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La construcción y musealización de la memoria del Holocausto en la Argentina reciente

Aletheia, volumen 5, número 10, abril 2015. ISSN 1853-3701

Wechsler/Artículo en PDF

Wanda Wechsler *

UBA/UdeSA/NEJ

Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 2014

wanwec@yahoo.com.ar

 

Resumen

Este artículo analiza el proceso por el cual se llevó a cabo la construcción de la memoria del Holocausto durante la década de los noventa en Argentina. Como parte de un fenómeno global, la memoria en torno a lo ocurrido en el Holocausto judío se instauró a través la creación de museos, monumentos, instituciones referidas al tema. El artículo se ocupa de analizar los sucesos internacionales y nacionales que dieron lugar a la proliferación de éstas prácticas memoriales y sirvieron de contexto para la creación del Museo del Holocausto en Buenos Aires.

 

Palabras Clave

Memoria, holocausto, museo

 

 

“El porvenir no habrá de juzgarnos por olvidar,

sino por recordarlo todo y, aun así,

no actuar en concordancia con esos recuerdos”

Huyssen, Andreas, En busca del futuro perdido, 2001.

 

Introducción

La memoria ha sido objeto de indagación para las ciencias sociales de forma creciente en los últimos veinte años. Ideas como “memoria colectiva” o “memorias en pugna” aparecieron para explicar los procesos existentes en la sociedad, como actos compartidos y objetos de disputas y controversias. Las interpretaciones del pasado y la construcción de la memoria no se encuentran al margen de las relaciones sociales y los conflictos inscriptos en dichas relaciones. El campo conflictual de la memoria es expresión de enfrentamientos sociales, políticos y culturales, donde tanto la selección de lo que se recuerda, como la forma en que se lo hace, establecen determinaciones, ejercen presiones y fijan límites. En este sentido, será objeto de este trabajo el estudio de las “políticas de la memoria”, es decir las manifestaciones y las representaciones del pasado reciente. Cada grupo social construye una política en relación al pasado, a sus propias memorias, construye su memorización fortaleciendo o debilitando ciertos sentidos. Esta dimensión política que se busca investigar se pone en juego a partir del recorte del pasado que se propone y los modos en que se lo hace (el qué y el cómo). Las representaciones del pasado, memoria e historia se acercan en consonancia o disonancia del proceso hegemónico. Como afirma Raymond Williams (Williams, 2002) podemos hablar de memorias hegemónicas y de modos de rememoración contrahegemónicos. Esto último serían aquellas memorias que actúan para desbaratar el uso del pasado que sirve para el mantenimiento de la dominación, el orden. Estas intervenciones al pasado se hacen presentes poniendo en crisis los lugares y roles sociales de las identidades que se construyen y de los sujetos, y es lo que denominan autores como Oberti, Pittaluga (2006), Crenzel (2010), “memorias críticas”. La intervención crítica es la que puede operar para someter verdades en el campo de la historia, de la memoria y de la relación entre ambas, a un examen complejo. Hacer memoria e historia implica modos de producción de las representaciones y del conocimiento que poseen diferentes sentidos, reglas y límites y que es el desafío de este trabajo poder reconocerlas. Cabe tener en cuenta que no encontramos una memoria, una interpretación, una representación única del pasado que sea reconocida por toda la sociedad en su conjunto.

Hoy somos contemporáneos de una era de culto al pasado, donde se constituyó, como afirmó Huyssen la “cultura de la memoria”. De forma ambigua, mientras la moda del pasado vende mejor que la del futuro (“lo retro”, los anticuarios, las reliquias), las sociedades se esfuerzan por seguir el avance descontrolado de la tecnología y la electrónica. Como una ironía de esto, lo más tecnológico y moderno es lo que más memoria tiene (computadoras, celulares, pen drive). De esta manera, aquello que funciona más lento, más pesado y queda en desuso es lo que menos capacidad de memoria tiene. Pareciera que tener más memoria es lo que vende. Como afirma Jelin, “Esta cultura de la memoria es en parte una respuesta o reacción al cambio rápido y a una vida sin anclajes o raíces” (2002: 9). Estos cambios rápidos también se reflejan en las formas de hacer memoria. En los últimos años, frente a un suceso traumático como el atentado a las torres gemelas o a la estación madrileña de Atocha,  a la AMIA o a la Embajada de Israel, tuvieron su pronta representación en monumentos, actos públicos, recordatorios, placas y libros. Cuando antes un suceso traumático socialmente tardaba veinte, treinta o cuarenta años en ser reconocido, representado, musealizado (lo referido por ejemplo, a la Shoá en Alemania o Polonia, o a la violación de los derechos humanos en Argentina, Chile o Brasil) en la actualidad la construcción de la memoria sobre estos sucesos aceleró sus tiempos. 

De esta manera, los discursos y usos de la memoria, incluyendo monumentos, museos, muestras, se intensificaron en Europa y en Estados Unidos a partir de fines de los años ochenta, activados por un debate cada vez más amplio sobre el Holocausto. El fin del siglo XX llevó a la reapertura de heridas pasadas, secuelas de un siglo de violencias, genocidios en masa y cambios profundos. El tiempo pos Guerra Fría hizo explotar el nacimiento de la historia global (Traverso, 2012). Desaparecida la bipolaridad, se reescribe la historia desde nuevas perspectivas, donde se cruzan y multiplican puntos de observación. Aparecieron una multitud de memorias antes ocultadas o reprimidas que contagió la necesidad de, al estilo benjaminiano, escribir la historia en resonancia con la memoria de los vencidos, como “una promesa de redención” insatisfecha.  Desencadenado por la serie televisiva “Holocausto”, por el auge de los testimonios y por una serie de aniversarios de fuerte carga política y vasta cobertura mediática, en el mundo occidental la memoria del Holocausto se hizo protagonista. Quizás por ser la etapa más anciana de los sobrevivientes, o por ser el momento posible de hablar una vez caído el muro de Berlín, la memoria del Holocausto se globalizó en Occidente.

En Argentina, este giro hacia la memoria fue profundizado en la década de los noventa, sobre todo en los últimos años, y no cesó de crecer. Este es el foco del presente trabajo: analizar las formas en las que la memoria vinculada al Holocausto se desarrolló en Argentina. Los modos en que se representó y construyó la temática transformaron la identidad y la memoria societal. Hoy en día, lejos quedó el temor al olvido de esta temática, consecuencia del lugar central del genocidio en nuestra conciencia histórica. El temor al olvido ya no existe pero, si hay temor éste reside en, como señala Traverso, los efectos negativos de un “exceso de memoria”. El riesgo no consiste en olvidar la Shoá, sino en hacer un mal uso de su memoria, embalsamarla, encerarla en museos o neutralizar su potencial crítico, negar su capacidad de vinculación con el presente o hacer un “uso apologético” del actual orden del mundo (Traverso, 2012: 77). Dar cuenta de las formas y efectos de la representación en Argentina implica vincularse con los procesos de memoria, lo que nos lleva a pensar si éstos son una prolongación del terror o si son un aporte para poder elaborar el trauma sin que eso signifique “dejarlo en el pasado”. Sabemos que el pasado, como dice Traverso, “se transforma en memoria colectiva luego de haber sido seleccionado y reinterpretado según las sensibilidades culturales, los dilemas éticos y las conveniencias políticas del presente” (Traverso, 2012: 14). En cualquier tiempo y lugar, las sociedades humanas construyen una memoria colectiva que se mantiene a través de ritos, ceremonias, políticas de estado, expresiones artísticas. La representación y trasmisión nos habla de esa sociedad. Es en este sentido que se busca vincular las formas de representación y transmisión con los procesos históricos, tanto políticos como culturales, de Argentina. Entendemos que cada época encontró su manera de representar y transmitir el Holocausto y ésta fue variando.

Como afirma Benjamin, la modernidad se caracteriza por el deterioro de la experiencia transmitida, vinculado a la Primera y Segunda Guerra Mundial (Traverso, 2011: 15). Sin embargo, vivimos un momento donde la memoria aparece como un fenómeno central del mundo occidental y se generan prácticas ritualizadas que apuntan a reforzar la cohesión de los países, dando lugar a la llamada “obsesión memorialista” (Traverso, 2012: 15). Auschwitz esta puesto en el podio de la memoria colectiva occidental, y el Holocausto se convierte en la metáfora del siglo XX, la época de la “guerra total” (Hobsbawn, 2006: 29). Guerras, totalitarismo, genocidios y crímenes contra la humanidad son característicos del siglo y encontrarán su expresión y forma de ser procesado. Estos temas representan un desafío para el historiador dado que instalan una nueva figura como fuente: el testigo, el sobreviviente. Esta “era del testigo”, en palabras de Annette Wieviorka, puso en primer plano al mismo, victimizándolo cada vez más. La memoria y la historia parecieron solo poder representarse a través de la palabra del sobreviviente. Testigos de los campos de concentración, de los centros de detención, de los ghetos se volvieron centrales para transmitir ese pasado traumático. En Argentina, esta temática generó amplias producciones, sumamente interesantes(1). Esta, podríamos afirmar, es la última gran forma de representación y transmisión que se lleva a cabo del genocidio en todos los lugares dedicados a transmitir el Holocausto, tanto en Argentina como en EEUU e Israel.

El presente trabajo indaga el contexto de formación de la memoria del Holocausto en Argentina durante la última década del siglo XX, momento en el cual se profundizó la misma. Para esto, da cuenta de la creación del Museo del Holocausto como uno de los espacios dedicados al tema a través de los emprendedores de la memoria y analiza algunos de los aspectos más relevantes del mismo.

 

Historia y Memoria, una dialéctica necesaria

La relación entre historia y memoria ha sido eje de debates, cuestionamientos, congresos, jornadas, libros e investigaciones. La memoria no es idéntica a la historia, de hecho llevan distintos nombres con un sentido. Las memorias son una fuente central para la historia, no sólo por lo que muestran, expresan, comunican sino también por aquello que silencian u ocultan. Hablamos de las memorias porque no existe una única ni homogénea memoria. Esto se debe a dos razones: por un lado, no hay una única voz que represente la memoria de un hecho; es en las múltiples voces de los protagonistas que se construye “la memoria”. Además, los actores cambian, aparecen nuevos, cambian las circunstancias, cambian las subjetividades. Por otro lado, el tiempo de las memorias, como afirma Jelin, “no es lineal, no es cronológico, o racional. Los procesos históricos ligados a las memorias de pasados conflictivos tienen momentos de mayor visibilidad y momentos de latencia, de aparente olvido o silencio” (Jelín, 2002: 74).  En este sentido, la historia constantemente trabaja con las memorias, reelaborando la agenda de investigación histórica, volviendo a reabrir procesos, preguntas y mirando el movimiento constante, dado que las memorias se leen en presente. Así, memoria e historia son herramientas complementarias y potenciadoras mutuamente. La historiografía fáctica o “dura”, aquella seguidora de Leopold von Ranke, donde los eventos y acontecimientos que “realmente” sucedieron son lo importante, no puede ser pensada hoy sin comprender las maneras en que sujetos sociales construyen sus memorias, formas de relatar los hechos, experiencias. Aún hoy en día, en ciertos espacios de trabajo histórico nos encontramos en la necesidad de defender el vínculo historia-memoria, donde ninguna se diluye en la otra. La “tensión dinámica” (Traverso, 2005: 27) entre ambas plantea desafíos que abren nuestras investigaciones presentes hacia el pasado. En este sentido, “el historiador esta en deuda con la memoria, pero actúa a su vez sobre esta última, porque contribuye a formarla y a orientarla (…) el historiador contribuye a la formación de una conciencia histórica, de una memoria colectiva (plural e inevitablemente conflictiva que atraviesa el conjunto del cuerpo social)” (Traverso, 2005: 40). 

           

 

Argentina y la memoria del Holocausto

Argentina presenta ciertas características que hacen de este estudio una necesidad. Por un lado, en Argentina vive la comunidad judía más grande de América Latina y la quinta a nivel mundial. Es un país que recibió un importante número de inmigrantes judíos previos a la Segunda Guerra Mundial (polacos, rusos, alemanes) y posterior a ella, sobrevivientes del Holocausto. En este sentido, esta dentro de los tres países con más testimoniantes, junto a Estados Unidos e Israel.

Por otro lado, Argentina posee al menos dos museos dedicados al tema, el Museo del Holocausto-Shoá y la “Casa de Ana Frank”. Además, vive aquí una comunidad judía grande y con varios espacios de reflexión sobre el tema. Durante la década que se estudia, surgieron numerosas instituciones vinculadas a la memoria del Holocausto, como “Generaciones de la Shoá”, “Centro Simon Wiesenthal”, “Museo del Holocausto”, por nombrar algunas.

Otra cuestión interesante es que Argentina no solo fue receptor de sobrevivientes del Holocausto, sino también verdugos del mismo. Comprobado por distintas fuentes (desde archivos oficiales, organizaciones internacionales) y reflejado en películas y libros, existieron varios nazis  que vivieron su exilio en Argentina. Entre ellos, casos muy reconocidos y controversiales como el de Adolf Eichmann, Josef Mengele y Erich Priebke. 

Otro aspecto a tener en cuenta es que la sociedad en general, y la comunidad en particular, sufrió dos fuertes atentados en nuestro país durante la década de los noventa, en 1992 a la embajada de Israel, con un saldo de 29 muertos y 242 heridos y en 1994 a la asociación mutual israelita con 85 muertos y más de 300 heridos.

 A la vez, es un país fuertemente marcado por las dictaduras militares y la violación de los derechos humanos. En este sentido, la memoria y el reconocimiento de los derechos humanos han sido (y son) construidos y reforzados fuertemente luego de la última dictadura militar, desde los sucesivos gobiernos pero también, y sobre todo, desde los organismos de derechos humanos y otras instituciones no gubernamentales. Dado que no todas las sociedades producen campos de concentración y de exterminio, es interesante interrogarnos sobre las condiciones que hicieron posible eso mismo. La reflexión sobre el Holocausto/Shoá arroja luz sobre el caso Argentino. El avance de la memoria del Holocausto y de la última dictadura militar en Argentina ha ido a la par.

Nos preguntamos: ¿cómo se construye en Argentina el uso público del pasado?;  ¿por qué nos encontramos en los últimos veinte años con un “boom” de la memoria vinculado al Holocausto?

 

La memoria de la Shoá en la historia reciente

Uno de los temas más investigados en la historia occidental (quizás junto con la revolución francesa) es el nazismo y, sobretodo, el Holocausto. Desde la década de los sesenta, la investigación y publicación referida a esta temática ha ido aumentando y profundizándose. Diferentes debates se sucedieron dando lugar a diversos enfoques para analizar la temática: los perpetradores, los alemanes y su participación, los judíos, los totalitarismos, la personalidad de Hitler, los observadores pasivos, la memoria, los testimonios, entre otros. La enorme cantidad de debates y controversias en torno al nazismo muestra la complejidad del fenómeno histórico. La memoria de la Shoá pasó por diferentes etapas hasta convertirse en el centro de la memoria occidental. Existieron varias etapas de representación y formas de elaboración del holocausto, influenciadas por los procesos políticos y sociales. Este trabajo se centra en la última etapa, la más reciente y donde más instituciones surgieron.

Con la aparición de la serie televisiva “Holocausto” a fines de los años setenta, el impacto tanto en Estados Unidos como en Europa fue enorme. La exposición de esta temática la convierte en centro de investigaciones y de enseñanza, de conmemoración pública y hasta de producción cultural por parte de los medios, la literatura y el cine. Películas como “Shoah”, realizada por el francés Claude Lanzmann, se estrena en 1985, con diez horas de duración sobre testimonios en primera persona; o como “La lista de Schindler”, película estadounidense estrenada en 1993 y realizada por el ya conocido Steven Spielberg. También en este período, en 1986, Art Spiegelman, historietista estadounidense, publica “Maus”, una historieta sobre el holocausto. Posteriormente, aparecerán películas aún más taquilleras como “La vida es Bella”, “El pianista”, “El lector”, “El niño con pijama a rayas”, entre otras. El centro será Estados Unidos, donde el Holocausto se convierte en una religión civil (2) con dogmas, y “santos”-sobrevivientes- convirtiéndose en memoria oficial. También en esta sintonía, durante el período 1995-1997, Steven Spielberg creó la “Fundación Historia Visual de los Sobrevivientes de la Shoá,” que contiene más de 52.000 testimonios realizados en todo el mundo, incluyendo Argentina.

En la década de los noventa, la historiografía sobre el nazismo centraba su debate en el controversial libro de Daniel Golhagen sobre “los verdugos voluntarios”, ampliamente superado por libros como el de Christopher Browning “Aquellos hombres grises”. También en esa década se encuentran bastas publicaciones en torno a la representación, como la compilación de Friedlander donde publican autores como Hayden Withe, Carlo Ginzburg, Perry Anderson, Dominick LaCapra, Yael Feldman, entre otros.  Otros autores publicaron vinculando Holocausto, memoria y pasado reciente. Entre ellos se encuentra Enzo Traverso, Andreas Huyssen, Reinhart Koselleck, y Tzvetan Todorov, sumándose a los grandes referentes del estudio de la memoria: Yosef Yerushlami, Maurice Halbwachs y Pierre Nora.

En Argentina, los trabajos que vinculan historia reciente y memoria se han acrecentado enormemente en los últimos quince años. Entre los estudios más destacados encontramos los de Elizabeth Jelin (2002), Alejandra Oberti, Roberto Pittaluga (2006), Daniel Feierstein (2011, 2012), Federico Lorenz (2007), Vera Carnovale (2006, 2010), Marina Franco, Florencia Levín (2007), Emmanuel Kahan (2007) y Emilio Crenzel  (2011). También, en el último tiempo, surgieron espacios para el análisis de la memoria y el genocidio, como el “Núcleo de Estudios sobre Memoria” del IDES o el Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad de Tres de Febrero, Untref. Otros espacios vinculados son el “Núcleo de estudios judíos” del IDES.

Si bien hay una extensa bibliografía sobre Holocausto, memoria e historia reciente, nazismo y dictadura militar, no encontramos bibliografía que analice las formas en las que se construyó la memoria del Holocausto en las instituciones de la Argentina desde los años noventa en adelante, tanto desde organizaciones no gubernamentales como desde el Estado. Una de las formas recientes de tratar el Holocausto en Argentina es a través de sobrevivientes del exterminio nazi que viven en Argentina hoy y también sufrieron el terrorismo de Estado aquí, como Sara Rus, quien testimonia en Canal Encuentro o Ruth Paradies de Weisz, quien da su testimonio en el libro “Ruth, entre Auschwitz y el olimpo”.

 

La memoria de la Shoá en Argentina

Como anteriormente se nombró, Argentina es un país con una fuerte historia vinculada a la violación de los derechos humanos, hecho que llevó a múltiples trabajos, películas, series televisivas, comparaciones, exposiciones y luchas sociales. Los sentidos que se le han dado al genocidio han ido modificándose a medida que pasó el tiempo, insertándose en diferentes conflictos, tensiones, cambios políticos, económicos y sociales. En todos los lugares donde se vivieron procesos traumáticos, como guerras, genocidios, represión, desaparición, las formas de expresar y hacer públicas las interpretaciones del pasado fueron variando, no se fijaron. El tiempo y la elaboración del trauma, junto con los procesos políticos de diversos actores y la aparición de nuevas generaciones, marcaron diferentes temas en la agenda de la memoria. Así, los cambios de la década de los noventa, tanto en el escenario político, social y económico, como a nivel mundial, transformaron los sentidos del pasado.

            Durante esa década, el escenario de la lucha por la memoria se centró en el ámbito no estatal. El Estado durante el menemismo, no desarrolló canales institucionalizados oficiales y legítimos que reconozcan los acontecimientos de violencia de Estado y represión de la última dictadura militar de 1976-1983. Así, las luchas por la “Verdad, Memoria y Justicia”, y sobre la voz de los silenciados se desarrolló en la arena societal. Contrario a “darle lugar” o crear espacios institucionales a los organismos  de derechos humanos, el menemismo abre su período con los indultos a civiles y militares que cometieron delitos en la última dictadura militar. Estos, sumados a las leyes de Punto Final y Obediencia Debida fueron conocidas como “las leyes de impunidad”. De esta forma, organizaciones preexistentes al este gobierno como “Madres de Plaza de Mayo”, “Abuelas de Plaza de Mayo”, el “CELS” o las nuevas como “H.I.J.O.S”, debieron realizar su lucha en ausencia de canales estatales de búsqueda de justicia. Sin embargo, se evidenció la crecimiento y la presencia de estos organismos en el espacio público en ésta década.

            La memoria en torno al Holocausto en Argentina tampoco fue tomada por el Estado y dependió del nacimiento y proliferación de diferentes organizaciones no estatales durante ese período. La memoria de la sociedad se negoció en el seno de las creencias y los valores, de los rituales y las instituciones del cuerpo social (Nielsen, 2012). La memoria se configuró poco a poco durante los años noventa en los espacios públicos de la memoria, como museos, memoriales, monumentos e instituciones dedicadas a la transmisión. La mayoría de las instituciones vinculadas a la memoria del Holocausto en nuestro país nacieron en esta década.

Pasado más de cuarenta años del fin de la segunda guerra mundial, durante la década de los noventa, nacen en nuestro país los principales organismos dedicados a promover el conocimiento sobre lo ocurrido en el Holocausto. El surgimiento de estas instituciones en un mismo período no es mera coincidencia. Como impulso de lo que sucede a nivel internacional, la obsesión memorialista o globalización de la memoria, en Argentina nacen museos, organizaciones, se construyen monumentos, se hacen plazas vinculados al genocidio. Como afirma Traverso, “Auschwitz se convierte en el pedestal de la memoria colectiva del mundo occidental” (Traverso, 2005:17). Así, las políticas de la memoria, como conmemoraciones, museos, películas, hacen de la Shoá la metáfora del siglo XX. En Argentina, aparece como antecesor al terrorismo de Estado y un hecho clave para pensar lo nacional. Sin ánimo de comparar, ambos poseen rasgos en común que enriquecen la lucha del otro y fue en esta misma década que “ganaron protagonismo”. En ambos procesos memorísticos, el centro del sistema de representaciones fue el testigo, el sobreviviente de campos de concentración o exterminio, de ghetos, de torturas. En este sentido, las atrocidades tanto de los nazis en Europa como de los militares en Latinoamérica aparecen en el centro de la memoria pública compartida, como herencia del mundo de posguerra. Ambos procesos y sus representaciones alertan sobre las formas posibles de terror político y odio a “otro”. Esto sería lo que Todorov propone como “memoria ejemplar”, como un uso universalizador de la memoria de los múltiples horrores de los campos. Es un uso de la memoria como lección y aprendizaje de base para la acción del presente. Esto es, un uso de la memoria como medio o pasaje para la elaboración colectiva, donde las experiencias dialoguen entre sí (3). Si bien Argentina no fue el único país con terrorismo de estado en Latinoamérica, ni el único con sobrevivientes del Holocausto, llamativo es que sea el más avanzado en pensar estas temáticas que aún hoy permanecen.

 Cuando nos acercamos a estudiar los procesos y los actores que intervinieron en el trabajo de la construcción y formalización de las memorias, nos estamos preguntando quiénes son estos actores, con quiénes se enfrentan o dialogan. También, porqué surgen en ese momento y quiénes son. Para todo esto, empezamos por afirmar que es un espacio de conflictos y disputas, en tanto interpretación, selección, sentido que se elije de ese pasado. Para que la memoria vinculada al Holocausto en Argentina se haga visible fue necesario un impulso o llamada de atención para promover y construir este hecho “del pueblo judío” a un hecho de la sociedad en su conjunto. Las organizaciones e instituciones que aparecieron para eso fueron de la colectividad judía. Esto fue constitutivo en la forma de construir la memoria del Holocausto, y planteó el desafío de abrirlo a la sociedad en general. Beatriz Sarlo afirma que “la identidad judía se construye como consecuencia de la Shoá. En esta dimensión identitaria, la posmemoria cumple las mismas funciones clásicas de la memoria: fundar un presente en relación con un pasado. La relación con ese pasado no es directamente personal, en términos de familia y pertenencia, sino a través de lo público y de la memoria colectiva producida institucionalmente” (Sarlo, 2005: 135). Howard Becker llama a los grupos que promueven la memoria de diferentes formas como “emprendedores morales”, definidos como agentes sociales que, sobre la base de sentimientos humanitarios, movilizan sus energías en función de una causa (Jelin, 2002: 48). Estos emprendimientos tienen en el centro la cuestión pública, el reconocimiento social y de legitimidad política. Dos son sus principales intereses: llegar a la sociedad en su conjunto y ser reconocidos estatalmente. Hay aquí un uso político y público de la memoria. Existe una fuerte tensión entre el Estado y estos grupos que muchas veces se resuelve, y otras no. Dentro de las posibles actividades, estos grupos desarrollan conmemoraciones, aniversarios, museos, monumentos, entre otros. El protagonismo entre estos grupos emprendedores es de las víctimas, los afectados sobrevivientes o familiares de sobrevivientes de la Shoá.

En esta era posmoderna, donde proliferan la televisión, Internet, el “ciberespacio”, nos preguntamos, ¿qué sucede con las instituciones y los sitios que organizan la memoria social en nuestro país? A partir de los años noventa nacen en la Argentina: “Centro Simon Wiesenthal” a fines de 1992, principios de 1993; “Generaciones de la Shoá”, una asociación que nuclea a sobrevivientes, sus hijos, nietos y familiares en 1997;  “Fundación Museo del Holocausto” de 1999; “Centro de Ana Frank” que nace en el 2009, todas organizaciones aún vigentes.  Estos espacios vinculados con la transmisión del Holocausto nacen con el propósito de expandir la temática y construir una memoria del tema en la sociedad argentina. En países como Alemania, Israel, Estados Unidos, fue el Estado quien se “encargó” de la transmisión del Holocausto, promoviendo desde distintos lugares el interés por la temática (con intereses políticos que excede este trabajo analizar). En Argentina, contrario a eso, no nació exclusivamente del Estado este tipo de políticas en esos años noventa, si bien el mismo participó. Será tardío el reconocimiento y preocupación por parte del Estado, recién a partir del siglo XXI, cuando comiencen a aparecer políticas destinadas al tema(4).

 

Menemismo, apertura y atentados

Una pregunta que recorre el presente trabajo es qué paso en los años noventa para que surjan tantas organizaciones vinculadas al Holocausto. Varios hechos claves del período permiten comprender más este proceso.

En febrero de 1992, el presidente Carlos Menem abrió los archivos secretos sobre la presencia de criminales nazis en territorio argentino a través del decreto 232 del 3 de febrero de 1992, lo que ponía fin al carácter secreto de los archivos oficiales que registraron el ingreso, la residencia y la salida de la Argentina de decena de criminales nazis. De acuerdo con el decreto, a los 30 días de la fecha de sanción del mismo, los archivos podían ser consultados por cualquier ciudadano o investigador. La decisión de Menem respondió, entre otras razones, a una solicitud que le formuló el titular del Congreso Mundial Judío, Edgard Bronfman, en el viaje que el mandatario argentino realizó a Estados Unidos en noviembre de 1991. Esto último muestra que fue un acto de presión de los Estados Unidos. Asimismo, la Cancillería auspició dos eventos académicos internacionales, uno sobre el tema del genocidio, y otro sobre discriminación y racismo. En 1996, ingresaron al dominio público los libros de asientos del Banco Central de la República Argentina (BCRA), de donde se pueden obtener datos sobre transacciones en oro nazi y otros movimientos financieros de la Argentina durante el período comprendido entre los años 1933 y 1955, entre otros. Finalmente, entre 1997 y 1999, el presidente Carlos Menem emitió el decreto 390 por el cual se creaba la Comisión para el Esclarecimiento de las Actividades del Nazismo en la Argentina (CEANA). Por cierto, la labor de la CEANA fue en su momento –y sigue siendo- objeto de defensas y críticas. Mientras las primeras destacan su labor de "esclarecimiento" acerca de las actividades del nazismo en la Argentina, las últimas no dudan en hablar de un "encubrimiento" de dichas actividades, que contaría además con la complicidad de los funcionarios del gobierno. Esta polémica, lejos de cerrarse durante el gobierno de Menem, constituye aún hoy una materia pendiente en la dimensión bilateral con los Estados Unidos, que ha provocado comentarios negativos en los medios de prensa. Todo este movimiento que generó la apertura de los archivos fue, para el presidente del Centro Simón Wiesenthal (5) en Argentina, una de las razones para la creación del mismo en el país.

                        Otro suceso clave vinculado al nacimiento de las organizaciones fueron los dos atentados sucesivos, tanto el de la Embajada de Israel como el de de la AMIA. El 17 de marzo de 1992, un atentado voló la embajada de Israel en Buenos Aires dejando un saldo de 22 muertos. El Estado, actuó con lentitud, ineficiencia y encubrimiento tal que aún no hay responsables.  La investigación de la Corte Suprema de Justicia no pudo llegar a un resultado claro. A menos de dos años de ocurrido este suceso, otro atentado arrasaría con la AMIA, Asociación Mutual Israelita Argentina. El 18 de julio de 1994 una bomba destruyó el histórico edificio de la institución central de la comunidad judía argentina. Aquí atentado, con un saldo de 85 vidas y cientos de heridos, fue calificado como el ataque antijudío más grande desde la Segunda Guerra Mundial. En este caso también, aún hoy no hay avances a nivel justicia. Ambos atentados fueron un duro golpe para la comunidad judía argentina, y fue uno de los motores que activó la aparición de, aunque sea la idea,  crear espacios que rememoren lo que fue el genocidio judío. En este sentido, vemos como cuando una comunidad se siente amenazada, aparece el temor a la desaparición, a la repetición del horror, reaviva el trauma, pone “en carne viva” viejas heridas sin cicatrizar. Esto demuestra que la memoria de los sujetos es portadora de una temporalidad que, como diría Benjamín, cuestiona el continuum de la historia. Por un suceso ajeno en algún sentido al Holocausto pero con un punto clave en común (el atentado al pueblo judío), revive y acciona algo sucedido cuarenta años atrás. Aparece la preocupación por salvar y resaltar el pasado en el presente. El nacimiento de instituciones vinculadas a la representación y transmisión del Holocausto en Argentina fue casi espontáneo. Frente a la nula respuesta del Estado, diferentes organizaciones surgieron desde los sobrevivientes y familiares, como la organización “Generaciones de la Shoá”, el “Centro Wiesenthal”, la “Fundación Memoria del Holocausto y el “Museo del Holocausto”.

 

Memoria y Museo: expresión del boom memorial

Como parte un proceso generalizado, la obsesión por la memoria o el miedo al olvido, encuentra su correlato en la multiplicación de museos tanto en América como en Europa en la década de los noventa. La memoria así, traspasa el espacio privado a la esfera pública y se suma a las memorias individuales lo que Halbawchs denominó “memoria colectiva”, como memoria de un grupo y más extensamente, de una nación. Claro que el Estado-nación  no contiene una colectividad homogénea, ni un relato único, sino que hay una pluralidad de sentidos, pertenencias, memorias. En este sentido, la memoria colectiva requiere de diferentes soportes materiales para su existencia: artefactos públicos, ceremonias, monumentos, museos, películas, instituciones y recursos.

El espacio más significativo creado para la memoria del Holocausto en Argentina es el “Museo del Holocausto-Shoá”. Dentro de Latinoamérica, solo existen pequeños museos del Holocausto: Costa Rica tiene el único de Centroamérica, Uruguay posee un “Centro de Recordatorio del Holocausto y Sociedad Amigos de Yad Vashem” en Montevideo, México tiene el “Museo histórico judío” y el “Museo Memoria y Tolerancia” y Brasil inauguró un museo en Curitiva en el año 2012. En Buenos Aires, a mediado de los años noventa, la Fundación Memoria del Holocausto comenzó con la recolección de testimonios, documentos y objetos de sobrevivientes o de los campos nazis. Si bien los emprendedores de la memoria de este espacio venían trabajando desde fines de los años ochenta, es en la década de los noventa cuando comienzan a pensar en un museo para institucionalizar la memoria. A partir de 1996, comienza a pensarse la idea y los diarios publican noticias dedicadas al tema. A través de una donación del Gobierno de Carlos Menem, promovida por Carlos Corach, la Fundación recibió el edificio que pertenecía a la compañía Italo-Argentina de electricidad. Luego de varios años en remodelación, en septiembre de 2000 se inauguró el museo con una muestra dedicada a uno de los hitos del Holocausto: Ana Frank. Como afirmamos en este trabajo, la década de los noventa presentó ciertas características de carácter nacional e internacional que hizo necesario la construcción de un Museo propio. Luego de años de silencio, de trauma individual, de huecos en la historia, varios sucesos despiertan la necesidad de crear un espacio concreto y permanente destinado a la memoria del Holocausto. Son sobrevivientes e hijos de sobrevivientes que viven en Argentina quienes comenzarán a crear el museo.  La musealización, esa sensibilidad conmemorativa o museal propia de fines del siglo XX es coherente con el “boom” memorialistico. Mientras vivimos la vertiginosa carrera de la informática, la información mediática y “lo virtual”, la mayoría de los objetos se vuelven obsoletos rápidamente. La obsesión parece ser renovar-se en todo. En este sentido, “se achica efectivamente la expansión cronológica de lo que puede ser considerado presente en un sentido material” (Huyssen, 2001: 151). A la vez que los objetos se desechan rápidamente y aparece el peligro de la amnesia, la cultura de los museos se profundiza como acción reactiva. Tanto es así que hoy en día existe hasta el “Día Internacional de los Museos” celebrado cada año el 18 de mayo. Este día, coordinado por el Consejo Internacional de Museos, comenzó a ser celebrado a principios de los años ochenta y reúne a todos los museos del mundo. Durante el 2013, unos 35.000 museos de 143 países de todos los continentes lo celebraron. “La paradoja de la amnesia en nuestra cultura se corresponde con una inexorable fascinación por la memoria y el pasado” (Huyssen, 2001: 151).

Varios autores, como Hugues de Varine-Bohan, afirmaban a fines de los años setenta que “la significación histórica de la institución llamada "museo" está en vías de desaparición (…) teóricamente, el museo está destinado a desaparecer coincidiendo con el fin del contexto cultural y de la clase social que lo crearon” (Varie Bohan, 1979: 23).  Hoy, contrario a eso, el museo, el memorial, el monumento como concepto ha revivido. Su renovada importancia y el uso público en la cultura contemporánea nos obligan a reflexionar sobre esto. Los museos del Holocausto en occidente se han multiplicado como respuesta a la cultura posmoderna del memorial. La tendencia a levantar monumentos del Holocausto, como este año se está realizando en Buenos Aires, es parte de un fenómeno cultural amplio, de un fenómeno vinculado con “el duro deseo de durar” (6). Esto aparece como una reacción directa al avance tecnológico, de la televisión y de Internet. El museo y los monumentos ofrecen la calidad material del objeto, la permanencia frente a lo efímero, la materialidad frente a lo inmaterial. Claro que un desafío de los museos es innovar pudiendo ser más híbridos con respecto a los medios, las imágenes, lo interactivo.

            Tres aspectos interesantes del Museo del Holocausto de Buenos Aires queremos resaltar. Por un lado, que toma el “objeto material” como parte central de su muestra: uniformes de campos de concentración y exterminio, documentos, valijas, peines, vías de tren, el documento falso de Eichmann (Carlos Klement). En este sentido, aparece esta necesidad de materializar la historia, hacer concreto eso que parece inexplicable. También fomenta esa vuelta a lo “real” frente a lo abstracto del mundo cibernético.  Por otro lado, presenta un espacio físico para elaborar, en el término Freudiano, el trauma. Constituye todo un desafío representar e inscribir en la esfera pública la memoria sobre el trauma. Lo negado siempre retorna, escribió Freud y una generación que no recuerda, repite el sufrimiento. Más en la sociedad argentina, donde rectificar ciertos sentidos del pasado puede favorecer la democratización y extensión de una cultura de los derechos humanos. El Museo, como objeto cultural,  presenta una escenificación de un pasado traumático ejemplar que en sus narrativas, colección, fotografías da lugar también a los huecos, a lo incompleto o inabarcable, como metáfora de que “solo así es posible no perder todo aquello que de incomprensible e indecible tiene el Holocausto” (7). Apelando quizás a lo más antiguo de las sociedades, el Museo en Buenos Aires tiene un espacio, “La Sala de la Memoria”, que es de recordación con placas de familias o familiares muertos en la Shoá, donde se prenden velas cotidianamente, como un símil a un cementerio. Frente a la ausencia de un espacio para llorar a los muertos o visitar a quienes no están o favorecer la elaboración del trauma, el museo ofrece este espacio a los familiares y visitantes. Por último, un tercer aspecto a destacar es que la creación del Museo fue iniciativa de los sobrevivientes, y sus testimonios tienen un rol central en la política del museo.  Los recuerdos personales y las narrativas se ven contenidas y reforzadas a partir de rituales y conmemoraciones grupales. Como afirma Jelin, “lo colectivo de las memorias es el entretejido de tradiciones y memorias individuales, en diálogo con otros, en estado de flujo constante, con alguna organización social y con alguna estructura, dada por códigos culturales compartidos” (Jelín, 2002: 22). Lejos de lo que sucedía en el período de entreguerras, donde Benjamin se interrogaba amargado “¿quién encuentra hoy gentes capaces de narrar como es debido?”, somos contemporáneos a la “Era del testigo” como diría Wieviorka o la “Sacralización del testigo” en palabras de Traverso. Este giro al sujeto fue ampliamente analizado por diversos autores, como Giorgio Agamben y excede a este trabajo. Sin embargo, nos interesa remarcar este rol central que juegan en la forma de pensar la transmisión del Holocausto en nuestro país. Algo similar sucede con lo referido a la última dictadura militar, donde se ampliaron y profundizaron las entrevistas y testimonios de los militantes. Indudable es que es imposible trabajar estos acontecimientos sin tomar en cuenta a los testigos. El desafío próximo será pensar cómo transmitir y construir memoria cuando ya la palabra de los sobrevivientes solo sea vista a través de grabaciones y filmaciones. 

 

Conclusiones

 

El estudio de la memoria colectiva se fue constituyendo en los últimos años en una verdadera disciplina histórica. La construcción de la memoria, como representación del pasado pensada desde presente, y su uso público es un proceso cambiante, donde interactúan varios elementos. La memoria colectiva que se construye nos habla de la propia sociedad, consecuencia de una cultura heredada, compartida y, también, amenazada. La amenaza que significó para la comunidad judía en los años noventa los atentados generó un período de crisis, lo que implicó reinterpretar la memoria y cuestionar la propia identidad. Esto, sumado al boom de la memoria vinculada al Holocausto a nivel internacional, y el crecimiento de las denuncias de violación de los derechos humanos en Argentina durante la última dictadura militar significó una vuelta reflexiva sobre el pasado, una reinterpretación y la aparición de ciertas representaciones y políticas memoriales, como museos o instituciones destinadas a reforzar el no-olvido. Como parte de un combate presente, se buscó la redención en el pasado construyendo espacios de reflexión y elaboración social. Así, en nuestro país surgieron una serie de instituciones vinculadas con la memoria del Holocausto en la década de los noventa. Hoy, se presenta como un desafío abrir, democratizar, masificar la cultura de la memoria, lograr que las experiencias de violencia dialoguen. Todavía en el presente sigue siendo restringida y, si bien tiene más presencia en el espacio público, no es una temática difundida en toda la sociedad. Se trata de incorporar a la reflexión de estos temas a mayores sectores de la población y poder articular las distintas memorias argentinas, alejándonos de imponer una visión del pasado o intentar construir consenso sobre lo que hay que recordar. Las disputas por las memorias son una consecuencia lógica de la pluralidad y los conflictos latentes en nuestro país, pero queda pendiente para otros trabajos poder analizar la apropiación de las memorias y las disputas a nivel institucional y estatal. La memorialización es síntoma de una necesidad social contemporánea pero presenta una problemática hoy en día, y es su saturación. Los “excesos” de la memoria pueden desembocar en su banalización, dando lugar a la pura repetición sin reflexionar al respecto. Es un desafío del presente poder estar atentos a esta problemática y continuar analizándola.

 

NOTAS

(1)           Por ejemplo de Beatriz Sarlo, Roberto Pitalluga, Alejandra Oberti, entre otros.

(2)           Enzo Traverso utiliza el concepto de “Religión civil”, retomando el concepto de Emilio Gentile. Lo utiliza para referirse al momento en el cual la memoria del Holocausto se convirtió en occidente en un sistema de valores, de creencias, de símbolos y liturgias, a fines del siglo XX.

(3)           En el 2010, la colección “Educación y memoria” del Ministerio de Educación argentino realizó unos materiales pedagógicos para docentes donde se vincula la experiencia del Holocausto con la Argentina, generando un trabajo muy rico e interesante de “memorias ejemplares”.

(4)           Algunos ejemplos de la toma de posición del Estado frente a esta temática en los últimos 10 años son: la integración de Argentina en la AIMH en junio de 2002, convirtiéndose en miembro pleno en 2006, siendo el único país latinoamericano que la integra;  la Argentina como país  fundador junto con el Auschwitz Institute for Peace and Reconciliation (AIPR) de la Red Latinoamericana para la Prevención del Genocidio;  la cual fue lanzada en marzo de 2012 en Buenos Aires, la creación de un programa exclusivo del ministerio de Educación denominado “Educación y Memoria” entre el 2006 y 2008, y sigue actualmente; creación de un monumento de homenaje a las víctimas de la Shoá en la Plaza de la Shoá durante este año, entre otros.

(5)           Sergio Widder. Entrevista realizada el 5 de mayo de 2014. Entrevistadora: Wanda Wechsler.

(6)           Paul Eluard (1895-1952) fue un poeta francés que utilizó el seudónimo de Eugéne Grindel.Poeta Formó parte de las vanguardias de los movimientos poéticos de la época, siendo parte primero del movimiento dadaísta y luego primera figura del surrealismo. Perteneciente al partido Comunista Francés durante la II guerra Mundial perteneció a los grupos maqui de la Resistencia. Entre sus obras más conocidas se encuentran “El libro Abierto” y, “El duro deseo de durar”.

(7)           Makowsi, S. (2003). Entre la bruma de la memoria. Trauma, sujeto y narración. Perfiles Latinoamericanos, vol. 21. Recuperado desde: http://www.redalyc.org/pdf/115/11502108.pdf

 

 

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*Wanda Wechsler. Historiadora. Profesora e investigadora en la Universidad Nacional Arturo Jauretche, Argentina. Integrante del Núcleo de Estudios Judíos, IDES y del proyecto “Experiencias, luchas y memorias de trabajadores y trabajadoras en el pasado reciente argentino. Una aproximación el estudio de género”. Se encuentra realizando una maestría en Investigación histórica.

 

 

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