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A(f)rica: relatos y memorias afrodescendientes en Arica tras la chilenización y el conflicto entre Perú y Chile (1883-1929)

Aletheia, volumen 2, número 4, julio 2012. ISSN 1853-3701

Artículo/Artal en PDF

Nathalie Artal Vergara*

Universidad de Santiago de Chile

 Centro de Estudios Latinoamericanos Yawar Mayu.

2011

Santiago, Chile.

nathalie.artal@gmail.com

 

Resumen: En el siguiente trabajo plantearemos un recorrido histórico de la presencia africana en Arica, Chile. Pondremos especial atención al periodo de chilenización del territorio, antes peruano, desde el Tratado de Ancón (1883). Este proceso de violencia, represión y exilio del pueblo peruano, se realiza en un tiempo y región en los que la mayoría de la población era afrodescendiente. Consideraremos entonces, el periodo de chilenización, llamado también plebiscitario, como un periodo de continuación de la diáspora africana que generó la ruptura de la construcción de hogar y “nueva África” que se instalaba en Arica. Utilizaremos para reflexionar en torno a esta tesis, algunas fuentes historiográficas y algunos relatos orales recogidos ad portas del Censo 2012, en Chile, que una vez más no considerará la variante afrodescendiente.

Palabras clave: Arica, Tacna, africanos, afrodescendiente, afroariqueños, chilenización, desperuanización.

 

 

 

Una vez mi tía, hablando sobre nuestros ancestros, me dijo:

sácale la «f» a África ¿qué es lo que queda?

 

Andrés Salgado M.

 

1. Desde el vientre de la madre África a la esclavitud en Arica.

La reconstrucción de la historia de un afrodescendiente en América o en cualquier parte del mundo, no goza del privilegio que otras etnias podrían tener: el encontrarse con su historia ancestral a través de la tierra que habita. Así lo hace el aymara o el mapuche, quienes defienden a la pachamama o a la ñuke mapu pues ha sido quien le ha dado la vida y así, ha dado vida a su madre/padre, abuela/abuelo, bisabuela/bisabuelo, y más arriba de esa larga trenza de existencia. En la misma tierra de sus ancestros puede agradecer y ofrendar, ceremoniar y ritualizar, pedir a los mismos apu sagrados, como el Illimani en Bolivia o resistir la invasión de los rehues (lugares sagrados) en el Wallmapu. El afrodescendiente vive con ancestros imaginarios, como señala Cesaire.

Los africanos raptados y traídos a América, dejaron parte importante de su memoria en África tras la trata de esclavos y:

se estaban convirtiendo en “piezas” como se les llamaba en la venta, como se consigna en los documentos. Ya se estaba perdiendo no sólo a la familia, el grupo social, la vestimenta. El proceso violento de deculturación los impulsaba al suicidio cuando ello era posible en los barcos. Otros morían por enfermedad, por inanición. Por “melancolía negra”, como se calificaba la tristeza que los llevaba a la postración. La depresión colectiva muchas veces los llevaba al suicidio, también colectivo. Al llegar se perdía el nombre, la lengua, los hábitos alimenticios, sexuales, se perdía la referencia con el mundo que había quedado atrás, iban alejándose los signos de identidad (Pizarro, 2002: 17).

 

La historia oral africana se quedó con los viejos, con los ancestros en África, quienes no eran un buen producto para ser una “pieza” de venta. De esta manera, niños, niñas y jóvenes aptos para la explotación, fueron sacados del vientre de la Mama África. En distintas partes del mundo quedaron repartidos, algunos con el sueño del retorno a África, otros generando en otros lugares un hogar, un territorio y una identidad; búsqueda que, en una diáspora inacabable, ha tenido distintos resultados y distintas historias.

Tanto Arica, como Tacna, en el siglo XVI, formaban parte del Virreinato del  Perú y, ambas, deben su nacimiento y desarrollo a la ciudad de Potosí, llamada en la época “La Villa Imperial de Potosí”, la ciudad más importante en cuanto a riquezas mineras.

Alfredo Wormald Cruz (1963: 56), indica que en 1545 “se descubría la primera de las cinco mil vetas que llegó a tener en explotación el Cerro Rico de Potosí”. Riquezas, fortunas, lujos y fastuosidades se vivieron en aquella ciudad; explotaciones que fueron capaces de sostener y mantener un imperio en una ciudad que hoy es considerada una de las ciudades más pobres de Latinoamérica.

Es a partir del descubrimiento de Potosí cuando comienzan los arribos más importantes de esclavos negros, pues “ya por el año 1546 [Arica] empieza a habilitarse como puerto de salida de los minerales del altiplano, con motivo de haber sido descubierto el cerro de Plata de Potosí (…) y en 1574, por decreto del Virrey don Francisco de Toledo, se hizo obligatorio el tráfico de la plata por Arica, pasando a ser oficialmente el puerto de Potosí” (Urzua, 1957: 15). Se hacía necesaria la masiva mano de obra esclava.

Wormald (1966: 155) señala que

La población negra en Arica siempre fue numerosa. El año 1555 Carlos V acordó al ex gobernador del Perú, licenciado Cristóbal Vaca de Castro, en reconocimiento a los valiosos servicios prestados a la Corona, la internación en ese país de 500 piezas de ébano libres de derechos. Tal merced constituyó un espléndido regalo, pues en esos años el impuesto de entrada por cada negro ascendía a 80 ducados, más el 6% sobre 160 pesos, valor en que, según parece, se estimaba el costo de la pieza”. Pues bien, cuando se concedió dicho premio a Vaca de Castro, ya había en Perú más de 1.200 negros distribuidos en varios sitios de la costa. Y uno de esos sitios era Arica.

 

A esto se suma como uno de los datos más importantes dentro de los estudios sobre los afrodescendientes en Arica que:

“la internación de negros no se interrumpió. El 23 de septiembre de 1609, los Oficiales Reales de este puerto, a propósito de un empadronamiento de negros ordenado por el rey, ofician al virrey preguntando “si sólo debemos empadronar, como suena la cédula y provisión, a negros y negras, mulatos y mulatas, zambaígos y zambaígas, o a los descendientes de éstos que pasen del cuarto grado” (1966: 155).

 

Además, para el año 1669 se celebra un contrato entre el Consejo de Indias y la Compañía Real de Guinea, en el cual los últimos se comprometieron a traer 30.000 negros a las colonias españolas de América. Al Perú le correspondieron 12.000 negros (1966:156).

Sin embargo, Arica, fue un lugar de tránsito, un entrelugar entre Potosí y otras tierras. De ningún modo fue un lugar apto y de existencia cómoda para los blancos, principalmente por el clima. A pesar de esto, y en principio, fueron codiciados los puestos de poder en esa ciudad por la elite blanca, quienes más tarde abandonaron la empresa por razones que aclararemos. Otros, se quedaron más tarde en un productivo negocio: los criaderos de negros.

Ya observamos el valor que tenía un negro en el Perú hacia 1555. Para 1711 el costo, según un registro dado por Wormald Cruz (1966: 157), era de entre 420 y 700 pesos, lo mismo que costaba una propiedad en alguna ciudad importante de América.

En algunos casos, como el del negrero Francisco Yáñez, bastaba con la compra de algunas mujeres y hombres negros a los que mantenían en cuarentena y encerraban en establos. Más tarde, simplemente el dueño de las “piezas”, bautizaba a todas las criaturas nacidas con su apellido inscribiéndolas con el nombre de su madre y agregando que eran hijos de “padre desconocido”. Los dueños y amos de estas “piezas” llegaban a realizar más de seis bautizos simultáneos y entre los niños no habían más que algunos meses de diferencia (Wormald, 1966: 159).

En Lluta aún pueden observarse vestigios de estos criaderos y son parte de una ruta educativa y turística llamada “La ruta del esclavo” (1).

Con esto, queda clara la influencia etnológica que los africanos tuvieron en Arica. Para terminar, sólo en el Valle de Lluta los negros y mestizos de negros alcanzaron, en la primera mitad del siglo XVIII, exactamente al 40 %; los indios y mestizos indios al 57,5% y los españoles al 2,5% (Wormald, 1966: 160) (2).

2. Reconstrucción del hogar en Arica: El Valle de Azapa, Lluta, La Chimba y Lumbanga.

 

Potosí, comenzó a sufrir su decadencia en 1645 (Urzua, 1957). La sobreexplotación humana y mineral ejercida por el colonizador, y que se extendería durante un siglo, comenzó a apagarse. Con ello llegó la crisis económica. Las vetas se agotaron, los invasores sacaron todo de la tierra y ella los sacaría a ellos. El mismo año, en Arica una epidemia hizo que los blancos desaparecieran huyendo de esa tierra: la malaria, a la cual los negros fueron inmunes.

Los temblores y la epidemia se instalaron y,

a partir de más o menos 1760, la compra de negros bozales desaparece de Lluta. Durante el siglo XVIII la población blanca se redujo, casi hasta desaparecer, debido al paludismo que con intensidad y virulencia azotaba la costa (…) siglo y medio después, en 1871, los negros puros formaban la raza mayoritaria (…) con sus mestizos alcanzaban al 58% de la población, mientras el blanco representaba sólo el 23,9% (Wormald, 1966: 161).

 

Así mismo señala Urzúa (1957: 41) que “su inmunidad a las enfermedades tropicales favoreció su desarrollo y lograron formar un grupo étnico considerable, a punto de que Arica semejaba un poco a África, no sólo en la fonética sino en el colorido, hasta principios de este siglo”.

Los negros, ayudados por la tierra, encontraron una nueva África en Arica. Y es que hay muchas similitudes. El clima, la presencia del mar, las costas, los puertos, los valles. Por otra parte, “desde el siglo XVII, un importante número de africanos fue obteniendo su libertad, principalmente gracias a su participación en batallones militares encargados de enfrentar a los corsarios y piratas que continuamente atacaban el puerto de Arica” (Del Canto, 2003: 19). Más tarde, obtendrían la libertad definitiva en 1853, durante el gobierno del Mariscal Castilla.

A partir de esto, algunos se instalaron en los valles de Arica y en la ciudad generando hogar, patria y vida.

En el Valle de Azapa, lugar en donde permanece hoy gran parte de los afrodescendientes, y en Lluta, se dedicaban principalmente a los cañaverales de azúcar y algodón, sin olvidar el trabajo con los olivos que hoy permanecen y que tienen unos 250 años de antigüedad. Briones (2004) señala sobre Azapa que “este valle no se articuló como la clásica gran hacienda colonial, presente sí en los valles del sur peruano. Azapa se caracterizó por organizarse en pequeñas unidades de producción”.

Según cifras del año 1871, estudiadas por Wormald Cruz, en el Valle de Lluta de un total de 1200 habitantes 167 son negros y 239 mestizos hijos de negros. En el caso de Azapa las cifras son más decidoras: de un total de 590 habitantes, 391 son negros y 66 mestizos de negros (1966: 172, 173).

Incluso, en la ciudad la población negra era importante y llegó a tener un barrio propio llamado Lumbanga (palabra de origen africano que significa caserío).

En este barrio, los negros eran dueños de pequeños comercios y las mujeres, por lo general, trabajaban como empleadas domésticas (…) Tal vez contagiados por la vida apacible del Arica del 1900 preferían, según me cuentan, tender esteras sobre la vereda frente a sus casas, donde se instalaban con un jarro de vino a su alcance y una guitarra en la mano (Wormald, 1963: 171).

 

Briones (2004) agrega “sabemos que Lumbanga fue un enclave urbano de pequeños comerciantes de negros [sic, quiere decir comerciantes negros], barrio también donde pudieron desarrollar ciertos oficios tales como lavandería y labores de costura, además de la presencia de cantinas (…) este barrio fue mirado por la elite hispano-criolla como un lugar pecaminoso, bullicioso y de constante remolienda”.

 

Nada queda de Lumbanga hoy, barrio que comenzó a desaparecer a principios del siglo XX. Sin embargo, sabemos que se habría ubicado en la actual calle Maipú.

 

Los antiguos ariqueños, dice Wormald Cruz (1963: 172) “recuerdan el entusiasmo con que los negros celebraban el carnaval. Comparsas interminables recorrían la calle 21 de Mayo, cantando y bailando al son de bandas que servían nada más que para marcar el ritmo, puesto que sus únicos instrumentos eran matracas hechas con quijadas de burro y bombos”.

 

Alejada de la ciudad, en ese entonces, se encontraba La Chimba, una vega que abarcaba desde la calle General Velásquez hasta Bajos del Chinchorro, y que también fue un lugar habitado por negros. La Señora Rosa Guisa, nacida en 1922 (89 años), afrodescendiente de padre y madre, nació y se crió en La Chimba:

Ahí nací yo, en La Chimba, donde están todos esos monumentos, ahí tenía el rancho mi papá, en toda esa esquina, entonces cada vez que yo paso por ahí, empiezo: “espérense no más, los voy a sacar de aquí porque tengo que llegar a mi lugar, los voy a hacer desalojar de acá”. Los que me conocen, ahí, los que me ven (como todos me conocen) se ríen pues… “¿cómo estás amenazando Rosa?”, me dicen, “está bien que Arica sea tuyo pero ¡no vengas con amenazas pues!”. “¡Pero si Arica es mío pues!”, les digo (3).

 

En la Chimba, ahí, cerca del mar, vivían algunas familias afrodescendientes. Algunas vivían de las hortalizas y la pesca, también trabajaban en totora, como lo hizo desde niña la señora Rosa que agrega: “me gustaba estar con los negros, porque mi papá era negrito, negrito, y de pelo liso. Mi mamá era blanca, maciza y el pelo apretado, bien crespo, por eso que salí con el pelo así”. Muchos murieron cuenta, pero además, dice que muchos desaparecieron en el periodo del plebiscito, “el lío que tenía Chile con Perú”.

 

En el caso del padre de Rosa, su patrón le prestó un sitio en donde trabajar e instalarse con su familia. Así deben haberse situado muchos de los que vivían y trabajaban en La Chimba.

 

Los afrodescendientes de Arica eran peruanos. Como peruanos construyeron su vida en libertad, trabajaron para vivir en ese mar, en esa costa y en esos valles. En esa tierra sembraron y cosecharon su vida. A base de adobe, calamina, paja y totora construyeron sus casas. En lo más profundo de su ser el tambor de África se guardó, justo en el centro de sus corazones e hicieron de ello un carnaval, disimularon su pasado esclavo y vivieron, dentro de las posibilidades, libres. Las caderonas tumbaban al piso a los negros y gritaban ¡Tumba Carnaval! Los niños jugaban a imitar animales mientras sus padres y sus madres, vestidas de llamativos colores y con un pañuelo amarrado a sus cabellos, cocinaban chanfaina (o moronga, palabra africana) y arroz. Los adultos, tomaban café con pisco por las noches, tocaban cajón y bailaban vals. Vals peruano, afroperuano.

Inconscientemente o no, África renacía en Arica a través de sus hijos e hijas. Arica se convertía en el hogar de los afrodescendientes: el “espacio de intimidad, el mundo de los afectos, el sentimiento de pertenencia a una comunidad, incluso, un secreto cómplice entre sus integrantes” (Waldman, 2009: 39).

Sin embargo, “el hogar, espacio de la intimidad, tiene también una frontera: la puerta. La puerta demarca, circunscribe, divide y delimita, incluye y excluye; identifica lo que está «dentro» y lo que se encuentra «fuera»; separa al «nosotros» de lo ajeno y se extiende al peligroso terreno de la «no pertenencia». Ella marca el principio de otra, quizá incierta” (Waldman, 2009: 40). Y las puertas afroperuanas, no estuvieron por siempre exentas de aquella marca.

 

3. Dejando el hogar: la extensión de la diáspora afroariqueña tras la chilenización

Arica en la Colonia, no era una tierra codiciada por sus minerales por el colonizador, sino que, había sido considerado puerto de tránsito con respecto de Potosí y sus vetas de plata. Tampoco era una tierra codiciada, como sí lo fue Tarapacá, en tiempos republicanos. De hecho, Tacna y Arica podían ser las tierras protectoras de Tarapacá, cuna del salitre. De esta manera, para los poderosos en Chile, Tacna y Arica pasaron a ser parte de sus deseos, pues: “serían, en cierto modo, un territorio de contención para proteger la riqueza ubicada al sur de Camarones” (González, 2008: 21). Nuevamente Arica, sería un entrelugar. Esto lo reconoce abiertamente Barros Jarpa en 1922 en Hacia la solución chileno-peruana diciendo “la de Tacna y Arica fue una cesión impuesta por las circunstancias. En el límite de estas provincias encontraba Chile la única garantía estratégica y económica para la defensa del salitre de la provincia de Tarapacá y para la provisión agrícola de esas mismas zonas áridas y estériles” (citado por González). Es decir, Arica, nuevamente era considerada por nuevos explotadores de la tierra un espacio secundario o de subexplotación. Ya no hablamos de las minas en Potosí, sino del salitre de Tarapacá.

Por esto, el país “ganador” de la Guerra del Pacífico, decide firmar el acuerdo: el Tratado de Ancón (1883). En el artículo 2º de tal Tratado, se dejaba bajo soberanía chilena y a perpetuidad la provincia de Tarapacá; en cambio, el territorio de las provincias Tacna y Arica, según el artículo 3º, dejaría pendiente su soberanía hasta que un plebiscito la resolviera a partir de 1894 (González, 2004: 29).

Con esto, pasarían diez años de incertidumbre sufrida, ante todo, por quienes habitaban el territorio. Chile, dilataría la realización de este plebiscito: ¿cómo un peruano votaría a favor de que su tierra fuera de otro país?

De esta forma comienza el periodo de chilenización del territorio de Tacna y Arica, el cual se extendería más allá de 1929,  cuando se firma el Tratado de Lima, acuerdo directo entre los mandatarios que dictaría que Tacna queda para Perú y Arica para Chile. Tal bisturí “dejaría fuera de toda participación a la población originaria o avecindada en dichas provincias” (González: 2008: 12). Es decir, el plebiscito tan esperado jamás se realizó.

Mientras, en la paranoia que generó el famoso plebiscito, se formaron las Ligas Patrióticas que se dedicaron a chilenizar y desperuanizar Tacna y Arica, proceso que antes, también había vivido Tarapacá:

Este proceso de desperuanización, ejercido en  Tarapacá y en Tacna y Arica, tuvo características bien definidas, una de ella es que no fue una política sistemática del Estado sino una acción de grupos específicos de la sociedad civil. No se puede negar cierto compromiso de algunas autoridades con los grupos patrioteros, las que fueron removidas cuando el Estado consideró necesario hacerlo; de igual modo, por ejemplo, los grupos patrioteros criticaron abiertamente al plenipotenciario chileno (Agustín Edwards) y realizaron un atentado en contra del recién asumido Intendente (el entonces capitán de navío Gómez Carreño). No se puede decir que importantes organizaciones sociales, como el movimiento obrero, participaron de la acción desperuanizadora. Tampoco toda la prensa fue antiperuana (González: 2004: 135).

 

De esta manera la población peruana sufrió violencia simbólica, sicológica, física, rapto y exilio. Población peruana que en Arica era eminentemente afrodescendiente.

Chilenizar, dice Cristian Baez, afrodescendiente del Valle de Azapa, “significaba prohibir todas las manifestaciones que para los chilenos se veían como manifestaciones peruanas, estas expresiones se podían ver a través de las formas de vida, costumbres y tradiciones, estructuras sociales y económicas” (Báez, 2010: 81). Y dentro de estas manifestaciones, obviamente, lo negro y lo aymara, era peruano.

En particular, estos hechos, dice González (2004: 19) son desconocidos, sobre todo la acción xenofóbica de Las Ligas Patrióticas. Y es que la historia comienza en 1910, año de centenario y patriotismo exacerbado, con la expulsión de los curas peruanos en las provincias ocupadas por Chile. Agrega además que:

Las Ligas Patrióticas se organizaron, bajo el marco del centenario, a modo de un Club Social de caballeros para terminar transformadas en hordas de saqueadores de tiendas comerciales, de imprentas obreras, violadores de domicilios particulares, editores de pasquines patrioteros y la mano que marcó las puertas de los sentenciados a partir (4).

 

En este sentido, la acción de exilio violento tuvo que ver con la persecución a los hombres que eran quienes votaban y quienes, siendo peruanos, no le darían el favor a Chile en el plebiscito.

 

De esta forma, los “chilenos renegados” y “cholos renegados” como se les gritaba en las calles, salieron de sus casas dejando a sus familias, algunos lograron esconderse y, otros, fueron asesinados y desaparecidos por la acción patriótica luego de encontrar sus puertas marcadas con una cruz negra hecha de alquitrán y resistirse a la salida. Por otro lado, no es arriesgado pensar que para el afroperuano la marca no estaba solamente al otro lado de la puerta, si no en su piel, en las señales que sus ancestros, raptados de África para ser esclavizados en Arica, dejaron en sus cuerpos. Esta fue por lo tanto, una nueva salida del negro de su hogar.

 

Otros se chilenizaron, y guardaron su bandera peruana:

Mi padre5 llegó del Perú para tomar posesión de estas tierras y se casó con mi madre que era azapeña. Él se llamaba Juan Ríos Albarracín y ella Natalia Sánchez (…) después del plebiscito, mi papá se nacionalizó chileno porque los peruanos no podían tener propiedades. Los perseguían y muchos tuvieron que esconderse para que no les hicieran nada (Del Canto, 2003: 50). 

 

Si consideramos las cifras estudiadas anteriormente podemos llegar a una conclusión: la mayoría de la población peruana hacia 1871 era afrodescendiente. Con esto, la persecución tuvo un rasgo étnico y xenofóbico que obviamente incluía al aymara, pero que ayudó notablemente a la dispersión de muchas familias afrodescendientes, a su salida del territorio chileno y con ello a una invisibilización. De hecho, Wormald Cruz, en su texto Frontera Norte, también señala que en esta época “la abundante población negra de Arica se dispersó” (172).

 

Cristian Baez (2010), habla entonces de la chilenización como un blanqueamiento, los negros estaban delatados por su color. Quienes decidieron quedarse debieron nacionalizarse chilenos o vivir un buen tiempo en forma ilegal (Del Canto, 2003: 57).

Tras este periodo, Arica en su Censo nunca volvió a considerar la variable afrodescendiente.

 

4. Reflexiones y relatos afroariqueños en torno a la chilenización y la invisibilización (5).

Los afrodescendientes ariqueños han aparecido en la prensa (local principalmente) pues exigen ser reconocidos como una variante en el Censo 2012. La respuesta ya fue negativa y responde a un círculo vicioso: según las autoridades no hay datos concretos que hablen de un número considerable. Tampoco se puede hablar de etnia en cuanto a los afrodescendientes, pues no tienen una lengua propia ni un territorio reconocible y estable en Chile. Sin embargo, existen desde hace siglos.

Muchos de ellos y ellas están organizados hace algún tiempo y han tomado conciencia de su origen, que antes había sido negado por sus padres y madres, por miedo. De todas formas, es fácil recorrer Arica y encontrarse con los morenos, de pelo crespo, labios y narices gruesas y que no se asemejan en rasgos a los descendientes aymara o quechua.

Entienden que no son una mayoría, al menos no los que se reconocen como afrodescendientes. Y entienden y escucharon de sus madres y padres que los negros se fueron para el Perú. Saben que el silencio y la negación de su origen tiene que ver con el plebiscito.

El plebiscito nunca se realizó, sin embargo, sí las acciones patrióticas que intentaron ganar “soberanamente” el territorio ariqueño. Como acción política solucionadora de conflicto no existió. No obstante, muchos afrodescendientes hablan del plebiscito como si este hubiera ocurrido, y es que el fantasma del plebiscito estuvo en cada una de las casas de sus abuelos y abuelas, aterrorizando, amenazando, expulsando y desapareciendo a muchos.

Rosa Guisa, ya citada, nos relata que a sus 6 o 7 años de edad vio cómo en las noches sacaban a la gente de sus casas, no sabe si eran “milicos” o carabineros quienes venían por ellos. Muchos, dice, arrancaron para el Perú, por la orilla de la playa, por los valles:

Fue tremendo eso, andaban en caballo correteando a la gente, y a media noche, yo estaba chica y me atracaba bien, me acostaba con mi mamá, bien atracadita a ella, yo misma, como era chica, me tapaba la cabeza porque corrían para acá y para allá. Alcancé a ver eso (…) porque mi mamá no nos dejaba salir ni a la puerta, porque sacaban a la gente y no sé, decían que se los llevaban, no sé si sería para matarlos o para trasladarlos a otros lugares… no sé (…) les decían cholo renegado, chileno renegado, y gritaban afuera en la calle (…) y las carreras para allá y los peñascazos (…) se los llevaban y después no aparecían pues (…)

 

Se llevaban a los hombres dice y las mujeres quedaban llorando. De hecho, su padre fue uno de los perseguidos:

 

A las mujeres las tiraban para un rincón y se metían a las piezas, revolvían todo, otros se subían al techo, no sé mi papá, dónde estaba… ¡Ah! ¡lo tenía en un baúl! Porque antes se usaban mucho los baúles grandes, ¡ahí lo tenía mi mamá! Si no se van luego mi mamá lo saca muerto (…) y abrieron el baúl pues, no sé cómo se las habrá arreglado mi papá (…) y no lo pillaron, porque mi mamá lavaba ropa ajena para los hoteles y entonces la tenía toda ahí (…) cómo estaría el pobre viejito ahí, puro aguantando, rogándole a todos los santos. Amenazaban a mi mamá diciendo que iban a volver. Mi mamá fue valiente, y les dijo “no, hace días que no sabemos nada, ¡ustedes mismos se lo llevaron! (…) si no es por los vecinos mis hijos se mueren de hambre”.

 

Marta Salgado (64), presidenta de la Ong Oro negro nos cuenta:

Mi madre nos dijo cuando éramos adultas que nosotros éramos descendientes de africanos, no lo habían dicho antes porque ellos habían sido criados negando su condición, pero sí desde niña yo vivía en lo que antes se llamaba el Barrio Lumbanga, en una casa de adobe con caña en la calle San Martín 590, hecho todo de paja, entonces me crie como se criaban en ese entonces las familias negras, en vez de puerta eran cortinas, familias grandes, tenía 9 hermanos y mis dos padres eran descendientes de esclavizados (…) tenía un tío que era muy grande, se llamaba Juan Cadena, que vivía en Las Maytas, aún mis primas viven ahí, él medía como dos metros y era realmente negro… él vivió la época que se llamó el plebiscito, que nunca fue, pero que se denominó ya, más potente, la chilenización, porque las personas que vivían en este sector eran peruanas entonces cuando vino este tema de la chilenización las personas arrancaban o las hacían salir o, también, las mataban y ese tío, se escondió en un pozo de agua y allí permaneció muchos días y desde esa vez quedó con una enfermedad en las piernas, y bueno, el ya está fallecido, murió su esposa también.

 

Las hermanas Huerta Corvacho, Marlene (52), Juana (65) y María (50), pertenecientes a la organización Lumbanga y a la Red de Mujeres Luanda, también nos cuentan su relato. Juana, criada en el Valle de Azapa, dice haber escuchado hablar sobre África a su madre:

En Azapa nosotras vivimos como tres, cuatro años, y ella nos contaba a nosotros que cuando llegaron mis abuelos a Azapa, o sea a Arica, venían encadenados y ellos nacieron en el Valle —somos descendientes del Congo, (dice María)— Sí, ella todo el tiempo nos conversaba. A mí incluso me bautizaron debajo de un olivo y yo me crie ahí pues, en el olivo…

 

Marlene, agrega que otra cosa que escuchaba hablar a su madre fue que

En el periodo de la chilenización, lamentablemente a los carabineros se les llamaba los blancos, y a los negros, los negros. Cuando los blancos llegaron al Valle de Azapa, porque sabían que la gente negra habitaba en el kilometro 8, porque ahí era donde llegaban los negros, dice que los blancos les decían a ellos que tenían que irse, que tenían que irse del Valle y donde vivía gente negra, todas las puertas de las casas las marcaban, con negro, le hacían cruz. Cuando llegaron, volvieron a la casa, del Valle de Azapa en el kilómetro 8, un grupo de negros ya se habían ido al Perú, los otros a Sama, otros habían arrancado para el Valle de Lluta, y mi abuelo arrancó también (…) Mi mamá se escondió en una bodega donde habían hartas cebollas… hartas cebollas. Bueno, yo hasta esa parte le alcancé a escuchar a mi mamá, porque nosotras no estábamos metidas todavía en el tema, no sabíamos si éramos descendientes de algo, solamente sabíamos que éramos negros no más.

 

Muchas familias quedaron divididas tras la chilenización. La madre de las hermanas Huerta Corvacho, encontró a uno de sus hermanos, Santos Corvacho, que había arrancado, treinta años después en Perú en una fiesta de Locumba.

Milene Molina Arancibia (44), también de la Organización Lumbanga y de Luanda, presente en la entrevista señala que ellas tienen muchas familias en ciudades del Perú que ni siquiera conocen y que quizás ellos ni saben que ellas existen. “Este fue un momento histórico cruel hacía nosotros, dice, y en Chile no se quiere reconocer. Tampoco quieren reconocer que acá hay afrodescendientes”.

Y es que los abuelos y abuelas afrodescendientes no sólo perdieron su hogar, sus tierras y su patria. Nuevamente fueron separados de sus familias, nuevamente los ancestros, en muchos casos son imaginarios, porque no todos, producto de la negación y el miedo producido, pudieron enterarse de qué pasó con sus familias, como es el caso de Milene.

La negación de la etnia y del color, llevó incluso a que muchas mujeres recibieran como instrucción no casarse con hombres negros, sino blancos, como cuenta Marta Salgado. Y así mismo, a los niños los criaron sabiendo que la mujer a la que debían conquistar debía ser blanca, como señala Cristian Báez, en una entrevista realizada: su padre se casó entonces con una sureña que llegó a trabajar a Arica. “Blanquear la raza” para que los niños y niñas que nacieran no sufrieran lo que sus ancestros en África sufrieron, lo que sus abuelos y abuelas en Arica sufrieron.

Insistimos en la idea de la extensión de la diáspora a punta de la violencia de quien tiene el poder (primero los colonizadores, luego los mandatarios republicanos) que nuevamente es blanco, o bien, no es negro. Esta vez, el rapto, o la expulsión del hogar construido, no tenía que ver con niños y jóvenes que sirvieran como piezas de explotación, sino que la selección estaba dada ahora por género y edad: los hombres que pudieran votar debían ser eliminados del territorio.

Las familias se quedaron sin sus hijos, hermanos, padres y abuelos. El hogar en cualquiera de las concepciones dadas anteriormente se rompió y para quienes se quedaron se convirtió en “el espacio por excelencia contra el cual rebelarse. Más aún, de donde huir” (Waldman, 2009: 40).

Aquí tenemos el recuerdo de aquel que se quedó, del que pudo escapar, esconderse, borrarse y chilenizarse cada vez que se levanta y mira en el Morro de Arica la frase: “Arica, siempre Arica. Mayor es mi lealtad”, obviamente, junto a una bandera chilena. Esta frase enmarca, señala, separa, advierte, amenaza inclusive, desde la altura y la omnipresencia: nos mira desde casi cualquier punto de Arica.

Desde ese momento el afrodescendiente dejó de ser peruano. Dejó de ser afroperuano y se tuvo que convertir en chileno. Cantar el himno cada día en la escuela, ser parte del desfile cotidiano en Arica, y mirar esa frase del Morro. Todos somos chilenos en Arica. Por la razón o la fuerza. Por consiguiente, negaremos nuestra peruanidad antigua, olvidaremos a nuestros familiares. Reemplazaremos ese recuerdo por el odio quizás. Aunque, es bueno escucharlo: hay muchos y muchas en Arica que sienten la triple frontera en su corazón y en quienes el sentimiento patriótico es tripartito.

Este es el sujeto afroariqueño. Sin embargo, ¿qué sucede con los que se fueron? Aquellos que viven en Sama, Perú, por ejemplo ¿Cuáles son sus recuerdos? Quizás “dolor, miedo, soledad, son imágenes que se entrecruzan cuando se piensa en el fenómeno del exilio y la expulsión de la patria. Huellas que se connotan desde la propia etimología del concepto exilio: ser expulsado de lo propio” (Sanhueza, Pinedo, 2010: 10). Para entender esta extensión de la diáspora africana en el norte de Chile, tendríamos que reencontrarnos también con los que emigraron e instalaron su nuevo hogar en otras tierras.

 

5. Conclusiones: las memorias hacia el reconocimiento, la reparación y la visibilización.

La visibilización y el reconocimiento parte por cada individuo que es capaz de mirarse y entender su diferencia. Eso es lo que llevó a las organizaciones afrodescendientes a seguir con su compromiso cada día. Otros aportes llevados de la oralidad a la escritura tales como este trabajo y otros, como el hecho desde su experiencia vivencial por Cristian Báez en Lumbanga: Memorias de la cultura afrochilena (2010); o el aporte de Gustavo del Canto Oro Negro (2003), llevarán a reconocer, por ejemplo, y en primer lugar, que la presencia africana en Arica tiene antecedentes coloniales que persisten en cada uno de sus afrodescendientes hasta nuestros días. Su aparición y aportes en distintos capítulos de la historia de Chile, son parte de lo que algunos estudiosos están demostrando.

La etapa de chilenización, fue una continuación de la diáspora africana en Arica. Así como salió gran parte de la población de África para ser explotada en otras tierras, gran parte de los descendientes de los esclavos que llegaron a Arica, debieron salir nuevamente de su hogar y radicarse en distintas partes del Perú. Nuevamente el sujeto africano vive una ruptura dada por la expulsión y el exilio. Familias separadas, hombres que desaparecen del hogar. Considerando las cifras expuestas aquí, hacia 1871 en Arica, Perú, los negros puros y sus mestizos formaban el 58% de la población, con lo que la chilenización y la desperuanización del territorio a partir del Tratado de Ancón de 1883, debía considerar este rasgo étnico en la expulsión, rapto y asesinatos ocurridos. Comprobamos esta hipótesis a través de los relatos orales trascritos y entregados por algunos afrodescendientes que incluso, como es el caso de la señora Rosa Guisa, fueron observadores de los hechos. Por otro lado, comprobamos a través de la oralidad, que este registro existe y ha sido relatado de generación en generación. Podríamos afirmar entonces que la chilenización fue un proceso de blanqueamiento.

Los actores de los hechos estudiados, como bien señala Sergio González en sus estudios, no son tan sólo los diplomáticos y las autoridades chilenas y peruanas. La sociedad civil, especialmente la que habita las zonas fronterizas, son las que sufren y sienten las decisiones políticas tomadas desde el centro político (2008: 11). Sociedad civil compuesta por personas en este caso, en su mayoría afrodescendientes. Personas, ni piezas, ni cifras.

A partir de esto, podríamos concluir además, que es importante para estos estudios el descifrar , lo que hay en cada uno de esos números, valorando en nuestro estudio el aporte del relato oral, del sentimiento, de la subjetividad.

Sin embargo, quedan muchas otros relatos que quedan trenzados a este trabajo a la espera. Ya lo anticipábamos: ¿cuáles son los relatos que habitan en Sama a través de los abuelos y abuelas que lograron llegar y exiliarse? ¿Cuáles los recuerdos del exilio?

¿Cómo se vivió el proceso de deculturación en Arica? ¿De qué forma construyeron los afrodescendientes su nuevo hogar en Sama, al otro lado de la frontera? ¿Qué aspectos de la cultura afro en Sama, aún persisten y cuáles son los que podrían equipararse aún con la cultura afro que queda o que pretenden recuperar los afroariqueños?

Y por otro lado, ¿cuándo y cómo llegará el reconocimiento de la existencia de los afrodescendientes en Chile? En primer lugar, visibilizar a los afrodescendientes a nivel nacional conllevaría la aceptación de este suceso histórico violento, lo que quizás implicaría algún tipo de reparación emocional y económica. Varias políticas públicas y sociales, tendrían que instaurarse a beneficio, ayuda y protección de quienes forman parte de este grupo. Por otra parte, considerar a los afrodescendientes implicaría visualizar también a aquellos que emigran, de forma cada vez más masiva a Chile desde otros países latinoamericanos, como Colombia y Ecuador. 

La diáspora no termina ni es un fenómeno estático en el tiempo y con ello, la búsqueda del hogar, tampoco.

Notas:

1.             Proyecto patrimonial fundado en el 2008. Cuenta con 30 km. en los que se marcan distintas estaciones importantes de la presencia afro en Arica: Lumbanga, Arte Culinario en el Valle de Azapa, Criaderos de Lluta, entre otros. A mi parecer, no es un proyecto lo suficientemente explotado, la falta de recursos probablemente no ha permitido que sea un real aporte al rescate de esta cultura, sin embargo,  las señales en la carretera podrían ser una guía para quien explora en este tema.

 

2.             En cuanto a la relación de los esclavos negros con los blancos en Arica, señala Viviana Briones (2004), importante investigadora del tema afro en Arica: “no parece corresponder a lo que comúnmente sucedía en el resto del virreinato. En este sentido, me refiero al despotismo a ultranza ejercido en otros lugares de Hispánoamérica frente a la población esclava, especialmente por parte de los amos. Esta tensión concluía a menudo en revueltas, en el frecuente cimarronaje, levantamientos, sabotaje y motines. Tampoco nos hemos encontrado con documentación que hable de relaciones fluidas y cordiales. Hemos logrado sólo visualizar el tipo de relación establecida con la comunidad “blanca” (española) y esta no estuvo extenta de conflictos y acusaciones de maltrato, incumplimiento de deberes, etc.”

3.             Entrevista realizada en noviembre del 2011 por mí en Arica. Rosa Guisa es parte de la agrupación de afrodescendientes Lumbanga.

4.             Para un estudio completo acerca de la chilenización compulsiva en Tarapacá, Arica y Tacna, recomiendo los tres estudios de Sergio González citados en la bibliografía de este trabajo.

 

5.             Las siguientes reflexiones están enmarcadas dentro de las entrevistas realizadas por mí en noviembre del 2011 en Arica y el Valle de Azapa. Consideraremos algunas de ellas por cuestión de espacio, sin embargo todas ellas se encuentran registradas a la espera de ser parte de un documental audiovisual.

 

 

6.            Según la RAE: 1. tr. Declarar lo que está escrito en cifra o en caracteres desconocidos, sirviéndose de clave dispuesta para ello, o sin clave, por conjeturas y reglas críticas. 2. tr. Penetrar y declarar lo oscuro, intrincado y de difícil inteligencia.

 

 

Bibliografía

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Wormald Cruz, A. (1963?). Frontera norte. Santiago, Chile: Editorial del Pacífico.

Wormald Cruz, A. (1966). El mestizo en el departamento de Arica. Santiago, Chile: Editorial Ráfaga.

 

*Nathalie Artal Vergara, es Licenciada en Educación de Castellano de la Universidad de Santiago de Chile, estudiante del Magíster en Literatura Latinoamericana de la misma Universidad. Pertenece al Centro de Estudios Latinoamericanos Yawar Mayu. Profundiza sus investigaciones en las culturas aymara, quechua y afrodescendientes en el área andina de  Latinoamérica desde un abordaje multidisciplinar.

 

 

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