diciembre. Las misas, por el contrario, siguieron bajo la coordinación de los curas y laicos de la parroquia. En otro trabajo analizaremos estas transformaciones.

(12) Registro de campo, 8/12/2014.

(13) En un sentido más general Jelin (2010) señala el modo en que el uso y el abuso que la dictadura hizo de la referencia a la familia como unidad o “célula” de la nación tuvo su imagen en espejo en la lucha de las organizaciones de familiares de desaparecidos que de ese modo enfrentaron al régimen en sus propios términos.

(14) Fragmentos del documento leído y difundido en la conmemoración del 8 de diciembre de 2014 en la Parroquia Santa Cruz. Al hablar de los “crucificados de hoy” se hace referencia a actores diversos como los pueblos originarios, las “madres del dolor”, las mujeres víctimas de la violencia de género, entre otros. Las cursivas son nuestras.

(15) Justamente el documental estrenado en el 2009 y promovido desde la institución para narrar la historia de los secuestros lleva por nombre “La Santa Cruz, refugio de resistencia”.

(16) Memoria Abierta, Testimonio de Patricio Bernardo Hughes, Buenos Aires, 2005. Las cursivas son nuestras. Es necesario aclarar que no proponemos realizar aquí una interpretación teológica de categorías de origen religioso, como la “pasión”, sino que las consideramos en tanto que “categorías nativas” (apelando aquí al lenguaje antropológico), es decir, desde el sentido que le otorgan los actores sociales inmersos en ese trabajo de la memoria.

(17) No analizaremos aquí los últimos cambios realizados en la organización de las conmemoraciones, esto es aún objeto de indagación. Sin embargo, es necesario mencionar que desde diciembre de 2015, coincidiendo con el cambio de autoridades en la iglesia, la misa se celebra por la mañana y el acto homenaje se realiza por la tarde.

(18) Se trata del último de los 15 paños que componen su obra titulada “Vía Crucis Latinoamericano”, inaugurada en 1992 en ocasión de cumplirse los 500 años del inicio de la colonización de América. En ella Pérez Esquivel representa las quince estaciones del Vía Crucis a través de las problemáticas que atraviesan a América Latina. La obra se puede ver entera en la página de su autor: http://www.adolfoperezesquivel.org

(19) El padre Carlos Mujica, cura villero y referente local del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo fue asesinado por la “Triple A” el 11 de mayo de 1974. El obispo de La Rioja Monseñor Enrique Angelelli, integrante de la corriente católica progresista, fue muerto en un accidente fraguado por el Ejército el 4 de agosto de 1976. Monseñor Romero, obispo salvadoreño, fue asesinado el 24 de marzo de 1980 por el Ejército mientras oficiaba una misa. En la Iglesia de la Santa Cruz anualmente se conmemoran las muertes de los dos primeros, también a través de misas celebradas en su nombre.

(20) Registro de campo, 8/12/2014.

(21) Registro de campo, 22/5/2015.

 

Bibliografía

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*Antropóloga egresada de la Universidad de Buenos Aires. Becaria doctoral y doctoranda de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Docente de la carrera de Ciencias Antropológicas (UBA). Investigadora del equipo UBACyT “Lugares y políticas de la memoria” (IIGEO-UBA) y del Grupo “Lugares, marcas y territorios de la memoria” (Núcleo de Estudios sobre Memoria- IDES). Formó parte del equipo que reconstruyó el funcionamiento del Centro Clandestino de Detención “Mansión Seré-Atila”. En su investigación de doctorado analiza los procesos y modalidades de construcción y transmisión de las memorias sobre el terrorismo de Estado en la Iglesia de la Santa Cruz.

 

 

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