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Aletheia es una revista electrónica semestral sobre problemáticas de historia y memoria colectiva en torno al pasado reciente argentino y de las sociedades latinoamericanas, en sus aspectos sociales, económicos, políticos y culturales.

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Institucional

Maestría en Historia y Memoria

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación Universidad Nacional de La Plata

Calle 51 e/ 124 y 125,
Edificio A Of. A207 (1925) Ensenada, Argentina. Tel.: +54-0221-4236671/73 int. 2216

Calle 7 nº 499 (esquina 42) (1900) La Plata, Argentina Tel.: +54-0221-4831737 y 4262901

 

Conferencia “Desarrollos de la historiografía de la memoria” Expositor: Henry Rousso

Aletheia, volumen 8, número 16, junio 2018 ISSN 1853-3701

 

Merbilhaá / Artículo en PDF

 

Traducción:

Margarita Merbilhaá

FaHCE-UNLP/IdIHCS

La Plata, 15/11/2017. Rectorado – UNLP

Señor Presidente, señora Vicepresidenta, señoras y señores profesores y profesoras, colegas, estudiantes

            Quisiera expresar ante todo mi profundo agradecimiento a la Universidad nacional de La Plata y a la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación por el honor otorgarme el prestigioso título de Doctor Honoris Causa. Quiero agradecer especialmente a las profesoras Ana María Barletta y Patricia Flier a quienes tuve el inmenso placer de conocer hace apenas unos días. Semejante título, que es probablemente el último de mi carrera, constituye un reconocimiento que va mucho más allá de mi persona, y alcanza a una línea de investigación –no me atrevo a mencionarla como una “escuela”, sería pretencioso hacerlo– que se dedicó desde hace ahora cuarenta años a la historia reciente y a la historia y la sociología de la memoria, dos ámbitos que se desarrollaron juntos desde fines de la década del setenta.

Antes de viajar, preparé una conferencia escrita, formal, siguiendo la tradición francesa, un tanto rígida, pensada para una hora, que a veces resulta interesante y otras veces, no tanto. Sin embargo, al llegar aquí, comprendí que no sería posible presentarla de ese modo, que me encontraba en otra cultura. Decidí entonces improvisar y exponer las líneas principales de mis reflexiones porque, tal como fue sucediendo a lo largo de estos días en el seminario, estoy más interesado en el intercambio con ustedes.

En mis anteriores visitas a América Latina (estuve en Brasil, Chile, Colombia y también en Argentina hace unos diez años), pude dimensionar hasta qué punto el modo de trabajar la historia y el interés, la preocupación, por la historia y la memoria, tenían aquí un eco particular en estos países. No es el de otras regiones del mundo, y no digo esto porque acabo de recibir el titulo Honoris Causa. Lo advertí desde la primera vez que conocí estos países. Sentí que mis interrogantes entraban en resonancia con las preocupaciones de aquí, y que en este país –ustedes lo saben bien– la historia era un tema candente.

Esta resonancia se debe a que la epistemología particular de la historia reciente tal como emergió en los años setenta, paralelamente a una nueva historia de la memoria, dos fenómenos que fueron concomitantes, se inscribe en una época general, en un régimen de historicidad en el que la memoria se ha convertido en un valor fundamental –que no está exento en algunos casos de un cierto fetichismo. Intentaré demostrar que este modo de escribir la historia, esta sensibilidad en torno a la memoria y al modo de investigar la historia contemporánea, se ha vuelto un fenómeno mundial. A pesar de los contextos políticos y culturas muy diferentes, de las distintas tradiciones históricas y de los cambios estructurales, este modo de hacer la historia tiende a unificarse, a globalizarse, a estandarizarse que puede verse en la estética de las conmemoraciones que a lo largo y ancho del mundo ha tenido modalidades parecidas, a pesar de que se trate de hechos muy diferentes. Este fenómeno de globalización –esto es una hipótesis- resulta muy visible, muy notable cuando uno llega a Argentina y América Latina desde Francia.

Podemos detenernos, por ejemplo, en el caso de Francia y Argentina, que, por razones muy diferentes, vivieron una crisis de la memoria, un retorno de la memoria a mediados de los noventa. En un caso, giraba en torno al régimen de Vichy y a la responsabilidad francesa en la Shoá. En el caso de Argentina, eran cuestiones vinculadas a la última dictadura militar. Ambos acontecimientos eran distintos desde el punto de vista histórico, pero las preocupaciones, la implicación, la aparición de la memoria como un problema público central en el espacio público y político, se presentaban en el mismo momento, en dos contextos totalmente diferentes. Surge entonces una pregunta para los historiadores, en un futuro, acerca de cómo explicar esta concomitancia. El primer punto en común es una transformación cultural que se dio en numerosos países, entre ellos Francia y Argentina. Además, el hecho de que el combate por la memoria ha sustituido casi por completo la tradición ancestral del olvido que solía acompañar el final de un momento de crisis de la unidad nacional o de una guerra civil, por ejemplo.

Antes de continuar, espero que sepan disculparme si, en este momento tan especial para mí, me refiero a una situación personal. No puedo dejar de pensar en mi padre, un hombre de origen humilde, que fue expulsado de Egipto, su país natal, junto con su esposa y su hijo, por ser judío. En Francia, vivió como refugiado político con su familia. Frente a este drama, la actitud, la decisión de mi padre fue considerar que el pasado debía quedar atrás. No lo juzgo por eso, pero lo menciono porque al hacerlo, él estaba en cierto modo a contracorriente de lo que se estaba desarrollando en los años sesenta y setenta, en Francia y que estalló en las últimas décadas. Lo que entonces sucedía era que el pasado, lejos de tener que quedar atrás, tenía que estar adelante. Se trataba de estar ante el pasado – como dice el título de mi último libro. Esta es una idea que considero clave. Contrariamente a la tradición ancestral del magisterio, de la "Historia magistra est" –la historia como maestra de la vida, o guía–, la historia se ha convertido, en las sociedades contemporáneas, en un problema por resolver. Este pasaje del magisterio al problema implica una evolución fundamental cuyo análisis convoca no solo a los historiadores sino también a los filósofos, antropólogos, a todos. Esta evolución me resulta fundamental e intrigante a la vez: nuestras sociedades viven con el pasado frente a ellas.

Yo tenía pensado referirme a mi recorrido, pero la presentación que han hecho hoy ha sido muy completa (además de elogiosa), de modo que solo expondré el núcleo de las principales ideas que he venido desarrollando. La cuestión que pensaba abordar era la de la historiografía de la memoria. Ahora bien, es evidente que cuando nos referimos a una historiografía de la memoria resulta imposible atenerse exclusivamente al análisis de la producción académica. El tema, por definición, no forma parte solo de la esfera académica. De este modo, para entender la evolución de la memoria como un problema científico resulta indispensable trazar, paralelamente, un panorama de la evolución de la memoria como problema político. De esto me ocuparé en la segunda parte de mi exposición. El desarrollo que voy a proponer aquí tendrá un carácter general y me basaré en los casos que mejor conozco (de Francia y Europa) y me referiré un poco a los casos que conozco menos.

Para reconstruir la emergencia de la historia y de la memoria como campo científico, en los comienzos –y acaso hasta hoy– podemos distinguir a grandes rasgos, tres corrientes principales:

1. El redescubrimiento de una historia desde abajo (sobre esto me preguntaron hoy en el seminario).

2. El estudio de la memoria que se encarna en lugares materiales o simbólicos.

3. La memoria de los episodios que se denominan “traumáticos”.

En mi opinión, estas tres grandes corrientes son las que construyeron –en historia y en sociología– el campo de la historia de la memoria. Estas tres corrientes están relacionadas, por supuesto, pero son muy diferentes en sus premisas y objetivos.

Cronológicamente, la historia desde abajo fue la primera corriente que planteó en el debate científico (sin proponérselo) la cuestión memoria, al abordar una historia más allá de las elites y los grandes hombres. Se inscribe en una larga tradición que no se limita al siglo XX. En ese sentido, ya Michelet en 1868, en su Introducción a la Historia de la Revolución Francesa escribía: "He tomado la historia desde abajo, en las muchedumbres profundas, en los instintos del pueblo y he mostrado cómo el pueblo condujo a sus conductores". De este modo, la cuestión de una historia desde abajo, de una historia popular, en la que los actores populares recuperarían una autonomía en la historia y serían los protagonistas de su propia historia es una vieja idea, por supuesto.

Ahora bien, en el contexto político de los años sesenta y setenta, como consecuencia de los levantamientos estudiantiles de 1968, un fenómeno que fue mundial, y no solo francés, aparece una nueva generación de investigadores que retomaron esta vía y que comenzaron a trabajar sobre la historia del movimiento obrero, de las mujeres (que más adelante pasará a ser una historia del género, o de los géneros), de los pueblos originarios, de las minorías étnicas, religiosas, culturales, otorgando un lugar mucho más importante a grupos sociales que hasta ahora estaban invisibilizados en la historia. Más o menos en la misma época, un poco después, surgen los subaltern studies, con un propósito similar.

Al interesarse por poblaciones que habían dejado menos huellas escritas que las elites, se comenzó a recurrir masivamente a las entrevistas, el testimonio oral, los archivos orales, las fuentes orales, términos en los que no puedo detenerme aquí pero que, como ustedes saben, suscitaron muchísimos debates que se prolongaron durante quince años. Precisamente, el momento de creación del Instituto de Historia del Tiempo Presente en 1980 estuvo profundamente marcado por estos debates alrededor de la definición de la historia oral, sobre la diferencia entre fuente oral y archivo oral, etc.. Hoy, esos debates ya no existen, porque fue una causa ganada, y que esa historia que era rechazada por la ortodoxia universitaria de la época terminó por aceptarse.

Quiero insistir sobre el hecho de que la historia desde abajo no era en su origen una historia de la memoria, sino la cuestión de la memoria apareció casi por refracción, detrás de otro problema. Era, en el sentido como decía Pierre Nora, una historia en primer grado. El grupo de investigadores se abocó a estudiar sobre grupos que no tenían historia, reconstituir recorridos, destinos, grupos. El problema para ellos no era una historia de la evolución de las representaciones del pasado, lo cual sería una historia en segundo grado, sino que desde su origen, se trata de una historia en primer grado.

Ahora bien, la cuestión de la memoria fue apareciendo a medida que se multiplicaban los testimonios orales de múltiples actores (sobrevivientes de la Shoá, resistentes, combatientes de la Segunda Guerra Mundial). En mi caso, comencé entrevistando a sobrevivientes de la Shoá, a partícipes de la resistencia a la ocupación alemana, a personas que habían vivido la guerra y allí comencé a comprender que los testigos –que en realidad eran actores transformados, convertidos en testigos– nos hablaban tanto del pasado como del presente. Y que los testimonios iban variando a lo largo del tiempo. Me sucedió haber entrevistado en los años setenta a personas que estuvieron en la resistencia francesa y que treinta años después, la manera en que contaban la historia no fuera la misma. Había entonces una evolución, y por ende, una historia. Además, otra cuestión que se presenta, en algunos casos, es que los testigos leen libros de historia. De este modo, con los años, el testimonio deja de ser un testimonio “auténtico”, se nutre también de los discursos sociales y también de discursos históricos. 

 

Quisiera referir una situación –que ustedes seguramente habrán experimentado, de modo que no les resultará novedosa– a la que me enfrenté en uno de los primeros testimonios sobre los que trabajé. A principios de los años ochenta, teníamos que entrevistar, entre tres, a una persona que había sido resistente y deportado a Buchenwald. Nos recibió vestido con traje (como el que llevo yo hoy) y se sentó en su escritorio, con cinco o seis libros de historia abiertos. Entonces le pedimos que cerrara los libros, porque nosotros queríamos su testimonio auténtico. Pero ¿qué significaba? Él quería expresar su verdad histórica, y esa verdad histórica también la había encontrado en los libros de historia.

 

A pesar de que en sus inicios, la corriente a la que me estoy refiriendo no tenía por objeto la memoria, contribuyó a hacer emerger el problema científico de la memoria y de la memoria colectiva. A su vez, dada la naturaleza de los grupos que privilegió en sus investigaciones, hizo emerger la figura del testigo y sobre todo, la de la víctima, que se convirtió en uno de los principales criterios de esta historia desde abajo.

La segunda corriente está relacionada con los trabajos de Maurice Halbwachs que situó el problema de la memoria en su dimensión espacial más que temporal –el aspecto que más preocupa a los historiadores. La reflexión sobre la memoria colectiva planteaba entonces, desde la sociología, la cuestión del espacio: dónde, en qué lugar, cómo se encarna espacialmente la memoria. Pierre Nora fue quien desarrolló esta línea en torno a la noción de lugares de memoria. En este caso, a diferencia de la corriente que vimos antes, la memoria se convierte en un objeto central del análisis, a punto tal que algunos investigadores plantearon otro modo de hacer la historia, una historia en segundo grado según Pierre Nora, indagando en las creencias, las interpretaciones, los usos del pasado como una problemática central de esta corriente. Ahora bien, quisiera destacar un aspecto importante: el pasado dejaba de ser simplemente una materia de estudio (reconstituir hechos del pasado), sino que este nuevo modo planteaba otra idea, según la cual la manera en que una sociedad se comporta respecto del pasado, en que lo utiliza y lo interpreta, era un indicador para comprender esa sociedad.  En efecto, interesarme por el modo en que la sociedad francesa utilizaba o se debatía con el pasado de la Segunda Guerra Mundial, era una manera de comprender no a la guerra sino a la sociedad francesa de los años ochenta y noventa.

Como ustedes seguramente saben, tomar el pasado como un indicador del estado de una sociedad, en un momento dado, se ha convertido en uno de los principales elementos de la historia de la memoria, y la mayoría de las investigaciones en sociología y antropología de la memoria se ubican, desde mi punto de vista, en este ámbito.

Existe además otro elemento para comprender el debate en torno a los lugares de memoria. Es que, en realidad, éste implicó otro modo de hacer una historia nacional. Pese a las apariencias y a una gran sofisticación en los conceptos que se desarrollaron, lo que se advierte es que también funcionaron como un soporte para el resurgimiento de la cuestión de la identidad nacional. Esto explica por qué los conceptos de lugar de la memoria fueran tan retomados en muchísimos países: Alemania, Rusia, Italia, Holanda, aunque hubo excepciones, como el Reino Unido (recuerdo la observación de un colega inglés que señalaba que la cuestión de los lugares de la memoria no funcionaba en Inglaterra). Hay también otros elementos que se pueden considerar a partir de los resultados poco convincentes que arrojó el intento reciente de relevar lugares de la memoria europeos (sobre lo que trabajó un colega de mi instituto). En efecto, eso puso de manifiesto que el concepto mismo de "lugar de memoria" se aplica a situaciones nacionales, con una fuerte conciencia de su identidad nacional. Si eso no está identificado, la noción no resulta operativa, por eso es que creo que el proyecto no funcionó: lo que le falta precisamente a la Unión Europea es una identidad nacional –más allá de que esto pueda considerarse bueno o malo. Desde sus orígenes, esta perspectiva implicó esta cuestión. Mi hipótesis es que la noción misma de "lugar de memoria", que es central, se explica por una crisis del modelo nacional, que por supuesto no es solo local sino general. En este sentido, no es casual que Pierre Nora sea hoy uno de los mayores defensores del mantenimiento de una identidad nacional, y de la idea de que en la escuela debe enseñarse la historia de Francia. Habría entonces un vínculo entre la emergencia del concepto de lugar de memoria y la crisis de los modelos nacionales.

Otro problema que vengo discutiendo desde hace mucho con Pierre Nora, respecto de este concepto, es que sigo sin comprender la diferencia que habría entre una tradición y un lugar de memoria. A menos que entendamos que el lugar de memoria es una tradición que se pierde, que se está perdiendo, que no tiene la capacidad de renovarse espontáneamente. En efecto, mientras que una de las características de una tradición es su carácter atemporal, es decir, que siempre ha existido y deberá seguir existiendo por el mayor tiempo posible (es lo propio de las grandes tradiciones religiosas por ejemplo), no sucede lo mismo cuando ésta se convierte en lugar de memoria. En este sentido, cuando se identifica una práctica o un ritual, por ejemplo la Catedral de Reims, como lugar de memoria y no como tradición, esto puede significar que se trate de una tradición que se está perdiendo. Otro ejemplo reciente es la decisión de inscribir la gastronomía francesa en la UNESCO, como patrimonio de la humanidad. Acaso podríamos preguntarnos si el hecho de que pase a inscribirse en la UNESCO no supone que se trata de una tradición que está dejando de existir o que se está perdiendo (lo cual sería una lástima).

La tercera corriente gira en torno al pasado traumático, al pasado que no pasa. Emergió en el mismo momento que los lugares de memoria. En relación con esto, permítaseme una anécdota personal. Yo empecé a trabajar sobre Vichy en el mismo momento en que Nora estaba desarrollando su seminario, pero nunca llegué a asistir, aunque debería haberlo hecho. Esto revela hasta qué punto eran modos muy diferentes de trabajar, lo que explica que no se me pasó por la cabeza ir a ese seminario. Mi trabajo iba en otro sentido, fueron tendencias paralelas. Una de las críticas centrales que se plantean a Nora, a quien no le agrada que se le hagan, es que en sus siete libros dedicados a los lugares de la memoria, las dos grandes crisis de la memoria están ausentes: Vichy y la guerra de Argelia.

Así, mi lectura es que se trata de dos universos con objetivos totalmente diferentes. En los lugares de memoria, está la idea de preservar una relación con la tradición que está desapareciendo. Lo decían los propios investigadores que estaban trabajando en esos libros. En cambio, en el trabajo sobre el pasado traumático sucede exactamente lo contrario. La pregunta es ¿por qué algunos pasados desaparecen y otros pasados no pasan? ¿Por qué se registra una relación obsesiva respecto de algunos episodios del pasado?

¿Por qué esta historiografía cobró semejante importancia entre los años ochenta y noventa? En primer lugar, se relaciona con la anamnesis de la Shoá que comenzó antes de la caída del muro de Berlín. En segundo lugar, la caída del muro y la cuestión de la herencia del comunismo. La tercera, las dictaduras de América Latina y el momento de las transiciones democráticas. Una de mis hipótesis es que el fin de la guerra fría y el pasado comunista, como así también las transiciones democráticas más allá de las diferencias de contextos, constituyeron primero un problema político antes que académico. A esto se suma la voluntad de varios actores, que estaban implicados en estos últimos dos procesos, de evitar que se cometieran los mismos errores que se habían cometido respecto de la Segunda Guerra Mundial, tales como la cuestión de las amnistías, el silencio y el olvido. De este modo, se dieron los mismos fenómenos más allá de las diferencias entre la caída del muro y el fin de la guerra fría y las transiciones democráticas.

En síntesis, si consideramos las tres corrientes de historia de la memoria a las que me he referido, podemos decir que la historia desde abajo, los estudios poscoloniales, los subalternos no se podrían pensar en términos de memoria, sino como contrahistoria, que se inscribe en la crisis del modelo de la historia nacional. La segunda corriente, de los lugares de la memoria, por el contrario, supone un intento por salvar la historia nacional, mediante nuevos conceptos. En ese sentido sería una historia positiva: busca, de alguna manera, recuperar cierto orgullo frente al pasado nacional. Así, el hecho de que la cocina francesa pasa a formar parte del patrimonio de la UNESCO, puede llenar de orgullo a un francés, hacer que se enorgullezca por eso, aun cuando no llegue nunca a probar esa cocina. En cuanto a la tercera corriente, la del pasado traumático, sería un modo de asimilar los pasados que no pasan, de trabajar en esa permanencia en torno a los crímenes, con un fin implícito: permitir a las sociedades que asimilen, que acepten ese pasado, que pongan en palabras ese pasado. Esta corriente no se inscribe en un pasado del orgullo nacional, lejos de eso. El centro estaría más bien en el análisis, o el psicoanálisis, sin entrar en las diferencias. Estaría en una cierta idea de distanciamiento, de poner palabras a una obsesión, como un modo de aceptar ese pasado, aceptar con todos los matices que sea posible plantear.

Voy a sintetizar la segunda parte de mi exposición, por falta de tiempo, pero podemos seguir conversando después. No voy a seguir analizando la cuestión de la producción científica en torno a la historia de la memoria, para detenerme en la emergencia de la memoria como problema político. Intentaré trazar un cuadro, una síntesis, a partir de la cual se podrá discutir.

Desde los años setenta, por los motivos que acabo de mencionar, en el campo político y en el espacio público, apareció el término de “políticas de la memoria”, lo cual para un hombre del siglo XIX, habría sido absolutamente impensable. Aparecieron entonces nuevos aspectos de acción pública, a tal punto que en Francia las políticas de la memoria han pasado a constituir una de las atribuciones exclusivas del Presidente de la República, junto con la política exterior y la conducción del ejército. Esa función no existía hace veinte años, lo cual señala la importancia que ha cobrado el término.

Asimismo, la emergencia de la memoria dio lugar a la aparición de nuevas normas morales, entre las cuales, la más conocida es la noción de "deber de memoria" que, como ustedes saben, se declina en todas las lenguas y con infinidad de matices. A su vez, la cuestión de la memoria suscitó la creación de nuevas normas jurídicas. Esta es una de las mayores innovaciones de fines del siglo XX, a nivel mundial. Hace quince días, participé de un coloquio sobre las leyes de memoria, en la Universidad de Columbia de Nueva York, y pude constatar hasta qué punto el fenómeno de las leyes de memoria es un fenómeno mundial. Una enorme cantidad de textos jurídicos fueron producidos en numerosas lenguas, en contextos muy distintos, con el fin de brindar una definición oficial sobre determinados acontecimientos históricos, siempre, por supuesto, con fines políticos.

            Junto a estas normas políticas, morales, jurídicas, está también la emergencia de una norma judicial, que nace con Núremberg, continúa con el juicio a Eichmann y luego con los juicios a los grandes criminales de guerra, que fueron históricos no por tratarse de acontecimientos históricos, sino por la explícita vocación de dar una lección de historia, de que los juicios funcionaran como vectores de memoria. Desde mi punto vista, el juicio que inauguró esta nueva forma de concebir la historia, en sede judicial, fue el proceso Eichmann. Por falta de tiempo, no me extenderé sobre otras nuevas normas, tales como las normas estéticas: actualmente se están desarrollando muchos trabajos que investigan el turismo de la memoria o el "dark tourism" que es interesante porque constituye un fenómeno social y a nivel mundial. De este modo, podríamos seguir enumerando la lista de nuevas normas.

Si tenemos en cuenta el campo de aplicación del término de memoria en el espacio social, advertimos que el término ya no se entiende como un proceso psicológico de rememoración, ni tampoco social –de transmisión de un pasado–, sino que se ha convertido en una visión de mundo. Emprender acciones en nombre de la memoria no sería instituir un proceso social, sino expresar una visión de mundo. Y aquí me pregunto –al igual que otros historiadores– hasta qué punto estos desarrollos de la memoria contemporáneos, aunque sean indispensables, no se presentan como una nueva ideología, un sucedáneo o complemento de lo que se llamó la ideología de los Derechos Humanos. Con esto intento comprender, no emitir un juicio sino comprender por qué la memoria ha cobrado semejante importancia.

Para sintetizar el contenido de esta visión de mundo, de esta relación con el pasado, de esta manera de concebir el tiempo (el pasado, el presente y el futuro), se imponen de inmediato tres palabras que han caracterizado la mayoría de las políticas de la memoria en todo el mundo: conocer, reconocer y reparar. Siempre se ha producido en tres tiempos. Conocer los crímenes (investigación judicial, historia, investigación científica). Reconocer: en nuestras sociedades contemporáneas, la memoria supone fundamentalmente operaciones de reconocimiento. No se trata de decir “recordamos”, sino “hemos tomado en cuenta la suerte particular de este grupo de víctimas, o de este grupo social e intervenimos para inscribirlo en un monumento o una conmemoración”. De este modo, se trata de una operación de reconocimiento social. Finalmente, la reparación. Aquí también, en tanto historiador, observo que se trata de un fenómeno que, por cierto, se ha vuelto habitual, ha sido muy transitado en la actualidad, pero no puedo dejar de advertir que esta cuestión de la reparación implica una nueva visión: que nuestras sociedades tienen la necesidad de actuar sobre el pasado, transformar el pasado tal como era. Así, la generación de los hijos de los que habían estado en la Segunda Guerra cuestionó a sus mayores por lo que había sucedido al concluir la guerra, sosteniendo que “nosotros, que somos hijos nacidos durante la guerra, les reprochamos no haber investigado lo suficiente lo que fue la colaboración y el antisemitismo, etc.” Más aún: “Ya que ustedes no lo hicieron, nosotros vamos a hacer algo mejor, o vamos a hacer otra cosa”. Se trata de una idea nueva, del presente, que consiste en actuar, o retroactuar sobre el pasado, y que constituye el fundamento de todas las políticas de memoria actuales.

Voy a pasar a las conclusiones, y lo haré brevemente. Quisiera plantear algunas dudas, preguntas, no en torno a la historia de la memoria como campo científico, sino sobre la importancia que tiene actualmente la memoria desde el punto de vista político, digamos. Considero que esta importancia que ha cobrado la memoria en las sociedades contemporáneas no debe tomarse como algo dado, o natural y merece ser pensado, sometido a la reflexión.

Lo primero que quiero destacar es que porciones enteras de la historia de la humanidad siguen estando afuera de las políticas de memoria en la actualidad. No porque sean procesos con imperfecciones, como podría ser el caso de Argentina, o de otros países latinoamericanos, sino porque directamente no existen. Es el caso de Rusia y la memoria de los gulags. Si uno lo compara o lo contrasta con las políticas de memoria en relación con el nazismo, el vacío es enorme. Allí, entonces, no hubo ni conocimiento, ni reconocimiento y menos aún reparación. Lo mismo se podría decir sobre el comunismo en los países del Este.

La segunda cuestión es que pese a los objetivos proclamados en torno a las políticas de la memoria, éstas nunca llegaron a tener, finalmente, un impacto preventivo. En este sentido, podríamos preguntarnos si acaso el lema de "Nunca Más" no será en general un "todavía”. La justificación sistemática de las políticas de la memoria era justamente la prevención. Sin embargo, todos los actores saben que no ha tenido ningún efecto preventivo. Pienso en el caso de Francia. Podría pensarse que no hubo ningún impacto si se observan las atrocidades que se cometen en Siria, o las del “Estado Islámico”. Peor aún – y aquí fuerzo un poco las cosas, o me muestro provocativo: las organizaciones del Estado Islámico han llegado a reclutar a jóvenes franceses, belgas, alemanes que fueron alimentados durante veinte años con el “deber de memoria", que mamaron la enseñanza contra el racismo y el antisemitismo. Son problemas que hoy se debaten en las sociedades europeas. Si bien son casos muy minoritarios, sin embargo, la cuestión del impacto de estas políticas en el futuro es algo que debemos pensar.

El tercer punto se relaciona con algo que planteó el Decano en su exposición. Tiene que ver con el hecho de que los mismos elementos que se utilizaron para convertir la memoria en un elemento positivo, en un factor de progreso, de conocimiento, de transparencia, de lucha contra la impunidad, pueden sin embargo ser utilizados por un poder que no es progresista sino reaccionario, nacionalista, para hacer lo contrario. Por ejemplo, las leyes de memoria son consideradas como normas que permiten un mayor conocimiento del pasado, que impiden el negacionismo. Sin embargo, en Polonia se acaba de aprobar una ley que prohíbe explicar o analizar la posible participación de la población polaca en la Shoá. Es más, esta ley fue promulgada a raíz de las investigaciones de un historiador en particular, que tuvo un gran impacto en ese país. Es decir, asistimos a políticas de revisión histórica que se realizan en nombre de la memoria. De este modo, lo que muchos creímos que significaba un avance, puede llegar a ser reutilizado negativamente.

Voy a terminar mi exposición con una reflexión más optimista que la que acabo de comentar, una reflexión que no es solo la de un historiador, sino la de un ciudadano. Estoy convencido de que la memoria larga tiene sus virtudes, lo sabemos, pero que no tiene solo virtudes. En primer lugar, la memoria larga ha sido el motor de lo que Marc Ferro ha definido como el “resentimiento histórico”. Durante miles de años, la memoria larga fue el motor de las guerras. Es precisamente porque se las recordó, que siguieron las guerras. Digo esto con cautela pues soy consciente de que este argumento ha sido también utilizado por los criminales, pero no hay que olvidarlo. En segundo lugar, sobre todo, si hoy sabemos, gracias a la historia de la memoria y al campo de estudios de la memoria, que ésta tiene una historia, que hoy la comprendemos mejor, y que es importante, no hay ninguna razón para pensar que esta historia sea unívoca y lineal, que esté solo orientada hacia el bien y el progreso, sino que puede ir en otro sentido. Nuestra tarea como historiadores e investigadores (lo digo humildemente) debe contribuir a que lo que Paul Ricoeur denominó la memoria “justa”, “apropiada”, constituya un factor de justicia – pues en definitiva, todo lo que decimos apunta también a que se haga justicia para determinados sectores de una población–, y que al mismo tiempo esa memoria “justa” nos pueda liberar, para que no quedemos presos del pasado. Muchas gracias.

 

 

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