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Emiliano Tavernini. Dos fotografías recientes del Ford Falcon como manifestación de lo unheimlich

Aletheia, volumen 8, número 15, octubre 2017 - ISSN 1853-3701

Tavernini / Artículos en PDF

 

Emiliano Tavernini *
IDHICS-CONICET
2017, La Plata
emilianotavernini@gmail.com

 

 

 

 

Resumen

En este trabajo me propongo analizar algunas de las formas del retorno del pasado reciente argentino a través de ciertos usos, manipulaciones y descubrimientos en torno al Ford Falcon verde. Para algunos, símbolo de los grupos de tareas de la última dictadura militar, para otros, fetiche de la mercancía revestido de afectos. Vamos a trabajar con dos fotografías que comparten un sustrato común, son huellas de un pasado que no cesa de ocurrir y que irrumpe en lo real como un espectro que adquiere nuevos contextos para hacerse oír. Más allá de los usos y las intenciones de los respectivos fotógrafos, me interesa hacer foco en la experimentación de lo siniestro que provocaron en los espectadores, experiencia que aborda Freud en un texto de 1919 “Lo unheimlich” para dar cuenta de un fenómeno ambiguo e inquietante que reúne dos sentidos, por un lado designa algo que es familiar e íntimo, por otro lado designa lo secreto, oculto, impenetrable y peligroso.

Palabras clave: Memoria, Fotografía, Ford Falcon, Dictadura argentina

  

Introducción

En este trabajo me propongo analizar algunas de las formas del retorno del pasado reciente argentino a través de ciertos usos, manipulaciones y descubrimientos en torno al Ford Falcon verde. Para algunos, símbolo de los grupos de tareas de la última dictadura militar, para otros, fetiche de la mercancía revestido de afectos.

Vamos a trabajar con dos fotografías que tuvieron amplia repercusión en los medios de comunicación y en las redes sociales mientras fueron noticia, en el transcurso de no más de tres días. Repasaremos brevemente cada una de ellas para luego analizarlas.

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En primer lugar una fotografía que circuló en 2011 con motivo de la reapertura del hogar del feminicida Barreda (1), cuando se le concedió por segunda vez la prisión domiciliaria y el Estado expropió su vivienda. La imagen que más trascendió fue la de un Ford Falcon verde estacionado en el garage con visibles signos de deterioro. Si bien el día que los peritos y escribanos de Tribunales ingresaron al domicilio se invitó a periodistas a fotografiar el interior, el resto de las imágenes de la casa no tuvieron el mismo destino, incluso no hay registros del otro auto propiedad de Barreda, un DKW Auto Unión que también habría estado según los testigos abandonado adentro. La potencialidad del modelo y del color del vehículo sirvieron para retratar mucho mejor lo siniestro del espectáculo que se esperaba encontrar en la “casa del horror”.

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La segunda, es del 27 de marzo de 2012. En ella vemos un galpón abandonado en la Subjefatura de Intendencia de la Base Naval de Puerto Belgrano en  Punta Alta, perteneciente a la Armada, en el que se encontraron 43 Ford Falcon y un Chevrolet Chevy utilizados en su momento por el Estado terrorista para realizar secuestros. Producto del exceso de polvo encontrado en el lugar, la imagen produjo un efecto singular, las fotografías se tiñeron de un aspecto fantasmal que impactó en los receptores como una especie de sinécdoque de los desaparecidos, en tanto la materialidad de los vehículos permitía acceder a una transferencia aurática del momento previo a la muerte, pero también de los torturadores. De hecho, un flyer de la organización H.I.J.O.S. de Bahía Blanca, invitaba en 2012 a uno de los juicios contra el V Cuerpo del Ejército con esta fotografía en blanco y negro y el logo de la agrupación en el centro con el pedido de Juicio y Castigo.

Pues bien, los dos casos nos ofrecen problemáticas distintas para analizar, pero sin embargo comparten un sustrato común, son huellas de un pasado que no cesa de ocurrir y que irrumpe en lo real como un espectro que adquiere nuevos contextos para hacerse oír. Más allá de los usos y las intenciones de los respectivos fotógrafos, me interesa hacer foco en la experimentación de lo siniestro que provocaron en los espectadores, experiencia que aborda Freud en un texto de 1919 “Lo unheimlich” para dar cuenta de un fenómeno ambiguo e inquietante que reúne dos sentidos, por un lado designa algo que es familiar e íntimo, por otro lado designa lo secreto, oculto, impenetrable y peligroso.

 

“Unidos descubrieron lo hermoso que es vivir de una ilusión” (2)

Para comenzar, nos preguntamos por qué la fotografía del garage de Barreda fue la que más difusión tuvo, si en el archivo periodístico había más fotografías, incluso otro auto. Entiendo que fue simbólica y eficaz de alguna manera, porque permitía capturar la perversidad de dos tiempos superpuestos en un óxido y en una decrepitud simultánea. El odontólogo reconocido y “buen vecino” que asesinó a las mujeres de su familia y el vehículo ultracodificado en la cultura argentina que salía de cacería humana durante la última dictadura militar, omnipresente en documentales y producciones artísticas que abordan el terrorismo de Estado. Ambos fenómenos, en apariencia, formarían parte de un pasado lejano, inaprensible, materializado en la corrosión. Ahora bien, qué efectos produce esta fotografía en quienes leen la noticia o tienen contacto con ella de un modo azaroso, casi de pasada, qué imaginarios pone en funcionamiento a nivel del sentido común. Nos interrogamos por ese plus de horror que contiene la imagen y que trasciende lo que se fue a buscar, porque qué interés puede tener entrar a fotografiar la casa abandonada de un feminicida salvo sorprenderse con lo obsoleto de los materiales de trabajo de fines de los ’80 de un odontólogo o alguna mancha de sangre en el suelo, vestigios de lo que se pretende re-comprobar.

Llama la atención que en la web se encuentren tres fotografías tomadas en el mismo lugar, las tres tomas se ubican a ras del suelo, en contrapicado, en un intento por darle relevancia al descubrimiento, a ese poder derruido, decrepito, pero ante el cual nos seguimos arrodillando. Este plano que fue el favorito de la propaganda fascista parece deslumbrarse frente al mal absoluto. De esta manera, ¿es posible pensar el caso Barreda como continuidad lógica del Estado terrorista (si es que eso se propone el fotógrafo y los editores), como sí podríamos hacerlo con el recientemente espectacularizado Caso Puccio sobre el que se realizaron una serie y una película en simultáneo, o por el contrario, asistimos a una mera banalización de los dos acontecimientos?

Didi-Huberman puede ser de gran ayuda cuando aborda el problema de lo que Régine Robin denomina memoria saturada. Dice en Remontajes del tiempo padecido (2015) que si la memoria de los campos de exterminio puede parecer saturada en la actualidad es porque “ya no es capaz de poner en relación singularidades históricas y se fija, por lo tanto – cuando no es simplemente negada-, en aquello que Anette Wieviorka  llama ´concepto´: la Shoa como acontecimiento histórico se vuelve ´la Shoa´ como abstracción y límite absoluto de lo nombrable, de lo pensable y de lo imaginable” (Didi-Huberman, 2015: 17) (3).

Esta observación remite al estudio que realiza Roland Barthes a mediados del siglo XX en Mitologías (2003). Según Barthes, el mito surgiría como un sistema semiótico secundario que absorbe, se apropia o roba un lenguaje objeto, es decir un sistema semiótico primario, un signo con su significante y su significado, tal como lo definió Saussure. El signo en esta metaoperación va a manipularse de forma tal que sirva de significante de un concepto para producir nuevas significaciones deformadas o desviadas que tenderían a naturalizar tautológicamente la imagen del mundo. En esta equiparación se juega la posibilidad de hablar de una memoria saturada tal como lo señalaba Robin.

La irrupción del pasado en la imagen del Falcon produce un síntoma, un punto crítico, un malestar en la tradición que ofrecía hasta ese punto un pasado cerrado. Esta supervivencia que relampaguea, traducida al pensamiento de Barthes se asociaría al sentido de la cadena semiológica primaria que adquiere una doble faz al convertirse en significante del mito.

Así es que los mitos, como formas de comunicación determinada históricamente, según Barthes, no se definen por el objeto de su mensaje, es decir: “Barreda tenía un Falcon verde igual al de los grupos de tareas” sino por la forma en que se lo profiere. La fotografía no oculta nada porque su función es la de hacer desaparecer, es reproducida sin contar con un marco de inteligibilidad apropiado.

El saber contenido en el concepto, es decir, en el significado de la cadena semiológica secundaria, es en realidad un saber confuso, formado por asociaciones débiles, ilimitadas, inestables y efímeras porque dura lo que dura una noticia. El mito mismo sería la ligazón imprecisa de ese signo primario (el Falcon verde) con el concepto (perversidad absoluta).

El mito, al ser un valor, está más allá de lo verdadero y de lo falso: “Barreda es un asesino porque usaba un Ford Falcon verde”. Esta significación es motivada, no arbitraria y precisamente la tarea del mitólogo o del crítico de la cultura va a ser la de percibir esa desviación e intentar reponer el significante lleno, el sentido, en su dimensión histórica para develar la impostura. Así es que en esta alternancia veloz producida al interior del significante mítico se va a producir un proceso de llenado y vaciado constante: entiendo entonces aquí al sentido como una metáfora de la memoria porque postula un pasado, un orden compartido de ideas y una reserva de historia, mientras que la forma aleja toda esa riqueza, la empobrece manteniéndola a su disposición, permitiendo la manipulación del concepto, es decir, del sentido común.

Intentaré demostrar que ese sentido trabajado por Barthes va a estar indefectiblemente asociado a lo unheimlich en la fotografía del garage de Barreda. Como lo que interesa es el efecto inmediato del mito, la imagen carece de texto. El mito que construye el Falcon de Barreda en su ambigüedad e inestabilidad no se propone explicar, simplemente comprueba y justifica. Se borra así la posibilidad de dar cuenta de la larga data de los feminicidios en Argentina en tanto construcción cultural naturalizada de violencia simbólica, psicológica, económica y política contra las mujeres, al mismo tiempo que se libra de culpa a quienes en los ’90 se pusieron la remera de San Barreda (4).

Ante este problema Didi-Huberman propone pensar junto con Walter Benjamin mecanismos que permitan producir nuevas legibilidades y visibilidades históricas, dado que no se trata solo de ver sino de saber. De esta manera recupera la técnica del montaje como metodología pero también como teoría, en tanto permite recuperar la singularidad del acontecimiento en sus pequeños fragmentos.

Lo que falla en la reproducción automática de la fotografía del auto de Barreda por parte de los editores de periódicos o portales de noticias, es la asignación de un marco explicativo a esa superposición de tiempos y sentidos que acontece en la imagen. En oposición a este orden de ideas, la imagen dialéctica se presentaría como un momento de “despertar” que vislumbra una posibilidad revolucionaria. El shock que induce la imagen dialéctica al convocar el torrencial fragmentario del pasado, está también orientado a generar un despertar. Walter Bejamin escribió que “la imagen leída, o sea, la imagen en el ahora de la cognoscibilidad, lleva en el más alto grado la marca del momento crítico y peligroso que subyace a toda lectura”, (Benjamin, 2007: 465). Hacer imágenes dialécticas es para el autor también, un ejercicio político y revolucionario. Asociar imagen y letra sería el desafío pendiente en el proceso de lectura de esta fotografía. Acción que permitiría distanciarse de la mitología que implica asociar a un feminicida con la dictadura convirtiéndolo en una encarnación del mal en abstracto. Dice Didi –Huberman “escritura y montaje permiten ofrecer de las imágenes una legibilidad, lo que supone una actitud doble, dialéctica (a condición, por supuesto, de comprender con Benjamin que dialectizar no es sintetizar, ni resolver, ni “reglamentar”): no dejar de abrir asombrados nuestros ojos de niño ante la imagen (aceptar la prueba, el no saber, el peligro de la imagen, la falta del lenguaje) y no dejar de construir, como adultos, la “cognoscibilidad” de la imagen (lo que supone un saber, un punto de vista, un acto de escritura, una reflexión ética)” (Didi-Huberman, 2015: 65).

Contextualizando los significados que en nuestra sociedad adquirió este automóvil, descubrimos que desde los comienzos de su producción hay una clara construcción de mercado tendiente a identificarlo como sinónimo de la familia argentina, que en el contexto de la reapertura de la casa de Barreda relampaguea como parodia del auspicio que la Ford Argentina realizó de la telenovela La Familia Falcón de Hugo Moser. Este programa se extendió de 1962 a 1969 y fue precursor de un género de la televisión argentina que encontró sus continuadores en Los Campanelli (1969-1974), La familia Benvenuto (1991-1995), Los Roldán (2004-2005) o la adaptación local de Casados con hijos (2005-2006), representaciones performáticas de lo que es/debería ser una familia argentina. La metáfora de la familia, del éxito deportivo (la marca fue campeona del Turismo Carretera de 1972 a 1978) y de una edad de oro de la industria nacional (el Falcon comienza a importarse para ensamblar en 1962 pero ya en 1963 se fabrica íntegramente en el país) con la conformación del Estado terrorista se convierte en metáfora del miedo y la desaparición forzada.

Aquí es importante recuperar la idea de hegemonía cultural utilizada por Raymond Williams, en el sentido de que ningún orden social dominante agota todas las prácticas humanas. Analizando el proceso social total le podemos dar un mayor alcance al concepto de cultura que el que la asocia sólo a la superestructura analítica del marxismo clásico. Para el autor una hegemonía es siempre un proceso, un complejo efectivo de experiencias, relaciones y actividades que tiene una  lógica específica, jamás puede ser individual. De esta manera vemos que todos esos significados que se fueron adhiriendo a la historia del vehículo a través de distintos momentos históricos siguen haciendo sentido para amplias capas de la población que seleccionan o recortan un valor específico.

Más allá de las manipulaciones conscientes del fotógrafo, es útil pensar junto con  Williams que la materialidad del Falcon en tanto producto cultural, va a operar en un presente denso en el que van a confluir elementos emergentes (los nuevos significados y valores, nuevas prácticas, nuevas relaciones y tipos de relaciones que se crean continuamente), arcaicos (lo que se origina en el pasado y puede ser observado para ser examinado o incluso para ser revivido de un modo especializado) y residuales (lo que ha sido formado en el pasado pero que todavía se halla en actividad dentro del proceso cultural del presente), que van a tener una función dominante (según sean cooptados para renovar la hegemonía cultural dominante), alternativa (en el caso de que no coincidan en algunos aspectos con la hegemonía dominante pero que sin embargo no cuestionan el orden establecido) u oposicional (sobre todo en las prácticas emergentes que entran en conflicto con la hegemonía dominante y la disputan, de lo contrario en lugar de hablar de prácticas emergentes se hablaría de un elemento simplemente nuevo) (Williams 2014 165).

En todo caso la utilización que propone la prensa del automóvil, está en sintonía con la asociación impulsada por la industria cultural durante la década kirchnerista. Asociación que no agota todos los significados, de hecho una situación peculiar sucedió en la ciudad de Junín,  gobernada por el PRO, el año pasado con motivo del acto por el Bicentenario de la Declaración de la Independencia. Allí se vio una caravana encabezada por un Ford Falcon verde sin patente. La fotografía fue rápidamente interpretada como una reivindicación del terrorismo de Estado, más allá de que era posible observar que todos los autos de la caravana eran Ford Falcon de distintos colores, dado que se trataba de un homenaje del Club del Ford Falcon de Junín. Sin embargo la sospecha y el alerta se justificó de alguna forma porque sólo unas horas antes, el militar golpista Aldo Rico, desfilaba en Palermo con el consentimiento del gobierno nacional (5). Esta anécdota sirve de ejemplo para ver cómo funcionan en un producto cultural sentidos residuales de otros períodos históricos.

Es interesante que en la incorporación de lo activamente residual vaya a jugar un rol significativo la tradición selectiva, producto de una hegemonía cultural eficazmente construida según Grignon y Passeron (1989) por formas de reificación como el cultismo, el populismo o el miserabilismo. Esta tradición selectiva se superpone con la idea de memoria, dado que es el principal mecanismo de incorporación, factor vinculante de la cultura vivida y de los diferentes períodos. Es lo que sobrevive en el presente de la cultura de un período una vez que pasó por los períodos subsiguientes (6).

En ese chirriar de la historia y de las memorias, el auto de Barreda reactualiza el oxímoron de las representaciones, convirtiéndose en fotografía de la doble faz del odontólogo porque su biografía también transita una pendiente.

Para cerrar, en esta primera imagen vemos cómo el sentimiento de lo siniestro que despierta excede el estrecho marco de contención que le asigna la literalidad que se proponen los medios de comunicación en su difusión. El Ford Falcon remite a las palabras de Shelling citadas por Freud en su trabajo, lo unheimlich como “lo que debía de haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado” y funciona como huella que procede y marca un desplazamiento de lo familiar que ha sido reprimido y convive con lo intranquilizador de una mercancía que evoca lo que pudo haber sido y no fue, en tanto producto, pero también en tanto biografía personal de un asesino o historia del desarrollo industrial de un país.

 

“Me prometieron, lo aseguraron, lo repitieron – Nos volveremos a ver!” (7)

En la segunda fotografía el sentimiento de lo siniestro se asocia con lo que el psiquiatra Ernst Jentsch destacó como caso por excelencia de lo unheimlich “la duda de que un ser aparentemente animado, sea en efecto viviente, y a la inversa: de que un objeto sin vida esté de alguna forma animado” (Freud 5). En su análisis Freud ve esta experiencia relacionada con un retorno arqueológico al animismo primitivo, que surge en los pacientes con neurosis obsesiva. Es necesario remarcar que en el caso que nos ocupa podemos encontrar un retorno del evento traumático que nunca se fue del todo y que regresa como espectro en el presente, develando el proyecto genocidia en el que se asientan las relaciones de poder en nuestra sociedad actual.

El hallazgo de los galpones de Punta Alta permite dar cuenta del trasfondo industrial en la construcción de la experiencia del percepticidio argentino, tal como lo definió el psicoanalista argentino Juan Carlos Kusnetzoff. La investigadora Rike Bolte rescata esta noción de “percepticidio” explicándola como un “intento de captar la alta irritación que caracteriza a la desaparición forzada a nivel de la percepción. Aunque este crimen se base en un procedimiento físico (…), el aspecto percepticida (que las víctimas sean retraídas hacia una esfera de incomunicación y desinformación borrándose además las huellas de su existencia física y simbólica) constituye el impacto específico y especialmente traumatizante del crimen” (Bolte, 2016: 54). Entre los efectos fundamentales de la política de la desaparición, se instaló en las personas afectadas la incertidumbre que impone una suerte de renegación de estos hechos. Esta forma de la angustia sería precisamente lo siniestro. La ubicación de un escenario impreciso entre la vida y la muerte, el lugar del desaparecido acentúa también el mismo efecto. Hallazgos como estos son necesarios en el contexto de la reapertura de los Juicios porque además de permitir la elaboración social del trauma habilita la existencia de un entramado público que permite inscribir estos duelos.

Respecto al animismo que menciona Freud, el antropólogo Arjun Appadurai, retomando las investigaciones de Marcel Mauss en El don (1924) y el célebre texto sobre “El fetichismo de la mercancía” en El capital. Crítica de la economía política (1867) de Marx plantea que incluso en nuestra sociedad las cosas no están tan divorciadas de la capacidad de actuar de las personas y del poder comunicativo de las palabras, cuestionando de alguna forma la fuerte tradición occidental que tiende a oponer “palabras” y “cosas”. Esto se ve ejemplificado en el diseño de la volanteada de H.I.J.O.S. que comentaba más arriba. Los Ford Falcon como sinécdoque de los represores. Appadurai, nos permite indagar en las biografías culturales de las mercancías con el fin de intentar reponer ese sentido que según Barthes formaría parte constitutiva del significante de todo mito. Según el autor, las mercancías pueden concebirse con provecho para el investigador, como si tuvieran historias vitales. En este enfoque de proceso, que no se reduce solamente al plano productivo como hacía el marxismo clásico, la fase mercantil en la historia vital de un objeto no agota su biografía cultural. La historia social de las mercancías se encuentra culturalmente regulada y su interpretación queda abierta en cierto grado a la manipulación individual. Los Ford Falcon continuarán construyendo su biografía incluso varios años después de la salida del último de la línea de montaje en 1991.

Lo que crea la conexión entre intercambio y valor es la política, y las cosas no tienen otros significados sino aquellos conferidos por las transacciones, las atribuciones y las motivaciones humanas, por eso “debemos seguir a las cosas mismas, ya que sus significados están inscritos en sus formas, usos y trayectorias” (Appadurai, 1991: 19). Los hombres ganan o pierden prestigio al adquirir, retener o desprenderse de las mercancías y lo que está en juego en las contiendas de valor, que a los fines de nuestro trabajo podemos superponer a una disputa de memorias, no es sólo el prestigio, sino la disposición de los símbolos fundamentales del valor en la sociedad en cuestión. Por lo tanto, remontar la historia vital de cada objeto, el Ford Falcon en este caso, sería esencial para determinar su valor.

Appadurai explica que no sólo el valor que reviste una mercancía está definido política e históricamente, sino que también las vinculaciones entre las rutas predestinadas a la circulación de una mercancía y sus desviaciones están puestas en una relación histórica y dialéctica. El Ford Falcon como vimos, ganó su legitimidad y sus picos máximos de ventas a partir de una construcción simbólica que lo ubicaba como sinónimo de la familia de clase media argentina, de la industria nacional de calidad y del éxito deportivo, logrando en poco tiempo un fuerte asidero en las clases populares. Los dispositivos coercitivos también sacaron ventaja del valor simbólico y de uso de esta mercancía.

Desde 1962 a 1973 (año del pico máximo en la producción con 35.595 unidades) los Ford Falcon fueron utilizados primero como vehículo familiar y como  taxi, y más tarde como ambulancia con el modelo Ranchero o como móvil de apoyo de las autobombas, para terminar convirtiéndose en el vehículo preferido de las fuerzas policiales. Esta desviación que se vuelve de alguna manera predecible está en camino de formar nuevas rutas, las cuales inspirarán a su vez otras desviaciones. Como bien explica Appadurai, la desviación de las mercancías de sus rutas está con frecuencia en función de deseos irregulares y demandas nuevas, en este caso desaparecer a sectores significativos de un grupo nacional que no se adaptan al ideal occidental y cristiano propugnado por la propaganda dictatorial.

La utilización de los Ford Falcon como dispositivo esencial de la represión ilegal podría parecer una desviación de ese auto familiar de inicios de los ’60, sin embargo los contratos y vínculos generados entre el Estado nacional y la empresa a partir del uso del vehículo por parte de las fuerzas de seguridad habilitó una continuidad que marcó la trayectoria de Ford en el país y que relaciona y conecta a la marca nuevamente con su oculto pasado de colaboración con gobiernos fascistas. No considero que una nueva ruta de circulación se haya iniciado poco antes de la dictadura del ’76, sino que la empresa afianzó los vínculos que ya mantenía con el Estado, adaptándose a su nuevo devenir terrorista, incluso diseñando ella también mecanismos ilegales de compra-venta, circulación y colaboración de manera tal que le permitiera participar de las ganancias de proveer al Estado público y al Estado clandestino, tal como los definiera Eduardo Luis Duhalde (2014).

Gracias a una investigación de la periodista María Seoane, en 2006 se tuvo acceso a expedientes secretos conservados en el Archivo intermedio del Archivo General de la Nación que por error no fueron destruidos y que dan cuenta de un decreto firmado en el año 1977 por el entonces Ministro del Interior Albano Harguindeguy. Allí se comprobó la contratación directa de Ford Argentina para equipar a las unidades de los grupos de tareas con 90 Ford Falcon por un monto de 754.020 dólares, según Seoane el documento especifica “en la orden de compra que fueran Falcon no identificables, es decir que fueran autos privados, de particulares, para civiles” (Seoane, 2006). En los expedientes sale a la luz que en el transcurso de ese año se entregaron a las policías provinciales 179 unidades. Incluso hubo un curioso acto fallido en el decreto 3630/77 firmado por Harguindeguy. Mientras que el Capitán de navío Ernesto Orbea solicita al subsecretario del interior “automóviles Falcon no identificables”, el decreto especifica “automóviles patrulleros Ford Falcon no identificables”. Es decir, Estado público y Estado clandestino se mezclan en el discurso poniendo en evidencia por qué no consideramos que la utilización de este automóvil sea una desviación de la proyección de la ruta de circulación trazada por los fabricantes, sino que las contrataciones secretas y sin licitación dan cuenta de un entramado bien aceitado.

Pero hay más, otro expediente recuperado, de 1980 (983/80) deja en claro los sobreprecios en las ventas al Estado, por sólo seis Falcon no identificables se pagan 122.740 dólares, es decir, más de 20000 dólares por cada unidad, cuando tres años antes pagaron 7593 dólares. Además en el registro estatal figuran sólo tres Falcon ingresados, el resto fueron para uso personal y privado de los funcionarios que participaron en la negociación.

Más allá de estos datos de la corrupción, Ford Argentina participó como tantas otras empresas activamente en la  represión y disciplinamiento de sus obreros, suministrando información, nombres y fotos de los legajos personales de los trabajadores secuestrados pero también ofreciendo las instalaciones para la conformación de Centros Clandestinos de Detención, como por ejemplo el de la planta de General Pacheco en Tigre. A partir del golpe del 76 alrededor de 100 efectivos de las FF.AA se instalaron de forma permanente en el interior de la planta, almorzaban en el mismo comedor que los operarios y realizaban innumerables secuestros con las camionetas F 100 proporcionadas por la empresa. Entre marzo y agosto desaparecieron a 25 trabajadores, mientras que varias centenas fueron salvajemente torturados en el campo de deportes del establecimiento con la supervisión del personal jerárquico de Ford Motors Argentina. El objetivo de la persecución era claro, no sólo la conflictividad bajó drásticamente y los obreros perdieron derechos sino que la línea de producción subió de 230 a 300 unidades con mil trabajadores despedidos, el terror era la metodología del genocidio ejemplificador.

En este sentido, es significativa la siguiente publicidad de 1971:

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Michael Schudson discutiendo con autores que le dan a la publicidad una importancia determinante en las elecciones de los sujetos de la sociedad de consumo, señala que las imágenes textuales y gráficas producidas por la maquinaria publicitaria pueden considerarse como una especie de “realismo capitalista”, una forma de representación cultural de las virtudes del modo de vida capitalista (Appadurai, 1991: 76). En el caso que nos toca la publicidad de Ford está naturalizando y anticipando de manera explícita la violencia del Estado desaparecedor, como factor determinante en la cadena de la producción.

Appadurai realiza una advertencia que nos permite conectar sus postulados con parte de lo desarrollado en este trabajo: “no es correcto considerar el conocimiento en el plano de la producción como exclusivamente técnico y empírico, y el conocimiento en el plano del consumo como exclusivamente valorativo e ideológico. En ambos polos, el conocimiento tiene componentes técnicos mitológicos y valorativos, y son susceptibles de interacción mutua y dialéctica” (Appadurai 1991 60). Algunas de las percepciones mitológicas, a las que hacíamos referencia en el apartado anterior, y que atañen a la circulación mercantil se producen como resultado del alejamiento, la indiferencia o la ignorancia de los participantes con respecto a todos los aspectos, salvo uno de ellos, involucrados en la trayectoria económica de la mercancía. Aquí radica la importancia del conocimiento histórico para evitar la fetichización de un producto elaborado en una sala de torturas. Un ex delegado, Adolfo Sánchez, quien fuera torturado en su lugar de trabajo, con motivo de la señalización de la planta automotriz de General Pacheco como CCD decía: “siempre va a haber un Falcon en la calle, que quizá nosotros lo pintamos, nosotros lo armamos. Queremos que los jóvenes sepan que en esos mismos lugares donde pintamos y montamos el Ford, nos secuestraron, nos torturaron, nos mataron” (Prieto, 2012).

En este momento es necesario entonces volver a  Benjamin, dado que en la basura de la historia, tal como lo planteaba, yacería la misma verdad histórica. Buscar la destrucción material en el pasado es el contraste a los avances materiales del futuro. La basura de la historia conlleva una concepción de tiempo distinta, representa el fragmento o la ruina: la discontinuidad, lo improvisto, el salto. El tiempo continuo y cronológico del progreso se contrapone a las interrupciones, los retrasos y las perturbaciones del tiempo discontinuo de la basura histórica. Benjamin cambia la noción de pasado y presente, que parecen relacionarse con la de continuidad (por su homogeneidad), por la de ‘lo que ha sido’ y ‘el ahora’ que permiten reflejar mejor la discontinuidad y lo elusivo de ese mirar hacia atrás. Los restos materiales del plan sistemático de exterminio, los Ford Falcon abandonados en Punta Alta, en tanto huellas de ese plan, deben ser actualizados para mostrar la verdadera cara del progreso: deja de ser basura en el momento que es arrancado de un contexto de tiempo continuo (que lo muestra como insignificante) y presentado como aquello que se niega a ser olvidado, como aquello que muestra el pasado como catástrofe y no como la antesala del progreso.

 

Notas

(1) Ricardo Alberto Barreda es un odontólogo argentino que se hizo mediáticamente conocido por asesinar en 1992 a  su esposa, Gladys McDonald, a su suegra, Elena Arreche, y a sus dos hijas, Cecilia y Adriana Barreda. En 1995 fue condenado a prisión perpetua y en marzo de 2011 la justica argentina le concedió el beneficio de la libertad condicional.

(2) Fragmento de la letra “Juntitos, juntitos” (1962) de Los cinco latinos, cortina musical de la telenovela  La Familia Falcón.

(3) Precisamente este problema es el que trabaja Robin cuando rastrea cómo luego de la implosión de la URSS una vertiente historiográfica relacionada con el negacionismo y que no había tenido lugar en el ámbito académico de los ’80 comienza a posicionarse y a construir un discurso emergente dentro del ámbito de las ciencias sociales que equipara lo que sería el totalitarismo nazi con el estalinismo como reducción de la experiencia socialista de los países soviéticos, cuando no utiliza a la Revolución Rusa como responsable y origen de los fascismos europeos. Sin entrar en detalles podemos mencionar en esta línea a Françoise Furet, a Ernst Nolte y a sus epígonos más cercanos, periféricos y desfasados como Luis Alberto Romero, por poner un ejemplo. Según Robin lo que ponen de manifiesto estos “revisionismos” es un enfrentamiento memorial y político potenciado por la caída del bloque socialista antes que un enfrentamiento historiográfico librado en el terreno de su metodología de investigación y archivo. De este modo, la equiparación de “todos los gatos son pardos” anularía las complejidades de acontecimientos diferentes, vaciando de sentido el acontecimiento histórico singular.

(4) Esta pasteurización que produce el mito de los sentidos sociales situados históricamente, es lo que lleva por ejemplo a una banda de punk rock, con una larga tradición de compromiso con las posturas de izquierda, como es Attaque 77 a editar en 2003 un disco con un tema que tomando la voz del perpetrador reivindica de alguna forma al feminicida, “Barreda’s way” dice: “tuve una esposa y dos hijas / y mi suegra basureándome de aquí para allá, / siempre me decían “conchita” / me trataban como mierda sin razón en mi hogar… / pero un día me cansé de esperar / ya no quería seguir volviéndome insano / se burlaron de mí y ahí nomás les disparé / si volviera a nacer lo habría intentado otra vez”.

(5) Las fotos del Ford Falcon en el desfile del Bicentenario en Junín nos permiten abordar lo siniestro a partir de otra de sus manifestaciones “evocada por el retorno de lo semejante” (9). Dice Freud que sólo la repetición involuntaria nos hace parecer siniestro lo que en otras circunstancias sería inocente, “imponiéndonos así la idea de lo nefasto, de lo ineludible, donde en otro caso sólo habríamos hablado de casualidad” (9). El hecho de que un gobierno democrático haya permitido desfilar para el aniversario de la Independencia a un militar golpista junto con varios participantes del Operativo Independencia procesados por Crímenes de Lesa Humanidad bajo el eslogan de que “hoy estamos en esta etapa, que es de reconstrucción, de reconciliación, de reconocimiento del otro” condicionó la recepción de la fotografía, que fue leída prácticamente en simultáneo. Esta amenaza de lo siniestro como repetición se volvió a reiterar sólo unos días después: el 15 de julio el Jefe de Gabinete en persona recibió a militantes del partido neonazi Bandera Vecinal en la Casa Rosada.

(6) Williams en La larga revolución dice que esta sobrevivencia es producto de  límites naturales de la condición humana que conducen a la selección de elementos del pasado, como el olvido. Pero que también se combina con otras variables del presente como los intereses, expectativas, conflictos, deseos, temores y pulsiones de los sujetos culturales del presente (Williams, 2003: 59-60).

(7) Del tema musical “Pensé que se trataba de cieguitos” de la banda de pop rock Los twist editado en el disco La dicha en movimiento de 1983. En la letra aparecen condensados todos los elementos utilizados en democracia para representar el  accionar de la dictadura, incluido el Falcon verde.

 

Bibliografía

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WILLIAMS, Raymond. 2009 [1977]. Marxismo y literatura. Buenos Aires: Las cuarenta.

WILLIAMS, Raymond. 2003 [1961]. La larga revolución. Buenos Aires: Nueva Visión.

 

 

* Profesor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Becario inicial del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Doctorando en Letras por la Universidad Nacional de La Plata con el tema de investigación “Literatura y memoria en la Argentina reciente. La poesía de hijos de militantes políticos perseguidos antes y durante la última dictadura militar” dirigido por la Dra. Margarita Merbilhaá y co-dirigido por la Dra. Sara Bosoer. Integrante de los Proyectos de Investigación: “Violencia, literatura y memoria en el campo literario latinoamericano de las últimas décadas” dirigido por la Dra. Teresa Basile y “Literatura argentina de la última década” dirigido por la Dra. Miriam Chiani, radicados en el Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP

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