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Emilio Crenzel. Historia y memoria. Reflexiones desde la investigación

Artículo/ Crenzel en PDF

 

Emilio Crenzel*

CONICET/UBA/IDES

Buenos Aires, Argentina, 2010

ecrenzel@retina.ar

 

Resumen

 

            En estas páginas presento una serie de reflexiones e ideas sobre la relación entre historia y memoria. Este vínculo ha sido crecientemente objeto de indagación a partir de la constitución a escala internacional, en el campo académico de las Ciencias Sociales, de la memoria como objeto de estudio de la historia, de su utilización creciente como herramienta para construirla, y de las disputas entre perspectivas positivistas y subjetivistas que reclaman para sí la potestad y la legitimidad para examinar y dar cuenta del pasado. Más que exponer una sistematización rigurosa de las tensiones, conflictos y complementariedades entre memoria e historia, o de pretender agotar una discusión que se renueva periódicamente, en estas páginas me propuse identificar y compartir una serie de inquietudes e ideas sobre este vínculo. Para ello, recorro la trayectoria de ciertas lecturas y relecturas de autores centrales del campo de estudios sobre la memoria que realicé en función de mis investigaciones sobre la historia y la memoria del pasado de violencia política y dictadura en la Argentina, y presento ciertos dilemas y desafíos intelectuales concretos que tuve que afrontar durante el desarrollo de estos trabajos.  

 

 

Palabras clave: Historia, Memoria, Argentina, Investigación 

 

             En este artículo presento una serie de reflexiones e ideas, basadas en mi experiencia de investigación, sobre la relación entre historia y memoria. Este vínculo ha sido crecientemente examinado tras la constitución a escala internacional, en el campo académico de las Ciencias Sociales, de la memoria como objeto de estudio.

            Me propongo identificar ciertos problemas o desafíos intelectuales que fueron emergiendo a partir de mi experiencia de investigación en torno a la historia y las memorias del pasado de violencia política y dictadura en la Argentina. Lo hago, por un lado, recordando e historizando mis aproximaciones a tres autores, a mi juicio, centrales de este campo de estudios: Yerushalmi, Halbwachs y Nora cuyas ideas incorporé pero también revisé en función de mis trabajos y, por otro, planteando dilemas concretos, fruto de algunas de las tensiones entre memoria e historia, que afronté en mi práctica de investigación. (1)

 

 

            Primeras lecturas: Yerushalmi

 

            Cuando en 1995 comencé a investigar sobre la historia y las memorias de la violencia política y la dictadura en Argentina, un artículo convocó especialmente mi atención. Se trataba de Reflexiones sobre el Olvido, de Yosef Yerushalmi. (2)

            El texto había sido presentado por su autor en un coloquio sobre los "usos del olvido", celebrado en el castillo francés de Royaumont. Me pareció muy sugerente su distinción entre memoria y anamnesis, su forma de pensar la transmisión, como un diálogo entre emisores y receptores, y su reserva frente al antropomorfismo latente en la noción de memoria colectiva. También, me provocó empatía su contraposición entre justicia y olvido y me llamó la atención, especialmente, su registro de la cantidad de veces que en la Biblia se menciona la palabra Zakhor, "recuerda", indicador que Yerushalmi propone para resaltar la importancia del imperativo de la memoria entre los judíos. De hecho, Zakhor, me remitía a recuerdos personales, como el de la voz de mi maestra, en mis años de escuela primaria, leyéndonos pasajes de la Biblia en los cuales dios advertía al pueblo judío por alguna desviación de la ley. En síntesis, el texto me provocó un impacto afectivo y cognitivo, al ofrecerme nuevas herramientas que modelaron y afinaron mis supuestos sobre la memoria, y afirmar mi creencia en sus lazos con la ética y sus vínculos con la tradición judía de la cual formo parte.

            De algún modo, la multiplicada presencia de citas del trabajo de Yerushalmi en la gestación de las primeras tesis y publicaciones inscriptas en el campo de estudios de la memoria en Argentina evidenciaba que, para otros, quizás por diferentes motivos, su artículo había tenido un efecto similar.

            Cinco años después, realizando mi tesis de doctorado, leí a otro Yerushalmi que había pasado desapercibido en la academia argentina y que cuestionó ciertos supuestos de mi primera lectura de sus trabajos. Se trataba de su libro Zakhor: Jewish History and Jewish Memory en el cual analiza la relación entre la historia y la memoria judía. (3)

            El libro, en realidad había sido escrito siete años antes del articulo que Yerushalmi elaboró para el coloquio de Royamount pero, sólo publicado en inglés, recién llegó a mis manos cuando trascendí mis primeras búsquedas bibliográficas, y tras acceder a las redes del comercio electrónico global.                 

            Yerushalmi, en ese texto, me volvió a deslumbrar con su erudición y fineza en la interpretación pero, también, por las relaciones que propone, de índole más compleja, entre la memoria y la historia. Si bien a diferencia de pueblos como el hindú los judíos elaboraron un texto sagrado que, a la vez, pretendió oficiar de relato histórico, esa síntesis derivó en que la elaboración de la historia y las pautas para el ejercicio de la memoria estuviesen monopolizadas y controladas por el pensamiento religioso. Un grupo social específico, los rabinos, se atribuyó durante siglos la potestad y legitimidad de la interpretación y transmisión del texto sagrado.

            La vigorosa transmisión de la memoria por parte de este grupo contribuyó, de hecho, a la continuidad de la experiencia judía en la diáspora. Pero, al mismo tiempo, la impronta que asumió esa apuesta hizo que entre los judíos la historia fuese interpretada como fruto de la activa participación de dios; inhibió su configuración como disciplina, y la substituyó por el resguardo de la tradición, la repetición cíclica de ritos y la restricción del debate a pujas por la interpretación del relato bíblico.

            En ese contexto, todo evento presente fue asimilado a hechos ya narrados en la Biblia y, simultáneamente, el pasado y sus profecías bastaron para explicar la actualidad. Estas características no fueron conmovidas siquiera, nos advierte Yerushalmi, por acontecimientos catastróficos como la expulsión de los judíos de España en 1492 o el propio Holocausto denominación que, en sí misma, refleja el proceso de encuadramiento del genocidio nazi en los marcos del pensamiento religioso, como ya advirtiera Bruno Bettelheim.(4) En síntesis, la relación entre memoria e historia entre los judíos estuvo marcada por la subsunción del presente en el pasado, registro quizás de una memoria traumática en la cual se impone la repetición y se excluye la novedad, el anacronismo y la ausencia de historicidad.  

            ¿Acaso el texto de Yerushalmi ofrecía claves que trascendían su estudio de caso y que podían tornarse extensivas al campo de estudios de la historia reciente y de las memorias? ¿Era posible ese tipo de apropiación, en función de dilemas que recorren el escenario contemporáneo de las luchas por la memoria en la Argentina?  Sin desconocer que la historia positivista ha engendrado objetos sacralizados y relatos míticos, la lectura de Zakhor me advirtió, en primer lugar, que el ejercicio virtuoso de la memoria, podía constituirse en un obstáculo para la construcción de la historia desde el punto de vista científico.

            No es lo mismo hacer memoria que hacer historia, ni toda memoria, por cierto tampoco cualquier historia, habilita una reflexión crítica sobre el pasado y el presente. En segundo lugar, iluminaba un proceso histórico de construcción de una distinción social basada en la detentación, por parte de ciertos grupos o actores, de la legitimidad del saber y de la palabra sobre el pasado. Es decir, mostraba los vínculos entre el poder y la memoria. Tercero, evidenciaba que el ejercicio de la memoria revestía una cualidad diferente a la práctica de justicia, asociación de su texto anterior a la cual había adherido y ahora percibía como una simplificación. Por último, advertía que la tarea de investigación debía evitar un doble riesgo, pensar al presente sin ningún tipo de raíz en el pasado y, a la vez, imaginarlo como prefigurado por el ayer o como su reiteración mecánica.       

            Escribo estas reflexiones conmovido por la muerte de Yerushalmi, el 8 de diciembre de 2009. Formado en un hogar de inmigrantes rusos en el Bronx, se había ordenado como rabino en el Jewish Theological Seminary en Manhattan, siguió sus estudios en la Universidad de Harvard y luego en Columbia, donde dirigía el Center for Israel and Jewish Studies.(5) Hasta leer su necrológica, desconocía que Yerushalmi era rabino. Me doy cuenta ahora que su formación, acaso, condensó las tensiones que expone en Zakhor y revela la potencia de los marcos sociales en la conformación de nuestro campo de intereses epistémicos.    

 

 

            Halbwachs entra en escena

 

Precisamente, la idea de que existían "marcos sociales" que moldeaban no sólo las experiencias sino también las memorias fue resultado, en mi caso, del descubrimiento del fundador del concepto de memoria colectiva.

Fue Bruno Groppo a quien agradezco que, hace muchos años en un Congreso en Tucumán, me hiciera conocer de la existencia de la obra de Halbwachs. Lo leí primero en francés. En el último lustro de la década del noventa del siglo pasado, se disponía sólo de algunas traducciones de pocas páginas en español. A partir de allí, localicé una recopilación de textos de Halbwachs en inglés, con una interesante introducción de Coser que narra su vida y contextualiza su obra. (6)

Halbwachs había fundado el concepto de memoria colectiva, revolucionando la manera de pensar los estudios sobre la memoria, al proponer que los individuos no recuerdan de manera aislada, sino en grupos espacial y temporalmente situados que, mediante marcos sociales específicos, otorgan sentido a sus experiencias. Sostuvo, también, que el pasado no podía ser recordado a voluntad y en su totalidad, ya que su evocación implicaba procesos de selección a partir de los intereses y valores del presente.

De esta manera, Halbwachs se distanció de dos de sus principales maestros; Bergson, para quien la memoria era fruto de una capacidad individual de almacenar y de traer al presente el conjunto de las imágenes-recuerdo fruto de las experiencias por las que atraviesa el sujeto y Durkheim, para quien las representaciones sociales, fruto de una conciencia colectiva, se imponían a grupos e individuos y de ese modo garantizaban la reproducción de la vida social.

Si bien compartió la idea de Durkheim de que las representaciones sociales eran fruto de una construcción social, Halbwachs fue el primero en pensar a la memoria en clave plural y no de manera uniforme, dada la multiplicidad de grupos sociales. De esta forma, el sentido del pasado abandonó su condición de “cosa” inmutable, susceptible a la aprehensión literal de la voluntad privada, para entenderse como fruto de la dinámica política y cultural y, por ende, de las luchas por dotarlo de significado. La potencia de sus proposiciones se verifica en que guían, hasta hoy, las investigaciones en este campo de estudios. (7)

             Pese a no compartir la perspectiva de Durkheim sobre el desenvolvimiento del orden social de la cual en buena medida es tributario el pensamiento de Halbwachs, en la lectura de sus textos encontré varias claves. Por un lado, podía pensarse a la memoria en términos sociales, abandonando la representación de un sujeto aislado, u "homos clausus", y asumiendo que los individuos son la expresión de las relaciones sociales que los constituyen. Por otro, simultáneamente, estas relaciones sociales no pueden ser pensadas al margen de la existencia de individuos concretos. No se trataba entonces de pensar a la memoria como resultado de la voluntad o la capacidad personal pero, tampoco, imaginar a lo social sólo como el "contexto" en donde se desenvuelve el recuerdo sino, a este último, como un producto social, como una actividad inherente­mente social.

            Tanto la concepción de Halbwachs sobre la falsa dicotomía entre memoria y olvido, como su postulado sobre la pluralidad de memorias en disputa, fueron una de las premisas centrales con las cuales investigué la presencia de la memoria del pasado dictatorial entre los votantes y no votantes al general Bussi en la provincia de Tucumán confrontando con las ideas de sentido común que dividían en forma binaria a sus votantes y a sus opositores como portadores del olvido y de la memoria respectivamente.(8)

            Años después releí a Halbwachs a partir, primero, de las críticas que le formulara su contemporáneo Marc Bloch sobre la traslación de mecanismos propios de la psicología individual para analizar las representaciones sociales y su atribución de objetividad y neutralidad a la historia al contraponerla con la memoria.(9)

            Luego, fue el turno del sugerente artículo de Schwartz sobre la historia de la memoria de Abraham Lincoln en los Estados Unidos, que incorporé en 2002 a mi primer programa de un curso de grado sobre memoria social en la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires.(10) Schwartz discutía el enfoque "presentista" de Halbwachs sobre la memoria. Si todo grupo en el presente selecciona y moldea sus recuerdos compartidos cómo explicar entonces, se preguntaba, la continuidad, la permanencia y la tradición.

            La experiencia docente, también, habilitó nuevas preguntas.

            Por un lado, notaba vacíos importantes en la obra de Halbwachs para pensar las pujas por dotar de sentido al pasado, es decir las luchas políticas por la memoria, y para dar cuenta de la relación entre las memorias de los grupos y las memorias nacionales. Por otro lado detecté, pero me costaba explicarme, los motivos de la ausencia en su obra del análisis de los impactos de las experiencias límites en la memoria si, de hecho, Halbwachs había escrito sus trabajos entre 1920 y 1940, un período signado por el impacto de la Primera Guerra Mundial en la conciencia europea, la guerra civil española en la cual intervino desde el bando republicano, y el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

            De esa última guerra, Halbwachs fue una de sus víctimas. A través de La escritura o la vida, ese maravilloso libro de memorias de Jorge Semprún, un sobreviviente del genocidio nazi, conocería que las propias circunstancias de su muerte establecieron un vínculo fáctico entre el campo de estudios que fundara y las experiencias de violencia extrema y exterminios. Semprún, relata cómo acompañó a Halbwachs en su agonía durante su cautiverio en Buchenwald, campo de concentración nazi. (11)

 

 

            Nora: Lugares de memoria

 

            Tomé contacto con la voluminosa obra de Pierre Nora Los lugares de la memoria, primero a través de una traducción de su introducción que circulaba entre colegas del campo de estudios. Luego, fue el turno de la edición original depositada en la biblioteca del Centro Franco Argentino de Altos Estudios y de la edición resumida en inglés en la magnifica biblioteca que, sobre memoria social, constituyó Elizabeth Jelin en el Instituto de Desarrollo Económico y Social. (12)   

            Me interesó su proposición acerca de la simultánea proliferación de lugares de memoria y el declive irreversible de la memoria como herramienta para reproducir el orden social. Las sociedades tradicionales habían estado basadas en pasados activos y vigentes, que eran honrados a través de prácticas sociales recurrentes, signos implícitos y mediante símbolos valorados que contenían y perpetuaban la experiencia de generaciones.

            Los eventos del presente eran experimentados en una íntima identificación de acto y significado. En contraste, Nora caracterizaba a la modernidad como una experiencia de vida signada por cambios rápidos, extensos y continuos pero, también, que involucraba una actitud reflexiva en la cual las prácticas sociales son constantemente examinadas y reformadas a partir de nueva información. A la vez, advertía que los grandes sistemas de ideas que proponían la transición del pasado al futuro o indicaban qué cosas deberían retenerse del pasado en el nombre de la reacción, el progreso o la Revolución, habían perdido eficacia.

            Por todo ello, señalaba, la memoria se había separado de la reproducción social ya que, por un lado, no brinda claves para atender a los desafíos actuales y, por otro, los grupos e instituciones que habían detentado la legitimidad y la potestad para encarnar y transmitir el pasado: la Iglesia, la familia, la escuela, el Estado- Nación, habían visto erosionadas sus capacidades y legitimidades. Por ende, el febril recurso a la memoria en las sociedades de finales del Siglo XX no sería un indicador de su vigencia, sino un acto desesperado por conservar aquello que no podemos experimentar de manera espontánea.

            Los lugares de la memoria, desde esta perspectiva, son pensados por Nora como vestigios y restos de la conciencia conmemorativa propia de las "sociedades memoria". La hipertrofia de la memoria de grupos e individuos en la esfera pública y privada serían la traducción de una reacción defensiva, un refugio ante la amenaza de la discontinuidad de la vida social. Expresan una intención deliberada, ya no espontáneamente experimentada, de establecer un puente con el pasado, de allí la necesidad de recurrir a soportes externos y recordatorios tangibles, a modo de rituales, que emergen en una sociedad desritualizada, enajenada de todo legado. Son signos de reconocimiento y afiliación grupal en una sociedad que tiende a reconocer a los individuos, asumidos como idénticos, más que como diferentes e iguales.

            Pensé que las ideas de Nora brindaban claves para entender el fenómeno de la "explosión de la memoria" a escala internacional, que podían servir para entender la tendencia de la cultura contemporánea, pero que quizás soslayaban las diferencias y especificidades entre, y de, las historias nacionales, las desigualdades culturales con las cuales diferentes grupos y comunidades se vinculaban con sus pasados, con el proceso de modernización y globalización en curso y con sus horizontes de futuro. Es decir, obliteraba la diversidad que, en subjetividades e imaginarios diferentes, tenían la memoria y la historia en y para distintos escenarios y actores.

            Esta crítica, que en principio podría suponerse como fruto de un pensamiento localizado en el Cono Sur, en uno de los márgenes de la globalización, la encuentro ahora, también, al leer la introducción de la primera compilación en español de Los lugares de la Memoria, publicada en Uruguay. En ella, se menciona que Hue-tam Ho Tai, nacida en Saigón y profesora en Harvard, le reclamó a Nora por la exclusión, de su voluminosa obra, de la memoria de los inmigrantes, de los habitantes de las colonias y de las mujeres. (13)         

Ya durante mi tesis de doctorado ciertos artículos que componen Los lugares de la memoria, en especial los de Girardet y Ozouf sobre la historia de la bandera tricolor y el lema "Libertad, Igualdad y Fraternidad", pese a tratar sobre procesos seculares, me mostraron que era posible historizar un emblema político y cultural examinado su gestación, su circulación, sus usos y resignificaciones a través del tiempo. (14)

 

 

            Desafíos de investigación: el Nunca Más

 

 

Justamente, sobre la historia de la elaboración, usos y resignificaciones de un emblema de la memoria y de la historia de violencia política y dictadura en Argentina, el informe Nunca Más, elaborado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas creada en 1983 por el presidente Alfonsín para investigar el destino de los desaparecidos causados por la represión estatal, versó mi tesis de doctorado. (15)

Una serie de prevenciones metodológicas, algunas de las cuales fueron premisas y otras las incorporé durante la investigación, guiaron mi trabajo.

La historia política del Nunca Más se diferenciaba de los estudios sobre la trayectoria de emblemas o lemas de trascendencia universal, como los analizados en Los lugares de la memoria, elaborados hace más tiempo, que atravesaron cambios políticos drásticos y fueron utilizados en distintos contextos nacionales siendo, por ello, objetos de mayores y más profundas reinterpretaciones. El breve derrotero de este informe, en términos históricos, exigía prevenciones metodológicas específicas propias del trabajo sobre la historia reciente.

 En este sentido, estaba advertido de que, si bien toda intervención académica es pasible de ser objeto del debate público y de usos diversos, la vigencia política y judicial de la historia en la que se inscribía el Nunca Más sometía especialmente a este tipo de investigaciones a la interpelación del sentido común, de los actores del campo político y de los tribunales razones que, además, establecen límites en la palabra de los entrevistados y en el acceso a las fuentes. Esta última dificultad se potenciaba por la condición aún inaccesible de los archivos en poder de los perpetradores del crimen pero, también, por la ausencia en el país de reglas compartidas para la consulta de los documentos públicos sobre el pasado reciente.

Era conciente que las marcas subjetivas que dejó la violencia política, requieren del investigador un cuidado especial por la sensibilidad del entrevistado pero, a la vez, que pueda trascender la empatía con quien atravesó una experiencia límite para no reproducir, respecto de la palabra del testigo, la fetichización positivista de los documentos escritos. Registraba, en otros trabajos del campo de estudios, una tendencia que podría pensarse propia de la sociología populista de sacralizar el testimonio, de exponerlo como una fuente autosuficiente que no sólo abre una ventana al pasado, sino que también lo explica. Además de mi distancia epistemológica con este tipo de trabajos, consideraba que esta estrategia terminaba ausentando el lugar del intelectual y, en paralelo, reproducía la potestad que los protagonistas y testigos tienen en la esfera pública para hablar sobre este pasado. 

Mi prevención, en este sentido, fue la de disponerme a ejercer sobre palabras y papeles una mirada crítica. Esto es, evitar un empirismo ingenuo y abstracto que, deslumbrado por el descubrimiento de un dato, lo asumiera como verdad revelada.   

En función de ello, en la investigación apelé como recurso a la memoria de protagonistas de los hechos, a través de entrevistas a integrantes y personal de la CONADEP, dirigentes políticos y de los organismos de derechos humanos, responsables, diseñadores y traductores de las ediciones locales y extranjeras del informe y otras sesenta, a modo de aproximación exploratoria, para comprender el “mundo de los lectores” del Nunca Más. Pero, también, examiné un amplio corpus de fuentes documentales: prensa nacional y provincial, revistas y semanarios políticos de actualidad, periódicos de los organismos de derechos humanos y partidos políticos y documentos oficiales; fondos audiovisuales y bases de datos de estudios de opinión pública. Por último, llevé a cabo observaciones de campo de diversos actos públicos en los que se evocó a la CONADEP y al Nunca Más. De este modo procuré, sin dejar de considerar las reglas específicas que regulan el uso de cada fuente, aprovechar y articular sus potencialidades y asegurar una validación múltiple de las proposiciones efectuadas.

Por supuesto, la investigación demandó de una reconstrucción histórica para contextualizar la historia particular del Nunca Más y las prácticas de sus lecturas, los actores que fueron los impulsores de sus distintas reediciones, de los escenarios en los que se desarrollaron los debates suscitados en torno a la interpretación de su contenido a fin de poder analizar las continuidades y los cambios que el Nunca Más había tenido en su derrotero editorial.   

 

 

Un dilema concreto: testimonio o documento

 

 

Más allá de estos presupuestos, viene a mi memoria un dilema concreto que se presentó en el curso de la investigación. Al comenzar a analizar como había sido escrito el Nunca Más descubrí, en primer lugar, y para mi sorpresa, que el informe había sido fruto de un esfuerzo colectivo del conjunto de los comisionados de la CONADEP. Por otro, que el escritor Ernesto Sábato, el presidente de la Comisión, había sido quien impulsó que el Nunca Más tuviese una fuerte carga testimonial con el objeto de que su contenido fuera claro y vívido. Los testimonios, pensaba Sábato, dotarían al informe de una potencia narrativa singular y en ella se fundaría su verosimilitud y a la vez su posibilidad de alcanzar una lectura de masas. De este modo, dado que la mayoría de quienes declararon ante la CONADEP eran familiares de desaparecidos y sobrevivientes de las desapariciones, sus testimonios ocuparon un lugar central en el Nunca Más.

Este estilo, comprobé a través de varias entrevistas con los ex comisionados, estaba fuertemente influido por el perfil del lector imaginado por la CONADEP, aspecto que devela hasta qué punto las condiciones de recepción de un discurso forman parte de su producción. El informe, pensaban, tenía a toda la sociedad por destinataria y suponían, a la vez, que vastos sectores sociales guardaban con respecto a las desapariciones una mezcla de ignorancia e incredulidad y, en sus aristas más pronunciadas, desconfiaban de la propia veracidad del crimen denunciado.

            A partir de esta premisa, la Comisión buscaba promover un cambio cultural y enfrentar el descreimiento y la perplejidad que, suponían, producían las desapariciones. Por ello, además de testimonios, decidió incluir en el informe planos y fotografías para ilustrar al lector y detallar en forma precisa hechos y circunstancias que confirmaran la veracidad de la palabra escrita.

            Esta mirada, además de moldear la estrategia de emisión, estableció las fronteras del relato. A partir de mis entrevistas a Alberto Mansur, secretario de Asuntos Legales y a Raúl Aragón, secretario de procedimientos de la CONADEP, pude establecer que hubo testimonios que referían a episodios que, por su extrema crueldad, la Comisión decidió excluir del Nunca Más ya que pensó que suscitarían incredulidad, afectando la verosimilitud del informe.

            Mansur me refirió a un testimonio que daba cuenta del despellejamiento de cautivos vivos y Aragón a la violación, por decenas de soldados, de una detenida que participó del asalto perpetrado por Montoneros en 1975 al Regimiento 29 de Formosa, ultrajada, también, tras su asesinato. También, al apilamiento de mujeres y hombres desnudos en el Palacio Policial (D-2) de Mendoza, una forma de suplicio cuya imagen veríamos, nuevamente, en 2003 durante la guerra de Irak. Una idéntica referencia a estas exclusiones, encontré en el testimonio de Aragón vertido en el archivo oral de "Memoria Abierta", un acervo ineludible para cualquier investigador del pasado de violencia política. (16)

            Podía haberme conformado con esos dos testimonios, dado que habían sido recabados por dos investigadores de manera independiente. Sin embargo, recorrí el Nunca Más y encontré que incluía el testimonio sobre las torturas en el Palacio Policial de Mendoza. (17) El documento se imponía, en parte, sobre el testimonio.

            De manera inversa, la lectura del texto de Ludmila Catela sobre la represión en Jujuy, me advirtió, por un lado, de la existencia de errores en el informe de la CONADEP referidos a la datación y localización de ciertos eventos represivos en Jujuy y, por el otro, de la potencia del Nunca Más, como expresión de la memoria del Estado-Nación sobre la represión, para imponerse sobre la memoria local y modelar las fechas y lugares de la conmemoración de la represión en la zona. La memoria social expresaba la "verdad objetiva" sobre los hechos, mientras el documento oficial contenía errores pero creaba, sin embargo, efectos de verdad en la historia y la memoria. (18)   

            Ambos ejemplos ilustran, a mi juicio, la dimensión crítica que asume la tarea del investigador, la cual no debe enfocarse a diferenciar memorias falsas de verdaderas o simplemente a contrastar memorias de historia sino a comprender los marcos epistémicos en los cuales se producen los relatos sobre el pasado y a confrontarlos para producir una narrativa, también pasible de ser verificada, compartida y discutida por los otros colegas del campo de estudios.  

 

 

Cierre

 

            Al presentar esta serie de lecturas de autores que considero centrales en el campo de estudios de la memoria, ciertas premisas de las que partí y un dilema concreto que enfrenté en mi experiencia de investigación, intenté poner de relieve que el esfuerzo académico no recorre caminos lineales. La reflexión teórica guía, se nutre y también es desafiada por los hallazgos de la investigación empírica; y las prácticas de lectura de un mismo texto se modifican y moldean al compás del proceso de formación del investigador. Es posible historizar, a partir del recuerdo, estas trayectorias.

            Por otro lado, intenté poner de relieve que hacer memoria o historia, remiten a modos de producción de las representaciones y del conocimiento que poseen diferentes sentidos, reglas y límites los cuales, como investigadores, debemos saber reconocer. De ello resulta que muchas veces un pasado reconstruido históricamente es apenas reconocible para quien lo experimentó y, en otros casos, que la memoria social sea la única herramienta para reconstruir un evento o rebatir la historia oficial cristalizada en los manuales. La intervención crítica es, en todos los casos, la que puede operar para someter verdades en el campo de la historia, de la memoria y de la relación entre ambas, a un examen complejo.

            En síntesis, es en los intersticios de ese juego apasionante de la investigación del pasado reciente, en el intento por construir una historia que incluya a la memoria social, es decir al pasado vivo, el territorio en que se debate nuestro oficio.   

 

 

Notas

 

(1) Para una revisión de la relación entre historia y memoria, y los dilemas de la investigación sobre la historia reciente, véase Jelin, 2002 y Franco y Levin (comps), 2007.

 

(2) Yerushalmi, 1989.

 

(3) Yerushalmi, 1982.

 

(4) Bettel­heim, 1952. Paradójicamente, pese a la genealogía que analiza y crítica Bettelheim del término holocausto, la edición en español de su libro, publicada treinta años después de la edición original, por critica en Barcelona en 1981, lleva por título: Sobrevivir. El Holocausto una generación después.

 

(5) "Yosef H. Yerushalmi, Scholar of Jewish History, Dies at 77" New York Times, edición electrónica, 11 de diciembre de 2009, artículo de Joseph Berger, disponible en: http://www.nytimes.com/2009/12/11/nyregion/11yerushalmi.html

 

(6) Coser, 1980, pp. 1-34.

 

(7) Halbwachs, 2004 [1925].

 

(8) Crenzel, 2001. 

 

(9) Bloch, 1999 [1925], pp. 223-232. 

 

(10) Schwartz, 1992, pp. 97-123

 

(11) Semprún, 1997.   

 

(12) Nora, 1996-1998.

 

(13) Rilla, 2008, pp. 5-18.

 

(14) Girardet, 1998, pp. 3-28 y Ozouf, 1998, pp. 77-116.

 

(15) Para una síntesis de la misma, véase Crenzel, 2008.

 

(16) Crenzel, 2008, pp. 93 y 94 y entrevista de Pablo Palomino a Raúl Aragón, 16 de agosto de 2002, en Archivo Oral de “Memoria Abierta”.

 

(17) CONADEP, 1984, p. 211.   

 

(18) Catela da Silva, 2003, pp. 63-106.  

 

 

 

Bibliografía

 

 

Bettel­heim, Bruno: Surviving and other essays, Alfred Knopf, New York, 1952.

 

Bloch, Marc: "Memoria colectiva, tradición y costumbre. A propósito de un libro reciente" en Marc Bloch, Historia e historiadores, Madrid, Akal, 1999 [1925], pp. 223-232.

 

Catela da Silva, Ludmila: “Apagón en el Ingenio, escrache en el museo. Tensiones y disputas entre memorias locales y memorias oficiales en torno a un episodio de represión de 1976, en Ponciano Del Pino y Elizabeth Jelin (Comps.): Luchas locales, comunidades e identidades, Madrid, Siglo XXI, pp. 63-106.

 

Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP): Nunca Más. Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, Buenos Aires, EUDEBA, 1984.

 

Coser, Lewis: "Introducción" a Halbwachs, Maurice: The Collective Memory, New York, Harper and Row, 1980, pp. 1-34.

 

Crenzel, Emilio: La historia política del Nunca Más. La memoria de las desapariciones en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2008.

 

Crenzel, Emilio: Memorias enfrentadas. El voto a Bussi en Tucumán, San Miguel de Tucumán, Universidad Nacional de Tucumán, 2001.

 

Franco, Marina y Levin, Florencia: Historia reciente. Perspectivas y desafíos para un campo en construcción, Buenos Aires, Paidós, 2007.

 

Girardet, Raoul (1998): “The three colors neither white not red”, en Pierre Nora (Comp.): Realms of Memory: rethinking the French past, Vol. III, Columbia University Press, 1998, pp. 3-28.

 

Halbwachs, Maurice: Los marcos sociales de la memoria, Barcelona, Anthropos, 2004 [1925].

 

Jelin, Elizabeth: Los trabajos de la memoria, Colección Memorias de la Represión, Volumen 1, Madrid, Siglo XXI Editores, 2002.

 

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Prensa citada

 

New York Times, edición electrónica, 11 de diciembre de 2009.

 

Entrevista citada

 

Entrevista de Pablo Palomino a Raúl Aragón, 16 de agosto de 2002, en Archivo Oral de “Memoria Abierta”.

 

 

*Emilio Crenzel es Doctor en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires) e investigador del CONICET. Es autor de: El Tucumanazo (Centro Editor de América Latina, 1991), Memorias enfrentadas: el voto a Bussi en Tucumán (Universidad de Tucumán, 2001) y La historia política del Nunca Más: La memoria de las desapariciones en la Argentina, (Siglo XXI, 2008). Investiga la historia y la memoria de la violencia política en Argentina y las políticas de justicia transicional tras experiencias de violencia extrema. Es profesor de la carrera de Sociología y del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, y de la Maestría en Historia y Memoria de la Universidad Nacional de La Plata. Entre otras revistas, publicó artículos en Iberoamericana. Nordic Journal of Latin American and Caribbean Studies [Estocolmo], The International Journal of Transitional Justice [Oxford], Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe [Tel-Aviv] y Revista Internacional de Filosofía [Madrid/México].

 

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