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Los intelectuales liberal-conservadores argentinos y la última dictadura. El caso de Ricardo Zinn

Aletheia, volumen 2, número 3, noviembre 2011. ISSN 1853-3701

Artículos/Vicente en PDF

 

Martín Vicente*

CONICET/UNGS-USAL

Escobar, Argentina. 2011

vicentemartin28@gmail.com

 

Resumen: Los intelectuales del liberal-conservadurismo argentino fueron protagonistas centrales de diversos fenómenos propios de los años extendidos entre el golpe de Estado de 1955 y el final de la última dictadura, el “Proceso de Reorganización Nacional” (PRN), en 1983. Fue precisamente en torno del último gobierno de facto que estos actores articularon profusas líneas de acción en diversos planos políticos, sociales, culturales y económicos que profundizaron ejes ya presentes en su ideario y accionar desde los años de la “Revolución Libertadora”. En este artículo, entonces, y tras presentar una aproximación a los conceptos de intelectual y liberal-conservadurismo, nos concentraremos en la trayectoria y las ideas de Ricardo Zinn. En el primero de los tópicos, partiremos del rol jugado por el nucleamiento del que formó parte, el grupo Azcuénaga, para luego dar cuenta de su biografía. En el segundo, relevaremos su concepción decadentista de la historia argentina, y el rol del PRN como punto de quiebre de tal ciclo y posibilidad de reconstrucción de una democracia de carácter elitista.

 

 

Palabras clave: Intelectuales - Liberal-conservadurismo - Argentina - Dictadura - Ricardo Zinn

 

 

Intelectuales y liberal-conservadurismo: más allá del campo

 

Tomando los trabajos de Pierre Bourdieu (1999, 2000, 2002, 2007, 2008) entendemos al intelectual como un actor social que se constituye como tal por medio de un proceso que le permite tomar autonomía de otras esferas de la realidad social y ello mismo lo habilita a intervenir en la esfera política, desde una lógica propia de los campos de producción cultural. Este anclaje teórico brinda, por medio de sus diversas herramientas conceptuales, una perspectiva analítica capaz de abordar las especificidades del propio espacio intelectual tanto como las de la relación de éste con las diversas esferas públicas. La teoría de Bourdieu, sin embargo, posee características inescindibles del contexto francés para el cual fue acuñada originalmente, con lo cual su aplicación al contexto argentino hace necesario un tipo de aproximación crítica que ponga de relieve las pertinencias de utilizar cada una de sus herramientas conceptuales, tal como lo han destacado Sigal (1991) y Altamirano y Sarlo (1983). Además, tomaremos en cuenta las observaciones formuladas en el volumen colectivo dirigido por Lahire (2005), en pos de una aplicación no mecánica de las herramientas analítico-conceptuales del autor galo, sino una utilización dinámica y adaptada a las condiciones del marco nacional y temporal elegido. El principal quiebre entre las herramientas bourdianas y el marco argentino se encuentra en la aplicabilidad de la noción de campo intelectual, ya que las particularidades de los años que nos ocupan, muestran una supeditación del campo intelectual a la política y una escasa autonomización entre esferas, en contextos institucionalmente débiles. De allí que optemos por trabajar con el concepto de espacios intelectuales, para marcar diversos sitios de articulación intelectual, fronteras lábiles e institucionalización no autónoma.

Entendemos aquí al liberal-conservadurismo como la articulación entre liberalismo y conservadurismo que parte de una concepción antropológica negativa, basada en el ideal religioso que postula a la vida terrena como necesariamente incompleta e inferior a la que espera en el más allá. Esta concepción se profundiza al analizar el “siglo de las masas” (Ortega y Gasset, 1993) como un espacio carente de religiosidad y valores trascendentes. Entiende a la democracia como un bien a lograr por medio de la elevación de las masas, pero hasta que tal momento no se patentice, la concibe como un peligro que amenaza a las minorías y al orden social. Respeta la entidad y la sabiduría de las instituciones y tradiciones heredadas, a las cuales busca proteger de posibles amenazas disolventes. Señala la necesidad de un orden social jerárquico, cuya lógica aparece sustentada por las implicancias de los anteriores puntos básicos. Estos puntos conforman el basamento de los dos imperativos del modelo liberal-conservador: orden y libertad. Orden implica la supresión del caos social tanto como de las formas societales que puedan ser disruptivas del modelo propugnado, por ende aparece una mirada sobre el sistema democrático ligado a un esquema republicano que supedite a su estructuración una democracia de baja densidad, y alejada de las formas masivas (Nash, 1987). Este rechazo a las formas masivas se extiende a todos los fenómenos que impliquen una ruptura de los cánones elitistas, por cuanto entiende que en la realidad existen tanto los “mejores” como los “peores”, y la sociedad debe ser tutelada por los primeros, que buscarán elevar a los demás, las masas, a un estadio superior. Una vez logrado ese orden, puede darse paso a la libertad, la cual no está ligada con la idea liberal decimonónica, sino que aparece como una libertad acotada al respeto de los marcos delimitados por dicho orden: un tipo de libertad equidistante de la idea de libertad positiva tanto como de la idea de libertad negativa, pero que las incorpora para forjar una concepción que se liga con vertientes del ideario republicano, en tanto el sujeto es libre de adoptar la Ley de los libres, la Ley justa y esto tiene un necesario correlato social (Morresi, 2007; Vicente, 2008).

La potencia de las implicancias ideológicas e históricas del modelo del liberal-conservadurismo serán ejes de una constante apelación, por parte de los intelectuales que estudiaremos en la figura de Zinn, a las concepciones tanto como condiciones de la vida social que se forjaron durante los años en que tal visión fue parangonada a la de las elites dirigentes del país. Sobre ellas se construirá, como veremos, la fundamentación clave del PRN como proyecto refundacional.

 

 

Espacios de articulación: el PRN y los intelectuales

 

Hugo Quiroga realiza una diferenciación entre los tres tipos de legitimidad donde la última dictadura buscó basamento y fortaleza: la legitimidad de origen o título, la de ejercicio y la de fines. Para el politólogo, “la primera obedece al ‘estado de necesidad’ que invocan las fuerzas armadas el día del levantamiento”, en tanto “el peligro que amenaza el orden público, la integridad del Estado y conduce a la disolución social debe ser conjurado”. Por su parte, la legitimidad de ejercicio aparece ya que el gobierno golpista “ha sido supuestamente legitimado en su título, pero que también se piensa legitimado en el ejercicio de un poder que se practica con coherencia, sin contradicciones con los valores y objetivos que son su razón de ser”. Finalmente, “completando la justificación del uso de la fuerza, para buscar obediencia y consenso, el régimen militar de 1976 invoca también la legitimidad de fines o de destino. Ello fue planteado el mismo día del golpe; la intención de instaurar una auténtica democracia republicana, representativa y federal” (2004: 50-5. Énfasis de H.Q.). A esta vía Quiroga le suma la legitimación debida al “apoyo pasivo de la mayoría para que el golpe se legitimara con el apoyo activo de una minoría convencida en las bondades de la autoridad militar” (2004: 52). En este entramado de lógicas sociales, han tenido especial protagonismo diversos sectores y actores civiles que actuaron como articuladores de la última experiencia autoritaria. Entre ellos se destacó el grupo Azcuénaga, que nucleó, en torno de personalidades de la intelectualidad liberal-conservadora, a diversos protagonistas del PRN, y donde fue animador central Zinn.

Diversos autores proponen que el grupo Azcuénaga fue el principal sostén civil del PRN por la cantidad de funcionarios que aportó al gobierno dictatorial, y el influjo de las ideas de estos actores en los objetivos y el accionar dictatorial (Turolo, 1996; Morresi, 2007, 2009; Muleiro, 2011; Novaro y Palermo, 2003; Seoane y Muleiro, 2001; Vicente, 2008). Formado en torno del abogado Jaime Perriaux, fue la agrupación civil más ligada al PRN, al punto de haber fungido como orquestadora de la experiencia procesista por medio de sus contactos tanto con militares como con empresarios ligados a los sectores golpistas.

Perriaux, uno de los más influyentes cuanto misteriosos actores de la historia argentina reciente, conocido también como Jacques por su ascendencia francesa, nació en 1920 y falleció en 1981. Recibido de abogado en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA, cursó posteriormente estudios de Filosofía. Amén de una sólida trayectoria profesional, fue funcionario del interinato presidencial de José M. Guido y de las dictaduras de Juan C. Onganía, Marcelo Levingston y Alejandro A. Lanusse. En esta última creó la Cámara Federal en lo Penal, dedicada al combate de la insurgencia, mientras era ministro de Justicia, en 1972. Al año siguiente obtuvo la representación de los derechos editoriales de su admirado José Ortega y Gasset, con lo cual forjó una trama de relaciones con los espacios orteguianos, en especial con el discípulo del autor de La rebelión de las masas, el también filósofo hispano Julián Marías. Un importante hito de su trayectoria intelectual fue la publicación de su traducción de una versión del monumental trabajo de Arnold Toynbee Estudio de la Historia, en 1956. Fue vicepresidente del poderoso grupo germano-argentino Staudt & Cia., dedicado a la venta de armas y con intereses en empresas como Krupp y Siemens, donde además tuvo a su cargo la representación legal de la viuda del fundador del holding. Ya desde los últimos años del peronismo Perriaux se integró a grupos de notables, como fue el caso de la Asociación Argentina para la Defensa y Superación de Mayo (ASCUA), tras haber sido parte de los cursos de Cultura Católica. Tras la caída del gobierno de Juan D. Perón, el abogado formó parte del exclusivo Club Demos, cuya principal figura fue José Martínez de Hoz y, durante los años de la presidencia de Arturo Frondizi, de la primera versión del grupo Azcuénaga, nucleada en torno de Federico de Álzaga. Con el retorno del peronismo al poder en 1973, Jacques se transformó en el orientador del grupo, por lo cual también se lo ha denominado grupo Perriaux, y convocó a una serie de actores de distintas áreas a sumarse a la plantilla original (Muleiro, 2011; Vicente, 2008).

Si bien se ha probado la ligazón del grupo con militares de la denominada “línea dura” como R. Genaro Díaz Bessone y Alfredo Saint Jean (Turolo, 1996), sus interlocutores más habituales fueron el propio Videla y su futuro ministro del Interior, Albano Hardindeguy, y el primer sucesor en la presidencia de facto, Roberto Viola. Según consigna Turolo, fue el general Hugo Miatello el encargado de oficiar de nexo entre el grupo y los militares, logrando que el Ejército designara a dos uniformados para ser contactos permanentes con el este núcleo civil: los “duros” Santiago Riveros y Carlos Suarez Mason (1996: 43-44). Esta muestra de la amplitud de vertientes de la derecha que orbitó en torno al grupo permite corroborar no sólo su influencia en el futuro gobierno procesista, sino también la capacidad del liberal-conservadurismo para ser un articulador de las derechas argentinas, y su importancia ideológica en un proyecto refundacional como el del PRN.

Hay evidencias de que Perriaux escribió diversos documentos militares, y que el plan económico de Martínez de Hoz fue producto de ideas del grupo (Muleiro, 2011). Más allá de estas imbricaciones ideológicas y programáticas, el grupo fue clave en una serie de eventos que propiciaron el golpe del 24 de marzo, como el sonado simposio de la Cámara Argentina de Comercio de finales de 1975, donde disertaron varios integrantes de la agrupación, señalando que el país atravesaba una instancia límite, en consonancia con el diagnóstico patronal (Turolo, 1996: 45-46); y la propuesta de un lockout empresario fogoneada por Perriaux y Martínez de Hoz (Seoane y Muleiro, 2001: 69), que se concretó en el caso del agro entre el 24/10 y el 10/11 de ese mismo 1975. Además, los integrantes del grupo serían figuras de los “Diálogos” a los que invitaba el ministro del Interior de Videla, el gral. Arguindeguy, en pos de intercambiar ideas sobre el futuro del PRN (Vicente, 2008; Morresi, 2009). Ricardo Zinn fue un actor central de este nucleamiento, y analizaremos a continuación su trayectoria e ideas, para ubicarlas dentro de los lineamientos de la intelectualidad liberal-conservadora y sus múltiples relaciones en torno de la última dictadura.

 

 

Ricardo Zinn: un actor, múltiples espacios

 

Ricardo Masueto Zinn comparte con Jaime Perriaux la particularidad de ser un actor social de extrema relevancia para la historia reciente y a la vez una figura escasamente conocida. Nacido en Buenos Aires en 1926, hijo de un sacerdote protestante, recibido de economista en la Universidad de Buenos Aires, se ligó tanto al mundo de los negocios como al de la política, en ambos como figura intelectual. En el primero de los ámbitos, fue ejecutivo de las empresas Sasetru y SocMa, presidente de Sevel, entre otras ligadas al Grupo Macri, y fue el mentor intelectual del delfín del clan, Mauricio, hasta que un aparente intento de takeover empresarial lo separó de las huestes de Franco Macri (Cerruti, 2010: 48 y 76-78). En el segundo ámbito, tuvo cargos en los gobiernos de Arturo Frondizi, Roberto Levigston, Alejandro Lanusse y María Estela Martínez de Perón, como secretario de Coordinación del ministerio de Economía, asesor en temas financieros de los gabinetes de facto, y secretario de Programación y Coordinación Económica, respectivamente. Sobre esta última experiencia, diversos análisis coinciden en marcar a Zinn como el creador del plan económico conocido como “el Rodrigazo”, en la breve gestión ministerial de Celestino Rodrigo (Morresi, 2007b; Seoane y Muleiro, 2001; Vicente, 2010a). Zinn, profundamente antipopulista, señalaba acerca de su experiencia durante la gestión de la viuda de Juan Perón que “he colaborado en la función cada vez que me fue requerido” y que

 

“Esta es la razón por la cual, no habiendo sido nunca peronista, acepté desempeñarme como secretario de estado de Programación y Coordinación Económica en mayo de 1975. No puedo ocultar que la decisión no fue fácil. Yo veía que el país estaba siendo llevado a una política suicida, con un populismo desenfrenado y tergiversador en el que curiosamente coincidían la coalición gobernante y el principal partido de la oposición, y después de una prolongada entrevista con el futuro ministro de Economía y de un profundo examen de conciencia, concluí que existía una posibilidad –aunque mínima– de introducir cierto realismo económico-social que atemperara la casi inexorable caída en el vacío. Apenas iniciada la aplicación de un esquema económico antidemagógico se hizo visible que las fuerzas populista de todo signo se aprestaban a impedirlo y la gestión fracasó (Zinn, 1976:13)

 

Ya durante el PRN, Zinn fue asesor de Martínez de Hoz y uno de los artífices del plan económico al interior del grupo Azcuénaga. Horacio García Belsunce señaló que las líneas directrices del plan de Joe “fueron aprobadas antes del 24 de marzo”, en referencia justamente a la articulación entre intelectuales, empresarios y militares que el grupo llevó a cabo (1979: XI-XXVI), y donde, además, se delinearon diversas políticas luego aplicadas por el PRN. Zinn dedicó dos libros, los únicos que publicó en vida, La segunda fundación de la república –traducida al inglés– y 4 años después en la Segunda Fundación de la República, a la experiencia procesista. Más tarde diseñó las vigas maestras del Plan de Entidades Financieras (Cerruti, 2010: 49), amén de fungir como ariete entre el gobierno y el Grupo Macri, uno de los más beneficiados durante el PRN (Cerruti, 2010: 111 y 132; Castellani, 2009). Zinn fue, además, impulsor del Centro de Estudios Macroeconómicos de la Argentina (CEMA), gran cantera de funcionarios procesistas, y la Escuela de Dirección y Negocios, IAE, hoy parte de la Universidad Austral, y asesor de dirección de la publicación política A fondo. Junto al empresario Gilberto Montagna creó la Fundación Carlos Pellegrini, otro nucleamiento liberal-conservaduror y participó en la Fundación Piñeiro Pacheco, de escandaloso final legal.

Una vez acabada la última dictadura militar, Zinn fue hombre de la Ucedé, tuvo fuertes relaciones con la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas, FIEL, el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales, CARI, y la Asociación de Bancos Argentinos, ADEBA, al tiempo que colaboró frecuentemente con La Nación. En los primeros años de la presidencia de Carlos Menem fue asesor de María Julia Alsogaray en las privatizaciones de ENTEL y SOMISA, junto con Mariano Grondona (h). Murió en 1995, junto a José Stenssoro, de quien era asesor en la privatización de YPF, en un accidente aéreo sospechado, justamente, de su carácter accidental. Tras su muerte la Fundación Carlos Pellegrini publicó un compilado de sus escritos, titulado weberianamente Ricardo Zinn: Por una ética de la responsabilidad.

 

 

Refundar la República: de las masas al elitismo

 

Es central en el pensamiento liberal-conservador la idea de una decadencia de la Argentina iniciada en 1912 con la Ley Sáenz Peña, que se profundizará con el advenimiento del radicalismo al poder en 1916 y llegará a su punto más alto con la aparición del peronismo tres décadas luego. Como bien lo expondrán los conceptos de Zinn, para este lineamiento ideológico el retiro de las elites liberal-conservadoras que se entendían como fundadoras de la Argentina moderna permitió el ascenso del sujeto popular masivo y configuró el esquema rector de la decadencia nacional. Aquella democracia de baja intensidad, inspirada de raíz en el pensamiento de los federalistas estadounidenses, apareció para estos intelectuales como el modelo a recuperar, llegando a su momento culmine con la experiencia procesista, a la que entendieron capaz de reproducir una democracia limitada de cuño republicano.

Para el economista, “el 24 de marzo de 1976 triunfa el país civilizado y ético, sobre la anarquía y el desorden que desde 1945 trata de tomar por asalto a la Nación, contando en sus últimas etapas con alianzas manifiestas, ocasionales o embozadas, de la subversión internacional” (1976: 223). El cuadro que tan dramáticamente presenta Zinn aparece como el corolario de un ciclo que denomina los “sesenta años de decadencia” de la historia nacional, iniciados por la llegada del radicalismo al poder, posibilitado por la Ley Sáenz Peña, entendida como la defección de las elites. Para explicar en qué consiste dicho proceso decadente, el autor distingue el concepto de decadencia del vocablo crisis: “la Argentina no está en crisis. La Argentina está viviendo la extremidad de una decadencia que ha corroído pausadamente los centros vitales de su estructura”, en tanto “en lo que va de historia de la Argentina como nación orgánica sólo tenemos una gran crisis: la Argentina que crece hasta 1910 y se paraliza con el sufragio universal; y la decadencia que comienza con Hipólito Yrigoyen en 1916, cuya crisis de finalización está aún por producirse” (1976: 19-20). Dicha decadencia es entendida como nacida por las implicancias de la aprobación de la Ley Sáenz Peña, que permiten no sólo el acceso del radicalismo al poder, leído por Zinn como el primer populismo, sino también el retiro de las elites y su reemplazo por masas amorfas:

 

“Los fundadores del país prefieren abdicar y alejarse. Crean así el espacio necesario para la nueva exigencia de la Argentina gringa en lugar de mezclarse y absorberla como fuerza motorizadora de su propio objetivo nacional. // La modernización de nuestra democracia tiene el alto costo de poner al país en manos inexpertas y comienza a deteriorarse el crecimiento. Con Hipólito Yrigoyen llega a la presidencia un estilo que entroniza a la emoción y desplaza a la razón, instalando criterios desordenadamente lenitivos que debilitan la capacidad creadora” (1976: 21).

 

Aparece en Zinn, como en todo el liberal-conservadurismo, la lectura de lo que Fernando Devoto denominó “la larga pervivencia del imaginario fundador liberal” (2006: XI), que en estos autores funciona por medio de establecer un punto cero en el nacimiento de la Argentina moderna y su expansión, ligado a la trayectoria vital del amplio arco gubernativo liberal-conservador originario, centrado en, pero no limitado a, la “Generación del ’80”. La apelación a tal experiencia tutelar por medio de los uniformados y los civiles procesistas marca el punto de articulación entre aquel pasado modélico y los horizontes del gobierno de facto. Con prosa apesadumbrada, el autor señala:

 

 “Aflige al país la nostalgia de un proyecto nacional. Porque en un momento el país tuvo un proyecto: sus frutos fueron la emancipación, la reorganización nacional. La generación del 80 concibió un proyecto, y vivió cumpliéndolo. Permitió que el país creara una infraestructura, y que comenzara el progreso. Después del 80, aparecen proyectos parciales o demagógicos, y el país se estanca. Habrá que criticar posiblemente al 80 en la medida en que le faltó adaptación a la propia criatura que había engendrado, pero es innegable que existió y permite afirmar que es posible proyectar en la Argentina. Y también cumplir” (1976: 116).

 

Es por ello que, ante la posibilidad reformulatoria implicada en las miras del PRN, Zinn pondera pero al mismo tiempo advierte a los golpistas de marzo:

 

“El 24 de marzo de 1976 asistimos al reemplazo del gobierno nacional. La consecuencia viva de la demagogia y de la irresponsabilidad es sustituida por un gobierno impuesto e integrado por las Fuerzas Armadas. La historia le exige intentar la reversión de la larga decadencia argentina. Si este gobierno comprende que lo que vive es una decadencia y no una crisis, tendrá más perspectivas de éxito” (1976: 40).

 

En tanto, como postula cerca del final de tal obra,

 

“Existe el peligro de que se interprete que la necesidad de intervención de las Fuerzas Armadas en marzo de 1976 estuvo dada solamente por la actuación insuficiente de los personajes que se habían apoderado del poder, y que alcanza, por lo tanto, con un cambio de protagonistas. La enfermedad es más profunda y afecta a todas las partes del cuerpo político, social, económico y cultural. Requiere por lo tanto soluciones integrales” (1976: 225)

 

Para el economista, los anteriores gobiernos surgidos de golpes de Estado habían fracasado por no comprender el diagnóstico aquí presentado: interpretar el cuadro como crisis impedía entender las raíces sociales donde se originaba la decadencia, y por ello no verla. Dice Zinn que debido a este motivo las intervenciones militares fracasaban, “entregando luego el poder a las consecuencias no controlables de las leyes electorales” (1976: 189). Es para poder entender esta mirada decadentista que debemos internarnos en sus concepciones sobre los diversos componentes que han confluido en la conformación del ciclo de decadencia argentina. En primer lugar, debemos analizar la cuestión, central para el liberal-conservadurismo, del ingreso de las masas en la vida pública. En la lectura del autor, hay entre la acción de las masas y la decadencia una relación explicativa, en tanto los contingentes migrantes, con el fin del orden liberal-conservador propio de la “Generación del ‘80” dejaron de aparecer supeditados y contenidos por un gran proyecto pensado desde las elites y, en cambio, se impusieron por la vía populista, radical y  peronista.

La concepción de la articulación social masiva, para el liberal-conservadurismo, parte de una premisa antropológica negativa: la masa implica la pérdida de la “persona humana”, como gustan de llamar al sujeto deseable, y por ende genera una sociedad dividida en mejores y peores. Citando a Emmanuel Mounier, Zinn define a la persona humana del siguiente modo: “Una persona es un ser espiritual constituido como tal por una forma de subsistencia y de independencia en su ser; mantiene esta subsistencia mediante su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos en un compromiso responsable y en una constante conversión (…)” (1976: 164-165, énfasis de R.Z.). La pérdida de la persona humana por la masificación implica, entonces, la aparición de un paradigma al que Zinn denomina “el criterio cuantificador”, en el cual “los más parecen razón porque son más; y si no la tienen da lo mismo, ya que el hombre descubrió de pronto que la mayor cantidad es en sí misma la razón” (1976: 44). De ahí que este criterio oficie, para el autor, como la base del populismo y que esta modalidad política devenga deformación de la democracia y, al mismo tiempo, un sistema cerrado en sí mismo:

 

“El populismo, deformación de la democracia, trabaja obnubilando el raciocinio, induce a las aprobaciones por aclamación. Desvaloriza el comicio y lo transforma en una burocrática corroboración de lo que el pueblo ya aprobó en forzadas adhesiones previas.// El fraude mecánico de la compra del voto o del reemplazo físico de la urna, quedó atrás. El populismo instala otro fraude mucho más hondo y efectivo que se traduce en sabidurías inapelables, es decir, en slogans agresivos y peligrosos, que se escriben en las paredes o se publican en los diarios: El pueblo siempre tiene razón. Para que ese estímulo tenga cierta validez, hace falta que el aparato de persuasión pública –evidente, como en el caso de Perón, o mágico y silencioso como en el caso de Yrigoyen– haya obrado sobre la masa, inhibiendo la conducta y exaltando el comportamiento, esto es, procurando la oclusión de los mecanismos del razonamiento, y excitando los reflejos primarios de la emoción” (1976: 44-45).     

 

Esta interpretación del populismo parte de unas masas en disponibilidad para su manipulación y acaba conformando, como señalamos, una lógica cerrada en sí misma, que explica porqué para el liberal-conservadurismo el populismo arquetípico, el peronismo, conformaría un totalitarismo. Al mismo tiempo, es destacable señalar que las masas son, en esta interpretación, manipuladas por el factótum del populismo: el líder, entendido como tirano. “Si la democracia es el gobierno del pueblo, el populismo es el abuso del pueblo y el abuso por el pueblo, lo que engendrará invariablemente a un tirano” (1976: 45), por lo cual “en cada experiencia hay que buscar el manipulador que va a usufructuar de la domesticación del pueblo” (1976: 47). Por tales motivos, Zinn interpreta que el populismo es “la patología de la democracia” (1976: 45), forjado sobre la desvirtuación implicada en el criterio cuantitativo:

 

“El número, que a primera vista se nos presentaba como una convención superficial, adquiere en la democracia el valor significante de un ejercicio libre. Una democracia descansa sobre una estructura de cuantificación posterior a una cualificación, porque tan importante es el número máximo como lo es el número mínimo, hasta el punto de que la democracia puede ser definida como la mayoría ejerciendo todo su poder de presión el respeto de la minoría. // Pero, así como en la democracia importa tanto el número máximo como el número mínimo, en el populismo la minoría debe ser perseguida, amedrentada y destruida para procurar la uniformidad imbecilizadora que tanto complace a la emoción colectiva de la masa” (1976:47).            

 

La idea de que las masas aparecen en disponibilidad ideológica, que pareciera remitir en clave ensayística y negativa a los estudios de Gino Germani (1966), es un eje central del pensamiento liberal-conservador, anclada en los criterios decadentistas propios de la traslación del pensamiento de José Ortega y Gasset a la situación nacional. Como señalamos, aparece aquí una reflexión circular, en tanto el populismo se entiende como el eje sobre el cual gira, de modo extremo, la configuración de las masas en la vida pública y su rol en la decadencia nacional. Y es que en tal apariencia de lo masivo el liberal-conservadurismo ve el eje de la decadencia, incorporado a la lógica del sistema político: “El sufragio universal, sólo una deidad lateral en países más grandes y poderosos, toma de pronto por asalto el altar mayor. Se adora a la elección por la elección misma” (1976: 127).

 

 

El hombre, Dios y la libertad

 

El olvido de Dios implicado en las formulaciones masivas, el quiebre de la persona humana y la aparición del sujeto-masa, obtura no ya el contacto del hombre con su creador, sino que parte el bien ético constitutivo de lo humano tal cual lo entiende el liberal-conservadurismo, la libertad, puesto que ella se sostiene sobre el orden, y es el orden axial el que pierde: el de la relación cosmológica entre lo humano y lo divino. Esta lectura había tenido, previamente, la más importante manifestación teórica que produjo sobre la temática el liberal-conservadurismo en las obras del filósofo Víctor Massuh, en especial La libertad y la violencia (1968) y Nihilismo y experiencia extrema (1975), citadas por Zinn, y cuyos análisis permiten su propia exposición. Contrariamente a lo que un análisis conservador neto indicaría sobre este punto, acabando en lo que el politólogo estadounidense William Harbour (1985: 21-39) entendía como un cerramiento argumentativo teológico, en el liberal-conservadurismo aparece una visión sostenida sobre esquemas terrenos: el hombre no podrá jamás imposibilitar la relación con Dios, pero si obturarla, perder a Dios y por ende perderse como hombre, en este caso en medio de la licuación masiva:

 

“Es que al alejarse el hombre de Dios, pierde la brújula que le señala el camino de la libertad y confunde libertad con riqueza, libertad con seguridad, libertad con acto gratuito. Identifica placer y libertad, presente efímero y libertad y, sobre todo, necesidad y libertad. Se olvida el hombre, que la única necesidad que lleva hacia la libertad es la necesidad de Dios. // La humanidad es un conjunto imperfecto compuesto por individuos imperfectos, que es perfectible y se perfecciona pero no alcanza jamás la perfección. Solamente un ser de perfección y poderes infinitos, tiene completa independencia. La perfección lo pone a cubierto de la esclavitud de las pasiones, y su omnipotencia lo salva de ser sometido a la voluntad de otro” (1980: 152).

 

La alienación del hombre, su enajenación de Dios, poseen en las configuraciones masivas una expresión, señala Zinn, que en la Argentina tuvo su punto cenital con el populismo, en tanto este realizó un achicamiento de la libertad, la desfiguró:

 

“Cuando esta libertad es degrada en la usual manipulación del llamado adoctrinamiento en los regímenes populistas, cuando es adocenada, adormecida, convertida en complaciente robot y llevada al absurdo de definirse a sí misma como la conciencia de la esclavitud a leyes que, en última instancia, son las dictadas por el partido, el mismo núcleo unificador de la persona –conciencia y responsabilidad– el que se deteriora. En la China de Mao como en la Rusia soviética, en la Argentina de Perón como en la Cuba de Castro o en la Italia de Mussolini, en todos los sistemas que oponen a la primacía de la libertad personal y creadora, la fuerza del número, el hombre, cada hombre –como en el mito platónico de la caverna– es un prisionero encadenado que tomo como libertad las sombras de ella que otros desde el exterior le proyectan” (1980: 159).  

 

Se cierra de este modo el círculo lógico del populismo tal cual lo concibe Zinn, encerrando allí a los sujetos masivos, en una dialéctica repetitiva que impide la libertad. En este criterio se amparan los ideales elitistas del autor y ellos determinan la concepción del PRN como solución. “El 24 de marzo de 1976 asume un gobierno militar en reemplazo de un gobierno populista demagógico. Posiblemente en ningún caso anterior hubo tanto consenso sobre la necesidad de un cambio brusco, de una interrupción abrupta” (1976: 191), plantea Zinn. El asalto al poder por parte de los golpistas no sólo se entendía sustentado socialmente a grados inéditos, sino que el economista señala que “los políticos populistas no tenían en marzo de 1976 solución alguna que brindarle a la Nación, como no la han tenido en los últimos sesenta años” y por ende a las Fuerzas Armadas, “les cabe colocar los fundamentos para la transformación nacional definitiva” (1976: 193). Por ello, Zinn propone que “el pasaje del poder a manos civiles, debe por lo tanto ser gradual, utilizando el método de prueba y error con suficiente cautela para evitar que nos quedemos a merced de las circunstancias” (1976: 201).

Las teorizaciones previas exponen una relación directa entre las manifestaciones de la sociedad de masas y las formas de anulación del individuo, amenazado frente a lo que se construye como una relación totalitaria fruto de lo que se entiende como la manipulación populista. Ante semejante panorama social, la elite teorizada se compondría de aquellos hombres que supieran ver la clave del momento tal cual buscaba describirla Zinn, y pudiesen desde allí, a través del PRN y la posterior democracia de baja intensidad propuesta como continuación, tutelar al resto de la sociedad. La mencionada idea tutelar se liga con las propias concepciones de la “Generación del ‘80” y sus ideas, ancladas ya en teóricos como Juan B. Alberdi, de educación de las masas como requisito ineludible para una, al menos teórica, posterior ampliación del sistema político (Cf. Botana, 1997 y 1998). La gran diferencia, por supuesto, es que los autores del liberal-conservadurismo proponen la reconstrucción de tal lógica a un siglo de distancia, por lo tanto su solución necesariamente depende de la clausura del orden constitucional y la democracia, como requisito para una transformación. Antes de analizar este último punto con mayor detalle, es necesario relevar brevemente qué concepción del signo del ’80 está actuando aquí.

Siguiendo el tabulado generacional de una obra liberal-conservadora clave, Las generaciones argentinas, del propio Perriaux (1970), y explicitando el basamento político de ese libro, Zinn advierte que “estamos entonces en plena generación del ochenta”, con lo cual “sus protagonistas” debían ejercer “el liderazgo real, que incluye la tarea de guiar al pueblo para el bien común” (1976: 186). Aquel liberal-conservadurismo originario debía actuar como referencia de un modelo elitista capaz de hegemonizar la sociedad y (re)crear las bases de una democracia esta vez limitada, en tanto la democracia verdadera aparecía desnaturalizada frente al circular movimiento populista y la lógica del número. Zinn se encarga de señalar que una concepción de democracia que olvide la importancia de las minorías será errónea, convirtiendo “la ingeniosa frase de Borges” sobre la democracia como exageración de la estadística en una verdad absoluta. “La soberanía del derecho hace predominar el interés del mayor número, pero defiende al resto, y esta es la esencial de las diferencias entre la democracia y el populismo, que es su caricatura”, de ahí que “la democracia no puede ser la legalización de la irresponsabilidad del mayor número” (1976: 215-216).  

El modelo de democracia que de aquí se desprende es aquel marcado por el ideario alberdiano según lo conciben estos autores, pero en especial por el gran modelo que el autor de las Bases tuvo a la hora de concebir tal escrito: la democracia de baja intensidad propia de los Federalist Papers. En tal sentido, una profusa serie de escritos y proyectos que se presentaron en diversas instancias de intercambio institucional entre el PRN y los intelectuales liberal-conservadores, de los cuales la obra de Zinn es un acabado representante, aparecieron como diversos modos de buscar plasmar, mediante el recurso de la creación de leyes, los contenidos y los límites de la nueva democracia. Su estudio, sin embargo, supera los objetivos de este artículo, donde hemos elegido mostrar un caso empírico particular a fines de patentizar los lineamientos de una experiencia grupal, la de los intelectuales liberal-conservadores en torno a la última dictadura argentina.

 

 

Conclusiones: del caso particular a los lineamientos grupales

 

Confluyen tanto en la trayectoria y las estrategias intelectuales como en las ideas de Ricardo Zinn una serie de lineamientos propios del conjunto de intelectuales del liberal-conservadurismo argentino. En tal sentido, estudiar al economista nos ha permitido mostrar una serie de lógicas representativas del lineamiento ideológico dentro del cual se enmarcó este autor. El grupo Azcuénaga como articulador civil de las relaciones entre diversos actores sociales procesistas, tales como intelectuales, empresarios y los propios uniformados; la producción de una serie de conceptos y planes tendientes a aplicarse durante la última experiencia autoritaria; y un complejo entramado de concepciones que buscaba superar el esquema de la Argentina de masas para reemplazarla por una democracia de baja intensidad, de cuño elitista, son factores comunes a los autores de esta vertiente ideológica.

Al principio de este artículo alertamos sobre la imposibilidad de realizar un uso ortodoxo de las herramientas teóricas de la sociología de los intelectuales bourdiana, que encuentra en Zinn un claro factor explicativo: su órbita de acción lo colocaba por fuera de los espacios que conforman la idea de campo intelectual, pero sin embargo su figura intelectual se forjó por medio de estrategias de actuación como un intelectual en espacios no internos al campo: las empresas, la política gubernamental, los cenáculos cívico-militares, las fundaciones. En ellos, Zinn cumplió un rol clave como estratega intelectual. El eje con el cual este autor leyó la realidad sobre la cual buscó intervenir de modo, como hemos visto, permanente y multiforme, fue la noción de estar actuando en el extremo de un proceso de decadencia nacional que requería una respuesta cuya contundencia fuese inédita y permitiera la segunda fundación de la República: la reformulación de una democracia de baja intensidad, elitista, inspirada en el liberal-conservadurismo tutelar decimonónico pero capaz de ser articuladora de la superación no ya de la decadencia sino de sus factores de posibilidad.

Zinn y el liberal-conservadurismo argentino entendieron que en las masas se hallaba el eje de la decadencia nacional, en tanto la articulación masiva comportaba la pérdida del sujeto racional concebido como persona humana. Las formas políticas masivas, con el populismo como gran representante nacional, creaban para este autor y este ideario una lógica circular que se retroalimentaba: de las masas surgía populismo y el populismo reproducía el orden masivo despersonalizador. De ahí que tal círculo vicioso generase una situación extrema, que reclamaba una solución de radicalidad excepcional. Por ello, estos intelectuales vieron en el PRN la oportunidad de romper con el esquema de la decadencia y dar a luz la anhelada nueva República. En los intersticios de las lecturas y el accionar en torno al PRN de Zinn y los intelectuales liberal-conservadores, los términos articuladores de este ideario, orden y libertad, se transformaron en meandros discursivos y performativos de una nueva etapa, central para nuestra historia, de la relación entre intelectuales y política. 

 

 

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*Martín Vicente. Licenciado en Comunicación Social (USAL, 2006), Magister en Ciencia Política (IDAES-UNSAM, 2009), Doctorando en Ciencias Sociales (UBA, desde 2010). Miembro del Proyecto PICTO 2008-00009 “Genealogías, continuidades y fracturas en el pasado reciente argentino: historia, memoria y transmisión”, dirigido por Daniel Lvovich, en UNGS. Profesor de “Herramientas de Análisis Político” en USAL. Becario del CONICET.

 

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