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Aletheia es una revista electrónica semestral sobre problemáticas de historia y memoria colectiva en torno al pasado reciente argentino y de las sociedades latinoamericanas, en sus aspectos sociales, económicos, políticos y culturales.

Usted está aquí: Inicio Números Número 1 Kristel Best Urday. Reseña del libro ¿Hasta cuándo tu silencio? Testimonios de dolor y coraje. Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú – ANFASEP. Perú, 2007.
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Kristel Best Urday. Reseña del libro ¿Hasta cuándo tu silencio? Testimonios de dolor y coraje. Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú – ANFASEP. Perú, 2007.

Reseña/Best Urday en PDF

 

Hata cuendo tu silencio- tapa

 

                                                                           Kristel Best Urday*

Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú) –

 

 Universidad Nacional de La Plata (Argentina)

 

Lima – Perú / La Plata – Argentina, 2010.

 

kristel.besturday@gmail.com

 

 

 

El título del libro se inspira en la canción que dice “hasta cuándo, hijo perdido, hasta cuándo tu silencio…”, que entonaban las señoras ayacuchanas en la década de 1980 cuando salían a las calles para reclamar por la aparición de sus hijos o esposos. En el libro se narra la experiencia de lucha de un grupo de mujeres ayacuchanas que se organizaron formalmente el 2 de septiembre de 1983 para crear la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú (ANFASEP).

Ayacucho, lugar en donde se funda Anfasep, se encuentra en la sierra sur del Perú, es el departamento en donde se concentra la mayor parte de las víctimas del conflicto armado interno. Entre las décadas de 1980 y 1990 el Perú atravesó un periodo de intensa violencia armada, sobre todo en las comunidades campesinas que se convirtieron en campos de batalla entre la acción insurgente del PCP-Sendero Luminoso y la acción represiva de las FFAA.

Los veinte años de violencia política[1] significaron para el Perú la muerte o desaparición de alrededor de 69 mil personas, entre las cuales dos tercios era de origen indígena, campesino y quechuahablante. Es a través del conflicto armado interno que se develaron, de la manera más cruel, las profundas e históricas brechas sociales, económicas y culturales, así como, el sustrato racista que atraviesa las relaciones sociales en el Perú.

A pesar que durante estos años se vivió un fuerte proceso de militarización, despolitización de la sociedad y aniquilamiento de las bases sociales, entre los resquicios los familiares de desaparecidos se organizaron y persistieron en la búsqueda de sus seres queridos y en la demanda de justicia al Estado, en este lugar se encuentra ANFASEP.

El libro consta de dos partes, la primera denominada “Historia del nacimiento de las luchadoras por la verdad y la justicia”, en la cual se relata la historia de la asociación; y la segunda “Testimonios de valor y coraje” que se divide en narraciones sobre el desplazamiento, la desaparición forzada, los asesinatos, las matanzas y los testimonios de jóvenes huérfanos por la violencia.

Al leer los testimonios de estas mujeres surgen varias preguntas: ¿qué significaba ser ayacuchana durante esos años?, ¿qué implicaba ser quechuahablante?, ¿cómo una mujer analfabeta de origen indígena cobraba voz pública? Las señoras narran cómo tenían que expresarse en castellano para emitir las denuncias; cómo tenían que acudir a abogados para que les escribieran los documentos; cómo tenían que recorrer cuarteles, comisarías, hospitales; cómo al viajar a Lima para asentar sus denuncias tenían que enfrentarse al estigma de ser acusadas de terroristas por el hecho de ser ayacuchanas; cómo, en medio de la pobreza, tenían que conseguir comida para sus hijos.

Aquellos resquicios por los cuales ellas pudieron organizarse fueron propiciados por algunas personas: Leonor Zamora, alcaldesa de Huamanga, les facilitó un espacio en el consejo municipal y valientemente, en una ciudad que estaba bajo estado de emergencia, colocaba altoparlantes en la plaza para que las señoras denunciaran las desapariciones. Años más tarde, durante el fujimorismo, la alcaldesa fue desaparecida por el servicio de inteligencia del ejército. La persistente labor de los abogados Zósimo Roca, quien les propuso que se organizaran, aunque luego tuvo que huir a Lima, y de Rico Bazán, sucesor de Roca, que fue asesinado. También es determinante la figura de Angélica Mendoza Ascarza, Mamá Angélica, mujer que al perder a su hijo por manos de los militares no cesó de buscarlo y de encontrarse en plazas, iglesias y comisarías con otras señoras, presidiendo la lucha de la asociación.

Asimismo, diversas visitas internacionales fortalecieron a la asociación: en 1984 FEDEFAM[2] realiza un informe sobre la situación en Ayacucho. En 1985 reciben la visita de Juan Pablo II, importante oportunidad para denunciar al mundo los casos de desaparición que sucedían en el Perú, en aquella ocasión las señoras crearon una cruz con la inscripción “No matar”, que luego usaron en todas sus marchas. Ese mismo año reciben la visita de Adolfo Pérez Esquivel, junto a él se arman de valor y realizan la primera marcha pública en la Plaza de Huamanga. En noviembre de ese año se creará el comedor para niños huérfanos que recibirá el nombre de Adolfo Pérez Esquivel.

 

En el libro se recopilan treinta testimonios de las socias de Anfasep y tres testimonios de los jóvenes de Anfasep. A través del testimonio estas personas relatan cómo perdieron a sus familiares, cómo empezaron a organizarse, cómo emprendieron la búsqueda, cómo es su presente. Es interesante observar la relación entre las generaciones: las señoras, muchas de ellas viudas o con hijos desaparecidos, y los jóvenes, que quedaron huérfanos. Ellos, que pasaron su niñez entre marchas y en el comedor, desde el 2002 formaron la Juventud Anfasep, alentados por el contexto del trabajo de investigación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación[3], que posibilitó la denuncia pública de las violaciones a los derechos humanos. Los testimonios de los jóvenes, que tienen actualmente entre 27 y 30 años, son especialmente conmovedores. Puesto que, ellos narran su niñez en medio del conflicto y cómo iniciada su juventud tuvieron que servir en las fuerzas armadas de manera obligatoria. De tal modo, que la única forma de ser parte del Estado, que durante años les negó atención, pasó por el enrolarse a las FFAA que, precisamente, fueron los victimarios de sus padres y de sus pueblos.

A través de estas historias particulares se puede vislumbrar la complejidad del conflicto armado y las consecuencias que se viven en el presente.

También podemos reflexionar acerca de lo que implica el testimonio en una realidad como la del Perú. Éste se puede vincular a la noción de lo subalterno, puesto que habilita la emergencia de aquellas voces históricamente silenciadas. Entendiendo por sujeto subalterno a aquel “sujeto relacional construido por la jerarquía y con una real asimetría en el ejercicio del poder”[4]. Dicha asimetría radica en las diferencias de género, etnia, idioma y en la valoración que estas diferencias reciben. El ser quechuahablante, iletrada, indígena y mujer en una sociedad de herencia colonial como la peruana ha de significar la negación de ciudadanía, el atropello de todos sus derechos y el silenciamiento de su voz. Por ello, el potencial del testimonio se intensifica en el presente libro revelando “(…) lo más característico del ser humano: la experiencia y su representación, el vivir y el hablar. (…) A pesar de sus desgarradas imágenes y de su permanente voluntad por simbolizar hay siempre en el testimonio el trasfondo de algo incomunicable”.[5]

Aquel trasfondo incomunicable, acaso, es complementado por un retrato de cada una de las señoras, expresando que el libro no sólo está hecho de palabras sino también de rostros, miradas, alientos, personas de carne y hueso.

 

Son diversas las imágenes que avivan el recuerdo y que fluyen en los testimonios, como el sueño, la sensación de irrealidad por tanto dolor, pero también el sueño como aquel lugar de reparo y esperanza: “Cuando la gente me decía que él estaba por algún lado, caminaba llorando, en los ríos, en muchos lugares. Sólo lo encontré en mi sueño, pero en la realidad no lo encuentro” (Sra. Agustina Yaranga).

Dolor y coraje son las palabras que condensan sus vivencias, ellas recurren a una imagen cuando se refieren a la denuncia y búsqueda de sus familiares: andar, caminar y aún seguimos caminando.

 

Anfasep en el presente tiene una casa en Ayacucho, en donde ha creado, en el año 2005, un Museo de la Memoria denominado “Para que no se repita”, al frente de ésta se encuentra el Parque de la Memoria.

 

* Nacida en Lima - Perú en 1981. Estudió Literatura en la UNMSM y está finalizando la Maestría en Historia y Memoria de la UNLP. Ha realizado el diploma virtual de Lectura, escritura y educación en FLACSO – Argentina. Ha realizado investigaciones de historia y tradición oral en la Ex - hacienda San Agustín en el Callao y en la comunidad campesina Rancas en Pasco. Actualmente, vive en La Plata en donde se dedica a la literatura infantil y a la realización de la tesis de maestría sobre el periodo de violencia política en el Perú. 

 



[1] El conflicto armado interno se desarrolló durante los gobiernos electos de Fernando Belaúnde Terry del Partido Acción Popular (1980-1985), Alan García Pérez del Partido Aprista Peruano (1985-1990), Alberto Fujimori Fujimori de la Agrupación Independiente Cambio 90 (1990 – 1995 - 2000).

[2] Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos-Desaparecidos.

[3] La CVR fue propuesta por los organismos de afectados y defensores de los derechos humanos, estuvo conformada por 12 comisionados, trabajó entre el año 2001 y 2003, logrando recopilar 17 mil testimonios de víctimas. El Informe Final fue entregado el 28 de agosto de 2003.

[4] Vich, Víctor y Zavala, Virginia. Oralidad y poder. Herramientas metodológicas. Bs As, Ed. Norma, pág. 101.

[5] Op. Cit. pág. 109.

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