Reseña de actividad: “Una historia que es mía, pero que no me pertenece. Es nuestra” Conversatorio con Laura Alcoba en el Bachillerato de Bellas Artes
Aletheia, volumen 8, número 16, junio 2018 ISSN 1853-3701
Sabrina Rosas*
FaHCE, UNLP
2018, La Plata
Tras la publicación de su nuevo libro, La danza de la araña (2018) la escritora Laura Alcoba (1) visitó la ciudad de La Plata el pasado 26 de abril para presentar el tercer volumen de una trilogía que nos lleva a reflexionar sobre los oscuros años del terrorismo de Estado desde la mirada infantil y la difícil experiencia del exilio en el extranjero en una vida dividida entre Argentina y Francia. Sus tres trabajos, La casa de los conejos (2008), El azul de las abejas (2015) y La danza de la Araña (2018) nos invitan a recorrer la experiencia de vida de una niña que se irá convirtiendo en mujer, y que transformará sus memorias en literatura.
Este evento se desarrolló en el colegio secundario Bachillerato de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata, en una fresca tarde de otoño en la que las nubes negras de la lluvia que se avecinaba no impidieron el encuentro. Tampoco lo hizo el marco de jornada de protesta y paro de actividades del colectivo docente en un contexto de lucha en defensa de la educación pública (foto 1).
La presencia de Laura en nuestra escuela pudo ser posible tras los contactos realizados en Angoulême, Francia, en el mes de marzo, cuando un grupo de estudiantes y docentes visitaron la ciudad en el marco Proyecto de Extensión “El savoir-faire entre estudiantes del BBA y LISA a través de la extensión”, del Departamento de Ciencias Sociales del Bachillerato. El viaje programado de Laura hizo posible acordar este evento, sumamente significativo para la institución como para la Universidad.
La escuela esperaba a Laura. Deseaba recibirla con abrazos simbólicos que se traducían en distintas intervenciones artísticas; xilografías de color violáceo con la imagen de una flor de jacarandá(2) que contenía un conejo, marcó un sendero, un rastro a salto de conejo que se multiplicaban a medida que se llegaba a la puerta del Aula Zucchi (3) (foto 2 y 3). Como señala Laura en La casa de los conejos, estos animales fueron guardianes de la casa de calle 30 y del embute que supo camuflar a la imprenta de Evita Montonera. En tal sentido, el espacio escolar acompañó esa metáfora, cargando de sentido y de memoria todos sus rincones (4). Por su parte, la música de Lucio Maggiori y Federico Consonno (foto 4), dos estudiantes de séptimo año, a través de canciones emblemáticas como Alicia en el país de las maravillas o Dinosaurios, de Charly García, supieron llenar de calidez e impulso el momento en que Laura comenzara a contarnos lo que deseara.
Sin libreto ni formato, y con las emociones a flor de piel, Laura agradeció la posibilidad de estar aquí, en esta escuela tan golpeada por la represión, y en esta ciudad, cargada y colmada de sangre. Comenzó su intervención comentando que La Danza de la araña es un libro que cierra un ciclo de una escritura sobre una historia “que es la mía, pero que a su vez no lo es; es una historia nuestra”. Este ciclo, que se inició con La casa de los conejos no fue pensado como una trilogía, sino como la puesta en palabras de sus primeras emociones a la distancia. Cuenta la historia que vivió Laura en la casa de calle 30, en donde funcionaba una imprenta clandestina montonera. Un lugar en donde murió mucha gente.
Si bien el exilio en Francia pudo generar sensaciones de lejanía con su historia en Argentina, sobre todo luego de la liberación de su padre a fines de los 70, todos los años consecutivos fueron de búsqueda y de encuentro con aquella historia que la marcaría para siempre. “Escribo para entender por qué estoy acá y ellos no”, comentaba. “El libro La casa de los conejos es un canto a Diana, y un canto a la supervivencia. A través de la escritura busco alcanzar un eterno presente, como el que vivo”.
Como si fuera un dejá vu, las canciones de bienvenida que sonaron en el encuentro le recordaron a la autora cómo fue posible el inicio de su tercer libro. La danza de la araña nació en una circunstancia similar a este encuentro, en Francia, durante la presentación de su segundo libro, El azul de las abejas. En ese entonces, estudiantes secundarios le realizaron varias preguntas sobre su obra, sobre la trama propia de la historia. Esas preguntas despertaron en ella nuevos interrogantes, y fue allí cuando pudo evidenciar cuántas cosas restaban aún por decir, cosas pendientes que merecieron un nuevo volumen.
En este ciclo de escritura no buscado, las historias reflejan los estadios de la memoria y de los silencios, de la posibilidad real de poner en palabras el dolor y el horror. Mientras que en La casa de los conejos se refleja su silencio, la imposibilidad de poder hablar y decir en la casa de calle 30, en El Azul de las abejas transita la salida de ese silencio, un idioma de letra muda, que supo jugar con el silencio. Pudo comenzar a decir en un idioma renovado, elaborado por fuera de su madre, una voz propia con la cual pudo empezar a decir por fuera del control del mundo adulto. Ese encuentro estudiantil puso frente a sus ojos cuántos silencios quedaban aún encerrados: no solo el padre de la narradora se había quedado en la cárcel en el Azul de las abejas, sino que también a ella le faltaba un llanto profundo, un fuerte grito que aún no había podido sacar, exteriorizar. Fue entonces cuando decidió escribir su tercer volumen, abrió la jaula, dejó salir a la araña y a su padre, en un fuerte desahogo personal.
Atravesada por las emociones encontradas, Laura pide al público que simplemente elabore preguntas, que establezcamos un diálogo. Ella no vino a trasmitir ninguna verdad, ninguna memoria. Vino a construirla y reconstruirla con todos/as nosotros/as. Y comenzamos a preguntar y ella a responder.
Público: Cuando venís La Plata, ¿soles visitar la casa de calle 30?
L.A.: Yo he regresado a Argentina en algunas oportunidades antes de volver a ir a esa casa. Me resultaba una zona oscura y silenciosa. En aquellos momentos, solía escribir y leer con la certeza de que, si deseaba escribir algo, tenía que ir a buscarlo allí. Corría el año 2003 y mi abuela Quela cumplía 80 años, motivo por el cual se realizaría una gran fiesta. Viajamos junto con mi hija para acompañarla en su día, y fue ese el viaje en el que me decidí a volver a “la casa de los conejos”.
Si me preguntan, creo que una de las cosas que me llevó a necesitar conectarme nuevamente con ese lugar fue el nacimiento de mi tercera hija, la primera mujer, a través de la cual la presencia de Clara y de Diana se hicieron más latentes. Fue entonces cuando decidí contactar a Chicha Mariani, después de casi 30 años sin saber la una de la otra. Recuerdo haberme presentado así: “Hola Chicha, soy Laura Alcoba. Solía vivir junto a mi mamá en la casa de calle 30, con Diana y Ernesto, no sé si me recordarás”, y ella me respondió “Sí, Laurita” - como si aún tuviera 7 años –pensé que vos y tu mamá habían muerto”. Aquellas palabras me atravesaron, fue la primera vez que dimensioné la muerte como una posibilidad en mi historia, evidenciando la distancia y el desconocimiento en el que vivimos durante tantos años.
Decidí regresar, entonces, en aquel 2003. Fue un viaje muy fuerte, en el que sentí que la casa me hablaba. Tenía sensaciones físicas fuertes, en el que me encontraba con escenas de la vida cotidiana, de mi infancia, entre juegos y silencios; pero al mismo tiempo, la casa estaba toda agujereada, no era el reflejo de mi recuerdo. El espacio se mixturaba entre mis memorias y las huellas de la represión.
Tras regresar a Paris, comencé a poner en palabras las imágenes que me traía la memoria, las sensaciones que siempre habían estado allí pero que la visita me había potenciado. Eran como flashes de recuerdos. No eran imágenes oscuras: era la memoria que regresaba desde el 76.
Tres años después, en un caluroso febrero, volví por segunda vez a visitar la casa de calle 30. Y con menos lágrimas en los ojos, el libro salió.
Público: Laura, ¿Sos consciente de la repercusión que tuvo tu libro en Argentina y en el mundo?
L.A.: Sé que mis libros viajan. Me pregunto por qué viajan. Presenté La casa de los conejos en lugares insólitos, como Argelia o Sarajevo. Sobre la trilogía, actualmente, hay muchas tesis en elaboración, y de distintos países. Cada cual hace sus interpretaciones y críticas.
Yo tengo la impresión de llevar algo que construyo, que le doy mi energía, pero que no me pertenece. Simplemente tengo la impresión de estar haciendo lo que tengo que hacer, haciendo mi aporte.
Público:¿Qué uso social crees que deben tener o tiene tus libros?
L.A.: No lo sé. No quisiera cerrar nada. Un libro, y menos la literatura, no puede venir con una guía temática que indique “este libro sirve para esto…”
Quisiera compartir con ustedes un recuerdo, uno muy importante que me llevó mucho tiempo formular… espero hacerlo de la mejor manera:
Cuando vivía en la casa, yo no podía hablar, o bien había que saber con quién hablar y de qué. Junto a Diana, que compartíamos varias tardes en esa casa, hacíamos un juego que consistía en códigos de comunicación. Entre las dos y las cuatro de la tarde solo nos podíamos comunicar con papelitos. Ese juego me recordaba la sensación que era tener la boca cerrada. Y en una ocasión, Diana sacó de su billetera uno de esos papelitos, que decía algo así: “que lindo es sentir en la boca cosquillas, teniendo los labios cerrados”.
Cuando me llamaron de Gallimard interesados por mi libro, me emocioné mucho. Y tras ese llamado, vino a mí ese recuerdo, el del papelito y el de una frase que no podía creer haber escrito. Cuando digo que esta historia no me pertenece es porque me supera, porque tiene que ver con los fantasmas, con los que ya no están, pero que a la vez están.
Público:¿Qué expectativa tienen en la Casa Marini-Teruggi de encontrar a Clara Anahí?
L.A.: Creo que todos tenemos esa expectativa, desde siempre. Hace un año y medio, yo hablé con Clara, yo hablé con su ficción. Fue algo muy terrible. La casa de los conejos es un libro dedicado a una persona muerta que para mí está viva. Y también para muchas otras Claras.
Por supuesto que hay una expectativa. Pero la situación con la ficción de Clara, con la falsa Clara fue muy cruel, y creo que único. Aún me sorprendo de pensar que Chicha haya sobrevivido a esa ficción.
Público:¿Qué te hace gritar este último libro?
L.A.: En La casa de los conejos todo se presenta como en un nudo. La imposibilidad de decir. En el Azul de las abejas vuelve el juego con el silencio, a pesar de mantener un lenguaje censurado y controlado con el padre. Pero faltaba algo, faltaba gritar algo.
La danza de la araña tiene replicas pero también variaciones con el primer libro, en donde algunas cosas que parecen anecdóticas son en realidad puentes entre ambos textos.
En La casa de los conejos, la nena protagonista llora. En La danza de la araña, ella grita sin poder detenerse. El grito que le despierta la presencia del exhibicionista que le muestra sus genitales en el espacio público es el grito que la ha acompañado desde La casa de los conejos.
Público: En La danza de la araña, la protagonista de la historia se encuentra descubriendo su cuerpo y su sexualidad. Te has focalizado mucho en narrar experiencias que tenemos las mujeres cuando comenzamos a dejar la niñez, generando mucha empatía con las lectoras, principalmente cuando narras situaciones que le han pasado a cualquier mujer como tener que vivir acoso callejero. Estas escenas, ¿son el reflejo de tu propio recuerdo o se trata de una decisión política que quieren evidenciar estar situaciones?
L.A.: No lo he planteado como una decisión política consciente o militante, sino que son escenas que escribí pensando y repensando mucho en lo que es ser una mujer, o bien el paso a ser una mujer. Lo que sí puedo identificar es que tanto El azul de las abejas como La Danza de la araña fueron libros que escribí conjuntamente con el crecimiento de mi hija. En cada libro, la edad de la narradora tiene la edad de mi hija, y sin duda los recuerdos de mi infancia y de mis primeros años como mujer se entrelazan con su experiencia, y la mía como madre. Es decir, hay una relación de espejo entre ambos momentos. Por ejemplo, la escena en la que la protagonista quiere elegir su propio corpiño es una momento en que yo, como madre, reflexioné sobre mi vida y mi experiencia y sobre la de mi hija, una reflexión más allá del recuerdo personal y de lo anecdótico.
Público: Cuando en enero del año 79 logras salir del país hacia Francia, junto a tu abuelo, ¿llevaste contigo algún objeto? Tal vez alguno que te haya acompañado a lo largo de todos estos años y de la escritura de la trilogía…
L.A.: De la casa, nada. Los objetos que utilizo y me ha acompañado toda la vida son las cartas, las que intercambiamos con mi padre mientras estuvo detenido en Argentina. Tengo muchísimas cartas. Estuvieron sin tocar durante muchos años. Las tenía siempre conmigo. Me mudé muchas veces, pero mi tesoro era la cajita con esas cartas. Solo decidí volver a tomarlas, a leerlas, al comenzar a escribir el segundo libro, El azul de las abejas. Abrí entonces mi tesoro, escondido debajo de mi colchón, y comencé a clasificarlas. Dormí sobre ellas hasta que pude volver a leerlas.
Y tal vez un segundo objeto importante que atesoro son las obras completas de Jorge Luis Borges, una edición de los años setenta, de tapa verde, que trajo mi padre cuando salió en libertad y logró traer a casa con nosotras en París. En ese reencuentro, él me dio un ejemplar. Abrí el libro y en la primera hoja estaban sus datos, los datos de la cárcel. Rápidamente tomó el libro y arrancó esa primera hoja diciéndome que eso ya había quedado atrás.
Público: Laura, tus libros han sido editados en muchos idiomas. Sin embargo, tus escritos siempre han sido, originalmente, en lengua francesa. ¿Qué facilidades o qué dificultades te presentó la cuestión del lenguaje en tu trabajo?
L.A.: Como comentaba anteriormente, comencé a escribir cuando me volví a conectar con la casa de calle 30, y por tanto con el idioma español. Pero siempre escribí todo en francés, y luego se daba el paso al castellano. Creo que esto fue de gran ayuda a la hora de poder escribir, de decir, aunque algunas dificultades fueron difíciles de sortear, con palabras específicas como embute…
Público: ¿Qué te sucede cuando algunas de las voces que forman parte de tus memorias generan críticas? ¿Cómo te llevas con las distintas recepciones de tus obras?
L.A.: La crítica y la recepción me parecen siempre positivas. Como cualquiera novelista, existen momentos de agresividad. En mi caso, los hubo.
Sin embargo, me considero una persona bastante solitaria. No formo ni he formado parte de grupos u organismos. Pero al mismo tiempo soy consciente de que eso que yo escrito tiene una recepción e impacto. Por mi parte, conservo mi libertad personal y de palabra.
En esos momentos, también se ponen en marcha otras memorias. Tener algo que contar y que me busquen a mí para contarlas es gratificante. Pero la recepción es algo que le pertenece a cada uno. Yo no escribo de manera militante, sino que recupero la memoria, mi memoria para hacer literatura, ésta, que no se sabe bien qué es.
Trabajo con palabras para expresar lo mejor y mayor posible con el menor material posible, en la búsqueda de algo ético y poético. Me inspiro en escritores que no tienen vínculos ni con Argentina ni con los estudios de memoria. Busco la música de las palabras, su ritmo, escucho como suenan. Leo en voz alta lo que escribo, y cuando me gusta como suena su melodía es cuando sé que el trabajo está terminado. Entre la memoria y la literatura, tejo algo con mucho cuidado y de manera minuciosa. Es la historia de mi vida, que es mía pero que no me pertenece. Es nuestra historia.
Los aplausos invaden la sala, abrazan a Laura con complicidad y entendimiento, porque compartimos los tejidos de una historia que nos atraviesa, entendemos y sentimos el dolor, que es de ella y también nuestro, y que lo convertimos en memoria y en lucha.
Notas
(1) Vivió hasta los diez años en Argentina antes de radicarse en París con su familia. Se licenció en letras en l’Ecole Normale Supérieure, y es especialista en el Siglo de Oro español. Actualmente ejerce la docencia en la Universidad de París y trabaja como traductora de teatro y editora en Francia. Ha escrito La casa de los conejos (Edhasa, 2008), su primera novela, publicada originalmente en Francia por Gallimard y traducida al alemán, el inglés y el italiano, Jardín blanco (Edhasa, 2010), Los pasajeros del Anna C. (Edhasa, 2012). En 2013 apareció Blue Bee inspirada en su llegada a Francia cuando era una niña. La novela evoca la correspondencia que mantuvo en su momento con su padre, entonces preso político en Argentina. Más tarde escribió El azul de las abejas (2015). Muchas de sus obras fueron publicadas originalmente en francés por Gallimard, al igual que La danza de la araña, novela por la que recibió el Premio Marcel Pagnol 2017. Su obra se tradujo al alemán, el inglés, el serbio, el italiano y el catalán.
(2) En correspondencia con el símbolo de la Comisión de Memoria del Bachillerato de Bellas Artes.
(3) El nombre de este salón fue consignado en homenaje a la memoria de Irma Zucchi, profesora de Historia y directora del Colegio, detenida-desaparecida la noche del 17 de noviembre de 1976 en nuestra ciudad.
(4) En la producción de las xilografías colaboraron estudiantes de séptimo año del Espacio de Profundización en Artes Visuales, y estuvo a cargo de los y las docentes Costanza Clocchiatti, Andrea Poli, María Noel Correbo y Leonel F. Pinola.
Fotos
Foto 1. Laura Alcoba, portando la remera de docentes en lucha en el marco del paro docente realizado ese día.
Foto 2. Intervención artística en los pasillos del Bachillerato de Bellas Artes.
Foto 3. Puerta del salón Irma Zucchi.
Foto 4. Estudiantes reciben a Laura Alcoba con dos temas de Charly García.
* Sabrina Rosas. Profesora en Historia por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UNLP. Docente en el Bachillerato de Bellas Artes, el Liceo Victor Mercante y FaHCE. Maestranda en Historia y Memoria, FaHCE, UNLP. Miembro del Centro de Historia Argentina y Americana, FaHCE, UNLP.