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“Devenir testigo”, un proceso social. Acerca de la traducción de Béatrice Fleury y Jacques Walter

Aletheia, volumen 9, número 17, diciembre 2018, ISSN 1853-3701

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Claudia Feld

(CIS-CONICET/IDES, Núcleo de Estudios sobre Memoria)

 

En el año 2011, los investigadores Jacques Walter y Béatrice Fleury, de la Universidad de Metz (Francia), iniciaron un programa de investigación internacional e interdisciplinario titulado “Carreras testimoniales. Los [procesos de] ‘devenir-testigos’ de conflictos de los siglos XX y XXI”. El programa reunió a académicos de Francia, Alemania, España, Ucrania, Armenia, Ruanda, Canadá y Argentina para pensar de qué manera las sociedades elaboraban sus memorias ante conflictos sangrientos y hechos traumáticos. El eje de los trabajos y las discusiones, desarrollados durante tres años, fue el rol de los testigos de tales acontecimientos de violencia. El programa tomó como punto de partida la constatación de que, en este tipo de procesos memoriales, no sólo el testimonio (como acto de habla y narración de lo acontecido) sino también el/la testigo (como actor con intervención pública y como figura emblemática) eran piezas fundamentales de la construcción de memorias. Walter y Fleury advertían que los testigos, en tanto actores centrales de los procesos memoriales, habían sido poco investigados. Aunque ciertos trabajos de gran difusión –como el de Wieviorka que caracterizaba “la era del testigo” y el de Ricoeur que examinaba la fiabilidad del testimonio– daban pistas para entender el rol central de los testigos, Walter y Fleury proponían investigar en profundidad la premisa de que “devenir-testigo” no tiene nada de natural. Que para que una persona que vivió o presenció determinados hechos traumáticos se convierta en testigo se necesitan una serie de mediaciones, dispositivos y contextos que no están dados ni son iguales para todos los casos.  En ese marco, la noción que acuñaron de “carreras testimoniales” les permitió interrogar las trayectorias de los/las testigos a lo largo del tiempo, entender cómo surgía su palabra pública, estudiar en qué contextos se legitimaban y cómo se iban transformando sus modalidades de intervención. Los resultados de esas investigaciones, publicados en tres volúmenes entre 2013 y 2015, permiten advertir que los/las testigos reconocidos/as públicamente –sobre todo cuando sus trayectorias testimoniales se prolongan por muchos años– no son sólo un emergente de procesos sociales más amplios ni el resultado de características individuales y personales, sino que dependen de una configuración específica en la que biografía, historia y memoria social se anudan de manera singular.

El texto que se publica aquí, traducido por Antonia García Castro, sintetiza los resultados del mencionado proyecto. En particular, permite presentar la noción de “carrera testimonial”, examinando sus posibilidades y límites para la investigación. Para ello, Walter y Fleury explicitan lo que denominan “tres tiempos” del devenir-testigo. En primer lugar, examinan las maneras en que el/la testigo no sólo comienza dando su testimonio, sino que también reitera su acto testimonial en distintas circunstancias y escenarios. Esa repetición es lo que permite entender las variables y las constantes de un acto que parece único pero que es singular cada vez. A esta acción del testigo de reiterar/modificar su testimonio a lo largo del tiempo, Walter y Fleury la denominan “testigo iterativo”.

En segundo lugar, los autores se abocan a trabajar con la idea de que determinados testigos no sólo acceden a la esfera pública, sino que se transforman, con el tiempo, en figuras emblemáticas de los procesos memoriales. Su rol de “testigos consagrados” se construye a través de múltiples mediaciones que van desde su participación en escenarios restringidos (actos escolares, periódicos locales, sitios especializados, etc.) hasta la adquisición de un estatuto social reconocido masivamente a través de libros, películas, manuales escolares, entre otros. Ahora bien, esos mismos testigos, eventualmente, pueden dejar de ocupar esos lugares centrales en el escenario público y transformarse en lo que Walter y Fleury denominan “testigo olvidado”. La “consagración” y el “olvido” conforman, por lo tanto, el segundo eje que los autores analizan.

En tercer lugar, los autores reconocen que el/la testigo no siempre habla puramente de las experiencias que vivió y presenció, sino que, en determinados momentos, reexamina o formula una mirada crítica sobre su propio rol. Esto quiere decir que los testigos son, a veces, quienes explican públicamente qué significa ser testigo (un caso paradigmático es el libro de Primo Levi Los hundidos y los salvados). Pero también, en el mismo acto, son quienes alientan e inspiran a otras personas a testimoniar sobre sus experiencias. Por eso, en el tercer eje que trabajan, Walter y Fleury se refieran al “testigo reflexivo” y al “testigo polinizador”.

Estos tres ejes dan cuenta de lo productivo que puede ser estudiar las trayectorias testimoniales, sus mediaciones y sus efectos sociales, apartándose de los enfoques meramente biográficos. Las diversas maneras de “devenir-testigo” que proponen estos tres tiempos estudiados, permiten anudar de manera significativa lo individual y lo social, lo histórico y lo memorial, lo experiencial y lo comunicacional. Sin embargo, también es necesario considerar que, ante los acontecimientos de violencia y las experiencias traumáticas, el proceso de devenir-testigo no está simplemente atado a las trayectorias individuales, aun enmarcadas en procesos y dispositivos sociales. Es muy común que los/las testigos de acontecimientos conflictivos, sobre todo si son de envergadura (masacres, guerras, genocidios), no intenten solamente hablar por sí mismos y contar sus experiencias personales. En general, estos testigos encarnan una causa que los excede y que les da un sentido social a sus experiencias: suele suceder que los testigos hablan en nombre de otros/as (víctimas, sobrevivientes, afectados por la violencia). Es en este punto en que la metáfora de la “carrera”, sobre todo si se la entiende en términos análogos a los de una carrera profesional, encuentra sus límites, ya que no se trata solamente ocupar un espacio y hacer escuchar su palabra públicamente, ni se trata de construirse (o ser construido/a) como figura emblemática de un acontecimiento pasado, sino que las otras personas concernidas están siempre, de manera real o imaginada, para acompañar esas trayectorias individuales y darles un sentido colectivo a los testimonios. Aquí es, entonces, donde surgen nuevas preguntas para seguir indagando a partir de los resultados de esta investigación: ¿cómo se configuran esos ámbitos testimoniales colectivos?, ¿qué temporalidades y contextos marcan las causas colectivas perseguidas por los testigos?, ¿en qué momentos y por qué razones esas causas se transforman, se potencian o se abandonan? Hay, por supuesto, muchos otros interrogantes. El debate queda abierto para que pensemos estas categorías y abordajes desde nuestra experiencia argentina, desde nuestro controvertido presente, y desde las luces y las sombras de nuestra memoria.

 

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