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Aportes del campo de estudios sobre memoria para un abordaje reflexivo del pasado reciente universitario

Aletheia, volumen 2, número 4, julio 2012. ISSN 1853-3701

Artículo otras MyD/ Friedemann en PDF

Sergio Martín Friedemann*

Instituto de Investigaciones Gino Germani/FCS-UBA/CONICET.

2012

Ciudad de Buenos Aires, República Argentina.

ser.fri@gmail.com

 

 

Resumen

El artículo propone esbozar algunos de los aportes que el campo de estudios sobre la memoria puede brindar a una investigación histórica centrada en el pasado reciente de una institución universitaria. A partir de la construcción de una definición posible acerca de la memoria, y entendiéndola como un campo de disputas, el trabajo propone indagar acerca del rol del investigador, su reflexividad y la posibilidad de problematizar la relación que establece su propio trabajo con la producción pública de sentidos acerca del fenómeno que estudia. Se trata de asumir la tarea de investigar como una actividad que incide sobre la construcción de memorias colectivas. En ese sentido, resultan significativos los aportes de este campo que apuntan a desnaturalizar la situación de entrevista y el uso de las fuentes testimoniales. La entrevista como herramienta no debe ser confundida con un instrumento que capta datos duros de la realidad. Si las memorias están en disputa, una recolección de testimonios que contemple todas las voces posibles permite hacer aflorar y poner en diálogo memorias hegemónicas y memorias subterráneas.

 

Palabras clave: Memoria — Testimonios — Pasado reciente — Universidad — Investigación

 

Introducción

Los campos disciplinares o subdisciplinares pueden beneficiarse de sus intercambios sin que esto signifique una emigración plena de un campo al otro. Intentaremos esbozar algunos de los aportes que el campo de estudios sobre la memoria, desde diferentes planos y registros, puede brindar a un trabajo histórico centrado en el pasado reciente de una institución universitaria. Particularmente, nuestra investigación busca dar cuenta de la emergencia, la institucionalización y la posterior crisis de un proyecto de “universidad popular” que distintos sectores del peronismo buscaron instalar en el marco del retorno democrático de 1973 y la llegada de Cámpora a la presidencia de la Nación (1). Se trata de una investigación histórica, acerca del pasado, y no un estudio de las representaciones o memorias de ese pasado en el presente. No obstante, un abordaje de esas características podría ser significativo. También podría resultar enriquecedor reflexionar acerca de la construcción del pasado nacional y universitario que buscaban instalar en los setenta los propios actores que estudiamos desde el presente, identificando en su contemporaneidad “luchas políticas por la memoria” (Jelin, 2002). Estas indagaciones formarían ya parte del campo de estudios sobre la memoria. Queremos, en cambio, dar cuenta de aquellos aportes “externos”, que no necesariamente convierten a un trabajo histórico en un trabajo acerca de la memoria, pero que no obstante le brindan herramientas teóricas y metodológicas entre valiosas e imprescindibles. En nuestro caso, consideramos indispensable el aporte que el campo de estudios sobre memoria es capaz de brindar a los fines de reflexionar acerca del lugar del investigador que trabaja sobre el tiempo pasado. Especialmente relevantes son algunos recaudos respecto del uso de las fuentes y los testimonios, así como otros aportes al enfoque desde el cual analizar los datos. Sobre este último tópico de contribuciones nos concentramos en este artículo.

Se trata de una reflexión que se realiza desde el presente, acerca de los métodos y enfoques, de las fuentes y de los actores del fenómeno pasado estudiado. Tanto el testigo como el investigador actúan desde una temporalidad que difiere de la del objeto de estudio. La distancia merece por tanto cierta reflexividad. Investigador y testigo están incidiendo, concientemente o no, en cómo es representado un fenómeno histórico-social. Publicar un trabajo acerca del pasado es ofrecer un punto de vista, trabajar en función de una posible versión de los hechos, es hacer memoria.

Resulta pertinente anticipar cuál es la definición de memoria de la que partimos. Abordando el concepto como categoría teórica y no como categoría “nativa”, entendemos la memoria como un campo de disputas, donde el resultado nunca es una “memoria”, en singular, sino siempre “memorias”, en plural, como propone Elizabeth Jelin (op cit: 17). Ese campo de disputas está constituido por y es constituyente de memorias individuales y grupales. Cada memoria es una construcción activa realizada desde el presente, a partir de determinadas huellas del pasado. La memoria así concebida, resulta ser un trabajo, una transformación (ídem: 14). Las huellas que dejan los acontecimientos del pasado son el material sobre el cual trabajamos desde el presente. El resultado de ese trabajo es una narración que se realiza y se transforma al recordar, es decir, al reinterpretar el pasado y darle un sentido nuevo (Ricoeur, 1999: 49).  Ese pasado queda, de algún modo, abierto, inconcluso o “en proceso de actualización” (Franco y Levín, 2007: 31). La confluencia de diversos relatos sobre el pasado —en el espacio público— dan lugar a narraciones que se contraponen, se solapan, se yuxtaponen, se negocian, confluyen o luchan; múltiples relatos posibles que en su complejidad y multidimensionalidad se conciben como memorias colectivas. Las luchas por la memoria son disputas por cómo es representado el pasado en el presente, y así pueden identificarse, también, memorias más o menos hegemónicas y memorias más o menos subterráneas (Pollak, 2006: 18) (2).

 

Investigar el pasado es hacer memoria

Si la memoria es una construcción de sentido que se hace desde el presente —a partir de huellas del pasado— entonces el investigador del pasado reciente hace memoria, produce efectos de sentido. Pero, por otro lado, el presente del investigador es también el presente del testigo. Si el investigador realiza entrevistas para valerse de testimonios actuales de los protagonistas de ese pasado que estudia, debe tener en cuenta que el testigo también está haciendo memoria, trabajando sobre el pasado, resignificándolo para producir una narración más o menos coherente acerca del fenómeno recordado. El presente del entrevistador es el presente del entrevistado y ambos se remiten a, dialogan, reconstruyen ese pasado reciente que se dará a conocer en formato de artículos, tesis, libros, que potencialmente llegarán al público. Es desde este presente y el presente del testigo, aunque a partir de las huellas del pasado, que se construye un relato. Ambos intervienen en las luchas por la memoria.

Las preocupaciones que estamos comenzando a plantear no están muy alejadas de aquellas que dieron vitalidad a la etnografía clásica. Para los antropólogos occidentales que estudiaban sociedades culturalmente lejanas, se trataba de “aprehender la perspectiva nativa en sus propias categorías” (Soprano, 2007: 213). Gastón Gil (2010), en un libro de reciente aparición, plantea la problemática de realizar una “etnografía en casa” (p. 67), es decir, cuando estudiamos la institución que integramos. Al igual que en la etnografía de poblaciones “extrañas”, investigador e investigado entablan un diálogo e intercambian puntos de vista. Se influyen mutuamente y por tanto el estudioso opera sobre aquello que estudia, transformándolo. Pero estudiando el tiempo pasado, ¿existe diálogo e intercambio entre cosmovisiones? Estudiando el pasado no podemos transformarlo. No podemos operar sobre el pasado en tanto acontecimiento sucedido, pero el sentido que se le asigna varía incesantemente (Ricoeur, op cit: 49), fruto de una continua reelaboración, transformación y transmisión (Valensi, 1998).

 El enfoque etnográfico, y no tanto su método, es el que resulta útil para un estudio del pasado reciente universitario, según sugiere Germán Soprano (ídem: 215). Al investigar la Universidad de Buenos Aires en los setenta, ya no se trata de “occidentales” estudiando una otredad, sino que somos nuestros propios “nativos”, o como plantea Sergio Visacovsky (2005), nos enfrentamos a nuestras propias “historias sagradas” (3). La alteridad, en este caso, está dada por el paso del tiempo. Se trata de hacer inteligible la otredad a los contemporáneos. Por tanto, resulta necesario dar cuenta del rol activo que el investigador adopta al darle un sentido a ese pasado y “traducirlo”, pasando a ocupar un espacio en los debates públicos. Y es aquí donde se hace necesario reflexionar, desde una definición posible de memoria, acerca de la incidencia que el investigador provoca sobre un campo de disputas por la memoria, al intentar explicar y darle un sentido al pasado reciente.

Los actores del pasado no pueden dialogar en el presente sin ser otros. Pero el diálogo e intercambio existe y es entre narraciones o representaciones acerca del pasado. Si los actores del presente van incorporando recuerdos del pasado en el presente en función de expectativas futuras, como sugiere Jelin siguiendo a Koselleck (Jelin, op cit: 13), entonces el investigador que dialoga con los actores y con el público, participa en ese proceso dinámico de construcción de sentidos. El pasado es inteligible en tanto se lo recuerda y se lo narra. El investigador del pasado reciente, aunque no pretenda ser un “emprendedor de la memoria”, en el sentido que le da Jelin, aunque no sea su principal propósito el de realizar una “elaboración de la memoria en función de un proyecto” (Jelin, op cit: 59), aun así la divulgación de sus resultados puede “significar la posibilidad de un pasaje hacia una memoria ejemplar” (ídem), o bien fortalecer un uso “literal” de la memoria, que en palabras de Todorov implica someter el pasado al presente, en lugar de sacar provecho de sus lecciones.

 

Los usos del testimonio

Primo Levi, escritor y sobreviviente de Auschwitz, nos alerta sobre la parcialidad de los testimonios. Si bien tiene en mente la experiencia límite del campo de concentración, su reflexión es útil porque parte del lugar del testigo que reconoce ser un historiador de sí mismo (Levi, 2000: 476), es decir, alguien que opera sobre las narraciones del pasado. El aporte es interesante porque además de su testimonio, el escritor aportó a la construcción teórica del campo de estudios sobre memoria. Levi pide disculpas por lo sesgado de su recuerdo, por lo sospechosa que resulta ser la memoria individual, por la lejanía que la separa de lo que se pretende recordar, siendo que la temporalidad presente se interpone entre el relato del pasado y su recepción (ídem: 482-483). El testimonio como fuente de verdad debe ser problematizado. Beatriz Sarlo (2005) retorna a Levi pero exagera esa necesaria problematización, al punto de poner bajo sospecha toda posible fidelidad del testigo. Hoy por hoy, a pesar del “giro subjetivo”, son pocos los investigadores que trabajan sobre los testimonios como fuente de verdad fáctica. Es letra común afirmar la necesidad de confrontar distintas fuentes. No obstante, no está de más tomar seriamente algunos recaudos que subyacen al texto de la autora.  Recuperando debates del campo de la filosofía y de la epistemología, recuerda que la experiencia se convierte en comunicable a través de la narración, que siempre está situada en una temporalidad diferente del suceso narrado. Es la temporalidad, no del acontecer, sino del recuerdo (ídem: 29). Lo que la ensayista intenta, sin asumir la crítica radical a la recuperación del testimonio, es tomarla seriamente para no caer en el extremo contrario: el de identificar la voz del testigo con la pura verdad. Lo que se pone en cuestión es la posibilidad de identidad pura entre sujeto y objeto, entre la narración y lo narrado.

El aporte de Levi es más complejo. Según el escritor, el que pasaba por el campo no lo podía ver en su totalidad y no podía por tanto significarlo. La particularidad de la “situación límite” se hace valer. Como experiencia límite, el paso por el campo de concentración no es sencillamente comparable con otros fenómenos a resignificar. La imposibilidad física de ver todo lo que pasa en el campo no debe ser extendido a la ligera a otros fenómenos sociales. Sin embargo, ciertas características del dispositivo concentracionario pueden ser pensadas como el extremo de algo que sucede más a menudo. Ya no se trata de una imposibilidad antes que nada física sino subjetiva. La imposibilidad de ver el campo de concentración “ha condicionado los testimonios”, ya que solo han podido testimoniar “los que no han llegado hasta el fondo” (Levi, op cit: 480-481). Pero en ningún caso un sólo punto de vista acerca de un fenómeno del pasado es la visión de su totalidad. Ningún testimonio deja de ser sesgado. Levi apuesta no obstante a una visión más verdadera, más completa respecto de los campos. El carácter siempre subjetivo del testimonio no parece ser un problema sin solución, sino una realidad que debe asumirse y superarse. Los recuerdos de los pocos que quedan vivos y además están dispuestos a testimoniar, dice Levi, son recuerdos “cada vez más borrosos y distorsionados” (ídem: 483). No solamente por el olvido natural que surge por el paso del tiempo, sino porque a medida que ese tiempo transcurre, las noticias, relatos o lecturas del pasado influyen y modifican al propio recuerdo (ídem). ¿Acaso no sucede lo mismo con los entrevistados que testimonian acerca del pasado reciente argentino, de su experiencia universitaria, o de cualquier pasado? Aún si los testigos que solemos entrevistar no fuesen también sobrevivientes del terrorismo de estado. La distorsión de los recuerdos, la influencia del paso del tiempo, las nuevas lecturas, los nuevos valores y las resignificaciones culturales inciden sobre el qué y el cómo recordar, y esto acontece siempre, y no solo en las experiencias límite.

Hugo Vezzetti (2009), asigna al testimonio una importancia que trasciende al individuo que narra, haciendo explícita la condición social y política del acto de testimoniar. Una vez más, aunque el autor se refiera a un caso concreto —el de los testimonios del terrorismo de estado—, aunque afirme que hablar del testimonio en la “formación de la memoria social” para el caso del terrorismo de Estado no es lo mismo que hacerlo en “condiciones ‘normales’ de la memoria” (ídem: 23), sus reflexiones son útiles para nuestro trabajo. Podría problematizarse la existencia de condiciones “normales” de memoria, aunque se coloque entrecomillada la palabra. La experiencia límite es el límite de la experiencia y la “imposibilidad” es en realidad una dificultad: nunca es plenamente imposible dar testimonio. Es más o menos difícil, según la experiencia se encuentre más o menos cerca del “límite”. La “imposibilidad” de construir una distancia crítica que observa Vezzetti es válida como “dificultad” para cualquier fenómeno político y social más o menos controvertido. En el caso del terrorismo de estado se encuentra, seguramente, más cerca del límite de la imposibilidad. Para el caso de la militancia de los setenta, o de la construcción de un proyecto de universidad durante la “primavera camporista”, no es necesario vivir en carne propia el límite del centro clandestino de detención para saberse en una encrucijada histórica, políticamente relevante, saberse parte de un debate colectivo que no está cerrado, y, por tanto, tener enormes dificultades para construir esa distancia crítica, que de todos modos varía en intensidad de entrevistado en entrevistado, y requiere un trabajo cotidiano por parte del entrevistador. Se hace necesario un trabajo reflexivo que se pregunte seriamente a quiénes entrevistar, qué y cómo preguntar, para descifrar desde qué lugar se posiciona hoy el entrevistado respecto de esa experiencia del pasado. La selectividad de la memoria también se hace valer. ¿Qué se recuerda y qué deja de recordarse? ¿Qué posicionamiento político enmarca los recuerdos?

En un sentido similar parecen argumentar los organizadores del archivo audiovisual de memoria abierta dirigido por Dora Schwarzstein (Carnovale et al, 2006). Los autores asumen la entrevista como una práctica social y política en tanto entienden al entrevistador y al entrevistado como actores involucrados en aquello sobre lo que se busca dejar testimonio. Las preguntas a realizar, “elección operada desde valores previos”, son planificadas en función del reconocimiento de la entrevista como acto político y siempre subjetivo. Qué preguntar y cómo preguntar (ídem: 36) se convierten en decisiones políticas que crean determinadas condiciones para la producción del archivo. Pero también los autores rescatan la delimitación de un corpus de testimonios que “contemplara la multiplicidad de voces y experiencias”.  Una vez más, la pregunta por el quiénes. Y aquí resulta indispensable volver a los aportes conceptuales de Pollak. Porque se puede fácilmente decir y creer que contemplamos “multiplicidad de voces y experiencias” mientras se dejan de lado lo que Pollak llama “memorias subterráneas” (op cit). La conceptualización acerca de la existencia de esas memorias poco visibles, alerta sobre la necesidad de salir a buscar todas las voces. Se puede contemplar el hecho de entrevistar actores cuya posición política e ideológica sean contrastantes, buscando la mayor representatividad de colores políticos posibles. Pero eso no es todo. Debe resaltarse la acción de “salir a buscar”, porque las memorias subterráneas, justamente, están escondidas, acalladas. Se corre el riesgo de entrevistar solamente a aquellos que están a la mano, memorias visibles y muchas veces memorias hegemónicas, por más diferencias políticas que tengan entre ellas. Cuando se estudia la universidad que se integra, muchos de los sujetos estudiados son también colegas, incluso especialistas en educación superior. Si bien los sentidos que otorgan al fenómeno de “la universidad del ´73” resultan variados, no están demasiado alejados entre sí. Comparten esquemas de percepción. En cambio, el recuerdo de estudiantes de la época, que solo pasaron por la institución para luego realizar una carrera profesional, o que abandonaron la facultad, entre otras infinitas posibles trayectorias, o aquellos militantes, docentes, autoridades, cuerpo administrativo de las facultades, entre otros actores de la época que siguieron otros caminos, que se alejaron de la institución universitaria, que no siguieron formando parte de grupos de pertenencia que los movilicen a recordar ese recorte del pasado (Halbwachs, 2005), en fin, un sinnúmero de actores y experiencias que literalmente hay que salir a buscar y que pueden aportar miradas verdaderamente diferentes de lo que fue esa experiencia, enriqueciendo los resultados de la investigación.

 

A modo de conclusión

A partir de diversos aportes conceptuales provenientes del campo de estudios sobre la memoria, se definió la memoria como un trabajo, es decir, una construcción y una transformación, que se realiza en el presente a partir de huellas del pasado. El resultado de ese trabajo es una narración que se realiza y se transforma al reinterpretar el pasado y dotarlo de sentido. Memorias colectivas son aquellos múltiples relatos que confluyen en forma yuxtapuesta, incluso caótica, en los debates públicos. La memoria es también un campo de disputas, constituido por y constituyente de memorias individuales y grupales. Las luchas por la memoria son disputas por cómo es representado el pasado desde el presente, y así pueden identificarse, también, memorias relativamente hegemónicas y memorias relativamente subterráneas.

Esta definición es acreedora de una serie de aportes considerables para el trabajo de investigar el pasado reciente universitario. Se trata de asumir la tarea de investigar como una actividad que incide sobre la construcción de memorias colectivas. Este inevitable involucramiento debería ser crítico y reflexivo antes que dogmático. Para ello, nuestro enfoque propone tomar seriamente en cuenta los puntos de vista de los actores antes que la utilización de categorías analíticas cerradas que anticipen o formulen de antemano qué es lo que se quiere encontrar en el fenómeno estudiado. Respecto de las reflexiones en torno a la situación de entrevista y al uso de los testimonios, se trata más de preguntas que abren problemáticas antes que recetas acabadas. Algunas de esas preguntas son: ¿Qué recaudos tomar a la hora de entrevistar? ¿A quiénes entrevistar? ¿Cómo identificar memorias subterráneas? ¿Cómo interpretar los recuerdos y los olvidos? ¿Qué lugar ocupa la verdad en los testimonios? ¿Qué relación hay entre posición política y recuerdos construidos? ¿Cómo traducir a nuestras interpretaciones el trabajo de la memoria realizado por el testigo? Se trata de mantener la reflexividad y la distancia crítica a la hora de planificar y llevar adelante la recolección de testimonios. La entrevista como herramienta no debe ser confundida con un instrumento que capta datos duros de la realidad. Si el investigador-entrevistador incide sobre la construcción de memorias, también lo hacen los entrevistados, pero ellos no necesariamente responden las preguntas con la misma reflexividad que se pretende de parte del cientista social.

Si las memorias están en disputa, una recolección de testimonios que contemple todas las voces posibles permite explicitar esas luchas, que pueden no encontrarse límpidamente en los debates públicos, sino mantenerse implícitas en los recuerdos personales. El investigador tiene la posibilidad de hacer aflorar las luchas por la memoria y los trabajos de la memoria realizados por los actores y protagonistas, poner en diálogo memorias hegemónicas y memorias subterráneas, e interpretar ese diálogo y esas disputas con las herramientas conceptuales pertinentes. El investigador, sin ser su función o su propósito recuperar un determinado punto de vista acerca del pasado, puede intentar recolectar diversos puntos de vista, y aunque sin pretensión de neutralidad valorativa, exponer sus resultados que en todo caso impulsarán nuevos debates y disputas públicas. Después de todo, es “la multiplicidad de los discursos [la que] garantiza una esfera pública de la memoria” (Huyssen, 2002: 126).

 

Notas

 

(1)           El proyecto, titulado “Emergencia, institucionalización  y crisis de la figura de Universidad Popular. El caso de la Universidad de Buenos Aires (1966-1976)”, corresponde a una beca doctoral de CONICET. A su vez, está integrado al proyecto UBACYT “La Universidad Pública en la Argentina. Estudios sobre historia, política y vida cotidiana”, dirigido por la Dra. Sandra Carli y radicado en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.

 

(2)           Si bien compartimos la distinción que hace Pollak entre memorias dominantes y subterráneas, junto con la noción de disputa política por la memoria, el autor queda encerrado en cierta matriz reproductivista que lo hace reducir la lucha a sólo dos contendientes, uno dominante-opresor y uno dominado-oprimido, uno portador de la memoria oficial, impuesta y falsa, y otro de la memoria subterránea, que se sugiere como memoria verdadera (Pollak, 2006: 18-22, 25).

 

(3)           Sergio Visakovsky, luego de realizar un trabajo etnográfico acerca de la experiencia del neuropsiquiátrico “el Lanús” durante los setenta, realiza un interesante trabajo de autorreflexión: “estudiar el Lanús como antropólogo implicaba afrontar el desafío de tratar etnográficamente sus o, mejor dicho, nuestras historias sagradas, las cuales estaban profundamente enraizadas en las interpretaciones del pasado político nacional.” (2005: 279) Las cursivas son del autor.

 

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                        HALBWACHS, Maurice. 2005. “Memoria individual y memoria colectiva”. Estudios N°16. Centro de Estudios Avanzados de la UNC.

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*Sergio Friedemann es Licenciado en Ciencia Política, docente de la carrera de Sociología y doctorando en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Asimismo, es becario de posgrado de CONICET con el proyecto “Emergencia, institucionalización y crisis de la figura de universidad popular. El caso de la Universidad de Buenos Aires (1966-1976)”, dirigido por la Dra. Sandra Carli. Ha participado de diversos proyectos de investigación, y actualmente lo hace en el proyecto UBACYT “La Universidad Pública en la Argentina. Estudios sobre historia, política y vida cotidiana” y en el Proyecto PIP-CONICET “Transformaciones de los procesos de adquisición, producción y transmisión del conocimiento universitario. Un estudio de caso centrado en las historias de vida de profesores/as de la Universidad de Buenos Aires del área de Humanidades y Ciencias Sociales", dirigidos ambos por la Dra. Sandra Carli y radicados en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.

 

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