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Aletheia es una revista electrónica semestral sobre problemáticas de historia y memoria colectiva en torno al pasado reciente argentino y de las sociedades latinoamericanas, en sus aspectos sociales, económicos, políticos y culturales.

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Seducción Etnográfica, Transferencia, y Resistencia en Diálogos sobre Terror y Violencia en Argentina*

Aletheia, vol. 1, número 2, mayo 2011. ISSN 1853-3701

Traducción/Robben en PDF

 

 

Antonius C. G. M. Robben**

 

 

La antropología ha sido testigo en los últimos años de un creciente interés en el estudio de la violencia. La mayoría de estos estudios obtienen sus datos de investigación a partir de entrevistas realizadas a víctimas traumatizadas por la violencia, y no de la observación directa de la violencia misma (1) ¿Cómo ha influido la experiencia de la violencia a la que los informantes han sido expuestos, en las relaciones entabladas posteriormente con los etnógrafos, y qué ajustes metodológicos deberían hacer los investigadores para enfrentar estos encuentros cargados de emociones?  ¿Cómo quedan afectados los mismos antropólogos al escuchar los relatos de sucesos traumáticos?  ¿Cómo pueden interferir esas reacciones con la recolección de datos de investigación? Finalmente, ¿qué se puede hacer para darse cuenta de, y poder lidiar apropiadamente con, estas reacciones?

            En este artículo señalaré la relevancia que tiene la práctica psicoanalítica en estas cuestiones, a partir de una reflexión acerca de los problemas que se me presentaron en las entrevistas con víctimas y victimarios de violencia durante más de dos años de trabajo de campo sobre la disputada reconstrucción histórica de la llamada “guerra sucia” en Argentina. Me enfocaré en la compleja relación social y transferencial con mis entrevistados, y explicaré de qué formas ellos intentaron influenciar en mi comprensión de la violencia política de los años 1960 y 1970.

            Los antropólogos pueden aprender mucho de los psicoanalistas acerca de cómo interactuar con las víctimas de violencia, tortura y terror. Por ejemplo, el tratamiento con sobrevivientes judíos del Holocausto ha mostrado que los analistas deberían abstenerse, inicialmente, de la práctica común de buscar significados más profundos, escondidos en el discurso manifiesto. En la relación terapéutica, el analista debería comenzar por tomar al pie de la letra lo que se cuenta sobre la vida en los campos de concentración, para, en algunos casos, rellenar los espacios en blanco. Usualmente, las víctimas de violencia extrema han perdido toda confianza en otros seres humanos, y en sus relatos está presente la desconfianza. Ellos tienen que estar convencidos de que su analista les cree, y que él o ella puede soportar el dolor que sus relatos evocan, para concretar recién entonces una intensa alianza de trabajo en común. Los etnógrafos que entrevistan a víctimas y victimarios de la violencia enfrentarán un examen parecido de su credibilidad y confianza, y también tendrán que adaptar sus prácticas de investigación a tales circunstancias.

            Los antropólogos también pueden aprovechar la comprensión que el psicoanálisis hace del fenómeno transferencial en lo relativo a encuentros cargados emocionalmente.  Se ha escrito mucho en antropología psicológica sobre los problemas de transferencia y contratransferencia presentes en la relación entre etnógrafos e informantes y, en ese sentido, siguen vigentes los pedidos por intensificar el poder de reflexión psicológica en lo relativo a la recolección de datos, llegando incluso a aconsejarse la realización de una terapia preparatoria antes de entrar al campo (Crapanzano 1994:236-242, Luhrmann 1994:74-77).  En este artículo quiero profundizar en estas problemáticas interaccionales y transferenciales, al enfocar la atención respecto de la seducción etnográfica como una dinámica compleja de actos conscientes y defensas inconscientes que pueden surgir en las entrevistas con víctimas y victimarios de violencia. Uso el término seducción para denotar las formas en las cuales los entrevistados influyen en el conocimiento y resultados de la investigación de sus entrevistadores.  Esta seducción es realizada más eficazmente, pero no exclusivamente, tras las reacciones contratransferenciales inconscientes del etnógrafo. 

La seducción inhibe al entrevistador de sondear el discurso del entrevistado y, al contrario, le hace perder su postura crítica hacia el discurso manifiesto. George Devereux (1967:44-45) también ha utilizado el término seducción en su discusión de contratransferencia entre antropólogos. Sin embargo, el autor solamente se refiere a una atracción emocional inconsciente, mientras que yo he extendido el concepto para abarcar el uso consciente de la dinámica multifacética, social, emocional, dialógico, y transferencial entre etnógrafo e informante.

            Llegué a conocer, por primera vez, la importancia de esta dinámica, tras la elaborada muestra de caballerosidad[*] y la avalancha de simpatía y cortesía que varios generales argentinos me brindaron.  Inmediatamente llegué a identificar esta cortesía como seducción y empecé a reconocerla también en mis reuniones con clérigos, militantes de derechos humanos y ex-guerrilleros.  La palabra seducción es usada frecuentemente por los argentinos para describir la práctica política de fascinar, cautivar, persuadir, alentar, despistar y corromper a la gente (2). El término apareció frecuentemente en mi trabajo de campo en Argentina. Fue formulado en comentarios como “El libro de Giussani es seductor”; “tenga cuidado en la entrevista con el almirante Rojas ya que puede ser muy seductor”; “el presidente Menem es un político seductor”; y “el documental ‘La República Perdida’ fue una película de propaganda seductora para la campaña política de Alfonsín.”  Estos comentarios tenían la intención de advertirme sobre los peligros de quedar absorbido por el argumento retórico, el discurso distorsionado y la manipulación visual por parte de los intérpretes y protagonistas de los eventos políticos. Un público seducido, es, después de todo, un público cautivo. Como público cautivo, era posible que no me diera cuenta de que los relatos de mis interlocutores eran sesgados, partidarios, y motivados políticamente.

            He tomado la decisión de retener el término seducción como descriptivo de la dinámica de entrevista expuesta aquí, no solamente como continuidad de su significado argentino, sino también porque seducción significa literalmente “descarriar del camino pretendido.” Otros términos, como engaño o encantamiento traen una connotación negativa que sugiere deshonestidad y mala intención, mientras el manejo del término dramatúrgico, impresionar, no toma en cuenta las reacciones contratransferenciales de tipo inconsciente.

            Una desventaja del término es que arriesga una asociación con la teoría de la seducción de Freud.  Mi uso de seducción se aparta claramente de la teoría de Freud sobre la histeria y de cualquier connotación implícita de sentido común relacionada con el deseo sexual, el encantamiento o la trampa. Soy consciente de la connotación sexual de la palabra seducción en el inglés coloquial, pero dicha identificación está lejos de ser evidente en el idioma castellano. Es cierto, por otro lado, que el término es comparable con otras palabras que en algunos contextos tienen connotaciones sexuales, tales como satisfacción, excitación, penetración, estimulación, molestias[†], y anotación[‡].  Sin embargo, estos significados parciales no nos disuaden de usarlos en su sentido etimológicamente neutral.

            Por último, reconozco los riesgos de usar el término seducción en un contexto de violencia.  La asociación entre las palabras víctima y seducción me deja vulnerable  frente a una no deseada acusación de que insinúo que, de alguna forma, la víctima ha sido responsable por el dolor que se le ha infligido, en tanto  podría suponer la mera enunciación de que las víctimas de violencia podrían moldear lo que nos cuentan con el objeto de contribuir a su victimización; suposición que, incluso, podría extender una sombra sobre mis propios patrones morales ¿Cómo podría cuestionar los relatos de horror que me han contado? Fácilmente nos imaginamos interpretando como verdades a medias los dichos de los torturadores; teniendo simpatía por la mirada crítica que puedan presentar de sus propios jefes, pero frunciendo el ceño cuando indagamos sobre las palabras que nos presentan sobre sus víctimas. Tengo las mismas simpatías y reservas. Sin embargo, como ha demostrado el tratamiento psicoanalítico de las víctimas de la violencia, la gente puede suprimir y sublimar las experiencias traumáticas. Si se hace con responsabilidad y con el mayor cuidado ético, no deberíamos rehusar la posibilidad de indagar en lo profundo del sufrimiento humano.

            Mucho se ha escrito sobre los presupuestos culturales y los puntos ciegos de los antropólogos, quienes pueden sesgar sus observaciones. Somos conscientes también de la administración de las impresiones, la desconfianza, el engaño, la exageración, las actitudes defensivas privadas, y hasta la desinformación de informantes que intentan proteger su información sensible frente al investigador inquisitivo. Tales circunstancias son generalmente vistas como una obstrucción al conocimiento etnográfico, más que como una contribución al mismo. La antropología simplemente carece de una teoría acerca de las prácticas de ocultamiento que transforme estas obstrucciones en una comprensión cultural más profunda. El psicoanálisis, del otro lado, ha emplazado al ocultamiento en el centro de su teoría y método. Su interpretación de cómo los analizados intentan evitar hablar de sus traumas es instructivo para la antropología. Una mirada atenta hacia las formas por las cuales los informantes pueden usar procesos psicológicos para desviar de ciertas áreas de conocimiento a los etnógrafos desprevenidos, puede entonces contribuir a una comprensión etnográfica más amplia y a mejorar la investigación antropológica.

            Existe un problema adicional en relación con los relatos de violencia. Las experiencias traumáticas nos llegan solamente a través de la distorsión operada por las palabras. Como ha dicho Young en cuanto a nuestro entendimiento del holocausto judío: 

 

Lo que se recuerda del Holocausto depende de cómo éste es recordado, y la forma en que los eventos son recordados depende a su vez de los textos que actualmente les están dando forma. …Esto no significa cuestionar la veracidad en sí de cualquier relato, sino de proponer una búsqueda de la verdad en la interpretación intrínseca a todas las versiones del Holocausto: tanto la interpretación que el escritor realiza conscientemente como por lo que su narración necesariamente logra por él. [1988:1-2]

 

            Incluso, estas experiencias traumáticas se relacionan en un diálogo entre la víctima y el etnógrafo, cuya propia dinámica influye en su interpretación. Este encuentro debe construirse a partir de la empatía, la confianza, y la transparencia, sin olvidar que el relato oral es una construcción de sentido discursiva e interactiva, que inevitablemente fracasa al intentar hacer justicia a los sentimientos y experiencias del narrador. Si no reconocemos que sólo podemos entender a la tortura y el abuso a través de las insuficiencias del lenguaje, y si encima eludimos tener en cuenta nuestras propias reacciones psicológicas en su descripción, sin examinar la dinámica social entre los informantes y nosotros mismos; entonces podríamos perjudicar involuntariamente a estas víctimas, al reproducir sus relatos simplemente tal como fueron narrados.

            Aunque llegara a ser claro en este artículo que me he basado fuertemente en las experiencias profesionales de psicoanalistas que han trabajado con las víctimas de violencia, existen dos distinciones importantes que cabe mencionar. Primero que nada, que a los psicoanalistas se los convoca para aliviar el sufrimiento. Los etnógrafos, en cambio, se acercan a la gente para evocar sus traumas pero no pueden hacer nada para mitigar el dolor resultante por revivirlos. Tengo que confesar que ésta fue una pesada carga, que a menudo fue difícil de sobrellevar, durante mi investigación en Argentina, provocándome, de tanto en tanto, sentimientos de culpabilidad, y haciéndome decidir -más de una vez- de no ir más allá en las preguntas acerca de determinadas experiencias traumáticas.

            La otra diferencia entre el psicoanálisis y la investigación etnográfica es que los psicoanalistas trabajan bajo una confidencialidad estricta, mientras que se supone que los etnógrafos deben reportar sus hallazgos. Mi investigación en Argentina tuvo un factor de dificultad extra, porque consistió principalmente en entrevistas a destacadas figuras políticas, que no pedían confidencialidad sino que más bien querían que sus opiniones fueran divulgadas ampliamente. Muchas personas que entrevisté en Argentina eran conscientes de las potenciales repercusiones personales, políticas, y hasta legales de sus relatos. La mayoría de los entrevistados eran miembros representativos de las fuerzas armadas, la Iglesia Católica, las organizaciones de derechos humanos o ex-guerrilleros, que se encontraban, después del retorno a la democracia en 1983, en el medio de un caliente debate público sobre los años de la represión. No dudo que muchos de ellos compartieran sus opiniones con candor, pero también sé que su discurso fue repetidamente procesado para realzar su efectividad. De nuevo, existe una similitud con los relatos contemporáneos del Holocausto judío. Al abordar los relatos de testigos oculares de las matanzas masivas en Auschwitz y en los ghettos de Varsovia y Belzec, Young concluye:

 

“A diferencia de las memorias escritas después de los acontecimientos, estos reportes preliminares tienden a ser más auto-reflexivos y conscientes del impacto inmediato de sus palabras a los lectores.  De esa manera, no son llamados a la reflexión ni meditaciones acerca del significado de los sucesos (aunque incluso también sugieran significados) sino que son demandas de acción inmediata y justicia” (1988:29).

 

La mayoría de las figuras públicas que entrevisté era muy consciente del peso de sus palabras en un periodo en el que las opiniones e interpretaciones sobre la “guerra sucia” estaban todavía en proceso de formulación y reformulación. En el centro de este debate público, yo mismo analicé mis inhibiciones, debilidades y prejuicios, con el propósito de entender mejor tanto a las víctimas como a los victimarios. La seducción etnográfica de víctimas y victimarios de violencia se convirtió, en ese proceso, en una fuente de discernimiento, y no de obstrucción.

            Antes de explorar en la seducción etnográfica, pasaré a una breve -pero necesaria- discusión acerca de la transferencia en el contexto analítico, para poder indicar dónde cuadra la seducción dentro de la relación multifacética entre antropólogo e informante. A continuación, me basaré en el trabajo de analistas que han tratado a sobrevivientes de campos de concentración nazi. Sus contribuciones son valiosas para comprender mejor los particulares problemas de epistemología y metodología que se producen cuando se realiza investigación con víctimas y victimarios de violencia. En la parte principal de este artículo analizaré mi resistencia, encapsulamiento y reacciones contratransferenciales frente a mis interlocutores argentinos y ofreceré algunas reflexiones sobre cómo lidiar con la seducción etnográfica.

 

TRANSFERENCIA Y CONTRATRANSFERENCIA

 

El concepto de transferencia es de importancia capital en la teoría y práctica psicoanalítica. Todavía hay controversia entre los profesionales sobre el alcance preciso de la transferencia, pero muchos estarán de acuerdo con la siguiente definición:

 

La transferencia es la experimentación de impulsos, sentimientos, fantasías, actitudes, y defensas en cuanto a la persona, en el presente, que no caben adecuadamente en esa persona, pero que son  una repetición de respuestas originadas en las personas que fueron significantes en la infancia temprana de esa persona, inconscientemente desplazadas al presente. Las dos características principales del fenómeno de transferencia son: 1) es una repetición indiscrimina y no-selectiva del pasado, e 2) ignora o distorsiona la realidad.  Es, en suma, inapropiada.  [Greenson y Wexler 1969:25, véase también Greenson 1967:151-152] (3)

 

Un ejemplo de la transferencia es la agresión de una persona analizada hacia el analista, que debiera, en cambio, ser dirigida hacia su padre. “Lo que está en pugna fundamentalmente en la transferencia, es cómo un discurso que está enmascarado -el discurso del inconsciente- toma control de un discurso evidente” (Lacan 1998:247).  En otras palabras, la hostilidad es el medio del paciente para trasmitir -a través del inconsciente- el deseo reprimido de causar daño al padre.  Muchas horas de contacto entre el analista y el paciente pueden derivar en un proceso de afloramiento de una neurosis de transferencia, en la cual esta relación absorbente se convierta en el centro de la atención analítica. Un análisis de las manifestaciones verbales y no-verbales de esta neurosis permite al analista desenredar la estructura del inconsciente del paciente, permitiéndole corregir su comportamiento. Además de traspasar esta transferencia al analista, el discurso latente del inconsciente puede agregarse al discurso manifiesto de sueños y asociaciones libres. El analista usará a los sueños, al lapsus linguae y a los chistes, como vías rápidas de entrada al inconsciente. La verdad está escondida en los errores del discurso manifiesto, y queda  accidentalmente revelada por las formas inadecuadas de encubrimiento. Lacan lo resume en el aforismo: “El error huye detrás del engaño, y es recapturado por equivocación” (1988: 273).

            Es necesario prestar atención al discurso manifiesto de la transferencia para entender o superar la resistencia del paciente a una arqueología del inconsciente. El análisis de estas resistencias puede ser un esfuerzo constructivo, pero a veces también puede requerir de una postura enfrentada por parte del analista. Los pacientes pueden negarse a admitir la existencia de la transferencia, o pueden bien regodearse en ello. Pueden resistirse a reconocer las relaciones entre las experiencias pasadas, las transferencias actuales, y los estímulos recientes que dispararon estas conexiones. Una parte importante del tratamiento analítico consiste en comprender estas resistencias y proporcionar al paciente un entendimiento consciente de los deseos y aspiraciones reprimidos del inconsciente (véase Freud 1905; Rawn 1987; Zetzel 1956).

            Los psicoanalistas no son inmunes a la transferencia. Es posible que ellos mismos proyecten sentimientos sobre sus pacientes. Algunas de estas proyecciones se remontan a su propia infancia. Otras pueden dispararse por las transferencias de los pacientes. En un artículo corto, pero influyente, Heimann utiliza el término contratransferencia “para abarcar todas las emociones que experimenta el analista hacia su paciente” (1950:81).  Algunos de estos sentimientos pueden ser transferenciales, pero otros pueden ser contratransferenciales porque son “la creación del paciente” (Heimann 1950:83).  Las reacciones no reconocidas de contratransferencia pueden arrastrar al analista a un remolino de asociaciones no controladas que le haga perder su posición analítica. Heimann argumenta que, por lo tanto, es menester que los analistas no nieguen o repriman estas emociones sino que analicen sus emociones en beneficio de sus pacientes. Los fenómenos contratransferenciales no interfieren necesariamente en un buen análisis; al contrario, deben ser acogidos y utilizados para ganar una comprensión más profunda del inconsciente del paciente. Heimann no recomienda una descarga empática porque “[e]n mi opinión tal honestidad es más de la naturaleza de una confesión y una carga para el paciente que, de todas formas, termina alejándonos del análisis” (1950:83).

            A pesar del cuidado de Heinmann de restringir el análisis a las intervenciones de interpretación y de no cargar al paciente con la implicación emocional, los psicoanalistas rápidamente empezaron a explorar las posibilidades de manipular activamente su relación con sus pacientes (4). Se dieron cuenta que las interacciones no transferenciales con sus pacientes podrían facilitar substancialmente, pero a la vez frustrar, el tratamiento analítico. Por consiguiente la relación transferencial fue diferenciada tanto de la alianza analítica como de la relación “verdadera” entre analista y paciente. El término alianza analítica o de trabajo refiere a “la motivación del paciente de superar su enfermedad, su sentido de desamparo, su voluntad consciente y racional de cooperar, y su habilidad de seguir las instrucciones e insights del analista” (Greenson 1967:192). En otras palabras, tiene que haber una confianza básica entre analista y el paciente, de manera que ambos puedan y quieran ayudarse uno al otro en un tratamiento exitoso.

            También se puso atención a la llamada interacción verdadera como una crítica de la posición kleiniana, que supone que todas las reacciones en la sesión analítica son transferenciales. Hubo una creciente consciencia de que el analista y el paciente tienen opiniones de uno sobre el otro que no pueden estar subsumidas bajo la relación transferencial o funcional que cada uno de ellos experimenta. Algunos investigadores llegaron a plantear, incluso, que los pacientes debían ser, primero, capaces de sostener relaciones de transferencia “realmente” libres, antes de poder entrar en una alianza analítica de trabajo (Greenson y Wexler 1969; Sechehaye 1956),  Ambas relaciones tienen influencia en los esfuerzos interpretativos (Abend 1989, Greenson 1967:217, Greenson y Wexler 1969).  En conjunto, estos replanteos de la relación transferencial transformaron al psicoanalista de una tabula rasa sin rostro y un estoicismo estereotípico, que era el objeto más receptivo de las inscripciones del paciente, a una persona que demostraba atención genuina y, aunque con cautela, empatía y emoción hacia sus pacientes.

 

EMPATIA Y ANSIEDAD EN EL ANÁLISIS DE LAS VÍCTIMAS DE VIOLENCIA

 

La importancia terapéutica de la empatía recibió un apoyo clínico significativo a partir del tratamiento en sobrevivientes del Holocausto judío. En un artículo innovador, Grubrich-Simitis planteó que la empatía expresa fue crucial en el trabajo psicoanalítico con la primera y segunda generación de sobrevivientes de los campos de concentración nazis: “Lo que él percibe de la ansiedad, horror, vergüenza, y dolor de su analista,… comprueba al analizado, psíquicamente, la realidad de estos eventos” (1984:313).  En las emociones del analista, el sobreviviente encuentra una confirmación de la realidad de un universo psicótico que sistemáticamente desmanteló las fronteras del ego entre sus realidades internas y externas. “Ejemplos de esto son la desindividualización causada por reemplazar a los nombres con números, la demolición de las barreras de la vergüenza, la eliminación de la privacidad y la intimidad, y el retiro de relojes y calendarios” (Grubrich-Simitis 1984:307). En vez de interpretar al discurso del analizado como enmascarando un discurso latente del inconsciente—el procedimiento analítico normal—lo que se debe aceptar, de manera directa, es el relato que sobre los campos de concentración realiza el sobreviviente. Al tratar el discurso manifiesto como una fantasía inconsciente desplazada, se correría el riesgo de resquebrajar la realidad misma que requiere ser confirmada, antes de poder empezar efectivamente con el análisis. Sólo el reconocimiento del mundo psicótico de Auschwitz como verdadero, y no como una pesadilla, puede provocar la restauración de un ego saludable que puede distinguir entre la realidad y fantasía (5). Esta “fase de aceptación mutua de la realidad del Holocausto” como denomina Gubrich-Simitis (1984:303), solamente toma lugar en parte en el ámbito de transferencia y contratransferencia, y no puede estar separado de la relación “verdadera” entre analista y analizado. En realidad, la construcción de una relación “real” tras la demostración de empatía y emoción es un prerrequisito de una alianza de trabajo exitosa. El analizado no sólo tiene que estar convencido de que el analista cree en su realidad, sino que también requiere signos visuales y audibles que le confirmen que el analista puede soportar el peso de la transferencia. El sobreviviente solamente podrá usar al analista como substituto—del guardia del campo de concentración o de la madre que murió en la cámara de gas—cuando la fuerza emocional de la relación emergente haya sido puesta a prueba (Pines 1986). Un analista que no logre de manera visible la empatía con el sobreviviente o que se quiebre sin control, no será capaz de establecer una alianza analítica eficaz y por lo tanto fallará en el intento de proporcionar ayuda y tratamiento.  Esta empatía tiene un costo emocional considerable.

 

Los sentimientos profundos de inseguridad y destrucción de la confianza básica engendrados en estos analizados por su experiencia en el Holocausto contribuyeron a la dificultad inicial de mantener una técnica analítica clásica para analizado y analista por igual. Efectivamente, los sentimientos dolorosos de contratransferencia de shock y desesperación profunda frente a la inhumanidad del hombre hacia el hombre frecuentemente evocó un deseo fuerte de distanciar al analizado emocionalmente, y de evitar la empatía analítica y la comprensión que son esenciales a la elaboración (working through) de los problemas del analizado. [Pines 1986:304]

 

El analista tienda a protegerse a sí mismo de la avalancha de los principios no escritos de la vida social. Se alteran las prácticas fundamentales de coexistencia—existenciales en origen pero culturales en la práctica—que constituyen la base de la humanidad. El analista es consciente que esta fundación es una construcción humana que tiene que ser reproducida continuamente en una multitud de pequeños y grandes actos sociales.  No existe una garantía de que la gente, de repente, no rescinda el contrato social y cree un mundo totalmente carente de fundamentos. La analista también se da cuenta que esto le podría pasar a ella, y que es posible que nunca más podría recuperar la confianza y fe en sus prójimos (her fellow human beings). También podría temer que ella misma sea capaz de violencia extrema. El aborrecimiento es empático, la ansiedad inconsciente. Estos sentimientos de contratransferencia son tan perturbadores que disparan reacciones de defensa. Es esta tendencia emocional y a la vez profesional de denegar empatía, la que es menester que resista el analista que quiera ayudar a los sobrevivientes de campos de concentración y sus hijos (Gubrich-Simitis 1981) (6).

            Estas experiencias clínicas tienen varias derivaciones para situaciones de entrevista entre etnógrafos y víctimas o victimarios de violencia. La primera derivación es que los sentimientos transferenciales y contratransferenciales pueden surgir en cualquier situación de entrevista prologada cara a cara -no solamente en encuentros analíticos- y especialmente cuando la conversación abarca temas altamente emocionales que tocan el fondo de nuestra humanidad en común. La segunda es que, las defensas personales tienden a estar erigidas para protegernos de estas emociones. Dicha resistencia está respaldada por las prácticas de investigación en las ciencias sociales que favorecen a la objetividad, la neutralidad y el desprendimiento. La tercera, que la empatía visible y la contratransferencia facilitan el intercambio de relatos biográficos cuando las experiencias pasadas del entrevistado le han generado un sentimiento de desconfianza general hacia el otro, especialmente cuando sus experiencias personales han sido desacreditadas públicamente. La cuarta, que la situación de entrevista tiene una dinámica social que excede a las identificaciones, proyecciones, transferencias, y simpatías que ocurren durante la reunión. La derivación final es que nuestras teorías acerca de los encuentros personales influyen en nuestra interpretación de las conversaciones. Conceptos tales como rapport[§], manejo de las impresiones, y presentación de sí mismo proporcionan al entrevistador de pistas que afectan la dinámica social y la interpretación de la entrevista.

            Una situación de entrevista no proporciona el tiempo suficiente para el desarrollo de un neurosis de transferencia, pero sí ofrece un escenario para la transferencia, como se ha demostrado sistemáticamente en la obra de Devereux (1967) sobre reacciones de contratransferencia entre antropólogos (véase también Hunt 1989). La entrevista entre antropólogo e informante es en este aspecto similar a la entrevista pre-analítica. Salvo cuando las neurosis o psicosis severas obligan a la designación de un analista, un analizado realizará una serie de entrevistas preliminares con varios analistas potenciales. Las cuestiones de piel y el gusto personal son mucho más importantes para la posible elección, que una muestra del conocimiento teórico o de la habilidad interpretativa. Indicaciones transferenciales y contratransferenciales sutiles en esta relación fugaz son decisivas.

            Junto con estas reacciones transferenciales, la dinámica social de la alianza de trabajo y la “real” relación entre analista y analizado son relevantes en las situaciones de entrevista etnográfica. La alianza de trabajo es el equivalente del rapport en el trabajo de campo antropológico. Un buen rapport, o una alianza dialógica productiva, hacen que el informante esté dispuesto a responder a las preguntas y dudas del antropólogo.  Finalmente, la cualidad de la “verdadera” relación cotidiana de interacción no-transferencial entre analista y analizado también es importante entre etnógrafo e informante. Los etnógrafos sólo pueden realizar adecuadamente la investigación cuando tienen éxito en establecer y mantener relaciones sociales genuinas con las personas.

            Estos prerrequisitos de investigación antropológica encubren un peligro potencial.  Si la confianza y sinceridad son tan necesarias para un resultado exitoso del proyecto de investigación, entonces el etnógrafo hará todo lo posible para lograr dichas condiciones favorables y puede inconscientemente estar cegado frente a señales contrarias. Eso puede dar lugar a la trampa. Se puede mantener al etnógrafo entusiasta alejado de información culturalmente sensible bajo la falsa impresión que un rapport excelente le ha abierto todas las puertas. Es posible que el etnógrafo sea seducido, encaminado hacia una dirección alejada de su objetivo de investigación debido a la impresión de una buena relación dialógica.

            La seducción etnográfica significa el desvío del etnógrafo del camino pretendido de conocimiento e interpretación. Esta seducción ocurre más efectivamente en la intersección entre la relación transferencial y la relación de trabajo (working relationship), momento en el que el informante conscientemente dirige al etnógrafo lejos de una interpretación adecuada del discurso emergente a partir de la relación (7). La seducción no está limitada a ninguna de estas dos relaciones, sino que las abarca. En términos más claramente psicoanalíticos, la seducción es la manipulación consciente de una resistencia inconsciente.

 

SEDUCCIÓN ETNOGRÁFICA Y LA ALIANZA DIALÓGICA

 

            Tal como un analista puede ceder a la resistencia eficaz del analizado, los etnógrafos igualmente pueden tener contratransferencias inapropiadas que causan una pérdida de desprendimiento empático, llegando incluso a perjudicar a sus informantes (véase Tobin 1986).  Es posible que los antropólogos se involucren en transferencias con informantes privilegiados, pero rara vez tienen el entrenamiento profesional para transformar esas relaciones transferenciales en algo beneficioso al momentos de realizar su interpretación. En sus fugaces intercambios con múltiples informantes, no difieren de los analistas que realizan las entrevistas preliminares con analizados potenciales. La seducción es más eficaz bajo estas restricciones.

            Baudrillard (1990:8) define a la seducción como la manipulación de las apariencias (8) La seducción conquista a los investigadores desplazando la demanda de verdad, autenticidad y de un genuino insight. La seducción las hace substituir su postura crítica como interpretes por la ilusión de congenialidad con los sujetos investigados.  Dado esto, la seducción es mucho más que el manejo de impresiones. La manipulación tiene su mayor éxito cuando opera no sólo sobre lo interaccional sino también sobre el nivel psicológico de los dos interlocutores. La contratransferencia le hace sentir al etnógrafo que ha entrado en la piel del entrevistado y que entiende el discurso desde adentro de quien lo produce. En realidad, lo que ha pasado es que el etnógrafo ha introyectado la proyección creada por el informante; una proyección que ha sido disfrazada como una afectación transferencial.

            El trabajo de campo etnográfico opera y avanza tras una dialéctica de implicación y desprendimiento, de participación y observación, que es comparable a la oscilación psicoanalítica entre introyección y proyección: “Mientras habla el analizado, el analista llegará a identificarse, de ese modo, a través de la introyección con él, y después de haberlo entendido desde su interior, lo reproyectará e interpretará” (Money-Kyrle 1956:361).  Esta dialéctica se suspende por la seducción. La seducción evita la empatía y el conocimiento profundo. La seducción hace que el etnógrafo falle en mantener cierto grado de independencia frente al informante. Lo que se ve erróneamente como empatía es de hecho una identificación contratransferencial. La distinción es importante para entender a la seducción etnográfica porque la contratransferencia no detectada debilita el conocimiento antropológico, al llevar al etnógrafo a una órbita de identificación, con su correspondiente visión del mundo.

 

Tanto en la empatía como en la contratransferencia se efectúa una identificación con el analizado.  En la empatía la identificación es transitoria, un intercambio temporaria de expresiones derivativas de las fantasías y deseos inconscientes del analizado… En el caso de la contratransferencia, en cambio, el analista permanece fijado en el nivel de identificación con el analizado.  Queda enredado en conflictos idénticos a los del analizado. Por consiguiente, el analista se vuelve vulnerable a las vicisitudes de estos conflictos, y es posible que tienda a exteriorizar (act out) o responder defensivamente.  [Arlow 1985:165-166; véase también Abend 1986]

 

La dificultad de la seducción es que el etnógrafo frecuentemente no es consciente de que está sucediendo, e incluso puede buscarla inconscientemente. La seducción etnográfica hace sentir al entrevistador que ha llegado a un entendimiento intenso y que de alguna forma ha entrado a una región apartada que esconde una verdad más profunda. Como sucede con la comprensión tardía de Freud de su contratransferencia con Dora, es solamente después de repasar la información compilada y examinar el desarrollo dialógico de la entrevista que un etnógrafo se da cuenta que la seducción ha sido erróneamente tomada como empatía y buen rapport.

            Los etnógrafos pueden envolverse tanto en su contratransferencia que terminan desviados de su objetivo de investigación, que precisamente era analizar el discurso del interlocutor y componer un relato de los temas a ser estudiados. La seducción otorga poder al entrevistado por sobre el etnógrafo. La seducción etnográfica es la combinación de un deliberado manejo de la alianza dialógica por parte del entrevistado y de la reacción contratransferencial inconsciente por parte del entrevistador (9). El adjetivo “etnográfico” refiere a la intención de las personas de lograr la descripción más favorable de sí mismo y de su grupo social dentro del contexto expresado de su cultura y sociedad. El etnógrafo no es un sujeto pasivo en esta manipulación. Crapanzano (1980, 1994:236) ha demostrado de forma convincente que la representación de la cultura es negociada y construida entre antropólogos e informantes. La seducción etnográfica añade una dimensión más a este montaje mutuo y complejo.

            Esta construcción manipulada es especialmente relevante en el caso de víctimas y victimarios de violencia, quienes realizan importantes apuestas políticas y personales al momento de legitimar su interpretación de la historia. Los generales retirados, ex-comandantes guerrilleros, líderes de movimientos de derechos humanos, obispos y políticos quienes entrevisté entre 1989 y 1991 eran conscientes de su lugar en el debate nacional sobre la reconstrucción histórica de la “guerra sucia” que desarrollé durante el periodo de trabajo de campo. No sólo querían relatar su historia a un foráneo interesado, limpiar su nombre, o hacer catarsis; sino que –en tanto importantes figuras de la arena pública- realizaban una apuesta política al intentar hacerme adoptar sus verdades. Ellos percibían a los investigadores extranjeros como a los heraldos de historia que reproducirían sus historias, y a través de su investidura como científicos, les proporcionarían el halo de objetividad e imparcialidad que su estatura académica implicaba. 

            Cada parte en Argentina intentó llevarme a su campo y persuadirme de analizar las décadas de violencia desde su punto de vista con frases tales como “podrás contar la verdad de lo que realmente pasó en la Argentina”; “necesitamos a investigadores extranjeros como vos que puedan contar la verdad que no podemos escribir nosotros”; “en el extranjero, se puede escribir una verdad que nadie quiere publicar acá”.  Algunos hasta intentaron inducir culpabilidad: “te he contado mi historia para que puedas escribir la verdad”; “no usés las cosas que te conté en nuestra contra”; “asegurate que mi historia nunca sea usada por los que mataron a mi hija.” 

            Pero ¿por qué recurrieron a la seducción? Los que disputan el poder, autoridad, e historia se dan cuenta de que los argumentos en sí mismos no logran persuadir, que el carisma es el privilegio de unos pocos dotados, pero que las apariencias frecuentemente son tomadas como reales. Este manejo de impresiones es tanto más eficaz cuando es complementado por una dinámica psicológica sutil que tiene éxito en hacer experimentar al investigador el discurso como genuino en vez de construido. La seducción es la estrategia, mientras que la contratransferencia es el proceso inconsciente tras el cual esta aceptación se puede lograr con mayor éxito.

 

SEDUCCIÓN Y RESISTENCIA EN ARGENTINA

 

La mayoría de generales, obispos, políticos, líderes de organizaciones de derechos humanos, ex comandantes guerrilleros, y ex desaparecidos y prisioneros políticos que entrevisté moldearon su discurso con el propósito de aumentar su efectividad.  No digo que los relatos o eventos estuvieran inventados (aunque en ocasiones esto haya podido suceder), pero postulo que la repetida respuesta a las mismas preguntas y la direccionalidad constante hacia las mismas cuestiones, condujeron a una selección, parcialmente consciente y parcialmente inconsciente, de las réplicas y fórmulas que demostrado ser más persuasivas. Ellos son fuertemente conscientes del impacto de ciertas palabras frente a quien los escucha. Por ejemplo, los líderes de organizaciones de derechos humanos conscientemente solían usar palabras tales como campo de concentración, Nazi, SS, Nacht un Nebel, y Auschwitz para comunicar más eficazmente el sufrimiento, la destrucción dirigida por el estado y la magnitud genocida de la “guerra sucia.”

            Estas referencias al Holocausto judío no eran infundadas. El antisemitismo en los centros clandestinos de detención dirigidos por las fuerzas armadas argentinas fue difundido, después de que una comisión de investigación nacional publicara sus conclusiones sobre el destino de los desaparecidos. Prisioneros de origen judío fueron tratados con especial crueldad y fueron obligados a gritar “¡Heil Hitler!” y “¡Yo amo a Hitler!” Fotografías de Hitler fueron encontradas en las cámaras de tortura y las esvásticas eran expuestas comúnmente (CONADEP 1986:67-72, 259; véase también a Díaz y Zucco 1987). El antisemitismo por parte de la jerarquía militar queda evidenciado en las creencias delirantes acerca de conspiraciones judías, tal se expresaban en el supuesto Plan Andinia. Se creía en este plan como una conspiración por parte de Israel y el movimiento internacional sionista para conquistar la Patagonia y fundar un estado judío independiente que se llamaría Andinia (Timmerman 1981:73-74).

            El antisemitismo, la identificación con el nazismo y la frecuente exhibición de sus símbolos, y la extrema crueldad hacia los prisioneros judíos son innegables, pero estas similitudes no hacen que, necesariamente, la Segunda Guerra Mundial y la “guerra sucia” argentina sean sucesos históricamente comparables. Sin embargo, sus proponentes enfrentaron cualquier duda de mi parte sobre esta comparación con la acusación de eurocentrismo, o aún peor desde un punto de vista emocional, con la pregunta de si sus muertos y su sufrimiento eran, de alguna forma, menos importantes y menos dolorosos que los de las víctimas del holocausto judío. Veamos el siguiente diálogo con el padre judío de su hijo desaparecido. 

 

P.: ...hay personas que dicen “Esto fue un holocausto.” ¿Qué piensa Usted de esto?

R.: Este martes nos vamos a entrevistar con el representante del Holocausto en la Argentina para tratar de interesarlo a él, a ver qué tipo de espacio dentro del con, contexto del Holocausto en el mundo puede tener que ver con nuestro holocausto. No les gustó a, a los que sostienen el Holocausto como su propia idea, que nosotros hayamos dicho que en Argentina hubo un holocausto. Mucho menos les gustó a los judíos cuando hablamos de los 1.500 judíos desaparecidos dentro de los 10.000 de la CONADEP...

P.: ¿Pero en su sentido se puede usar el término holocausto en la Argentina también?

R.: Y no sé en qué sentido. Yo creo que tan, tiene el mismo valor que genocidio. Cuando una parte del pueblo mata a otra parte del pueblo es un genocidio o es un holocausto. Que sea, si el problema es un problema de números, volvamos a Bertolt Brecht.

P.: Claro.

R.: Entonces, dejémonos de joder con los números, quiere decir que, como dijo, creo que un general dijo esto, no, o un ministro: “cuando mueren dos chicos de hepatitis es un drama; si mueren 200 es un epidemia.” Está bien, es una estadística… Yo no sé si llamar a holocausto a 1.500 chicos. Pienso que lo que sí es importante referir, referir al Holocausto es como que la misma ideología que llevó a los nazis o a los alemanes a crear los campos de concentración y matar a los judíos—y no solamente a los judíos—en los campos de concentración, es la que imperó acá para los campos de concentración. Por eso había la foto de Hitler, por eso cantaban “vamos a hacer jabón” y por eso mataron a la gente de una manera, que lo hicieron, ya sea tirándolos de los aviones, fusilándolos, matándolos con inyecciones, o lo que, lo que hicieron haciendo los cementerios clandestinos. Todo ese tipo de cosas tenía que ver con el mismo fenómeno, la misma política del Holocausto trasladada acá.

 

Diálogos así me agobiaron al principio. A diferencia del psicoanalista argentino Kusnetzoff, quien planteó la pregunta retórica “¿Qué tiene que ver el Holocausto conmigo?” mientras trataba a un sobreviviente de un campo de concentración nazi, llegué a quedar absorbido por las analogías entre Europa y Argentina. Kusnetzoff (1985) expresó una negación contratransferencial de su identidad judía durante el análisis, mientras yo tenía una identificación contratransferencial dado a un destino personal de familia y de historia nacional. Se volvió ser casi imposible continuar planteando preguntas sobre la naturaleza de la represión y los métodos de desaparición cuando toda pregunta posterior quedaba ya vaciada de contenido por la referencia al Holocausto judío.

            Aunque las analogías entre Europa y Argentina no fueran únicamente expresadas en mi presencia, sino que eran parte del discurso nacional sobre la “guerra sucia”, se volvió evidente para mí, que los entrevistados eran conscientes del impacto emocional y retórico que esas referencias producían sobre mí. Los líderes de organizaciones de derechos humanos y los ex líderes guerrilleros enfatizaban las similitudes en lo que respectaba a ideología y práctica represiva. Los militares rechazaban vehementemente dichas comparaciones. En el siguiente intercambio con un general destacado de la Junta de 1976, intenté indagar acerca de la naturaleza del llamado plan criminal diseñado para hacer desaparecer a los oponentes políticos. La comprobación de este plan criminal era central  para el caso del fiscal en el juicio contra los jefes de las juntas militares: “En suma, puede afirmarse que los comandantes establecieron secretamente un modo criminal de lucha contra el terrorismo” (Cámara Nacional 1987:266). El veredicto dijo: “Se ha comprobado, tras las declaraciones de los más altos líderes militares que participaron en las operaciones anti-subversivas, que las órdenes fueron orales, que las operaciones y detenciones fueron encubiertas” y que el plan consistió en una red extensa de fuerzas de operaciones especiales, centros de interrogación, centros secretos de detención, y procedimientos para desaparecer a personas (Cámara Nacional 1987:857). En mi esfuerzo por hacerme entender, el diálogo da un giro imprevisto:

 

P.: Las Fuerzas Armadas están acusados de, de haber tenido un plan criminal.

R.: Eso, eso, eso, permítame que lo interrumpa. Lo del plan criminal… [Pausa] Fíjese Usted, si hay un plan criminal alguien tiene que haberlo tenido escrito en algún lado.

P.: No necesariamente porque nunca fue escrito por ejemplo el plan, que podemos llamar, criminal del Holocausto. No está escrito [Estoy refiriéndome a la ausencia de un plan escrito y trabajado anterior a la Conferencia de Wannsee de 1942].

R.: ¿Que plan?

P.: De, de, de, del Holocausto en, en Alemania; tampoco fue escrito.

R.: No, no, no, pero allí [en Alemania] hay una cosa y es que—

P.: Y yo hago esta pregunta porque los Europeos lo perciben. ¿No? Ven esta semejanza entre los dos [planes criminales]. [Aquí sentí que el general estaba tanteando para responder y presumí que podría haber sentido un trasfondo de acusación en mi pregunta, entonces lo interrumpí para guiar el diálogo hacia un nivel menos personal y más analítico al referir a una percepción europea común de las desapariciones].

R.: Claro, pero fíjese, fíjese Usted que eso es una barbaridad [Este cambio abrupto de afirmación a indignación es crucial en este ejemplo de seducción etnográfica porque le permite al general esquivar mi pregunta]. Usted se da cuenta que comparar el Holocausto en Europa, los judíos que fueron hechos jabón en los campos de gas y que sé yo, con lo que ha ocurrido en la Argentina… [Pausa] ¡Pero es un disparate inmenso! [El general levanta la voz con ira].

P.: Pero hay gente que dice— [Estoy desconcertado por su reacción e intento atenuar la situación. El general se da cuenta de la seña.]

R.: ¡Y claro, porque esto es lo que han conseguido las organizaciones marxistas, de izquierda, las Madres de Plaza de Mayo! [con una voz de indignación que se va apaciguando]…. Es decir, allá murieron millones de personas, judíos y no judíos, este, este, los campos de concentración de los nazis. Acá ¿qué? Nada que ver. Acá no hubo cámara de gases; no hubo nada que se le parezca. Entonces, en Europa, ¿Usted me dice que no había un plan escrito? [El general retoma mi pregunta.] Mire, allá había órdenes y recontra órdenes dadas, eh. Había toda una organización que era la SS, estaban los campos de concentración, estaban las cámaras de gases y estaban todas las—

P.: Claro.

R.: Acá ¿dónde?

 

El general derivó la discusión acerca de las desapariciones en Argentina al conscientemente cambiar mi analogía analítica en una comparación empírica, y al hacer un desvío retórico que me impidió perseguir el tema más allá. Después de malinterpretar deliberadamente mi pregunta y ponerme en el lugar del acusador, vuelve a la pregunta puntual y niega la existencia de un plan criminal argentino, simplemente porque las dos realidades históricas no corresponden. Esta y otras instancias de mala interpretación deliberada no fueron solamente muestras de la fineza retórica de mis interlocutores, de su destreza en arrinconarme con argumentos hábiles; fueron intentos conscientes de seducción etnográfica porque mis interlocutores especularon en los efectos emocionales —algunos de los cuales han sido identificados aquí como reacciones contratransferenciales— que no requirieron el insight de un psicoanalista para anticipar. Mi condición de holandés, la obsesión de mi país con la Segunda Guerra Mundial, y la resonancia fuerte en los Países Bajos de la cuestión de los desaparecidos argentinos, constituyeron un campo fértil de seducción en su sentido coloquial. Si me conmovía visiblemente, si no podía sostener más el diálogo, si no perseguía el tema planteado, o si no lograba seguir indagando en sus respuestas a mis preguntas, entonces eso era prueba suficiente de que la seducción había tenido éxito (10).

            La dimensión verbal de los intentos de seducción se puede descubrir rápidamente después de analizar las transcripciones de las entrevistas (11). La dimensión no verbal fue más difícil de delinear porque las apariencias y su manipulación son prácticas culturales.  Las señales no verbales como el contacto de ojos y el tono de voz varían a través de las culturas (Ewing 1987). El medio más importante de seducción no verbal en Argentina fue la muestra de emociones por parte de mis interlocutores. Permítame enfatizar que estoy convencido de que las lágrimas que he visto fueron reales y sinceras, pero también creo que su manifestación puede ser dirigida. Estas emociones fueron dadas a rienda suelta en mi presencia porque resultaban ser un poderoso medio de comunicar el duelo. En otras ocasiones, el ocultamiento de la emoción fue más importante. Una miembro de las Madres de Plaza de Mayo -un grupo de mujeres que atraían la atención del mundo a las desapariciones de sus hijos con marchas de protesta semanales en el centro de Buenos Aires- me dijo que ella reprimía sus emociones en conferencias en el extranjero para no aparecer como una “mujer histérica”. Por el otro lado, la muestra abierta de emoción en Argentina demostró fuertemente la autenticidad de su angustia, pero a la vez permitió al régimen militar la oportunidad de llamarlas, en forma despectiva, “las locas de la Plaza de Mayo”.

            ¿Por qué resulta seductor mostrar emoción?  Como ha dicho Baudrillard, “Seducir es aparecer débil” (1990:83). Los entrevistados no intentaron imponerme su interpretación, sino que consiguieron guiarme hacia la comprensión que deseaban, al mostrarme sus vulnerabilidades. Por ejemplo, rara vez pregunté directamente sobre el abuso al que habían sido sujetos mis interlocutores, pero sí me concentré en su interpretación de la violencia política de los años 70. Algunos se sorprendían ante mi renuencia y voluntariamente ofrecían proporcionarme relatos detallados. Se habían acostumbrado a los periodistas que les pedían proveer descripciones gráficas. Generalmente les respondía que repetir la enumeración de sus -tan dolorosos- recuerdos, no sería necesario, porque yo ya había leído sus declaraciones a los tribunales y organizaciones de derechos humanos. En retrospectiva caí en cuenta que mi renuencia era contra-transferencial. La fatigosa posibilidad de escuchar estos relatos me provocó defensas contra un asalto verbal que disparó mis reacciones de rechazo y auto-preservación (véase también a Bozzolo 1986).  Escuchar el desamparo de las víctimas de tortura despierta ansiedades profundas de abandono que uno quisiera reprimir, incluso a costa de sacrificar datos de investigación importantes. Un extracto de una entrevista a una miembro muy activa de las Madres de la Plaza de Mayo, quien fue torturada para revelar el paradero de su hijo, ilustra dicha reacción. En el siguiente intercambio intento repetidas veces guiar la conversación de la mujer hacia otra cosa; sin embargo, ella persiste en reenfocar mi atención sobre su situación:

 

R.: Antes de que desaparecieran mis hijos, me llevaron a mi marido y a mí.

P.: Ah, ¿antes de, de sus hijos?

R.: Sí, porque los buscaban a ellos y no... [pausa] Entonces pensaron que era más fácil obligar a la madre a que dijera algo, ¿no? O decir dónde estaba. Si yo le di la vida a mi hijo ¿le voy a dar la muerte?

P.: Claro.

R.: ¿Eh? Eso no lo pensaron estos, estos seres, porque no son hombres. Y, y te digo que te quitan la dignidad porque me desvistieron, me pusieron atada a una mesa como Tupac Amaru. Y eso es quitarte la dignidad porque yo hubiera preferido un tiro de frente y no que me hicieron eso. ¿No es así? ¿Además, la picana? Yo en mi vida no sabía lo que era la picana eléctrica y ahí la conocí. Y te sentís tan impotente, tan disminuido. Delante, desnuda, delante cuanta gente habría que no sé, yo tenía los ojos vendados…. [pausa]

P.: ¿Esto todo fue dónde, en la comisaria o fue—? [Aquí empiezo a alejarme de su historia a cambiar del evento a su ubicación]

R.: No, en la Escuela de Mecánica de la Armada.

P.: Ah, en la ESMA.

R.: Sí, en la ESMA.

P.: ¿Y cuánto tiempo Usted estuvo allá?

R.: 48 horas. Así que me imagino lo que debe ser o lo que habrá sido—

P.: Un año o más [Esto es una intervención inapropiada que, de nuevo, intenta cambiar el enfoque de la mujer a una discusión más general de cuánto tiempo los desaparecidos estuvieron presos en la ESMA].

R.: Para los que estuvieron encerrados. Yo estuve con los ojos tapados 48 horas. Creí enloquecer, te juro. Creí enloquecer porque hasta veía a mi perra, veía el sillón de mi casa. Y yo ¿qué voy a ver si tengo los ojos, eh, tapados? Yo no me quité la venda; mi marido sí. Estaba en una celda al lado, que él no sabía dónde estaba yo. Pero yo escuchaba la voz de él, y eso ¿viste?, me daba fortaleza. Porque cuando a mí me ponían picana me decían de que a mi marido le estaban haciendo lo mismo. Y no, a él no lo tocaron.

P.: Ah, ¿no lo tocaron?

R.: No lo tocaron.

P.: Usted, ¿por, porque piensa? [En vez de permitirle terminar el relato de su tortura, cambio al esposo, a quien para mi alivio no lo habían dañado físicamente]

R.: Y pienso que han creído que la madre es más débil o que la madre está más junto al hijo—

P.: Sí.

R.: —Y sabe más cosas.

P.: Claro.

R. Es probable, pero se equivocaron, se equivocaron. [La mujer intenta retomar su relato, y yo sigo preguntando por su esposo]

P.: Y, y su marido sacó la venda y, y, y ¿vio algo?

R.: Él veía el lugar, sí, él veía el lugar, vio inscripciones que había. Y cada vez que le abrían la puerta le hacían cubrirse la cara otra vez. Él tenía una venda elástica; era un trapo negro con un elástico atrás. En cambio a mí me pusieron tela adhesiva que la robaron de mi casa. Mi esposo tenía farmacia. Entonces esa tela adhesiva mal puesta, ¿viste?, los ojos me los dejaron vendados, los dos cerraditos, mal, bueno, muy feo, ja, ja, ja.

P.: Terrible. Y ¿después la dejaron en casa o—? [Rápidamente reconozco su sufrimiento, pero luego sigo adelante para salir lo más rápido posible de la escena de tortura]

 

Esta dinámica de fuga y engatusamiento demuestra la complejidad de la seducción etnográfica. La mujer torturada intenta transmitir su experiencia horrible de tal forma que yo sienta su dolor físico y, por inferencia, quede convencido con su opinión política acerca de los años de represión dictatorial. Es su consciencia sobre la conexión entre una descripción palpable e interpretación histórica, junto con su misión de propagar las opiniones políticas de las Madres de la Plaza de Mayo, lo que hace que este diálogo sea un ejemplo de seducción etnográfica. En este ejemplo, la seducción tiene éxito en su efecto inconsciente, pero fracasa en su intento consciente. Da resultado al dañar mi separación metodológica de empatía y desprendimiento, pero no logra redirigir mi atención hacia ella misma y su postura. Es más, al desenmarañarme de la angustia de la mujer ni he logrado la empatía imparcial tan esencial a mi investigación ni he grabado el discurso que estaba buscando. Parece casi como si en esta situación, puesta patas para arriba, que los papeles del investigador e investigado se hayan invertido, pero con ambos perdiendo. La entrevistada intenta proporcionar el relato más detallado de su tortura, mientras que el entrevistador evita retener la información ofrecida que quisiera recolectar.

            La resistencia en los informantes es una estrategia de defensa con la que los antropólogos tienen mucha familiaridad y que intentan siempre superar sistemáticamente. Sin embargo, generalmente, prestan muy poca atención a sus propias resistencias (12). Sin saberlo, son los antropólogos quienes pueden erigir sus propias obstrucciones. Los obstáculos del etnógrafo pueden volverse las defensas del informante, que, a su vez, el etnógrafo intenta escalar. Los etnógrafos tratan de obtener acceso a la región posterior de sus interlocutores, a las cosas que les son lo más privadas. “Las impresiones que el etnógrafo y los sujetos buscan proyectar cada uno al otro son… aquellas que sienten favorables para lograr sus respectivas metas: el etnógrafo busca acceso a la información de la región posterior; los sujetos intentan proteger sus secretos ya que estos representan una amenaza a la imagen pública que quisieran mantener” (Berreman 1972: xxxiv). Sin embargo, ¿qué frontera deben proteger, y a qué región quieren entrar? La comprensión del etnógrafo y del informante de lo que constituye información secreta y de cuáles intrusiones habrá que resistir no coinciden necesariamente. Este desacuerdo proporciona oportunidades para la seducción etnográfica. Por ejemplo, muchos ex prisioneros políticos en Argentina consideraban su tortura como la región posterior más privada y por lo tanto la más valiosa. Sentían que esta experiencia realzaba su credibilidad como víctima, voz, y testigo de los años de violencia y represión. Aunque muchos tuvieran toda intención de compartir sus experiencias conmigo, algunos continuaban limitando el accedo a sus relatos. Cuanto más persuasión se requiriera, más persuasivo resultaría el relato. Sin embargo, debido a la contratransferencia no reconocida, me paré en el umbral de esta región oscura y no insistí en entrar. La consecuencia fue que varios informantes no llegaron a contar su historia. La seducción había fallado en su blanco. No obstante, la seducción sí había tenido resultado en otro sentido. El ofrecimiento voluntario de sus experiencias, tan personales, aumentó su credibilidad como informantes. Las historias que compartieron conmigo de alguna forma fueron más convincentes, estuviera esto justificado o no. La seducción etnográfica operó tras una relevación parcial de un mundo escondido que no fue explorado más allá sino que fue tomado en su valor nominal por la creencia que siempre se podía descubrir más información.

            A veces llegaba a cruzar el umbral, bien porque quería o bien porque fui forzado a ello. Este traspaso provocaba una reacción contratransferencial distinta. Después de escuchar a un relato horripilante de tortura y abuso, me sentía desgastado y mi mente entraba en blanco. Esto ocurrió, por ejemplo, después de una entrevista con el padre de un miembro de una organización política proscrita que desapareció en abril de 1976, cuando tenía diecisiete años. Después de que su hijo no llegó a un cumpleaños al que iba a ir, el padre empezó con una búsqueda desesperada. Se puso en contacto con un conocido que era policía, y empezaron a hacer averiguaciones en los recintos y hospitales de Buenos Aires, todas en vano. Después de varios meses, el padre llegó a tener contacto con un coronel en servicio activo tras la mediación de un amigo que era teniente primero retirado. El siguiente diálogo ocurrió:

 

Y me dice: “Cuénteme como fue el hecho.” Entonces yo le conté el hecho. Y con toda la ponzoña, vos veías, yo lo veía al tipo, pero yo te digo como te dije antes, que trataba de cada lado a ver si encontraba la punta del, la, el hilito del, de, para llegar, el hilito o la punta del ovillo, tratar de, de averiguar algo. Cuando le cuento todo este me dice: “Bueno. Mire, usted tiene que hacer lo siguiente, usted haga de cuenta que su hijo está enfermo de cáncer.” Yo escuchaba y decía ‘¿Que está diciendo éste?’ [El coronel continúa] “Haga de cuenta que está enfermo de cáncer y que hay—, está en una sala de operación y que hay un carnicero y un médico, ruegue de que le toque el médico que sea él que lo opere.” Entonces yo lo miraba al que, al que me había hecho media cierta amistad y se agarraba la cabeza y se tapaba la, la cara. Porque habrá dicho, él mismo habrá dicho ‘este hijo de puta ¿que está diciendo?’ Porque ahí se dió cuenta que [al Coronel] le salió todo el veneno de adentro, la ponzoña porque ese me clavó un puñal en la herida y lo revolvió. Le digo “Perdóneme—le digo—Señor, ¿pero Usted sabe algo?” De lo que me estaba diciendo, digo este. “No, no. Yo hago una composición de lugar y digo algo supuesto. Yo no sé nada de lo que pudo pa—” Digo, “pero como usted se anima—” y no me salía ya de los nervios. Tenía ganas de decirle ‘usted es un hijo de mil putas,’ ¿viste?, decirle cualquier barbaridad. De los nervios y la congoja no me salían las palabras. Entonces el otro cuando vio la situación mía, porque pensó que inclusive yo me lo iba, no me faltaron ganas de agarrarlo del cuello y ahorcarlo, pero hubiese sacado el arma cualquiera de los que estaban allí y me mataban. Pero no me faltaron ganas de hacerlo. Ahí se me cruzó por primera vez en mi vida de a…, las ganas de asesinar a alguien. Yo estaba destrozado…. Cosa que [mi esposa] no sabía nada de esto. Después con el correr del tiempo se lo comenté. Son hechos desgraciados que te tocaron vivir. Y ahí sí que se me cruzó la mente que sí e…, ese día lo pude haber llegado a matar a ese tipo, no sé qué fue lo que me contuvo. Porque fue una desesperación. Pero vos no te imaginás como, con qué satisfacción me dijo lo que decía. Y vos analizás que, que ese era un tipo que estaba en actividad.

 

 

Pero no fui capaz de analizar. Tal como él había intentado detectar cualquier señal en la cara y las palabras del coronel que delataría cualquier migaja de información sobre su hijo, pero que se paralizó por la suposición cruel, de esa misma manera también yo estaba incapacitado para apartarme y observar. Él me había incorporado en su agonía, a veces poniéndome discursivamente en su lugar, y en otros momentos resaltando los instantes de su mayor angustia. Podría haberle preguntado sobre el lugar del encuentro, la disposición de las oficinas, en que regimiento ocurrió, si había escuchado del coronel alguna otra vez más, cómo sabía que el hombre era coronel y no un extorsionista, y si alguna vez vio al teniente primero de nuevo. Pero mi mente entró en blanco, y sólo pude compartir la tristeza de este hombre en silencio, mientras me llevaba consigo en la búsqueda incesante por su hijo.

            A diferencia de la mujer en el ejemplo anterior, este hombre tiene éxito en absorberme totalmente en su relato. Creo que ambos entrevistados tenían conciencia del impacto de sus historias, aunque no las hubieran montado adrede. No había necesidad. La narración repetida, en público, de las experiencias, conduce a su cristalización en la versión más emotiva y persuasiva (13). No obstante, los narradores nunca pueden prever las reacciones emocionales y contra-transferenciales de sus interlocutores. El hombre y la mujer contaron sus experiencias desgarradoras con dolor y doloridos, pero sus relatos condujeron, en un caso, a un distanciamiento y en el otro, a una absorción. Ambos intercambios fueron seductores porque desarmaron la dialéctica empatía-desprendimiento, afectaron a mi postura crítica, y desviaron la investigación de su camino intencionado y de su objetivo. El relato de la mujer me hizo plantear preguntas que esquivaron su tortura, mientras la historia del hombre me dejó incapaz de penetrar su capa emocional con ni siquiera una pregunta. Cuanto más emotiva la reacción, es mayor la inhibición personal de seguir hablando de estos temas. Ya no podía ver el discurso detrás de la conversación, y a veces hubiera querido terminar la entrevista inmediatamente.

            Esta inhibición a través del silencio puede tener, hasta por lo menos, cuatro posibles explicaciones (14). Primero, puede haber sido resistencia. Me quedé en silencio porque no quería escuchar más acerca de tanta degradación humana. Erigí una muralla para protegerme. Segundo, el silencio puede resultar de una comprensión tácita que indagar más profundamente sería nocivo para el narrador. En esos momentos de comunicación intensa, uno se vuelve sensible al límite de la capacidad que tienen las personas de revivir sus experiencias traumáticas. Cruzar esos límites no sería ético ni responsable porque como etnógrafos no tenemos entrenamiento para proporcionar el tratamiento psicológico adecuado en situaciones de crisis (15) Tercero, puede haber un reconocimiento en común que el silencio marca las fronteras de un área secreta de conocimiento o de emoción que no puede ser traspasada. Finalmente, el silencio puede ser una consecuencia de empatía sobre-extendida. Me incorporé en el sufrimiento tras una angustia compartida alimentada por la identificación contratransferencial. Solamente podía compartir el dolor en silencio durante esta aceptación en conjunto de la realidad del terror.

            Otras veces solía intentar aliviar la tensión del silencio al preguntar sobre un detalle insignificante o al pasar a temas altamente abstractos acerca de la guerra y la paz, o la justicia y el castigo. Sólo podía recuperar mi compostura profesional al hacer una ruptura radical con mis emociones sobre-estimuladas, como se puede ver en el extracto de una entrevista con un ex-comandante guerrillero que poseía una retórica dotada. Estábamos hablando del efecto debilitante que producían las desapariciones en los guerrilleros y de la orden directa de la organización de, o bien suicidarse tragando una pastilla de cianuro, o bien de resistir tortura por 48 horas si era capturado vivo, todo con la esperanza de proteger a sus compañeros. El comandante tuvo éxito en introducirme en un mundo de bases de ejército y campos secretos al usar la segunda persona.

 

R.: Y no tenías seguro, no tenías garantía, si aportaras información o no aportaras información, tu destino siempre era lo mismo. O te utilizaban porque vos no cantabas y no hablabas para hacerte, descuartizarte frente al resto para debilitar a los más débiles, este, o si hablabas después te terminaban torturando lo mismo. Y te mantenían en una ‘heladera’ [jerga usada por ‘estar encerrado’] hasta que los, te usaron o te necesitaran. Y sino después si tenías la suerte de que no te torturaron, te ‘trasladaban’ [jerga usada por ‘te liquidaban’]  a los dos años y te mataban con el método que eligieran.

P.: Bueno, luego de esta nota siniestra vamos a—

R.: ¡Parece que estuviéramos en el campo!

P.: ¡Mejor! Y, bueno, la primera pregunta que quiero hacer es…

 

            El comandante no pudo esconder su regocijo al observar el contraste entre la emoción en mi cara y mi intención pobremente enmascarada de cambiar de tema. Se sintió compelido a decírmelo, mientras yo fingía que no me había sacudido la historia y hasta aparentaba disfrutar de su descripción gráfica un poco, solamente para plantear rápidamente otra pregunta.

            En otras ocasiones mi identificación contratransferencial solía también provocar emociones en mi interlocutor. Una vez me dijo una antropóloga argentina que uno de mis entrevistados, un ex-guerrillero, le había contado que me había visto con lágrimas en los ojos durante un momento emocional de nuestra conversación. Esta muestra de emoción le hizo darse cuenta de la tragedia de su propia vida y le hizo romper en llanto también. Ocurrió un colapso total —de parte suya y mía también—de la distancia crítica resguardada que me causó la pérdida total de las dimensiones de mi proyecto de investigación y al entrevistado le hizo olvidarse de las razones políticas por haber consentido dar la entrevista. Había reprimido ese momento importante en nuestra relación dialógica hasta que mi colega me lo contó. El colapso emocional marcó una aceptación mutua de la realidad de la “guerra sucia” que reforzó considerablemente mi relación con el ex-guerrillero, y derribó nuestra resistencia mutua, hacia un intercambio más abierto [openhearted exchange].

            De esta forma, entonces, la seducción puede funcionar tras la confesión pero también a través del secreto y la mistificación. Los científicos occidentales han internalizado la postura hermética por siglos, deseando penetrar al discurso para alcanzar a una verdad más grande y profunda (Eco 1992:29-33). El psicoanálisis lo ha tomado incluso como la esencia de su práctica clínica. Asume que hay una afinidad fundamental entre secreto y resistencia.

 

Lo que es peculiar al campo del psicoanálisis es efectivamente la presuposición de que el discurso del sujeto se desarrolla normalmente…dentro del orden del error, del reconocimiento equívoco, hasta de negación—no es precisamente una mentira, se encuentra en algún lugar entre un error y una mentira.  Estas son las verdades del sentido común rudimentario. Pero—esto es una novedad—durante el análisis, dentro de este discurso que se desarrolla en el registro del error, algo pasa en donde la verdad irrumpe, y no es una contradicción.  [Lacan 1988:265]

 

La seducción etnográfica, por otro lado, intenta disuadir al entrevistador de encontrar una verdad más profunda detrás del discurso manifiesto. 

 

La seducción remueve el sentido del discurso y lo desvía de su verdad. Es, por lo tanto, contraria a la distinción psicoanalítica entre discursos latentes y manifiestos. Porque el discurso latente desvía el discurso manifiesto no desde su verdad sino hacia su verdad… En la seducción, por contraste, es el discurso manifiesto—el discurso en su estado más superficial—que da vuelta sobre el orden más profundo (sea consciente o inconsciente) para invalidarlo, substituyéndolo con el encanto o la ilusión de las apariencias. [Baudrillard 1990:53]

 

La creencia, tanto en psicoanalistas como en antropólogos, que existe una verdad más profunda detrás del discurso manifiesto, y que la transferencia hacia el analista o el etnógrafo de esa verdad más profunda, puede extraer dicha verdad, prepara el terreno para la seducción, porque invita al receptor a rendirse. La transferencia es posible solamente si el etnógrafo se abre al informante y permite una introyección empática.  Sólo la capitulación a las condiciones de verdad del informante producirá la obtención de la información y transferencia deseadas. Los comentarios admonitorios sobre la sensibilidad política de la información sirven como una estrategia adicional para reforzar la postura interpretativa del observador. Es una invitación a la complicidad.  Esta complicidad se vuelve seductora si conduce a una identificación contra-transferencial. De cierta forma, los antropólogos quieren ser seducidos porque les brinda el sentimiento deseado de haber logrado acceso a un mundo escondido.

            La dificultad de obtener dichos secretos no sólo aumenta el valor de la información sino que también infla el ego y prestigio del investigador. “Cuando el conocimiento está escondido, y su relevación requiere trabajo arduo y duro pero conlleva estatus en su estela, uno trata a estos secretos con un sobrevaluado temor reverencial” (Luhrmann 1989:138). La seducción maneja este discurso pseudo-secreto (pero manifiesto) a tal extensión, que el antropólogo cree que está descubriendo una verdad más profunda que está validada por el protagonista. Sin embargo, cuando la seducción del informante da resultado, entonces parte de esta verdad yace solamente dentro del mismo antropólogo, y el conocimiento que resulta finalmente privilegiado es su propia reflexión.

            La gente puede mirarse a sí misma por mucho tiempo, si pueden seguir viendo a misma imagen. Las reflexiones que se la pasan cambiando pueden tener un efecto paralizante. Había días en que hablaba, por la mañana, con una víctima y en la tarde, con un oficial militar quien había sido responsable por la represión. Estos días fueron estresantes porque exigían cambios radicales de comprensión empática. Levantaba defensas para prevenir la incorporación de una identificación dual con víctima y victimario. De no lograr mantenerlos alejados podría haber tenido conflictos severos de ego. Tenía el trabajo doble de resistir a las maniobras seductoras que intentaban incorporarme emocionalmente hacia un campo, y tenía que erigir barreras dentro de mí mismo entre ambos lados. Si ambos efectivamente tenían éxito en su seducción, entonces yo tenía que lidiar con las consecuencias de interiorizar su conflicto. En ocasiones, probé esta mezcla volátil cuando me sentía divido entre relatos opuestos del mismo hecho. Sólo recobraba mi equilibrio, al analizar, de una forma muy desprendida, la interacción no-verbal y el discurso en conflicto en términos de contenido y retórica.

            Algunas de mis tensiones psicológicas eran comparables con aquellas que experimentaron los psicoanalistas que han trabajado con los sobrevivientes del Holocausto judío. Además de estas ansiedades básicas, empero, mis investigaciones también destaparon ansiedades culturales a través de mi confrontación con las diferentes prácticas de violencia. La tortura puede, en algún momento u otro, ocurrir en cualquier país, pero “parece que existen formas favorecidas de tortura en sociedades distintas.  En América Latina, por ejemplo, hay poco uso de las torturas relacionadas con falanga [golpeando los suelos de los pies], y un gran uso de las formas eléctricas de la tortura; en Grecia, sin embargo, la falanga predominó” (Peters 1986:171).  Las prácticas de tortura hispanas difieren a las de mi propia cultura noroccidental (CONADEP 1986:20-51; Granziano 1992:158-165; Suárez-Orozco 1987). Los torturadores golpean donde más duele. Son conscientes de las sensibilidades culturales de sus víctimas. Escuchar las descripciones de ciertas formas de tortura atacó las bases de mi constitución cultural. Existió una inmediata reacción inconsciente en negar las correspondientes ansiedades etnográficas producidas por la represión de experiencias culturales en el campo que corresponde a deseos y anhelos inconscientes (Devereux 1967:42-25). La confrontación con formas de violencia que no pertenecen a mi repertorio cultural provocaron ansiedades que fueron difíciles de reconocer y entender, pero que sin embargo estaban presentes. La ansiedad etnográfica fue otra expresión más de la relación contra-transferencial entre los interlocutores argentinos y yo, como etnógrafo y como europeo.

 

LIDIANDO CON LA SEDUCCIÓN ETNOGRÁFICA

 

¿Cómo pueden los antropólogos volverse conscientes de la seducción etnográfica y usar su conocimiento de transferencia y resistencia para mejorar su comprensión cultural? En otro lado he demostrado cómo un análisis de la seducción etnográfica realizada por parte de militares argentinos me llevó a una mejor comprensión de la práctica de desaparición en la “guerra sucia” (Robben 1995).  En este artículo me he concentrado principalmente, aunque no exclusivamente, en la relación transferencial entre etnógrafo e informante. A través de la seducción etnográfica, el informante previene los intentos del etnógrafo de romper con la barrera del discurso manifiesto, y manipula la comprensión del etnógrafo, su posición, sus emociones y su contratransferencia inconsciente en aras de lograr aquella finalidad. La teoría psicoanalítica se ha mostrado útil para los antropólogos, en la toma de consciencia de la existencia de este proceso seductor dentro del contexto etnográfico. Las diferencias principales entre el encuentro etnográfico y el psicoanalítico residen en que el etnógrafo muchas veces no está al tanto de los procesos inconscientes, y en que –en el encuentro etnográfico- el discurso está disfrazado en una capa seductora que impide, en vez de mejorar, el insight etnográfico. Aunque preste atención a las inconsistencias narrativas, chistes, bloqueos mentales, y lapsus linguae, el etnógrafo aún puede ser seducido y llevado a aceptar el discurso superficial debido a esta falta de reconocimiento de su inmersión en la relación transferencial.

            Hay varias reacciones contratransferenciales corrientes entre analistas que también corren para los etnógrafos. Un conjunto de reacciones sucede durante la entrevista, tales como las dificultades en captar el flujo de asociaciones, la emoción excesiva o el aburrimiento, la irritabilidad o el cansancio, y hasta sentimientos de amor u odio. Otras reacciones ocurren después, como los pensamientos frecuentes en torno al entrevistado, acompañados posiblemente por depresión, sueños, y fantasía, así como lapus linguae y la compulsión de hablar con otros sobre el entrevistado (véase Arlow 1985:173; Hunt 1989:61; Winnicott 1949). Estas indicaciones harán consciente al etnógrafo de las reacciones contratransferenciales para que en su debido momento la estrategia de seducción pueda ser delineada. Este proceso de descubrimiento es distinto al de la común situación analítica porque, a diferencia de la transferencia, la seducción etnográfica es una proyección maniobrada conscientemente. A continuación haremos indicaciones adicionales a las previamente mencionadas, para el posibilitar el reconocimiento de la seducción.

            Las cuestiones de piel son un aspecto de seducción sobre el cual ni el etnógrafo ni el interlocutor tienen mucho control, pero es de suma importancia. Que alguien nos caiga bien no depende de la ideología ni del status social. Aunque mi simpatía inicial y tolerancia de idiosincrasias personales fuera mayor con los miembros de organizaciones de derechos humanos que con las fuerzas armadas, pronto conocí a militares cuyas políticas detestaba pero con quienes sentí una afición personal; mientras que militantes de derechos humanos, a quienes admiraba y cuyas opiniones políticas compartía de todo corazón, tenían un comportamiento que me hizo sentir incómodo o hasta irritado. Dicha cuestión de piel depende en parte de una relación contratransferencial entre etnógrafo e interlocutor, y en otra medida de la diferencia de personalidades. Al tomar conciencia, pude neutralizar estos sentimientos y reducir su influencia en las entrevistas.

            Como antropólogo sin capacitación analítica, aprendí mayormente sobre contratransferencia y seducción etnográfica de un análisis de las entrevistas grabadas.  “Este intermediario, tan tecnológicamente eficaz como lo es un grabador, contribuye a la contención de los sentimientos del analizado y del terapeuta a la vez, permitiendo el desarrollo de una contratransferencia que se puede evaluar” (Lira y Weinstein, citado en Bustos 1990:155).  Dado que la mayoría de mis interlocutores eran personajes políticos de alta visibilidad, sumaba en comprensión al comparar las transcripciones de mis entrevistas con las declaraciones de prensa que de ellos se publicaban.

            Al indagar en un conflicto político violento, uno presupone que los interlocutores tendrán un particular interés en presentarse de la forma más favorable posible, de vilipendiar a sus oponentes, y de intentar persuadir al etnógrafo que tienen razón. Tal como el psicoanalista intenta alcanzar la verdad detrás del discurso manifiesto del analizado, también el etnógrafo apunta a entender la subjetividad de sus interlocutores.  Lo crucial de la seducción etnográfica no es solamente su intento de obligar al etnógrafo a aceptar el discurso acríticamente, o que sea un intento de desarmar la penetración del discurso manifiesto, sino que el etnógrafo se rinda al discurso manifiesto o huya de él, sin indagar más allá en su sentido. La retórica intenta persuadir desde afuera, la seducción desde adentro, a partir de la relación transferencial que surge entre los interlocutores. Al manipular el diálogo etnográfico y la contratransferencia, el informante intenta seducir al antropólogo a aceptar su discurso, como el discurso único y como el único discurso correcto. La seducción apunta, tanto a bloquear al antropólogo en la búsqueda de un discurso latente, como a disuadirlo de pensar que el discurso ofrecido no es genuino. 

            No juzgo los intentos de seducción porque entiendo que una versión de los hechos construida a propósito y el avance de la investigación militante pueden ser emocional, política y moralmente importantes para víctimas y victimarios. Sea como fuere, la investigación no es un vehículo para las agendas políticas de nuestros informantes y no debemos ser conducidos por la dinámica de nuestro inconsciente. El tomar conciencia de la seducción etnográfica no significa que debamos simplemente desconfiar, descreer o descartar los relatos de individuos que han sufrido o causado grandes injusticias. Al contrario, al no aceptar inocentemente las palabras en su valor nominal, demostramos nuestra responsabilidad profesional. Primero, al tratar de separar el discurso de las apariencias. Segundo, al usar esas apariencias para contextualizar el discurso bajo estudio. La conciencia de la seducción etnográfica apunta a restaurar nuestro desprendimiento empático como etnógrafos, revelando las áreas escondidas del conocimiento cultural, mejorando nuestra habilidad de entender el discurso en sus propios términos, leyendo sus múltiples sentidos latentes, y representando las nociones, experiencias, e interpretaciones subjetivas de las personas en toda su profundidad y su complejidad.

 

* Ethos, 24 (1): 71-106. Copyright 1996, American Anthropological Association. Traducción para Aletheia a cargo de Cari Tusing. La traductora agradece a Carla Poth (doctoranda en Ciencias Sociales, UBA) por su ayuda en reconstruir un lenguaje más coloquial y argentino y a Andrea Guatavita (maestranda de Historia y Memoria, UNLP) por su ayuda en seleccionar los términos psicoanalíticos apropiados y editar la versión final de esta traducción. Aletheia agradece muy especialmente al Doctor Sergio E. Visacovsky por la revisión final de esta traducción; como asimismo al autor, Dr. Antonius C. G. M. Robben, por haber permitido la traducción, leído el presente texto y facilitado los párrafos de las entrevistas y las citas realizadas en castellano, tal cual fueron tomadas por él, inicialmente, en ese idioma.  

 

** ANTONIUS C. G. M. ROBBEN es profesor de antropología, Departamento de Antropología Cultural, Universidad de Utrecht, Países Bajos. 

 

Notas

 

Reconocimientos: La investigación en que se basa este artículo fue realizada en Argentina entre abril de 1989 y agosto de 1991. Fue posible gracias a las becas de la Fundación Nacional de la Ciencia y de la Fundación Harry Frank Guggenheim.  Agradezco a Nancy Scheper-Hughes y Marcelo Suárez-Orozco por sus comentarios atentos de una versión previa presentada, en 1993, a las jornadas de la Sociedad de Antropología Psicológica en Montreal.  También agradezco a los dos referees anónimos por sus comentarios puntuales y útiles sugerencias.

 

(1) Véase, por ejemplo, Edgerton 1990, Feldman 1991, Lan 1985, Nordstrom y Martin 1992, Ranger 1985, Sluka 1989, Stoll 1993, y Zulaika 1988.

(2) La expresión “bombardeo de amor” [en castellano en el original, N. T.] se escucha frecuentemente. Significa la alabanza de prominentes personajes públicos, sólo para difamarlos y calumniarlos cuando rechazan acomodar a sus alabadores. El bombardeo de amor es comparable a la seducción en el sentido de que ambas son prácticas políticas que intentan hacer perder la distancia crítica y el juicio independiente.

(3) Esto no es el lugar para discutir si la transferencia puede ser atribuida al desplazamiento o a la proyección, pero la distinción merece, al menos, algo de atención. El desplazamiento implica que la transferencia es una relación objeto, una expresión de los deseos reprimidos desplazados en el analista, comparable a su desplazamiento en sueños, chistes, lapsus linguae. Cuando se considera a la transferencia como una proyección de esos deseos, entonces el analista no es solamente el objeto sino también un substituto, principalmente un substituto de otra persona para la están destinados realmente los deseos.  Para una discusión extensiva, véase a Jordan (1992) y Zetzel (1956).

(4) Waedler (1956) sugiere en su discurso de apertura al Congreso Internacional Psicoanalítico de 1955 que un analista puede considerar usar transferencia positiva para corregir un comportamiento o para fortalecer el superego del analizado al utilizar la identificación con el analista.

(5) Véase la polémica entre Lewin (1993) y Stein (1993) sobre si la restauración del ego dañado en una entidad entera es posible y hasta deseable.

(6) Se ha escrito poco sobre el análisis de victimarios (excepciones notables son varios artículos escritos por Bergmann y Jucovy 1982).  Las reacciones de defensa presentadas son comparables a las evocadas en el análisis de sobrevivientes del holocausto.

(7) Lothan (1987:99-100) menciona dos tríadas de transferencia en las cuales el mismo Freud manipuló deliberadamente al analizando, desviándolo de una interpretación correcta de aventuras comprometedoras, principalmente aquellas entre Breuer y Anna O. y entre Jung y Sabina Spielrein.

(8) Baudrillard (1990) critica a Freud por reducir la seducción al sexo y al deseo. Freud proporciona una interpretación meramente sexual de las relaciones de género y no cae en cuenta que la seducción es una estrategia contrahegemónica femenina contra el dominio sexual masculino. Según Baudrillard, los hombres obtienen poder a través de la dominación económica y sexual, mientras que las mujeres tienen poder al manipular el universo simbólico de apariencias a través de la seducción.

(9) El término de Obeysekere (1990:232), “transferencia cultural”, tiene un complemento en “seducción cultural” en el caso en el que el etnógrafo emplee deliberadamente su estatus como foráneo para provocar transferencias entre los informantes para establecer un “buen rapport”.

(10) Las circunstancias de la entrevista también aumentaron el éxito de la estrategia del general. La entrevista poco usual se realizó cuando el general estaba por quedar procesado por ordenar la desaparición de ciudadanos argentinos, y por tener la responsabilidad jerárquica de su violación y tortura por sus hombres, en las provincias que habían estado bajo su mandato.  Ambos tuvimos consciencia de la importancia de esta entrevista para mi investigación, y ambos nos dimos cuenta que un quiebre en nuestro rapport sería razón suficiente para terminarla. Después me di cuenta que su interés en la entrevista pudo haber sido para usarme como contrincante intelectual en la preparación para su inminente juicio; un juicio que eventualmente fue cancelado por un indulto presidencial. Abajo, elaboraré sobre la importancia de la seducción etnográfica en el deseo del investigador por obtener datos de difícil acceso.

(11) Una indicación común de contratransferencia es que uno no debe abrir la boca al escuchar una argumentación retórica, y sólo logra formular refutaciones convincentes después de que haya terminado la entrevista. Para una discusión detallada de la dimensión retórica de la seducción véase Robben (1995).

(12) Corriendo el riesgo de repetición, tengo que mencionar, por supuesto, otra vez a Devereux como una excepción. La represión hace que el etnógrafo “se proteja contra la ansiedad por la omisión, suavización, no-explotación, mal entendimiento, descripción ambigua, sobre-explotación o reorganización de ciertas partes de su material” (Devereux 1967:44).  Desafortunadamente, el trabajo importante de Devereux no ha logrado ingresar dentro de la corriente central del pensamiento teórico acerca del trabajo de campo.

(13) Parte del diálogo citado aquí puede encontrarse, casi con las mismas palabras, en Cohen Salama (1992:230).

(14) Debo varios puntos a una comunicación personal con Vincent Crapanzano.

(15) El cineasta Claude Lanzmann probó estos límites cuando virtualmente coaccionó a Abraham Bomba, un sobreviviente de Treblinka, a recordar de sus experiencias para el documental Shoah, “AB: Un amigo mío trabajaba como peluquero—era un buen peluquero en mi ciudad natal—cuando su esposa y su hermana entraron a la cámara de gas…No puedo. Es demasiado horrible. Por favor. CL: Tenemos que hacerlo. Lo sabés. AB: No voy a poder. CL: Tenés que hacerlo. Sé que es muy difícil.  Lo sé y lo lamento. AB: Por favor, no me hagas seguir. CL: Por favor. Tenemos que seguir” (Lanzmann 1985:117).

 

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[*] Nota del Traductor (N. T.): En castellano en el original.

[†] NT: “Molestation”, en el sentido de acoso sexual

[‡] NT: “Scoring”, en el sentido de consumar el acto sexual.

[§] NT: enganche, empatía, relación de entendimiento mutuo.

 

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