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Aletheia es una revista electrónica semestral sobre problemáticas de historia y memoria colectiva en torno al pasado reciente argentino y de las sociedades latinoamericanas, en sus aspectos sociales, económicos, políticos y culturales.

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El cuerpo y la memoria como emblemas de participación juvenil

Aletheia, volumen 3, número 6, julio 2013. ISSN 1853-3701

Heffes en PDF/Artículos

Alejandra Heffes*

IEHS -UNICEN

2013

Tandil- Buenos Aires- Argentina

aleheffes@hotmail.com

 

 

Resumen:

 

El objetivo de este artículo  es analizar continuidades. Esto significa pensar las permanencias existentes en el proceso de participación que los  jóvenes, de distintas épocas, protagonizan. No siempre se realizó de la misma manera, ya que no existe homogeneidad en las “tácticas”, en las formas en que los más débiles luchan, o mejor dicho, resisten a las “estrategias” de los más fuertes.  La táctica, para M. de Certeau,  es el arte del débil, se encuentra determinada por la ausencia de poder, es astuta, obra poco a poco, aprovechando las ocasiones de imponerse imperceptiblemente a su oponente. No pueden generalizarse los resultados ni  tampoco sus objetivos, sin embargo, pueden visualizarse ciertas continuidades dentro del movimiento juvenil que permiten visualizarlos como los principales protagonistas de movimientos de reclamo frente a situaciones de injusticia variada. Esto nos permitiría pensar en la prolongación del pasado reciente vivo en el presente vivido.

 

 

Palabras clave: historia reciente- jóvenes-  cuerpo- memoria- participación.

 

 

“La vida de los muertos está en la memoria de los vivos”.

 Marco Cicerón-.

Introducción

 

Hablar de historia reciente significa hablar de un pasado que no pasó. De un momento histórico que sólo permite ser enunciado por la existencia idiomática y simbólica del  gerundio[1]. Un pasado que no se silencia y cuya voz  interpela nuestro presente, está vivo en el hoy como algo que continúa actuando intensamente en el proceso permanente de construcción de identidades sociales e individuales. 

La historia reciente de nuestro país está atravesada por la violencia, la muerte y la desaparición de personas en el marco del accionar de un aparato de Estado terrorista. Esta historia está asociada “a procesos sociales considerados “traumáticos”… que amenazan el mantenimiento del lazo social y son vividos por sus contemporáneos como momentos de profundas rupturas y discontinuidades, tanto en el plano de la experiencia individual como colectiva” (Levín: 2011, 2). Esta historia inaugurada por  la llamada Revolución Argentina se extiende hasta el retorno de la democracia, punto de inflexión que puede concebirse como el fin de un ciclo y el nacimiento de una nueva etapa en el país.

Si embargo, sus efectos sobre el presente  sobrevienen, no se apagan, se niegan a desaparecer.…

Este artículo, trata de eso: de pervivencias. De continuidades más que de rupturas, de elementos que lo atraviesan todo, inclusive la especificidad de las categorías socio-históricas que le otorgan marco a la vida humana: espacio y tiempo. Estas líneas hablan de rebeldía, de la lucha que de manera explícita o implícita, ya sea en forma organizada o no, mantienen y mantuvieron los cuerpos más jóvenes de nuestra sociedad. Su participación no puede concebirse como “un nuevo fenómeno”, ya que como proceso histórico hunde  sus raíces en ese pasado-presente que se reinventa día a día en nuestra historia reciente.

Es en este transcurrir histórico, donde la memoria, cobra un fuerte protagonismo como “sistema organizativo de las vivencias sociales, ya que ésta atraviesa las diferentes formas en las que el tiempo adquiere su vigencia como proceso civilizatorio, y posibilita al conocimiento constituirse en saberes que accionen en la vida práctica la razón de la existencia colectiva” (Pérez Taylor: 2006, 111).

Para asegurar el futuro de un grupo social las acciones de los procesos sociales quedan registradas en el ámbito de los distintos lugares, que guardan en la memoria la capacidad de poder recordar, sea del espacio público, del privado o del íntimo. La memoria colectiva se convierte en el detonante que localiza los espacios de significación simbólica que mantiene el orden del cotidiano como práctica social, para implementar en los discursos y sus prácticas, los principios de continuidad que construyen ese pasado-presente, conjuntando procesos que llevan a las sociedades, a giros de recurrencia identitaria. La vida social organiza, desde esta memoria colectiva, las bases de la identidad que llevan a cabo la transformación del cotidiano en el presente vivido como procesos de larga duración que legitiman la pervivencia social. La identidad no existe como esencia sino, como  la conciencia de experiencias compartidas (Grimson: 2010), una existencia que atraviesa a las distintas generaciones que coexisten en determinado momento y que de una forma u otra participaron de aquel presente-pasado que aún perdura y actúa con  fuerza de argamasa articulando el todo social.

La idea de intentar aprehender estas permanencias se sustenta en la imposibilidad concreta de periodizar el comportamiento de las juventudes a través de elementos estrictamente diferenciadores, como si los cambios en la mentalidad de las sociedades pudieran vincularse a una rígida cronología. Por eso creo conveniente establecer puentes entre aquellos caracteres compartidos para poder pensar de qué manera el pasado reciente  continúa actuando  tan vigorosamente, que entre un extremo y otro del período, y pese al paso del tiempo que todo lo resignifica, se encuentran ciertos mecanismos de participación juvenil que perviven, se niegan a desaparecer imprimiéndole una identidad propia al fenómeno.

Captar  continuidades, esto es, aquello que se mantiene transformándose en el transcurso de un proceso histórico, es imprescindible captar paralelamente, aquello que muta. Sabido es que los “jóvenes de ayer” no son los de hoy, pero la existencia de vínculos  intergeneracionales nos permitiría pensar en una generación desaparecida que es sucedida por una aparentemente desaprensiva que verá la reivindicación de aquellas ausencias convirtiéndolas en presencia.

 

 

LA PRESENCIA DEL PASADO: 

La memoria como campo de batalla

 

“Procuremos que la memoria colectiva sirva para liberación

 de los hombres y no para su sometimiento”- J. Le Goff

 

El mundo occidental contemporáneo habla de “convulsiones mnemónicas” y los analistas culturales piensan en una “explosión de la memoria” que coexiste y se refuerza con lo efímero y  frágil de la vida cotidiana. Esta “cultura de la memoria”, se considera en parte, una repuesta o reacción al cambio rápido y a una vida sin anclajes o raíces. La memoria tiene un papel altamente significativo como mecanismo cultural para fortalecer el sentido de pertenencia y a menudo para construir mayor confianza en sí mismos, especialmente cuando se trata de grupos silenciados. La memoria-olvido, la conmemoración y el recuerdo,  se tornan cruciales cuando se vinculan a experiencias traumáticas colectivas de represión y aniquilación, cuando se trata de profundas catástrofes sociales y situaciones de sufrimiento colectivo. Las exclusiones, los silencios y las inclusiones a las que se refieren hacen a la re-construcción de comunidades que fueron fuertemente fracturadas y fragmentadas durante el período del  terrorismo de Estado. Las huellas de lo que ha existido son suprimidas o “maquilladas y transformadas, las mentiras y las invenciones ocupan el lugar de la realidad, se prohíbe la búsqueda y la difusión de la verdad” (Todorov: 2008, 15) y, todo acto de reminiscencia es considerado un acto de  resistencia. El acto de reconstrucción del pasado es percibido como un acto de oposición al poder.

 Las luchas para definir y nombrar  lo sucedido durante este período de violencia política, así como los intentos de honrar y recordar a las víctimas e identificar a los responsables, son vistas por diversos actores sociales como pasos necesarios para asegurar que los horrores del pasado no se puedan repetir “nunca más” (Jelin: 2005, 228).

Por esto, el pasado reciente “es” una parte central del presente. Esas memorias y esas interpretaciones son también elementos claves en los procesos de re-construcción de identidades colectivas e  individuales. “Sin memoria, el sujeto se hunde, vive únicamente en el instante, pierde sus capacidades conceptuales y cognitivas. Su identidad se desvanece” (Candau:2001, 57). Las sociedades marcan las formas en que se desarrollan estas luchas por las memorias, y esto da lugar a estrategias culturales específicas para incorporar el pasado en las perspectivas no sólo sobre el presente, sino también sobre el futuro: la lucha por el sentido del pasado  se da en función de la lucha política presente y los proyectos de futuro.

Entonces no será posible encontrar “una” memoria, una única interpretación del pasado, compartida y avalada por toda una sociedad. De hecho, existen momentos históricos en que el consenso es mayor o más aceptado. Generalmente, ese libreto es lo que cuentan los vencedores de luchas históricas, pero siempre habrá otras historias, otras memorias que den origen a interpretaciones alternativas.

Pero, quiénes son los dueños de la memoria? cómo definir quiénes tienen legitimidad para narrar y hablar?,  concebir una diferencia “esencial” entre quienes vivieron la experiencia en carne propia y los otros, significa establecer una diferencia de autoridad  y de legitimidad sobre la experiencia vivida. El dolor y sus marcas corporales impiden que ese dolor sea transmisible, remiten al horror no elaborable subjetivamente. El cuerpo humano muestra cómo trabaja la memoria social y cómo esta entidad paradójica, tan simbólica como biológica participa como memoria corporizada y cuerpo  de la memoria resignificando tanto en ausencia, cuando ha sido suprimida o desaparecida como cuando está presente. Cuerpos y memoria se encuentran mutuamente implicados.

 

 

El cuerpo como campo de batalla

 “Los cuerpos están en nosotros tanto como

 nosotros  estamos en ellos”- G. Bachelard

 

Nuestro cuerpo como lugar inicial es el primer espacio que habitamos, es el espacio que vincula el exterior con nuestro interior. Es en la esfera de lo corporal donde está inscrita nuestra memoria: ahí emerge la capacidad de rememorar ya que las marcas que habrá que suturar simbólica, individual o colectivamente, quedan guardadas en este espacio.

El cuerpo actúa como superficie de inscripciones de los sucesos, mientras que el lenguaje lo marca y las ideas lo disuelven. Es el terreno de objetivación de lo social. En tanto que espacio-lugar, el cuerpo indica, parece hablar desde sí, se revela enviando señales como signos de una superficie a ser leída, como espacio persistente atravesado por macro regulaciones que imponen los conceptos de orden y desorden. Es la sociedad que habitamos  quien indica  el modo en que los seres humanos deben usar los cuerpos, de modo que éste se convierte en un objeto natural moldeado por las fuerzas sociales. De acuerdo con Mary Douglas, existen dos cuerpos: el “cuerpo físico” y el “cuerpo social”,  y es este último, quien restringe y regula el modo en que se percibe al primero.

El cuerpo, pura fisicalidad y mera representacionalidad, puede mostrar alguna de las vías de cómo la memoria trabaja socialmente, haciéndose y rehaciéndose, en un proceso en el que la memoria corporizada o los cuerpos de la memoria, significan a su vez en ausencia, si  han sido suprimidos, como cuando están presentes.

Es signo y representación ya que en su especificidad confluyen el “cuerpo como  metáfora de lo social y lo social como una metáfora del cuerpo”(Le Breton:2002). Es el vehículo primero de la sociedad, de su conquista y dominación, el cual en gran medida determina el éxito o el fracaso de todo proyecto social.

La significación del cuerpo como lugar de memoria conlleva la idea de cuerpo como “testigo del pasado” para reinsertarlo en el presente como cuerpo-patrimonio de los sujetos individuales y colectivos. El cuerpo, simboliza el primer territorio de poder, tiene centralidad  como dimensión vital y biológica y constituyente del sí mismo, es a la vez punto de partida desde donde se hilvanan recuerdos vividos y se reinsertan las vidas personales en los cuerpos sociales, por eso se convierte en el lugar del proceso de construcción de la memoria.

La memoria pertenece al recuento implícito del narrar histórico, pero para Derridá, narrar no es tan sólo una secuencia de tiempos, es a su vez, acontecimiento en un paisaje, un algo que ha dejado un rastro, por eso, el cuerpo actúa como “lugar de la memoria”. Es el espacio que testimonia acontecimientos pasados, pero también se vuelve un dispositivo humano en la evocación de memorias asidas a lugares y espacios sociales. La capacidad de evocación, de asociar hechos y recuerdos atraviesa la completitud de la persona, atestiguar algo acontecido implica la capacidad de articular un pasado sirviéndose del cuerpo por entero, de las reminiscencias de experiencias vividas y percibidas.

El cuerpo, territorio de la experiencia social, reviste importancia en tanto que simboliza  la materialización de la indisciplina juvenil y la vida de ese cuerpo se vuelve poder para quienes tienen como objetivo administrar la vida. Para Foucault, la vida en cuanto tal, como proceso biológico comenzó a ser gobernada y administrada políticamente desde inicios del siglo XIX, sin embargo la concentración del derecho del Estado moderno para dirimir sobre la vida y la muerte de sus ciudadanos, ha quedado brutalmente expuesta en las experiencias históricas de los regímenes de facto.

“La politización de la vida como tal (zoé), constituye el acontecimiento decisivo de la modernidad”(Agamben:2005) que ha terminado por rutinizarse hasta convertir el cuerpo humano, al ser viviente, en una zona de indefinición entre lo publico y lo privado.

La imposibilidad de gobernar los cuerpos juveniles provoca la aplicación de la mano dura que se manifestará en el encierro y exterminio de estos cuerpos como factor de eugenesia  o ”limpieza social”[2] sumado a los discursos sobre la vigilancia y el control panóptico de las prácticas juveniles, discursos que dejan de visualizar a los jóvenes como “rebeldes” para calificarlos de “peligrosos”: será necesario controlar sus cuerpos como prueba de la imposibilidad de dominar su pensamiento.

Es en el cuerpo donde se materializa ese pensamiento que no se consigue controlar, cuerpo que exige una vigilancia fundamental para la instauración del orden social. Se trata de cuerpos ingobernables, en la medida en que han sido  abandonados por la mano protectora de la sociedad, que se ve “traicionada” por unos padres y un ambiente que por su misma condición son incapaces de socializar adecuadamente a los niños y jóvenes. “Tras ese imaginario socialmente construido, se oculta la idea-valor del sometimiento y la domesticación paulatina de los cuerpos ciudadanos y el papel que se le otorga a la familia”(Reguillo Cruz:2006, 79).

El cuerpo guarda su centralidad pero lo hace  en calidad de campo de batalla, en la lucha el cuerpo es uno mismo y es poner el cuerpo, el arma para rebelarse.

“Pensar el cuerpo es, entonces, internarse en un territorio en el que se ha ido forjando la trama profunda de nuestra historia, es descubrir el otro rostro de un proyecto de nación que desplegó sus terribles cuotas de barbarie allí donde precisamente venia  a consolidar su modelo civilizatorio”(Forster:2003, 283).

 

 

LA PARTICIPACION JUVENIL:

 

Los jóvenes han sido  protagonistas indiscutidos de las últimas décadas de la historia del siglo XX. Se habla de una “invención de la juventud”(Kriger:2012).

Su irrupción en la escena pública contemporánea de América Latina puede ubicarse en la época de los movimientos estudiantiles de finales de la década de los sesenta. Aunque en ese entonces fueron más propiamente pensados como “estudiantes”, empezaba a ser claro que un actor social que tendía a ser visto con temor o con romanticismo y que había sido “construido” por una pujante industria cinematográfica como un “rebelde sin causa”, afirmaba, a través de sus expresiones, una voluntad de participar como actor político.

“Para el rebelde son indispensables dos cualidades. Rechaza dejarse prescribir las leyes del poder, ya sea que usen la propaganda o empleen la violencia. Su decisión es defenderse” (Jünger: 1963,22). Aquello que los rebeldes han tenido en común en todos los tiempos “es el hecho de haber descubierto, por diversas vías, una incompatibilidad absoluta entre su propio ser  y el mundo en que les tocaba vivir”(Jünger:1963, 24).

Los años sesenta y setenta fueron tiempos donde la política se identificó con la juventud, en la Argentina y el mundo. Los jóvenes irrumpieron en un espacio público tradicionalmente adulto trastocando las relaciones de poder vigente.

De manera enfática, los movimientos estudiantiles vinieron a señalar los conflictos no resueltos de las sociedades “modernas” y a prefigurar lo que sería el escenario político de los años posteriores.

Cuestionarán los regímenes impuestos y heredados como naturales, rompiendo los muros que aíslan a los sujetos y privatizan los derechos, ampliando las posibilidades de vida mediante el establecimiento de vínculos que van más allá de la razón al constituirse por fuera del dogmatismo característico de los espacios cerrados de la política, de los que tradicionalmente los jóvenes habían sido expulsados en función de su supuesta irreverencia.

El ser concientes del potencial crítico  de estos sectores debió incidir necesariamente en su disciplinamiento posterior y en la profundidad de proceso expropiatorio confiscador de sus cuerpos y la apropiación de lo que constituye el “botín” que simboliza  su continuidad corpórea: los hijos nacidos en cautiverio.

Nace un emboscado…Pero no hay salida posible para el “emboscado él está totalmente decidido a ofrecer resistencia y se propone llevar adelante la lucha, una lucha que acaso carezca de perspectivas, pero es una lucha espontánea ya que el emboscado posee una relación directa con la libertad. Su resistencia es absoluta. [3],

Pero ésta característica no es exclusiva de los jóvenes, por eso debería pensarse la juventud como una categoría construida que no es neutra ni alude a determinado tipo de esencia. Las categorías son productivas y dan cuenta de la manera en que las sociedades perciben  y valoran el mundo y a sus actores sociales, éstas “como sistemas de clasificación social, son también y fundamentalmente productos del acuerdo social y a su vez productoras del mundo” (Reguillo Cruz:2006, 29). Es por esto que el concepto de juventud  debe ser trabajado en plural junto al de generación, entendiendo que no se trata de un grupo delimitado y concreto, sino más bien de una conexión, de una “situación generacional” que consiste en “estar expuesto a ciertos fenómenos socioculturales similares” en un momento dado” (Vommaro:2012, 6). Esta construcción socio-histórica cultural y situada permite pensar  los sujetos juveniles a partir de la “coexistencia de diferentes generaciones en un mismo tiempo y en un mismo espacio histórico” (Vommaro:2012, 7).

 

 

La ausencia de las presencias

 No hay derecho que no se escriba sobre

 los cuerpos. -  Michel de Certeau-

 

La presencia masiva de jóvenes y estudiantes universitarios entre la población aniquilada, durante esta etapa histórica, remite a un campo de reflexión directamente relacionado con la interrupción de los procesos de aprendizaje y cambio social. Se trata de dos segmentos sociales tradicionalmente ligados a posiciones contestarias,  por una parte, el ser joven refiere a una etapa vital en la que el proceso de disciplinamiento social no está consolidado y donde aparecen resistencias a la mansa aceptación del orden establecido.

A su vez, el ser estudiante (secundario o universitario) implica una condición transitoria, donde tanto el origen como el destino sociales son todavía ambiguos, y donde la especificidad está definida por el momento presente: a través de la educación no sólo se aprende el orden jerárquico dominante, sino también su propia crítica.

De allí que, como tendencia histórica reiteradamente verificada en los 60 y en los 70, en nuestros países y en el mundo, la presencia estudiantil siempre garantizó el mantenimiento de una iniciativa en las luchas [4].  Esta fuerza de carácter popular  no sólo se caracterizaba por incluir grupos con alto nivel de instrucción, muy por encima de la media social, sino que también se caracteriza por su edad promedio.

“Pero  en la noche más oscura de nuestra historia, con la dictadura, la relación entre juventud y política se transformó. El Estado en manos de los poderes más siniestros hizo de los jóvenes las nuevas impersonas: los desapareció” [5].

El poder dictatorial había sentenciado la expulsión de los elementos “subversivos”, el arrasamiento de sus derechos políticos, civiles y de sus derechos naturales a la vida y a perpetuación de la especie, iniciando así el proceso de despersonalización, de expropiación de la condición humana. En el número en lugar del nombre, se plasma la cosificación, el sujeto deja de ser humano para ser “algo” que no obstante es conciente y sufre por la pérdida de dignidad de su cuerpo cultural a la par que siente deteriorarse su cuerpo natural en el encierro,

El cuerpo es retirado literal y simbólicamente de su espacio habitual. Al “detenido” se lo “suspende”, se le interrumpe el curso natural de la vida, se lo aísla de la sociedad y de su familia, se lo encierra. Los centros clandestinos de detención funcionan como espacios donde se produce el tratamiento. El cuerpo humano es convertido en objeto, allí se lo cura, vigila, castiga y reforma,  sufrirá una  inscripción disciplinaria en nombre de la irracionalidad organizada.

El cuerpo marca una experiencia auténtica a través del dolor, el dolor colorea toda la experiencia del mundo sin dejar nada de lado. La conciencia se descubre encerrada en las fronteras de un cuerpo en cuyo reconocimiento fracasa, pero que le impone su presencia. La aparición del dolor es una amenaza temible para el sentimiento de identidad. El dolor infligido al individuo desprotegido es un medio de gobierno del otro, de dominio sobre su comportamiento, si no sobre su conciencia. La asociación del dolor y la falta se vuelve aquí una caricatura. Toda trasgresión del código moral implica, por parte de los representantes de la ley, el reparto de un dolor dosificado, en principio, de acuerdo con la importancia de la falta cometida .El dolor administrado es castigo, marca en la carne el defecto moral, sanciona la conducta errónea (Le Breton:1999). La imposición del dolor como forma privilegiada del castigo es el frecuente reino de lo arbitrario. La tortura es la práctica del horror, ella tiene como función inscribir la corrección operada en la memoria.

Se convierte el sufrimiento en modo de control político. “Por la imposición de un dolor que no tiene otros limites que la imaginación de los torturadores, apunta a quebrar el sentimiento de identidad de la víctima para conducirlo a revelar secretos, provocar la admisión de la culpa que conlleva un compromiso político o moral. La imposición del dolor y de la humillación” (Anguita-Caparros: 2006), persigue una lógica de anulación de la víctima.

El ejercicio absoluto del poder contra los representantes de la sociedad civil es una metáfora de la extensión del poder sobre el cuerpo del hombre y el cuerpo social en su conjunto (Le Breton:1999, 248). Es el dolor infligido  el que “sanciona una opinión política, una manera de ser, una condición social o cultural unas relaciones percibidas como “culpables”. La falta se sanciona con un sufrimiento dilatado durante días, semanas o meses. El dolor físico altera los fundamentos de la identidad, al abrir dentro del cuerpo la brecha permanente del horror provoca la implosión del sentimiento de identidad, la fractura de la personalidad (Le Breton:1999, 252). Así las víctimas de la represión ilegal quedaron ubicadas en un escenario impreciso entre la vida y la muerte, desapareciendo los cuerpos también  desaparece su identidad y su condición de victimas.

Por eso, la historia argentina nos enfrenta a la difícil situación de alimentar la memoria con una figura extraña: el cuerpo de los desaparecidos. No podemos decir que estén vivos,  porque no los vemos, pero tampoco podemos decir que estén muertos ya que faltan sus restos como prueba de realidad. No se trata sólo de una evidencia material: desde siempre los hombres han necesitado alguna forma de ritualizar la muerte, es por ello que el cuerpo, una vez sin vida, sigue teniendo valor simbólico.

Sin embargo, no hay cuerpo, no hay muerto, no hay ritos, no hay tumba ni lugar identificable. Hay vacío. El poder, monopolizó no sólo el crimen, esto es su derecho sobre  la vida o la muerte,  sino también se encargó de apoderarse del cadáver. Así “lo que está en juego es el estatuto de la condición humana, la identidad de la especie. Es la condición humana aquello que se vulnera y trastorna cuando se comete el crimen contra la humanidad…el crimen contra la humanidad es especialmente terrible porque vulnera y trastorna la condición humana….el concepto que fundamenta esta noción…implica la condición de exclusión de la especie humana. La privación de sepultura es un aspecto integral y consecutivo del acontecimiento (Kaufman:2011).

Pero el acontecimiento recuperado  puede ser leído de manera literal [6] o de manera ejemplar. Esto significa no negar la singularidad del suceso, y utilizarlo una vez recuperado, como una manifestación entre otras de una categoría más general, y “me sirvo de él como de un modelo para comprender situaciones nuevas, con agentes diferentes. La operación es doble: por una parte como en un duelo neutralizo el dolor causado por el recuerdo, controlándolo y marginándolo, pero, por otra parte – y es entonces cuando nuestra conducta deja de ser privada y entra en la esfera pública- abro ese recuerdo a la analogía y a la generalización, construyo un exemplum y extraigo la lección” (Todorov:2008, 51). El pasado se convierte por tanto en principio de acción del presente y esto permite ser con aquellos otros que coexisten conmigo y formamos parte de un entramado social intergeneracional.

La memoria ejemplar generaliza, aunque de manera limitada, no hace desaparecer  la especificidad de los hechos, solamente los relaciona entre sí estableciendo comparaciones que permiten destacar las semejanzas y las diferencias, no obstante, este es el primer paso hacia la construcción de un colectivo social (Todorov:2008).

“La ambiciosa punición infligida a la imaginación utópica crea y recrea su imagen de ausencia, alrededor de esta figura vacía de la desaparición, que no tiene relación con los muertos en cuanto los excede. Así la desaparición es un exceso, pero como tal imperdonable. Porque suspende el tiempo. Sus efectos son prolongados y se destinaron a mantener lo irreparable de la pérdida” (Kaufman:1996, 9).

 

 

La presencia de las ausencias

Un fantasma no muere jamás, siempre está  por

 aparecer  y por (re)aparecer”. -Jacques Derrida-

 

La memoria reemplaza la existencia de las voces y los cuerpos.

Las ausencias se manifiestan y  transmutan en presencias, entonces: aparece “el espectro”.

Este “espectro se convierte más bien en cierta “cosa” difícil de nombrar: ni alma ni cuerpo… No se sabe: no por ignorancia, sino porque ese no-objeto, ese presente no presente, ese ser-ahí de un ausente o de un desaparecido no depende ya del saber….No se sabe si está vivo o muerto. He aquí algo innombrable…este “algo” que nos mira  viene a desafiar tanto a la semántica como a la ontología” (Derrida:1995, 20).

Lo espectral no es. “Incluso y sobre todo si eso, que no es ni sustancia ni existencia, no está nunca presente como tal” (Derrida:1995, 12).

Esto exige la terrible lección de aprender a vivir entre y con los fantasmas. De esta forma, “no hay ser con el otro, no hay socius sin…el ser con los espectros. Y ese ser con los espectros sería también…una política de la memoria, de la herencia y de las generaciones” (Derrida:1995, 12).

Ser con los espectros… Pero cómo convivir con ellos.

Cómo asimilar su presencia. Cuáles son los modos que una sociedad construye esta convivencia. “La ausencia imposible del cuerpo, la sustracción, las impersonas, son objeto del campo de batalla….”(Kaufman:1996, 8) y el  duelo consiste siempre en intentar ontologizar restos, en hacerlos presentes en primer lugar en identificar los despojos  y en localizar a los muertos. “Es necesario saber. Es preciso saberlo. Ahora bien, saber es saber quién y dónde, de quien es propiamente el cuerpo…es preciso saber quién está enterrado y dónde – y es preciso (saber… asegurarse de) que, en lo que queda de él, él queda ahí” (Derrida:1995, 23) para que no se realice una “apropiación más, a saber ¡un cuerpo! Una carne….Para que haya fantasma, es preciso un retorno al cuerpo, pero a un cuerpo más abstracto, a un cuerpo social” (Derrida:1995, 144).

Pero cómo ubicar el cuerpo del desaparecido, ni vivo ni muerto, en una unidad compleja que incluye a la muerte en la vida y da vida a la muerte?

Inicialmente eran espectros, fantasmas pero posteriormente comienza el proceso de encarnación. En un principio son simbolizados con los pañales con que las madres cubrirán sus cabezas para identificarse, después los pañuelos tendrán bordados los nombres de esos hijos ausentes siempre presentes, en este punto la identidad se funde en una sola y única, la existencia se sustituye por el nombre, la voz reemplaza al cuerpo.

En el intento de enunciación y humanización, serán las siluetas idénticas e impersonales las que permiten que uno se identifique con todos, hasta llegar a las fotografías con las imágenes de sus rostros eternamente jóvenes con las que la plaza se llena los jueves en las marchas,  fotografías  que también aparecen periódicamente recordando los años de presente ausencia[7] y que intentan echar luz sobre los eufemismos inventados por la dictadura militar en la figura del desaparecido. Actualmente la inmensa bandera nacional cubierta con todos aquellos rostros que una vez más confirman su presencia, permite que, través de lo simbólico, se recuperen aquellos nombres propios. 

Tal fue el proceso de humanización que  se produjo como resistencia al intento de borrarlos literalmente, restableciendo a los desaparecidos  su dignidad humana. La imagen presentiza la ausencia y posibilita la memoria del futuro “La vida ha sucumbido ante la muerte, pero la memoria sale victoriosa en su combate contra la nada”.(Todorov:2008, 27).

Los reclamos siguen los circuitos de los lazos de sangre y, son las metáforas familiares, las que le otorgan legitimidad ensamblando los discursos de política y biología que se entretejen entre el imaginario familiar y las  representaciones políticas.

Será precisamente desde este lazo que se  articularán las estrategias de memoria a la vez que se perfilan núcleos narrativos para los linajes de sangre que se intentaron cortar por la violencia homicida [8]. El parentesco y sus principios normativos aparecen en la base de la interpelación al poder: “si el estado, el gran padre de la ley, desplegó su potencia criminal dentro de una jurisdicción, que la lógica misma de su función manda a proteger, como es la familia, es desde este núcleo que, como contrapartida, debían salir las voces de distintas generaciones para denunciar los crímenes del poder e interpelar a las instituciones de las cuales son, en cierto modo, sus huérfanos” (Amado:2003, 3). A su vez este mismo acontecimiento los convierte en guardianes de su memoria, en los hablantes de quienes ya no pueden hablar.

Los familiares de las víctimas, asumen en este sentido, un desafío profundamente político al demandar a las instituciones en nombre de la memoria, expresan su reclamo en nombre de los vínculos de parentesco, de una genealogía filiar en la cual lo social y lo histórico no pueden disociarse: el cuerpo físico lastimado es símbolo del cuerpo social alterado.

Se entrelazan las filiaciones biológicas, sociales y políticas. La filiación es sobre todo una institución de esencia política, en tanto otorgadora de lugares, de posiciones, en la trama familiar y social. Ahora, madres, abuelas, hijos y hermanos como deudos de aquellos miles que el asesinato suprimió de sus linajes, enuncian esta ruptura a modo de desafío al mandato, alterando metafóricamente sus vínculos en el orden de sucesión salteando la prescripción legitimada para la secuencia filiar. La genealogía  como análisis de procedencia, se encuentra  en la articulación del cuerpo y de la historia (Foucault: 1997).

El patronímico ficticio impuesto, altera la construcción de las memorias familiares, interrumpiendo la cadena genealógica. “Madres paridas  por hijos que han sido desaparecidos. Padres paridos por los hijos vivos”(Amado:2003, 6). Esta certidumbre invierte la escala generacional [9] y borrados el espacio y el tiempo, nuevamente, cuerpos y lugares se vuelven uno, en palabras que funden nuevas representaciones para rehacer las huellas de los vínculos que intentaron deshacer en su desaparición y la política de recuperación de identidades se inscriben en este orden de restauración [10].”Los familiares se convierten en referentes de las identidades sustraídas” (Kaufman:1996) para emprender la reconstrucción de la memoria genealógica (Candau:2002, 53).

A diferencia de ella,  la “memoria generacional” trabaja en dirección horizontal y vertical, de modo, que  sustenta la conciencia de pertenecer a una cadena de generaciones sucesivas de la que el grupo  o el individuo se siente en mayor o menor medida heredero. Es la conciencia de ser continuadores de sus predecesores, se trata de una memoria intergeneracional que no tiene vocación de transmisión: pertenece a los miembros de alguna generación dada que se autoproclama como guardiana y no establece un vínculo puramente biológico, sino que también intervienen criterios sociales y políticos (Candau:2002, 54).

Esta memoria generacional consolida las permanencias que abonan la memoria colectiva que posibilita la existencia de un  pasado en continuo presente que no será totalmente desconocido por los jóvenes que a partir del debilitamiento del Proceso de Reorganización Nacional, recuperan la acción de los centros de estudiantes tanto en las universidades nacionales como en las escuelas secundarias. La idea era “dejar atrás… al sujeto pasivo y obediente que el proyecto dictatorial habría intentado forjar” (Nuñez:2012, 10), elemento que no se condice con la construcción de la imagen adultocéntrica de una generación “despojada de toda potencia transformadora”(Kriger:2012, 13).

Pese a ello, devienen  acciones colectivas de nuevos grupos intergeneracionales que  deciden actuar juntos en la creación de disidencias y resistencias, visibilizar una trama de historias que configure un nosotros polifónico, deslegitimando el lugar común de la subordinación y el olvido al  desinstalar,   tanto en la esfera pública como cotidiana, el imaginario de la pasividad juvenil.

A mediados de la década de los años noventa un grupo de jóvenes irrumpió en la escena política argentina. No eran numéricamente significativos pero sus voces consiguieron hacerse escuchar nuevamente. Insistían con el reclamo de justicia por las  violaciones a los derechos humanos y reivindicaban la militancia política de los años setenta. Se trataba de la agrupación H.I.J.O.S.[11] que reunía  hijos de desaparecidos, asesinados, ex presos políticos o exiliados por la represión durante la última dictadura militar.

Nacidos, la mayor parte de ellos, en los años previos o inmediatamente posteriores al golpe del 76, tenían a mediados de los años noventa la edad en la que comienza a plantearse la militancia política o social como una alternativa posible. Por otro lado, el hecho de aproximarse a la edad que tenían sus padres en el momento de la muerte o desaparición también tuvo un fuerte efecto movilizador sobre estos jóvenes [12].

A esto también contribuyó el  contexto político de la época ya que, durante la primera mitad de la década del noventa, el tema de la violencia del terrorismo de Estado no había ocupado un lugar relevante en la agenda pública,  1995 fue un punto de inflexión. En los meses previos a la formación de la agrupación, varios represores habían confesado públicamente sus crímenes amparados en la impunidad que le otorgaban ciertas leyes. Por su parte el Jefe de Ejército realizó una autocrítica  institucional en la que reconoció públicamente que se habían cometido errores en el pasado. Estas declaraciones contribuyeron a reinstalar el tema de las violaciones a los Derechos Humanos y crearon un espacio propicio para la expresión de nuevos actores. En este contexto, los jóvenes vuelven a hallar un terreno moralmente fértil para entrar en escena, obtener reconocimiento y ganar legitimidad (Bonaldi:2006), sus integrantes lo viven como algo reparador, como un poner las cosas en su lugar, comenzar a recuperar definitivamente  la presencia de aquella  generación diezmada. Nuevamente los lazos de filiación[13] actúan como  herramienta de identificación y es en nombre de los cuerpos desaparecidos dos décadas atrás que se levantaban las reivindicaciones dando voz a quienes hicieron callar como paso inicial en el restablecimiento del equilibrio perdido.

Los jóvenes reaparecen definitivamente en la escena política redescubriendo un lazo que existía desde antes. “la memoria produce también el placer de la comunidad como algo más amplio que uno mismo, un sentido de confraternidad intacta a través del tiempo y el espacio” (Bonaldi:2006,148), es la “memoria generacional” quien permite instituir estos vínculos.

 

 

Por las ausencias y las presencias

Dar cuenta de la memoria en relación a lo no redimido

es una tarea del presente.- Alejandro Kaufman-

 

Será a partir de la última década, que  las prácticas y discursos de los jóvenes resignifican el lugar que tradicionalmente se les había asignado en la política y lo político.

Los jóvenes como protagonistas de los acontecimientos frente a los cuales han decidido actuar  como sujetos con experiencias, conocimientos, discursos y prácticas legítimas capaces de interpelar y reconfigurar los sistemas de orden que los preceden.

En el actual momento histórico, “la política es contraria a la violencia, que para ellos se instaura en las relaciones humanas como forma de control o sometimiento”(Alvarado:2012,8). Reconocen que la política es la vida misma y por tanto deber ser comprendida y practicada como libertad y pluralidad, politizándose así las relaciones cotidianas.

 “Su sentido de lo político no sólo se queda en la palabra y la acción, sino que también se expresa, se vive y se narra en el cuerpo como un espacio vital de reconfiguración del poder, mediante el cual interpelan las inequidades, imposiciones y violencias de un sistema vertical que busca disciplinar los cuerpos para someterlos y homogeneizarlos…aquí aparece el cuerpo como un elemento constitutivo de la expresión de lo político, al ser considerado como territorio de poder y paz, lo cual a su vez nos habla de una política de la vida y de lo cotidiano que reclama la presencia de un sujeto que no es sólo razón…la política adquiere un sentido para ellos cuando atraviesa todas las dimensiones de su ser, cuando es encarnada en un cuerpo vivo que expresa”(Alvarado:2012,8)

La noción de política desde la que se mueven, potencia la “enteridad” del sujeto individual y colectivo, buscan la expansión de las capacidades y la creación de oportunidades reales para acceder a derechos, recursos y servicios que mejoren sus condiciones físicas y simbólicas de vida.

Reaccionan frente a acontecimientos que se ligan a los contextos más próximos a los sujetos, aquellos que se viven en el barrio, en la comuna, en la ciudad y que afecten directa o indirectamente al cuerpo y la vida cotidiana de los sujetos (Alvarado:2012). Más preocupados por poder resolver en el corto plazo que en pensar grandes cambios colectivos, la participación se hace a partir de situaciones concretas, donde pueden modificar algunos aspectos de su mundo antes que pretender modificar cuestiones macro-estructurales(Vommaro:2012).

“Por fin ser joven y político es una fórmula  vital posible, donde conviven conflicto y lucha pero ya lejos del peligro de la represión…de la muerte” (Kriger:2012,14).

La vida ahora es la protagonista. Hoy los Derechos Humanos son política de Estado y esto, permite la rehabilitación de lo político “porque asegurar el juicio y castigo de los filicidas de la juventud de los 70, significa crear las condiciones y garantías para  que los jóvenes de hoy pueden ejercer sin miedo su derecho a participar políticamente”(Kriger:2012,15).

Las nuevas generaciones en movimiento buscan producir un nuevo relato, pero en lugar de distanciarse de las viejas generaciones con las que establecían identidades a partir de la diferencia, logran construir legitimidades  atravesadas por la memoria generacional. Podría pensarse en un pasaje de postas intergeneracional, aquella generación revolucionaria, que cuestionaba el mundo adulto a partir de rupturas simbólicas, deja paso a las nuevas generaciones con las que establecieron una continuidad, ellos son quienes le devuelven la visibilidad a la generación desaparecida[14] al devolverles sus rostros, sus nombres y reivindicar su lucha.

Pero no para todos, los jóvenes han dejado de ser “peligrosos” y la lucha por la transformación de la realidad, sigue exigiendo “poner el cuerpo” como sujeto político.

Los cortes de ruta, la toma de  escuelas, la ocupación de fábricas, no podrían producirse sin irrumpir en el lugar, sin colocar el propio cuerpo como bastión de la batalla, que una vez más será convertido en víctima sacrificial.  También esto se mantiene constante, la lucha de alguna manera u otra siempre ha tenido costos para los mismos sectores en desventaja, de qué otra forma podría leerse la continuidad de mártires como Santiago Pampillón (1966), Adolfo Cepeda (1971), Maximiliano Kosteki y Darío Santillán (2002),  Mariano Ferreira (2010), los miembros del MOCASE [15],  Cristian Ferreyra y Mariano Galván?

“El sujeto político es un ser de carne y hueso, con cuerpo, emoción y razón, cuya conciencia y posición política se construye en sus interacciones, es capaz de dudar de  las certezas del mundo instituido y de los lugares y funciones destinadas para crear un pensamiento propio- auténtico un ser al que le importa la vida y que mueve sus limites para traer al mundo lo que está en potencia en lo instituido…es aquél capaz  de actuar colectivamente en pos del mejoramiento y transformación de las condiciones de vida físicas y simbólicas en las que acontece la vida social, es aquel que se identifica con otros, se sabe históricamente , se reconoce como indeterminado y puede sentir con otros, es un sujeto que rompe los muros de la individualización y la privatización de los derechos, para asumir su lugar como creador de la realidad y como parte de un territorio en movimiento”(Alvarado:2012,16).

Las protestas combinan un modo de participación distinto al de otras generaciones y la deslegitimación de la violencia sea quizá su mayor contraste. Para los jóvenes de hoy, la   violencia ya no es una opción posible, si embargo la juventud sigue  transitando “entre la muerte y la vida”(Kriger:2012,13), acalladas sus voces, paralizados sus cuerpos, nace el mártir, la muerte se convierte en símbolo.

Considerar la participación de los jóvenes desde esta mirada, no invalida la necesidad  de reconocer las especificidades propias de los contextos históricos, ni tampoco las particularidades  de los distintos momentos  en los que se desarrollan las prácticas sociales y políticas de las distintas generaciones, este fue sólo un intento de reafirmar un punto de encuentro que trascendiese las distintas generaciones: la toma de conciencia de ser agentes de un futuro más promisorio.

Notas

 

[1]  Voz impersonal del verbo que denota acción  o estado durativo, la acción transcurre en el tiempo del hablante.

 

[2] El Proceso de Reorganización Nacional esgrimía entre sus argumentos  la metáfora organicista  de la sociedad enferma. Este todo social estaba tomado por el cáncer que como enfermedad social corroía el tejido de la sociedad, de esta forma la extirpación de las células enfermas, impediría la formación de metástasis en el cuerpo social.

 

[3] Para Ernest Jünger el “emboscado” es  el privado de patria por el gran proceso y transformado por él en un individuo aislado, que acaba viéndose entregado al aniquilamiento. Este destino podría ser el destino de muchos y aún el de todos.

 

[4] Todos los movimientos de masa conocidos como “azos” ocurridos hacia fines de los sesenta, como: el Cordobazo, Rosariazo, Vivorazo, incluyeron la presencia de estudiantes con un fuerte  papel protagónico.

 

[5] El 74% de los  prisioneros desaparecidos denunciados, tenían 30 años o menos y de estos la mitad oscilaba entre los 21 y los 25 años. Datos tomados de: Inés Izaguirre, Los desaparecidos: recuperación de una identidad expropiada.  pág. 50.

 

[6] Parta Tzvetan Todorov, la memoria literal es aquella que preserva  un segmento del pasado en su literalidad permaneciendo intransitivo, no conduciendo más allá de la persona misma.

 

[7] Estos avisos recordatorios con la fotografía de los rostros siempre jóvenes de los “desaparecidos”, su fecha de nacimiento y de secuestro aparecen diariamente publicados en Página/12. Esto también podría se considerado como expresión de la deuda simbólica que todavía hoy se mantiene.

 

[8] En los primeros meses de su formación, la agrupación H.I.J.O.S. comenzó a publicar un boletín de circulación interna bajo el nombre  de “El Ombligo”, título por demás significativo y simbólico.

 

[9] “para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él”  cita  de la carta que el poeta Juan Gelman escribe a su nieta antes de su encuentro y reconocimiento de su legítima identidad.

 

[10] En los relatos de las abuelas hay un énfasis común y reiterado en la simetría de los rasgos físicos, en el rastro físico corpóreo del vínculo de sangre. El cuerpo en su carácter  biológico actúa  otorgando una continuidad virtual de la vida de los desparecidos en sus descendientes.

 

[11] Significa:”Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio.

 

[12] A diferencia de lo que ocurre en situaciones “normales” donde los hijos crecen viendo envejecer a sus padres, los hijos de desaparecidos tienen una imagen de sus padres que surge de las fotografías que atesoran de ellos y en tal sentido es una imagen que está congelada en el tiempo.  La edad de sus padres al momento de ser secuestrados o asesinados constituye un hito, una marca que los hijos siempre tienen presente y con la cual no puede evitar compararse, en Bonaldi, Pablo: “Hijos de desaparecidos. Entre la construcción de la política y la construcción de la memoria”. 

 

[13] La organización HIJOS completa la acción reivindicativa de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, quienes se habían conformado en torno de la vinculación biológica o de sangre con los desaparecidos.

 

[14] Este principio queda claramente expresado en el proyecto patrocinado por la Comisión Provincial de la Memoria del que actualmente participan estudiantes secundarios bajo el nombre de Jóvenes y Memoria por la Verdad y la Justicia.

 

[15] Son las siglas de Movimiento Campesino de Santiago del Estero.

 

 

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*Reseña biográfica: Docente investigadora perteneciente al Departamento Epistemológico-Metodológico  de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Miembro del Instituto de Estudios Histórico Sociales  “Profesor Juan Carlos Grosso”. Desarrollo mi actividad docente en el dictado de las siguientes cátedras: Introducción a los Problemas Historiográficos, Introducción al Pensamiento Científico, Introducción a las Ciencias Sociales, Metodología de la Investigación I.

 

 

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