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¿Dónde están? La experiencia vivida por familiares de desaparecidos por grupos paramilitares en el departamento de Antioquia (Colombia) entre 1982 y 2003

Aletheia, volumen 5, número 10, abril 2015. ISSN 1853-3701

Restrepo Marín/Dossier en PDF

Janeth Del Carmen Restrepo Marín*

Integrante del grupo de investigación GIPAD

 Universidad San Buenaventura sede Medellín

 2014, Medellín

janeresma@yahoo.es

Resumen

La investigación tiene como punto de partida la reconstrucción de la experiencia vivida por familiares de víctimas de desaparición forzada por grupos paramilitares en el departamento de Antioquia (Colombia) en el período histórico comprendido entre 1982 y 2003.  El objetivo es visibilizar las formas en que un determinado contexto de violencia influye directamente en la vida de las personas. Para el desarrollo de este objetivo la investigación se apoyó en la herramienta metodológica de la entrevista semiestructurada a diversos familiares de desaparecidos, aplicada en profundidad a ocho familiares que vivieron en medio de la violencia ocasionada por los diversos actores que han intervenido en el conflicto armado que vive Colombia desde hace más de cincuenta años y que fueron desplazados forzadamente luego de la desaparición de su ser o seres queridos.

Palabras claves

 Desaparición forzada de personas, paramilitares, conflicto armado en Colombia, destrucción del tejido social, desplazamiento forzado, situaciones límite.

 

Introducción

Toda investigación surge por estímulos que pueden ser de diversos tipos pero que en rasgos generales pueden clasificarse en cuatro: por situaciones personales vividas por los investigadores, por problemáticas ineludibles para ciertos núcleos específicos del conocimiento, por lecturas de teóricos y/o investigadores o por una combinación de todos los anteriores. Para el caso de la presente investigación, cabe reconocerse que el lente de análisis al que se llegó fue inspirado por la lectura de Michel Pollak (2006) y Ludmila Da Silva Catela (2009). Autores que motivaron la decisión de pensar la investigación desde las situaciones límite como clave conceptual y analítica para comprender el impacto que tienen los escenarios de terror sobre la vida personal, familiar y comunitaria y de un manera más global, sobre el mismo orden social que se busca destruir o imponer.  

El objeto de investigación es la experiencia de reconstrucción de los familiares de desaparecidos sobre el contexto de guerra en el que vivían cuando ocurrió la desaparición de uno o de varios de sus familiares, que hace parte de una investigación que explora tres momentos: el contexto de guerra, el momento de la búsqueda y denuncia, y el sentido de organizarse. Por cuestiones de espacio en este artículo solo se desarrollara el primer momento. Cabe aclarar que al llegarse al trabajo de campo se delimitó aún más el objeto de investigación al centrar la desaparición forzada en el contexto de la ruralidad en tanto los primeros contactos se tuvieron con familiares de origen campesino que habían sufrido no solo la desaparición forzada de uno o varios seres queridos, sino también el desplazamiento de sus tierras y de sus comunidades entre otros flagelos contra la humanidad.  

Siguiendo lo anterior, la investigación llegó a la guerra como el acontecimiento traumático del cual se derivaron diversas situaciones límite entre las que se encuentra la desaparición forzada de personas y el desplazamiento forzado. Condición de revictimización, entre otros hechos, que cumplen la mayoría de las personas entrevistadas. Para los familiares la guerra llegó de súbito, cruzando una quebrada, yendo para un cultivo, caminando los parajes tantas veces transitados, estando trabajando en el propio patio de la casa o tocando a su puerta. De un momento a otro se encontraron de frente con algo nuevo: grupos de hombres armados que comenzaron a cambiar el orden de las cosas, la cotidianidad hasta entonces vivida. Luego del primer encuentro, los guerreros iniciales y su control sobre la población rural poco a poco fue siendo “interiorizado” como parte misma del paisaje, y la vida continúo bajo el supuesto de que los campesinos  no eran vistos como enemigos y tarde o temprano los guerreros se irían. Pero se equivocaron pues en distintos períodos de tiempo, dependiendo de la región en la que se habitasen, los campesinos fueron testigos de la llegada de más guerreros… y la guerra comenzó, convirtiendo la vida en sobrevivencia. Muchos pensaron que era preciso permanecer pues pronto la violencia pasaría y no les tocaría a ellos, pensaban que en tanto nada habían hecho, nada debían temer. Otros decidieron abandonar y comenzar el camino del desplazamiento; pero  sea cual sea la decisión tomada,  el mundo antes vivido había terminado y la guerra comenzaba una nueva transformación.  

Para el caso de los familiares entrevistados, la permanencia en el campo se sostuvo hasta que sucedió la desaparición de un familiar. Este hecho sumió a los familiares en un proceso distinto: el de intentar sobrevivir a la guerra y así se vieron sumergidos en un dolor desgarrador que se pegaba a sus entrañas y que combinaba momentos de total debilidad y otros de fuerza que los empujaba a iniciar la búsqueda del o de los familiares desaparecidos. Búsqueda que les conferirá un nuevo dolor: el del desarraigo al tener que desplazarse forzadamente del ambiente rural en el que habían crecido y vivido para llegar a ciudades de exclusión en las que pasarían a ser un grupo social invisibilizado – el de víctimas- y a vivir las más de las veces en lugares ubicados en las zonas más deprimidas en las que la pobreza, la exclusión social y la violencia urbana agudizaban aún más su sufrimiento. En ellos, que sienten, viven e interpretan su pasado traumático de una manera distinta a la del investigador o académico, la pregunta continúa dando vueltas: ¿por qué, si nosotros no habíamos hecho nada? Quizás en la actualidad, cuando han ido poco a poco develándose los intereses, modus operandi, alianzas de actores y tácticas de guerra, entre otros aspectos, se hayan logrado encontrar muchos porqué; pero quizás ninguno de ellos logre satisfacer a estos campesinos que lo perdieron todo y que siguen sufriendo el dolor de la incertidumbre de no saber dónde están sus familiares desaparecidos. Incertidumbre de la que, a veces, pareciese que se aferran para tener esperanza y poder continuar.

 Sin excepción, los familiares entrevistados a profundidad fueron desplazados forzadamente de sus veredas a causa de la violencia armada y como consecuencia de la desaparición de su ser querido. Varios de ellos tienen uno o más familiares desaparecidos, siendo el grado de consanguinidad el de madres, hermanas, compañeras y esposas. Como código de identificación de las entrevistas se pidió a cada familiar que seleccionara un seudónimo, siendo este el que se utiliza a la hora de hacer referencia ha determinado caso o cita textual. Cabe aclarar que este trabajo se centra principalmente en las percepciones y representaciones de las mujeres, pues de todas las personas entrevistadas solo una es de sexo masculino. Filtro que no fue intencionado desde la investigadora sino que se debe a la estructura misma de las organizaciones contactadas (2) compuestas en su mayoría por mujeres, siendo éstas las que tienen mayor presencia en las juntas directivas y las que participan en mayor número en las diversas actividades. En esto también influye el temor que algunas mujeres expresan al señalar que es mejor que ellas asuman la búsqueda porque consideran que hay mayor peligro para los hombres; lo cual también puede estar interrelacionado con el hecho de que, de los casos de desaparición forzada aquí analizados, todos son de sexo masculino. Indudablemente la inclusión de casos de desaparición de mujeres y de la búsqueda por parte de familiares masculinos, es uno de los vacíos que deja esta investigación.

Nuestro corpus de información no está basado en sobrevivientes que estuvieron detenidos-desaparecidos como sí ocurrió en Argentina, considerando que en Colombia existe una clara división entre las personas desaparecidas y las secuestradas sobre las cuales se aportan pruebas de sobrevivencia y sus familiares saben que están secuestrados; siendo este un delito más cometido por las guerrillas, pues como lo expresara una de las familiares entrevistadas: “lo que cogen los paramilitares no vuelve a aparecer”. No obstante, debe considerarse que los familiares son sobrevivientes de contextos en guerra en donde la situación extrema comienza a emerger con la llegada a sus territorios de los actores armados y la aplicación de sus prácticas de terror, para agudizarse con la desaparición forzada del o de los familiares y su posterior desplazamiento.  

 En su gran mayoría los familiares habitan en barrios populares o deprimidos de Medellín, siendo una constante su vida en extrema pobreza. Realidad esta que vive una buena parte de los habitantes rurales que en décadas de conflicto han sido despojados de sus vidas y pertenencias materiales, obligados al desarraigo en la vida urbana. Con excepción de la familiar nombrada como Carmen, que lleva más de veinte años en la organización, la fecha de ingreso a una organización de los demás familiares fue después de los años 2004 y 2005, cuando ya se estaba llevando a cabo el proceso de negociación paramilitar y se promovían desde el Estado, por medio de distintos medios de comunicación, campañas dirigidas a las víctimas para que denunciaran con el fin de acceder a la reparación. El ingreso a la organización después de estos años, también estuvo motivado por la esperanza de ver llegar con vida a sus familiares ante la posibilidad de que hubieran sido reclutados y que se desmovilizaran de cualquier bloque armado; así como por sentimientos de que si los paramilitares eran realmente enjuiciados ya no había por qué tenerles miedo; lo que se tradujo en que se atrevieran a denunciar los hechos de violencia sufridos, entre ellos la desaparición de su ser o seres queridos, no solo ante las autoridades judiciales sino también públicamente. En este sentido, la directora de una de las organizaciones confirmó que, efectivamente, un gran número de los 1.052 integrantes que tenían registrados en su base de datos hasta el mes de abril de 2012, ingresó después del 2006; siendo pocos los familiares de la generación de fundadores que continúan como miembros activos de la organización, lo que en parte se debe a tensiones internas, dificultades familiares, pobreza o traslado a otros lugares del país.

Primero vivíamos muy bueno luego llegaron ellos, los que ya sabemos

Iniciamos estas líneas dirigiendo la mirada del lector hacia el subtítulo que las acompaña para llamar su atención sobre dos  expresiones: “vivíamos muy bueno” y “los que ya sabemos”. Expresiones que casi sin excepción fueron usadas, aunque de distinta manera, por los familiares. La añoranza de una vida feliz hace referencia a la vida en el campo antes de la llegada de la guerra. El actor oculto bajo la frase: “los que ya sabemos”, son los paramilitares que también fueron nombrados como “ellos”, “esos hombres”, lo cual no aplicaba a la hora de referirse al Ejército o a la guerrilla.

 

En los primeros encuentros con los entrevistados, sin excepción, identificaron la llegada del primer actor armado, cualquiera que éste fuera, como el primer signo de cambio de una vida rural basada en el trabajo familiar y en la tranquilidad del campo  donde “teníamos de todo”. Al recordar su tierra Diana dice que “primero era muy bueno, primero era todo feliz, todo alegría, y después de todo eso, ya vino la tristeza, ya vino todo”. Visto desde su presente, la añoranza de los familiares no se limita solo a la tranquilidad de vivir en el campo que se distinguía de la ciudad por la ausencia de la violencia, sino también a la tranquilidad de tener lo necesario para vivir: una casa, animales, una tierra, sin importar el tamaño, en la que trabajaban y cultivaban. Una tierra que les daba lo necesario para vivir lejos de las carencias, la pobreza y el dolor que rodea su presente.

 

Mientras piensa en lo mucho que le cuesta a sus hijas darle los pasajes para asistir a las reuniones en la organización de familiares, Lisney habla de lo que era su vida antes, en la vereda (1) La Tebaida, rodeada de sus hijos y de su esposo que lleva más de 20 años desaparecido: “[…] cuando sucedió, pues estábamos nosotros muy tranquilos viviendo en la vereda la Tebaida, allá teníamos de todo, vivíamos muy bueno trabajando con mi esposo. A nosotros no nos hacía falta nada”. Pero llegó la guerra y, con ella, campos de muerte marcados por el arribo del primer grupo armado que convirtió los lugares seguros en zonas de disputa, de control, de miedo y de terror. La guerra, en los casos estudiados, es la que ocasiona la transformación de una vida deseada, construida por años,  en un horror insuperable.

 

Los grupos paramilitares, caracterizados por su defensa del status quo, el radicalismo ideológico anticomunista y  las práctica de la crueldad para imponer su dominio social y territorial, especialmente en zonas de presencia histórica de la guerrilla o de arraigada organización social, se dieron a conocer en algunas zonas rurales del departamento de Antioquia en 1981  bajo la autodenominación de MAS (Muerte a Secuestradores). Su carta de presentación variaba desde la ejecución de un acto u otro de terror, hasta la puesta en circulación de listados con nombres de personas destinadas a la eliminación por colaborar con la guerrilla  o por ser informantes de esos grupos armados. Estrategia más recurrente en aquellos territorios donde había mayor presencia guerrillera, lo que necesariamente no tenía que corresponder con la realidad, en tanto podía terminar convirtiéndose en una “excusa” para la penetración del paramilitarismo en cierto territorio en respuesta a intereses contrasubversivos, económicos, políticos o a una combinación de los diversos intereses puestos en juego en el conflicto armado.

En las entrevistas, Carmen y Jorge coindicen en nombrarlos como los “masetos”, nombre que Carmen asocia con la ruptura de la tranquilidad que se vivía por su finca ubicada entre  Puerto Berrío (Antioquia) y una vereda de Cimitarra (departamento de Santander), zona que fue categorizada en 1983 por el batallón del Ejército con sede en Puerto Berrío como zona guerrillera. Volviendo a ese momento en el que irrumpe en su cotidianidad la guerra, Carmen afirma que recuerda la llegada del MAS porque acabaron “con todo mundo”, sin que se alcanzaran “a contar las cifras de todos los que ellos desaparecieron y asesinaron”. Después de este momento, la vida de su familia comenzó a bordear el peligro, porque su esposo “tenía ciertas inclinaciones de izquierda”. Al preguntársele si pertenecía a algún partido político, Carmen dice que no, indicando que su esposo era un líder y “le gustaba mucho el servicio de la comunidad”, por lo que “era muy conocido en la región”; siendo precisamente ese reconocimiento por su trabajo comunitario lo que fue mal visto por los recién llegados, pues a su ojos eso era indicio de ser cercano a las ideas guerrilleras. Si bien en la entrevista no fue clara la afiliación política del compañero de Carmen, ella recuerda a un vecino que pertenecía al Partido Comunista. Mencionamos esto porque el señalamiento de guerrilleros, que es recurrente en los relatos de los familiares, no va acompañado de un estudio detallado por parte de los grupos paramilitares, bastaba con parecerlo o con que alguien dijera que lo era; tal como ocurrió con el compañero de Carmen, indistintamente de que perteneciera o no a un partido político que estuviera categorizado bajo el calificativo de “enemigo” por estos actores armados.

Tras la construcción de la guerrilla como el enemigo interno durante los años setenta en el país, se amplía la definición de insurgentes hasta el punto de considerar como tales a cualquier persona, grupo o población sospechosos de ser comunistas (Leal, 2002) o de levantarse en contra del orden establecido. Recordando su época de infancia, la investigadora Vilma Franco, al reflexionar sobre la persistencia del miedo en los sobrevivientes de la guerra que le contaban sus abuelos entre liberales y conservadores, introduce una reflexión que se muestra como un proceso de larga duración en el país: “las representaciones sociales sobre el comunismo” que ponían en circulación “relatos anticomunistas” en tiempos de conversación, que distaban de ser argumentaciones racionales frente a ideas o proyectos políticos, cargadas de:

Consignas hostiles que denunciaban el comunismo como encarnación de lo injusto, aunque éste no dejaba de ser nominación incomprensible y vacía tanto para los que éramos audiencia como para los mismos emisores. Esas expresiones aludían a figuras estigmatizadas, acusaban una relación de analogía entre el comunismo y ateísmo, o entre comunismo y guerrilla, expresaban simultáneamente aversión y temor, señalaban los procesos organizativos como guerrilleros, parecían revelar cierto acuerdo, y aunque no exponían su fuente histórica tenían un poder de coacción que en el momento de escucharlas resultaba insospechado (2009:25).

Junto a la coacción, los emisores de estas representaciones recibían un doble mensaje: que toda persona  que recibiera la nominación de comunista debía ser temida y despreciada y la prohibición a cualquier adhesión a ideas o prácticas que pudieran recibir esta misma calificación. Esta postura, sin duda, contribuyó como elemento coactivo para muchas personas al momento de participar en acciones colectivas y reivindicativas, acciones que no recibieron comprensión o apoyo sino que fueron cargadas de prejuicios frente a sus orígenes y verdaderos intereses, tal como ocurrió con las movilizaciones campesinas de fines de la década del noventa y que aún hoy pueden apreciarse en las opiniones de diversos sectores sociales en lo referente a las protestas de los campesinos en contra de los impactos negativos del Tratado de Libre Comercio (TLC) firmado entre Colombia y los Estados Unidos en el año 2013 y el abandono extremo al que históricamente ha sido relegado el campesinado.

En los casos analizados, las vidas de los familiares experimentaron el impacto de quedar atrapadas en medio de lo que aparentemente era solo una guerra contrainsurgente. Eran comunes los casos en los que el ejército o los paramilitares, les preguntaban si habían visto a la guerrilla o se les “informaba” que a determinada persona o personas las buscaban o las habían asesinado por ser informantes de los guerrilleros. A medida que la violencia se iba recrudeciendo, la gente no sabía qué responder, pues si decían que sí, podían correr el riesgo de ser obligados a servir de guías en la persecución de supuestos guerrilleros o podían ser forzados a  identificar a presuntos miembros de esos grupos; y si decían que no, se les podía acusar de ser colaboradores de las guerrillas. Con el tiempo, la gente iba aprendiendo que en un ambiente de guerra no pueden hacerse suposiciones pues una respuesta o acción que salvaba a una persona podía significar la muerte, tortura o desplazamiento de otra.

El control sobre la población civil es una característica propia de los escenarios en los que fue aplicada la Doctrina Contrainsurgente en la que, recordemos, los civiles no podían ser considerados espectadores inocentes dada su proximidad con el ejército rebelde (Kornbluh, 1990:154). Por ello eran el principal blanco de ataques para debilitar a la guerrilla, ya fuera asesinándolos o atemorizándolos de tal modo que mostraran total obediencia y sumisión al Ejército que controlaba ahora el territorio. En el relato de Diana, por su cercanía a las fuerzas del Estado, quienes fueron las que hicieron presencia visible en la lucha contrainsurgente, puede interpretarse el riego al que el mismo Ejército sometía a la población en tanto “hablaban con la gente, con las muchachas o paraban en las fincas”, razón por la cual “la guerrilla ya podía matar a esas personas”

Para inicios de los años ochenta, cuando emergen los primeros grupos de autodefensa y paramilitarismo en el país, los campesinos ya habían sido catalogados como subversivos, marca de identificación para la eliminación del enemigo y, además, se consideraban como enemigos potenciales especialmente a los grupos poblacionales que habitaba en zonas de presencia guerrillera. Este accionar fue respaldado con el hecho de considerarse a los campesinos como subversivos, dado su protagonismo en las diversas movilizaciones sociales que se dieron desde los años setenta y que exigían la distribución de la tierra. Es así como a medida que se prolongaba la guerra, hubiera o no guerrilla en sus territorios, tuvieran o no contacto con ellos, la categoría nominal de guerrilleros abarcó no solo a aquellos cuyas ideas o formas de organización “coincidían” con los atributos del enemigo sino también como estrategia de “justificación” para la eliminación, desaparición o desplazamiento de personas y familias para el despojo de sus propiedades e incluso por sentimientos de venganza. Jorge ofrece aspectos que permiten realizar un análisis sobre lo que ocurría con el intercambio de armados de un lado a otro: “los anteriores amigos de la guerrilla se cansan de ellos y para quitárselos de encima se voltearon al otro grupo y se desquitaron con la gente de la que ellos pensaban que había colaborado con la guerrilla”, señalándolos como enemigos. Las cadenas de odio, como lo nombra la Zarca, también han sido un aliciente para el enrolamiento voluntario en uno y otro grupo: “a alguien le matan a un familiar o amigo y se mete al otro grupo a vengar al que le mataron. Eso es una cadena que uno no entiende, si matan cuatro o cinco se meten diez”.

Fuera en las veredas o en los pueblos, la vida diaria se desarrollaba en paralelo con la de la guerra. Ir al pueblo un domingo y entrar a una taberna creaba espacios propicios para que en medio de los tragos se dijeran cosas o se generaran ciertos gestos de proximidad, como un abrazo, que podían terminar jugando en contra de la persona cuando al que se abraza era, por ejemplo, un paramilitar. ¿Si esto llegaba a oídos de la guerrilla, podía la persona tener la confianza de regresarse a la finca? Carmen relata que su padre se emborrachó en una ocasión con unos paramilitares y esto ya  bastó para que éste fuera señalado como paramilitar. Tres meses después sería asesinado en su finca por la guerrilla. Por rumores de amigos, Carmen se entera de que sus hermanos adolescentes desean vengar la muerte del padre y se están relacionando con los paramilitares para vengarse de la guerrilla. Este será un antecedente que también ella vincula como uno de los causantes del asesinato de su compañero en tanto se le asociaba con la guerrilla. Mientras lo dice, Carmen mueve la cabeza como queriendo borrar de su mente el hecho de que sus hermanos estuvieran vinculados en lo que le pasó a su compañero.

 Las relaciones de la familia irán también siendo impactadas por la dinámica de la confrontación. Toda guerra requiere constantemente reclutas nuevos y toda guerra crea cadenas de sufrimiento, odio y motivos de venganza. Cuando Diana explica que la prologada presencia de la guerrilla en su vereda crea relaciones de filiación y normalidad hacia el control social ejercidos por estos actores, también deja entrever la complejidad que adquieren las relaciones familiares y comunitarias cuando hay sospechas de que un familiar o conocido se une a un grupo armado. La familia e incluso la comunidad es puesta en peligro ya que el actor contrario les presiona para que les digan dónde están. Es en ese momento cuando Diana relata una historia que la dejó impactada, la de don Cristico. Diana explica que a Cristico lo iban a matar porque sus hijos estaban acusados de ser guerrilleros y el ejército le estaba presionando para que les dijera dónde estaban. Ellos “le dijeron que en tres meses tenía que tener los hijos en la casa y que si en tres meses no tenía los hijos en la casa, a  él lo mataban”. Diana, con los labios apretados como si estuviera reviviendo la conversación con el difunto cuenta que don Cristico le dijo:

Ya mijita, voy a morir cansado… ya hoy me mata el ejército porque pues no puedo contar que mis hijos sean guerrilleros, porque si yo cuento, si no me mata la guerrilla, me mata el ejército.  Y dicho y hecho […]: el ejército dijo que había matado un guerrillero, pero resulta que él no era el guerrillero… el viejito era un trabajador.

 

Diana, por su parte, reconoce en su relato que desde que estaba pequeña había presencia de guerrilla en su municipio y sin prevención alguna, al referirse a su municipio en el lejano Oriente antioqueño, afirma que “esa gente por allá se volvió toda guerrillera, menos nosotros”. Con una risa habitual en ella al momento de referir los combates, le pregunté a ella qué piensa de los actores armados. Su respuesta: “yo no saco a ninguna fuerza porque todos son malos, todos son cortados con la misma tijera, y las bandas lo mismo, todo eso es la misma cosa”. En su trajinar buscando a sus hijos, y luego moviéndose de un lugar a otro en busca de la sobrevivencia misma, Diana aprende a moverse entre uno y otro actor armado: guerrilla, paramilitares, policía, militares y sin levantar juicios de valor afirma con naturalidad que el ejército era aliado de los paramilitares y recuerda con risa una conversación con un militar que le decía que los guerrilleros eran "’bolas de mugre’ que no cargan si no bolas de mugre, nosotros porque no tenemos permiso de los paramilitares, porque si no les sobra plomo; pero es que no nos dejan ir".

 Las áreas rurales, cuando no se convertían en retenes permanentes, sufrían las operaciones, nocturnas casi siempre, de los paramilitares mientras el Ejército y la policía permanecían en el pueblo y  tal como lo sugiere Clara Inés Aramburo:

La arremetida paramilitar de finales de los ochenta se hizo sobre todos los rincones y pobladores de la región al convertirlos en objetivo militar. La embestida paramilitar de esta fuerza armada foránea sin arraigo social ni territorial –en un principio- implicó la cuasi generalización del desalojo y la muerte, y trocó la condición de los campesinos y colonos –convertidos en objetivo militar– en parias y desplazados (2009).

En este estado de cosas, sobresalen aspectos relacionados con la purificación ideológica y social que Alejandro Kaufman (2007) nombra como característicos durante la dictadura argentina (1976-1983) y la aplicación de mecanismos de control sobre la población que tenían el poder de controlar la vida y la muerte. Para el caso del contexto de violencia prolongada en Colombia, se considera que este plan tuvo una mayor aplicación en las zonas dominadas por la guerrilla una vez iniciada la incursión del paramilitarismo en la que familias enteras adquirían la categoría nominal de guerrilleros. El caso de Jorge es un ejemplo de ello, pues desde los años ochenta hasta inicios del siglo dos mil, cuando empiezan las desapariciones de sus hijos, toda su familia cargó el lastre de ser buscados por ser guerrilleros. En su caso, todo comenzó debido a su labor en la Junta de Acción Comunal en una vereda de Caracolí, donde Jorge lideró la construcción de una cancha en un terreno perteneciente a un terrateniente de la zona, lo que le sirvió para ser sindicado por el ejército como guerrillero. Al pensar en lo que ha sido su vida de huidas y ruptura familiar, Jorge sostiene, haciendo más énfasis en el tiempo que vivió en el Oriente antioqueño - región en la que desaparecerían en el 2001 dos de los cuatro hijos que tiene desaparecidos-, que con la llegada del paramilitarismo comienzan a crearse ambientes de terror en los que ni los niños se podían salvar de la violencia, pues estos ya habían heredado el estigma de ser hijos de guerrilleros.

Al reflexionar treinta años después, sobre las posibles causas de la desaparición, tortura y asesinato de su compañero, Carmen concluye que el trabajo comunitario que su compañero realizaba, su liderazgo y el señalamiento de ser colaborador de la guerrilla por parte de un vecino que se volvió paramilitar fueron aspectos que influyeron en que fuera señalado como sospechoso. La sospecha se materializó en su desaparición, tortura y asesinato el 30 de marzo de 1984 cuando “él escasamente tenía […] 24 añitos, ambos éramos […] muy jóvenes. Teníamos una niña de dos añitos […]. Se lo llevan de la orilla del río” y según testigos fue el ejército; pero “dicen que ahí iban personas de civiles que pertenecían a esa organización [el MAS]”.

En este contexto, el margen de sospecha que tenían militares y paramilitares para señalar a alguien como guerrillero, es decir, como enemigo, era bastante amplio. Recordando los años en que fue víctima de “persecución política”, Jorge describe su situación de la siguiente manera:

A fines del mandato del señor Julio Cesar Turbay Ayala […] me sindicaron de guerrillero sin yo conocer siquiera la guerrilla. Eso ocurrió en el municipio de Caracolí por problemas que tuve con un cacique, pues yo llamo cacique a esos terratenientes. Este señor me informó en el Batallón Bomboná de Puerto Berrío de que yo era totalmente un guerrillero y me echaron patrullas cada quince días. Me capturaban, me atrapaban, me amarraban, me hacían de todo […]. Para el mandato […] del presidente Belisario Betancur, fue donde más me apretaban y una vez me cogieron diez días. Diez días me tuvieron amarrado en el monte, amarrado de un poste de madera envuelto en un alambre de púas. 

En los casos en los que el paramilitarismo llega donde tenía presencia la guerrilla, para determinar qué violencia afectó más, los entrevistados comparan entre un actor y otro y dependiendo de quién les haya hecho más daño éste será considerado peor que el otro. Las percepciones pueden ser distintas. Para Diana por ejemplo es la guerrilla, la cual había hecho presencia en su vereda desde que ella era pequeña. Para Jorge y Carmen son los paramilitares y el ejército, mientras que  para Marisol son los paramilitares que comienzan a complicar con su llegada todo, ya que si bien antes había guerrilla ésta no “molestaba” tanto.

 En relatos como los de Jorge, Marisol y Carmen, la guerrilla no existe en el sentido en que no se la conoce, no se la ve, pero con la llegada del segundo actor o de la sindicalización de que se es guerrillero, se la conoce, así no se la conozca realmente. Es decir, sin haberles visto o sin haberse comunicado con ellos (a la guerrilla), escuchan de su existencia y de lo que representan con la llegada del ejército o de los paramilitares. Al preguntársele a Marisol dónde estaba ubicaba la guerrilla cuando llegaron los paramilitares, responde:

No sabíamos, vivían calladitos, no sabíamos desde cuándo, porque a nosotros nunca nos tocó ver pues un grupo así de guerrilla, que se acercara a la finca de nosotros, a la finca de nosotros nunca llegaron a molestar, ni a quitarnos plata, pero ya después de que llegaron los paramilitares comenzaron estos grupos también a alborotarse y a llegar, precisamente a formar el conflicto, entonces ya era un conflicto armado, porque era guerrilla, ejército y paramilitares, todos juntos, entonces, ahí fue cuando la situación comenzó a volverse insostenible.

Para el caso de los familiares que al momento de la llegada del paramilitarismo y el ejército, vivían en territorios con presencia de la guerrilla y no habían sufrido ningún crimen o acto considerado por ellos como violento, identifican al paramilitarismo, cuando ingresa a sus territorios, como un grupo más sanguinario. Sin embargo, cuando comienza a degradarse la guerra la percepción es que uno y otro actor son iguales.  Los casos de Sady y Marisol son un buen ejemplo de esta percepción:

Yo sí decía que eran más sangrientos los paramilitares porque la guerrilla siempre era más pasiva y uno podía trabajar y vivir tranquila. Me parecía que la guerrilla era más pasiva para hacer las cosas. Ya venían a matar o a desaparecer una persona ya porque tuvieran algo que sentir de esa persona por que no les colaborara o por algo diferente, pero no porque llegaran a una parte a desasegurar las armas y matar a todo el mundo. Siempre eran selectivos para hacer lo que iban a hacer. En cambio éstos si llegan indiscriminadamente con las armas a darle a todo el mundo. Luego cambió todo porque de ambos lados son iguales...Pero sí son más crueles los paramilitares...Igual los paracos entraron a toda parte cuando llegaron por primera vez y acababan era con todo lo que veían, fuera guerrillero o personas bien que no se metían con nada […] La guerrilla por lo menos ellos nunca iban a decir que iban a coger una jovencita y  que la iban a violar y que la iban a matar; porque yo no llegué a escuchar eso. Pero los paramilitares cuando llegaban a un pueblo, siempre llegaban por primera vez y a todas esas niñas jovencititas era a toda horas conquistándolas, y qué era eso: una violación disimulada para mí, porque es que ellos sabiendo que si son unos grupos armados que van  a darle ejemplo a la gente porqué tenían que llegar únicamente a conquistar niñas de 11 a 15 años, a dormir con ellas cuatro o cinco días… váyase para su casa que yo mando, yo soy el papá de usted y el papá de su mamá.

Estela, por su parte sostiene que cuando le ocurre lo que le ocurrió ella no diferenciaba entre uno y otro, afirmando que ya sí conoce la diferencia porque ya ve noticias,

De los relatos de los familiares se infiere que a medida que iban adentrándose en las arenas movedizas y en el laberinto de la guerra, el espacio rural que antes les protegía poco a poco se va destruyendo y se empieza a desencajar la imagen del mundo que tanto deseaban conservar. Al reflexionar sobre el holocausto, Bruno Bettelheim nos guía en la reflexión de los impactos que tiene sobre la vida de las personas la reorganización de una sociedad por medio de prácticas que implican la eliminación de millones de personas enfatizando que:

Resulta sumamente destructivo para una persona (y para toda una cultura cuando lo mismo ocurre a muchas personas simultáneamente) comprobar que las creencias que daban sentido a la vida no son dignas de confianza y que igual sucede con las defensas psicológicas de las que se dependía para asegurar el bienestar físico y psicológico y protegerse de la angustia ante la muerte […] Entonces uno siente que ya no queda nada capaz de ofrecer protección. Además, ya no podemos estar seguros de que volveremos a saber  a ciencia cierta en qué podemos confiar y contra qué tenemos que defendernos (1983: 24).

Así pues, intempestivamente, las condiciones de vida rural cambian por unas tan radicalmente distintas, en las que de repente las personas son lanzadas a una situación límite, situación definida por Bettelheim como aquella cuando de un momento a otro

Nos vemos lanzados a una serie de condiciones donde nuestros mecanismos de adaptación y valores ya no sirven y cuando algunos de ellos incluso pueden poner en peligro la vida que se les había encomendado proteger. Entonces nos encontramos, por así decirlo, despojados de todo nuestro sistema defensivo y arrojados al fondo del abismo, desde donde tenemos que labrarnos un nuevo sistema de actitudes, valores y forma de vivir conformes las exigencias de la nueva situación (1983: 25,26).

En el campo, a medida que aumentaba la expansión y el poderío paramilitar y se agudizaba la violencia, los familiares ven languidecer las proyecciones futuras y el miedo y la desconfianza inician una carrera atroz contra los sentimientos de esperanza a los que muchos se apegaban y que les daban fuerza para pensar que pronto todo terminaría. Una de las constantes en los relatos es el cambio de vida que comienza a registrarse con la llegada del primer actor armado, que en los casos analizados fue la guerrilla. Desde que llega un grupo armado a los territorios, las vidas de los entrevistados comienzan a sufrir modificaciones constantes respecto al control social que en unos lugares es ejercido con mayor presencia de los armados de ideología de izquierda que en otros. Sin embargo, la guerra en todo su horror cubre sus vidas cuando llega un segundo actor armado que podía ser el Ejército, los paramilitares o los dos al mismo tiempo. A partir de este momento, los enfrentamientos por el control del territorio hacen de la vida de los campesinos entrevistados una maraña en la que debían sobrevivir a lógicas de violencias cada vez más difíciles de desenredar, puesto que tenían que responder a las prácticas de dominación de control y terror de uno u otro actor armado que convirtieron las veredas o corregimientos en escenarios de múltiples y prolongadas violencias. Volviendo en su memoria a recordar la llegada de los paramilitares a la vereda del municipio de Cocorná en la que vivía con su familia, Mar describe así el tiempo en el que para ella las cosas empezaron a  cambiar, definiendo este momento como en el que comenzaron, refiriéndose a los paramilitares, a sembrar la zozobra y el miedo en la población:

Comenzaron asesinatos, desapariciones, masacres de personas que eran señaladas como informantes o colaboradores de la guerrilla.  Unos aparecían muertos otros eran desaparecidos. Muchos luego eran encontrados o vistos bajar por el río descuartizados. Decían que [eran] los paramilitares.

Casi para la misma época que Mar, en zona rural de Ituango el señalamiento de ser guerrilleros rompió la tensa calma que ya se vivía en la casa de Sady, cuando unos hombres armados irrumpieron en su hogar gritándole:

Que yo era una guerrillera, que yo no valía nada...La casa la volvieron nada, buscando yo no sé qué porque allí no habían armas, no había nada…Nos trataban que éramos unos guerrilleros del no sé qué. Nosotros le preguntábamos por qué estaban haciendo eso con nosotros y nos dijeron que porque éramos guerrilleros y yo que guerrilleros por qué...Solo encontraron una escopeta y dijeron: "mire que sí, que sí son guerrilleros"  y ya por eso ya es que era un guerrillero.

Al momento de explicar los cambios que sufre su vida y la de su comunidad cuando llega el paramilitarismo, la percepción de Marisol es que todo comienza a complicarse cuando llegan los paramilitares que ingresan al territorio cometiendo diversos actos de violencia extrema. Marisol afirma que:

Siempre sabíamos que allá siempre existía la guerrilla. Nosotros vivíamos muy tranquilos en la finca, donde estuviéramos. No había habido pues como problemas con esa gente ni nada. El factor que nos afectó más fueron los paramilitares, cuando llegaron. En el tiempo en que nosotros pudimos vivir tranquilos en comunidad pues vivíamos muy bien, todos éramos como hermanos y vivíamos muy relajados. En el campo todo lo teníamos, comida pues suficiente, todos teníamos más o menos al alcance el estudio para los hijos… Todo era completamente diferente después de que han llegado los paramilitares. Llegaron fue haciendo una ola de violencia, disparando y matando a todo el mundo por matarlo, no porque nadie debiera nada, sino porque llegaron fue matando para hacerse sentir de que ellos tomaban el mando de todo el territorio; eso fue lo que más agravó la situación. Ya después de que llegaron los paramilitares comenzaron estos grupos [la guerrilla] también a alborotarse y a llegar, precisamente a formar el conflicto. 

Marisol ha sido una mujer conocida a nivel nacional por su liderazgo y capacidad de lucha y resistencia en medio del conflicto cuando toda una comunidad quedó acuartelada por el ejército en el municipio de Pavarandó luego del desplazamiento desde distintas veredas. Estamos conversando en un lugar rodeado de árboles, está con otras dos compañeras y a pesar de la enfermedad que hoy la agobia, sus ojos destellan fuerza, coraje, inteligencia. Su cuerpo está cansado de tanto trajinar, pero algo dentro de ella permanece hoy con toda la fuerza, quizás la misma que en Pavarandó le permitió levantarse para exigir a los armados que devolvieran a las niñas que se llevaban, para ponerles límites y decirles no más. Su historia recuerda que en medio de la guerra se reconstruyen espacios y proyectos de vida como formas mismas de persistencia y resistencia, y que son esas historias las que permanecen alertas, protegidas en sus memorias para emerger en ciertas circunstancias y pasárselas a otras personas, como una antorcha que unos y otros protegen a lo largo del tiempo para que la vena de la lucha, la resistencia y la esperanza no se apague.

Para las personas que sufren directamente la guerra, esta inicia cuando su territorio queda en medio del enfrentamiento de varios actores armados o cuando su familia sufre  un acto violento. Para ellos el conflicto armado es sencillamente cuando una gente armada, sin que ellos sepan bien por qué, se pelea entre sí causando daño en sus territorios, en sus vidas, en sus familias, daños que no podrán pagarse con nada. El antes en la vida de los familiares es ejemplificado con una existencia en tranquilidad, en abundancia de alimentos y de vida en comunidad.  Esto es lo que sufre rupturas extremas con la experiencia de la violencia. En adelante, la cotidianidad cambia y los ritmos de trabajo guiados por los tiempos de las cosechas y de la vida en comunidad en la que en conjunto se resolvían los diversos problemas, comienza a ser guiada por las detonaciones, los disparos, las botas que marchan en la noche indicando que algo pudo o puede pasar. La noche es ahora sinónimo de peligro y se hacen cada vez más largas porque todos saben que mientras dura la oscuridad es cuando más cosas pasan.

A veces prenden velas mientras ruegan porque nadie toque su puerta, porque pasen de largo de sus casas. Otros ni se atreven a encender la más mínima luz, como queriendo pasar invisibles frente aquellos que los tienen enlistados, que tienen el poder de saber quién sale al pueblo, quién se mueve para tal o cual lado. Ya la resolución de los problemas no depende del consenso en comunidad sino de la aplicación de la fuerza como canal por medio del cual se ejerce el poder. Los códigos del mundo rural fueron repentinamente transformados, lanzados a un mundo desconocido de desconfianzas, miedos, sonidos de armamentos y destellos de los mismos. Un mundo destructivo que genera rupturas con el mundo natural, la vida en familia, la vida en comunidad, y si bien la violencia se erige en la vida de los familiares como una continuidad trágica, lo cierto es que para ellos la vida se parte en un antes y un después. Un antes definido con el inicio de la guerra sobre sus vidas que tiene picos altos marcados por el asesinato de familiares, por la desaparición forzada de otros y por el desplazamiento. Un tiempo enmarcado en sus memorias como un tiempo imborrable que les acompaña cada día y que se hace más difícil de sobrellevar debido al dolor del que pende sus vidas ante la incertidumbre provocada por no poder tener la completa seguridad de que sus seres queridos, que están desaparecidos, están muertos, de cerrar para siempre dentro de su corazón cierta esperanza de verlos aparecer por puertas que ya no son sus casas en el campo, por el asfalto o calles a medio asfaltar de los barrios en que ahora viven por imposición, como lugar no elegido, como una cárcel que les ha sellado la posibilidad de retornar a un antes que ya nunca será.

Notas

 (1). En Colombia la distribución política administrativa de los pueblos es: casco urbano, corregimientos y veredas. Esta última hace referencia al campo.

(2). El trabajo de campo se realizó con tres organizaciones de familiares ubicadas en la ciudad de Medellín. Por cuestiones de seguridad no se mencionan sus nombres.

Bibliografía citada

 

BETTELHEIM, B. (1983). Sobrevivir: el holocausto una generación después. (S.L.), crítica.

DA SILVA CATELA, L. (2009). No habrá flores en la tumba del pasado: la experiencia de la reconstrucción del mundo de los familiares de desaparecidos. La Plata: Ediciones Al Margen.

FRANCO, V. (2009). Orden contrainsurgente y dominación. Medellín: Instituto Popular de Capacitación.

KAUFMAN, A. (2007). Los desaparecidos, lo indecidible y la crisis: memoria y ethos en la Argentina del presente. En M. Franco y F. Levín. (comps.). Historia reciente: perspectivas y desafíos para un campo en construcción. Buenos Aires: Paidós.

Kornbluh, P. y KLARE, M. (coords.). (1988). Contrainsurgencia y antiterrorismo en los 80: el arte de la guerra de baja intensidad. Medellín: Grijalbo.

LEAL BUITRAGO, F. (2002).  La seguridad nacional a la deriva: del Frente Nacional a la Posguerra Fría. México: Alfaomega.

 

 

*Docente universitaria en el área de geopolítica con formación previa como Historia de la Universidad Nacional de Colombia. En la actualidad se encuentra en preparación de su defensa de tesis de maestría sobre desaparición forzada por grupos paramilitares en Antioquia para optar al título de Magister en Historia y Memoria de la Universidad Nacional de La Plata (Argentina). Trabajo investigativo que se realizó en dos fases, siendo la primera de ellas financiada por medio de una beca para iniciación a la investigación del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales-CLACSO; la cual fue finalizada en el año 2012. Actualmente hace parte del grupo de investigación GIPAD en la línea Formación, Derechos Humanos y Conflicto y del grupo interdisciplinario de investigación para la transformación social Kavilando, línea conflicto social y paz. Ambos grupos plantean como líneas estratégicas la investigación, los proyectos editoriales y la formación popular.

 

 

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