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Aletheia es una revista electrónica semestral sobre problemáticas de historia y memoria colectiva en torno al pasado reciente argentino y de las sociedades latinoamericanas, en sus aspectos sociales, económicos, políticos y culturales.

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La representación del pasado reciente argentino desde la derecha. Análisis de la construcción de la memoria del periodo 1973-1976 en el libro Nadie fue, de Juan Bautista Yofre

Aletheia, volumen 5, número 9, octubre 2014. ISSN 1853-3701

Di Palma/Artículo en PDF

Gustavo Alberto Di Palma*

CEA-UNC

2011. Río Segundo, provincia de Córdoba, Argentina

gustavodipalma43@gmail.com

 

 

 

 

Resumen

 A lo largo de los últimos años se profundizó en Argentina la discusión en torno a los usos del pasado y la representación de los imaginarios políticos mediante la construcción de la memoria. Este trabajo se inscribe en el marco de ese debate académico, cuya relevancia se asienta en que las operaciones de sentido que implican los procesos antes citados fueron el camino elegido para la legitimación del poder en la política del presente. En este caso se eligió analizar las claves que guiaron la resignificación de los hechos ocurridos en el periodo 1973-1976 en el libro Nadie Fue, escrito en 2008 por Juan Bautista Yofre, desde una perspectiva que propone una ruptura con el relato que reivindica la lucha armada planteada desde el campo popular para acceder al poder.   

 

Palabras clave

 memoria política, usos del pasado, lucha armada.

 

 Introducción

 

El papel de la política como instrumento productor de sentido se encuentra ampliamente reflejado en los procesos de resignificación del pasado reciente. Esas operaciones de sentido se instrumentan a través de la construcción de la memoria, que varía de acuerdo a los intereses de los actores que asumen la tarea de interpretar los hechos. La particularidad en estos procesos es que las claves que se dictan desde el ámbito del poder operan como elementos esenciales para imponer un relato predominante.

Mientras el saber riguroso busca acercarse lo más posible a la verdad, esa exigencia no se plantea para la memoria del pasado, que supone acordarse, tergiversar, silenciar o hasta inventar mientras se va construyendo la identidad de una comunidad (Romero, 2004). Esto lleva a que la memoria signifique, como señala Buffano (2005:20), “un instrumento que en la construcción histórica puede llegar a justificar el terrorismo de Estado, las prácticas políticas ilegales o cualquier otra actividad humana. En buena parte de los casos se intenta ganar la adhesión social a la propia memoria sectorial”.

El rol del Estado para estimular la indagación de los hechos del pasado reciente y la consecuente creación de espacios de debate es de absoluta importancia, a la vez que ayuda a legitimar el presente político mediante un determinado relato de esos acontecimientos. A partir del ciclo abierto en 2003, por ejemplo, el contexto político creado contribuyó a reforzar la idea de que las víctimas de la dictadura y la militancia de los años 60 y 70 ocupan el lugar de los ideales, la nobleza y la conducta heroica, por lo que la producción discursiva de las políticas de memoria tiende mayoritariamente a legitimar la conciencia militante de esa época y la acción política basada en la utopía revolucionaria. Pero en este punto es importante atender el aporte de Belvedresi, que tiene fuerte vinculación con la cuestión planteada en este trabajo:

 

Al mismo tiempo que se da la homologación entre víctima, sobreviviente y testigo, se produce otro movimiento: la exclusión de los testimonios de otros testigos, como el de los perpetradores, o el de los desaparecedores (usando la terminología de Pilar Calveiro) por ejemplo. Ambos movimientos deben ser analizados porque detrás de ellos podrían detectarse estrategias que, más que aclarar o facilitar el acceso al pasado reciente, pueden oscurecerlo, en la medida en que favorecen representaciones estáticas y de “buena conciencia” (al decir de Todorov), antes que una vinculación sincera y abierta  con él” (Belvedresi, 2009:146).

 

La idea antes expuesta pone en evidencia que la representación del pasado reciente sigue promoviendo el debate sobre los objetivos y responsabilidades de los sectores que se enfrentaron en la lucha armada, discusión que alimenta el periodista, escritor y ex funcionario Juan Bautista Yofre en Nadie Fue, cuyo relato del pasado reciente cuestiona la lectura y la construcción de la memoria colectiva dictada por el presente político. En los próximos párrafos se propone un análisis de la perspectiva ideológica desde la que se elaboró esa obra centrada en el periodo 1973-1976, los objetivos que se propuso el autor, los contenidos que desarrolla y los sentidos que transmite. 

 

1. Perspectiva ideológica

 

A continuación, se describen algunos datos sobre la trayectoria de Juan Bautista “Tata” Yofre y los antecedentes de la obra analizada, para comprender el marco ideológico que orientó la investigación desarrollada en Nadie fue:

 

-           El autor ejerció el periodismo en distintos medios de comunicación y también fue funcionario público: entre 1969 y 1972 trabajó en la Cancillería, durante el desarrollo de la dictadura militar conocida como Revolución Argentina (1966-1973); en 1989, al asumir la presidencia Carlos Menem, fue designado durante un año al frente de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), luego se desempeñó como embajador en Panamá y Portugal y finalmente volvió al país a mediados de 1993, para desempeñarse como asesor presidencial con rango de secretario de Estado hasta su renuncia a la función pública en 1998. Durante su trayectoria periodística pasó por las redacciones de la revista Somos (una publicación de la editorial Atlántida que apoyó las prácticas de la última dictadura) y el diario Ámbito Financiero (concebido por el periodista Julio Ramos como un instrumento de expresión de los sectores vinculados a la derecha ideológica).

-           El periodista Bernardo Neustadt, identificado como vocero de los sectores de la derecha, tuvo a su cargo el prólogo de la primera edición del libro.

-           La idea de publicar Nadie Fue surgió tras una serie de investigaciones realizadas por el autor para el diario Ámbito Financiero, con motivo de cumplirse los 30 años del último golpe de Estado (año 2006).   

En su relato, el autor trabaja sobre crónicas de la época, testimonios de protagonistas y documentos de la SIDE que estuvieron en conocimiento de Alejandro Agustín Lanusse, Héctor Cámpora, Raúl Lastiri y Juan Domingo Perón. A través de los informes de inteligencia, tiene la intención de demostrar que todos esos mandatarios estaban al tanto sobre lo que representaban las organizaciones armadas, sus orígenes, sus objetivos y sus instigadores.

A lo largo de la obra se pueden distinguir claramente cuatro ejes centrales que determinan el sentido de la investigación:

 

-        El fenómeno de las organizaciones armadas en Argentina es identificado como una consecuencia de la injerencia del comunismo internacional en el país. En ese aspecto, pone a la violencia política interna en el contexto de la conflictividad que se vivía en los tiempos de la Guerra Fría.

-        Justifica la respuesta militar como una acción para evitar la amenaza de la izquierda y su accionar “terrorista”.     

-        Reconoce la responsabilidad de Perón en la formación de una fuerza paramilitar (la Triple A) para depurar al movimiento justicialista de elementos “entristas”.

-        Señala el consenso inicial que tuvo el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 frente a la situación de anarquía y vacío político tras la muerte de Perón y durante el gobierno de María Estela Martínez Cartas, su viuda.

Yofre le asigna una enorme cuota de responsabilidad a la dirigencia política por los hechos que derivaron en el golpe de 1976, al considerar que no estuvo a la altura de las circunstancias y estaba más preocupada por sus propios asuntos que por el bienestar general. Considera que “al no encontrar soluciones nos llevaron a una situación ‘sin salida’ y de allí al abismo” (2008:8).

 

2. Injerencia del comunismo: Argentina en el marco de la Guerra Fría 

 

América Latina fue un espacio muy caliente durante la puja ideológica bipolar que caracterizó a la política internacional en las décadas del 60 y 70. En ese contexto, Yofre afirma que las acciones de los grupos guerrilleros argentinos estuvieron fomentadas por la injerencia comunista en el país, en particular del régimen cubano, por lo que enmarca lo que denomina “violencia terrorista” dentro de los conflictos originados en la Guerra Fría y considera los objetivos de la guerrilla como parte del proyecto de expansión del comunismo en el cono sur.

 Otro punto sustancial de la obra analizada es el énfasis puesto en el “entrismo” o infiltración del justicialismo por parte de elementos izquierdistas. Para Yofre, “el entrismo fue una de las maniobras más exitosas que la izquierda llevó a cabo para insertarse, descomponer y controlar al peronismo. Lo que no tuvieron en cuenta es que Perón no iba a aceptar esta forma de contrabando ideológico” (2008:21-22).

La intención de demostrar el vínculo existente entre el régimen de Fidel Castro y las organizaciones armadas, lleva al autor a remontarse a las primeras experiencias guerrilleras de la década del 60, como es el caso de la columna liderada por Jorge Ricardo Masetti (Operación Penélope, iniciada en el norte del país en 1963 y abortada por el ejército un año después). Según los testimonios y elementos documentales sobre los que se basa, ese habría sido un proyecto pergeñado en persona por el Che Guevara, porque el primer paso era Bolivia pero el “verdadero objetivo era la Argentina” (2008:16) (1). Informes de los servicios de inteligencia del Ejército respecto a la instrucción militar recibida por un importante grupo de argentinos en campos de entrenamiento guerrillero de Cuba, alimentan las afirmaciones que expone el autor.

Para poner en contexto la situación argentina durante el periodo 1973-1976, recuerda que en ese momento todos los países vecinos estaban bajo el control militar. De todas maneras, en ningún tramo de la obra alude a la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional, es decir, la política exterior implementada por Estados Unidos para América Latina en el contexto de la Guerra Fría, en la que el comunismo es identificado como el primer enemigo de cualquier país y se lo debe combatir internamente, situación que pone al ejército no solo como garante de la seguridad de las fronteras sino como fuerza para reprimir violentamente todo intento de cambio del sistema social.

Yofre identifica a las organizaciones que derivaron en la lucha armada como cuadros estrictamente militares que habían sido formados fuera del país con un claro objetivo: la toma del poder y la implantación de un régimen comunista. Su visión ideológica es simplificadora de un proceso mucho más complejo y esto lo lleva a minimizar la incidencia de los factores internos, como el clima de ebullición político-social y la conciencia militante que imperaban en ese momento dentro de la sociedad argentina.

Es necesario recordar que desde la década del 60 se expresaba en un amplio espacio social un intenso impulso guiado por el imaginario revolucionario, que planteaba la lucha del pueblo contra sus enemigos (encarnados por la dictadura inaugurada por Onganía y el imperialismo en 1966 y que se prolongó con Levingston en 1970 y Lanusse entre 1971 y 1973). Todas las acciones y movilizaciones que se sucedían alentaron a la militancia que pretendía darle una definición política, un programa y un plan de acción a ese “colectivo genérico”.

La militancia de esa época, que pretendía el desarrollo de un proyecto para una nueva sociedad, tenía distintas vertientes, según Romero (2003): algunos venían de partidos o fracciones de izquierda; otros hicieron un periplo desde la izquierda hacia el movimiento peronista; había algunos que representaban a sectores duros del peronismo; otros a fracciones del catolicismo militante; algunos tenían experiencia en grupos armados y otros comenzaban a hacerla, en coincidencia con el florecimiento de las organizaciones combatientes. Sobre las características de esos grupos, Romero explica:

 

Se trataba en su abrumadora mayoría de militantes jóvenes, más comprometidos con la movilización misma que con las teorías que la explicaban, y estaban prestos a cambiar de alineamiento, y de bagaje teórico, si la coyuntura mostraba que una tendencia o agrupamiento era más eficaz que otra (Romero, 2003:125).

 

 3. Respuesta armada contra la amenaza de la izquierda

 

Yofre divide la respuesta militar en dos fases. La primera como una reacción defensiva del propio peronismo contra la infiltración izquierdista a través de la Triple A y la segunda a través de la intervención directa de la institución militar.

El autor define el documento reservado del año 1973, al que considera el acta fundacional de la Triple A, como “un antecedente documental de los decretos que dos años más tarde involucraron a las Fuerzas Armadas en la lucha contra el terrorismo” (2008:45). El documento fijaba directivas para terminar con el “entrismo” de la izquierda en el peronismo, por lo que plantea que “a partir de ese momento los ‘espontáneos’ que operaban en nombre de la ‘ortodoxia’ contaron con un marco de referencia y ‘legalidad’ otorgado desde el más alto nivel del Estado” (2008:49).

Al describir la composición de ese grupo armado, identifica efectivos ligados al sindicalismo, la ultraderecha peronista, elementos retirados o exonerados del Ejército y las fuerzas de seguridad, simples malhechores y otros elementos que participaban por dinero. Pero una lectura atenta de sus expresiones, muestra al autor de Nadie fue casi a un paso de justificar la existencia de la Triple A:

 

Observando el clima de crispación de esos años, y sin que ello merezca exculpar sus actos aberrantes, dentro de las Tres A hubo mucha gente que no se sumergió en la clandestinidad ya que estaba convencida de estar librando una guerra contra fuerzas oscuras que intentaban desnaturalizar a la Patria, empezando por eliminar política y físicamente a Juan Domingo Perón (2008:53).

 

Yofre compara a esa organización con grupos parainstitucionales armados como la Mazorca, la Liga Patriótica, el Klan radical, la Legión Cívica, la Alianza Libertadora Nacionalista o los Comandos Civiles. No obstante, aclara que el contexto de los años 60 y 70 se caracterizó por “la agresión externa terrorista revolucionaria”, por lo que considera que “la Triple A constituyó el instrumento paralelo del gobierno peronista que se resistió a ser trasvasado ideológicamente y a ceder el espacio de poder disputado y ganado en las urnas” (2008:45).    

No obstante, en otro tramo de la obra alude al mismo grupo armado como “organización terrorista de derecha”, al referirse a una “denuncia militar” sobre esa organización que fue publicada en el matutino La Opinión. Aquí parece reactualizar la “teoría de los dos demonios”, asignándole al grupo armado paramilitar el mismo calificativo que a las fuerzas guerrilleras (2).

La segunda fase de la respuesta armada contra la guerrilla izquierdista fue la intervención directa del Ejército en Tucumán, que al ser ordenada por el gobierno es considerada por Yofre dentro de un marco de “legalidad”. La habilitación de la intervención militar en asuntos internos durante un periodo constitucional, con la que el gobierno de María Estela Martínez de Perón adscribió abiertamente a la Doctrina de la Seguridad Nacional, tiene como antecedentes normas que, como recuerda Romero (2008), también fueron impulsadas durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón y la presidencia de Arturo Frondizi (3).

Durante la confrontación de los años 70, la participación de los militares en las acciones contra la guerrilla ya se verificaba antes de ser autorizada el 5 de febrero de 1975 por decreto del Poder Ejecutivo. El autor lo admite al señalar que en los enfrentamientos con el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), varios meses antes de esa fecha, los efectivos de la Policía Federal contaban con “logística del Ejército” y “pequeños efectivos militares” (2008:98-99).

Para sostener su tesis sobre la penetración del comunismo internacional el autor señala que “el Ejército no sólo iba a combatir contra guerrilleros argentinos, sino también extranjeros” (2008:97). Según su investigación, las fuerzas del ERP en Tucumán estaban integradas por:

 

(…) unos pocos europeos y estadounidenses, pero la mayoría eran latinoamericanos pertenecientes al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Bolivia y el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MNL-T) de Uruguay. Todos ligados en la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR) (Yofre, 2008:97).

El autor de Nadie Fue señala que la acción guerrillera fue un plan coordinado a nivel regional. Como contrapartida, las cúpulas de los gobiernos dictatoriales de Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia, instrumentaron el plan Cóndor, en conjunción con la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos. 

La aparición en escena del Ejército con el “Operativo Independencia”, que un año después ejecutaría sus acciones sin ningún tipo de límites legales, comienza a dibujar el escenario de héroes y villanos planteado por el presente político en forma de conciencia colectiva de todo el pueblo. En la representación del pasado planteada por el autor de Nadie fue también hay héroes y villanos, pero su lectura del pasado reciente asigna a los actores de la lucha armada otros roles: el bien es el Ejército y el mal es la “guerrilla terrorista revolucionaria”.

Además de identificar al comunismo como una amenaza para el país, pone especial énfasis en describir la crueldad de las operaciones ejecutadas por las organizaciones armadas. Entre los hechos ocurridos en Tucumán antes de la intervención directa del Ejército en la lucha antisubversiva, describe el asesinato del capitán Humberto Viola y agrega que “en ese hecho asesinan también a su hijita y dejan gravemente herida a su otra hija, todo ante la señora embarazada  y los padres y abuelos de las víctimas” (2008:99). En otros pasajes del libro, el autor vuelve a señalar hechos similares al anterior, asignando a la guerrilla el rol de victimaria capaz de cometer las peores atrocidades frente a un Ejército que aparece en el papel de defensor de sus integrantes y de los ciudadanos.

Yofre apela también a la visión que tenían los propios integrantes de las organizaciones armadas para explicar la militarización que encerraban las ideas de transformación revolucionaria de la sociedad. Se vale para eso de las afirmaciones de Eduardo Anguita, periodista y ex miembro del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT-ERP):

 

Yo creo que particularmente el PRT, con la decisión de militarizar el espacio geográfico del país como Tucumán, se puso a la cola de uno de los peores defectos que podría tener la militancia revolucionaria en la Argentina, que todo terminara pasando por la evaluación militar (…) hubo un escenario, pequeño, grande, cada uno tendrá su valoración respecto del peso específico que tuvo, pero hubo un escenario bélico (Anguita, c.p. Yofre, 2008:96-97).

 

Un aspecto que se debe destacar sobre Nadie fue es que su autor cataloga como “terrorismo” a la acción de los grupos armados (haciendo especial énfasis en las organizaciones de ultraizquierda). Sobre esta cuestión, Pilar Calveiro aporta una definición muy valiosa para el análisis desarrollado en este trabajo:

 

El terrorismo se caracteriza por tratar de generar terror social con el objeto de producir una parálisis tal que le permita imponer una determinada política. Para ello desata actos de violencia que deben ser indiscriminados, de manera que cualquiera pueda sentirse blanco de los mismos.

El ataque a un enemigo de clase es la revolución, pero si ese “enemigo” es suficientemente difuso, la lucha en su contra puede alcanzar a cualquiera. Este es el instrumento privilegiado del terrorismo que se lanza de manera indiscriminada y hace blanco principalmente sobre la población civil (Calveiro, 2005:14-15).

 

A partir de ese argumento, Calveiro distingue entre “guerrilla urbana” y “terrorismo”, porque cree que considerar a cualquier accionar armado como terrorista es una forma de desechar, sin más trámite, a la mayor parte de los procesos revolucionarios de la historia y a muchas de las formas de resistencia. También afirma que “las organizaciones armadas argentinas no realizaron ataques indiscriminados contra la población civil” (2005:15), aunque la muerte de civiles en acciones que estaban dirigidas a objetivos del Ejército (y también se pueden incluir los atentados contra sindicalistas, por ejemplo), quizás le otorga a Yofre el argumento necesario para incurrir en generalizaciones y omitir la distinción recomendada por Calveiro.

Por otro lado, el sentido de la palabra “asesinato” que el autor de Nadie fue le da a las muertes ocasionadas por el accionar de la guerrilla, intenta desmitificar el carácter heroico que el presente político le otorga a la militancia revolucionaria. Autores como Franco y Levín dan sustento a la perspectiva planteada por Yofre, a partir del siguiente análisis:

 

Las frecuentes “simpatías progresistas” de los investigadores que se dedican a los años 70 pueden conducir a omitir  -involuntariamente- ciertos aspectos de la militancia de los 70 que interpelan sus propias convicciones personales. Así ¿por qué la muerte de Aramburu es un ajusticiamiento o simplemente una muerte y la de Rodolfo Walsh un asesinato? (Franco y Levin, 2007:60).  

 

4. La responsabilidad de Perón en la formación de la Triple A

 

La visión predominante de la historiografía contemporánea caracteriza al ex ministro de Bienestar Social José López Rega como mentor y responsable del surgimiento de la Alianza Anticomunista Argentina o Triple A, utilizando la estructura del propio Estado. Pero la revisión de los hechos del pasado reciente desde otra perspectiva señala a Juan Domingo Perón como autor intelectual de la banda de ultraderecha, tesis a la que adhiere Yofre apelando a distintos autores y remitiéndose al contenido del Documento Reservado (4).

Los que le asignan a Perón la responsabilidad por la creación de la Triple A incursionan en un territorio que muy pocos parecen dispuestos a indagar. Sobre el nudo gordiano de la historiografía peronista, Bufano (2005:21) se pregunta: “¿Qué ocurre cuando en la indagación de la historia se rozan íconos intocables, figuras emblemáticas ubicadas en el altar de los próceres de la Patria que deben ser protegidos de cualquier acto impuro?”. Y luego afirma:

  

La vinculación entre Juan Domingo Perón y el accionar de la Triple A es uno de los episodios más controversiales de los años setenta. Para salvaguardar la imagen del líder o evitar responsabilidades propias, esta cuestión fue relegada por buena parte de la militancia y la historiografía peronista (Bufano, 2005:20).

 

Uno de los autores que cita Yofre en su investigación es Miguel Bonasso, que en su libro El presidente que no fue reproduce un diálogo entre Perón y Oscar Bidegain en el que el ex presidente le manifiesta a su interlocutor: “Lo que hace falta es un Somatén” (5). El periodista, político y ex integrante de Montoneros asegura que “la sombra de aquella charla se extendería sobre los cadáveres que la Alianza Anticomunista Argentina sembraría en los bosques de Ezeiza (…) la idea de la Triple A no había nacido en la cabeza de López Rega, sino en la del propio Perón” (c.p. Yofre, 2008:41).

Pero esa no fue la única vez que Perón hizo pública su intención latente de responder por una vía extrema a las organizaciones armadas de izquierda, según se encarga de mostrar Yofre en Nadie Fue. El jefe del Movimiento Nacional Justicialista habló alguna vez sobre el “germen patológico que invade el organismo fisiológico, genera sus propios anticuerpos y esos anticuerpos son los que actúan en autodefensa”, mientras que al referirse a los “infiltrados” del movimiento, señaló en otra ocasión: “A Cuba le advierto que no haga el juego que hiciera en Chile, porque en la Argentina podría desencadenarse una acción bastante violenta” (2008:47).

Yofre también recuerda que el presidente interino Raúl Lastiri, bajo el conocimiento de Perón, dictó el decreto 1774/73 que prohibía cerca de 500 títulos literarios considerados subversivos, entre cuyos autores figuraban Mao Tse Tung, Lenin, Trotzky, Rosa Luxemburgo, Eduardo Galeano, Jorge Amado y el Che Guevara (2008:47). La identificación del marxismo como enemigo también aparece de manera contundente en distintos párrafos del denominado Documento Reservado, que el matutino La Opinión publicó en su momento bajo el título “Drásticas instrucciones a los dirigentes del movimiento para que excluyan todo atisbo de heterodoxia marxista”.

El Documento Reservado fue leído y distribuido, seis días después del asesinato de José Ignacio Rucci, durante una reunión que presidió el propio Perón cuando no había asumido la presidencia y en presencia de Raúl Lastiri (presidente interino), miembros del gabinete (entre los que se encontraba López Rega), gobernadores y vicegobernadores del peronismo. Según el análisis que Yofre encargó a un especialista en inteligencia militar, la descripción de la situación como “guerra” y el uso de la palabra “enemigos” (los militares usaban la palabra “oponentes”), le otorgan al documento aprobado por Perón el sentido que para el jefe del movimiento y los sectores ortodoxos tenía la confrontación con la izquierda.

La “obsesión de Perón era liquidar al Ejército Revolucionario del Pueblo” e incluso en diciembre de 1973 le ofreció a Rodolfo Galimberti (integrante de Montoneros), “conducir un grupo de represión ilegal contra la guerrilla marxista”, revela Marcelo Larraquy en El Brujo, la investigación que llevó a cabo sobre López Rega (c.p. Yofre, 2008:42). El dato parece contradictorio teniendo en cuenta el distanciamiento que ya para esa época existía entre Perón y los montoneros, pero Yofre le otorga verosimilitud al entender que Larraquy escribió una extensa biografía de Galimberti y pudo obtener  confidencias con mucha precisión por parte del dirigente montonero.

 

5. El consenso inicial para el golpe

 

Nadie fue hace hincapié en el vacío de poder y el aturdimiento que vivía la sociedad argentina en los meses, días y horas previos al derrocamiento de “Isabelita”. Para eso apela a las afirmaciones de intelectuales argentinos y medios de comunicación extranjeros que justificaban el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, a pocas horas de haberse ejecutado: Le Monde consideraba que “la intervención militar era deseada por grandes sectores de la opinión pública”; New York Times señalaba el hecho como “una bendición” y Ernesto Sábato aseveraba que “la inmensa mayoría de los argentinos rogaba por favor que las Fuerzas Armadas tomaran el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos”.

Yofre también cita el testimonio de la historiadora de Malagueño María del Carmen Ferreyra de Sanchez Bretón, que en su juventud había sido novia de Ernesto “Che” Guevara. En su narración ella recuerda que toda su familia estaba amenazada por la derecha que los llamaba “los sapos”, pero también por alguna organización guerrillera que no recuerda. Ferreyra recuerda que agradeció a Dios cuando se produjo el golpe y admite: “Nunca tuve una sensación de alivio más grande” (2008: 401-404). 

Otro de los elementos que señala para describir el clima imperante en aquel momento es una declaración firmada por Ricardo Balbín, Raúl Alfonsín, Arturo Illia, Carlos Perette, Eduardo Angeloz y Fernando De La Rúa, entre otros importantes dirigentes de la Unión Cívica Radical, principal partido de la oposición. Un fragmento de ese texto expresa:

 

La ineptitud presidencial y la falta de respuestas estabilizadoras y legítimas por parte del entorno, en medio de una realidad económica de improvisación inocultable y de una indisciplina social anarquizante, más la presencia de organizaciones para la subversión y la violencia que angustiaron al pueblo, abrieron el camino para que las Fuerzas Armadas ocuparan el poder (c.p. Yofre:2008).

 

El autor interpreta que, sin expresar un apoyo explícito a los militares, la declaración cuestionaba severamente al gobierno derrocado y reconocía a la violencia desatada como fundamento para una nueva intervención castrense. A esto suma la “bendición del exterior”, aunque destaca cierta cautela por parte de las altas esferas del gobierno de Estados Unidos respecto a las características del nuevo gobierno militar.

Es necesario señalar que en Nadie fue, Yofre no explora el comportamiento del Partido Comunista Argentino, que pese al ideal revolucionario de izquierda que expresaban las acciones de la guerrilla, no compartía la lucha armada y alentaba como salida al gobierno de Isabel Perón la consigna de un gobierno cívico-militar con sectores “democráticos” y “legalistas”, para desbaratar así la avanzada de sectores nacionalistas de tendencia autoritaria (Casola, 2010). Durante la última dictadura el PC mantuvo una actitud pendular, que iba entre la denuncia, la adaptación y la condescendencia, lo que algunos autores asignan a la influencia del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) haciendo pesar la relación comercial que unía a ese país con Argentina (Casola, 2010). Así, el país gobernado por los militares se ubicada en los foros internacionales al lado de Cuba, como países que tenían como aliado al gobierno soviético.

 

 6. A modo de conclusión

 

En la construcción de la memoria intervienen investigadores, organismos de derechos humanos e intelectuales, entre otros actores de la sociedad preocupados por encontrar la identidad de un pueblo. Esta tarea, que puede producir significados contrapuestos sobre los mismos sucesos, refleja la multiplicidad de puntos de vista expresados por los distintos sectores de la sociedad a partir de hechos, datos, testimonios, fechas o documentos.

El libro de Yofre cuestiona la forma de construcción de la memoria que adquirió estatus oficial a partir del año 2003. Desde esa perspectiva, se orienta a subsanar la exclusión de testimonios y protagonistas que observa en la visión predominante del pasado reciente.

Pero en esa tarea también comete el exceso de mostrar al comunismo como el mal absoluto que amenazaba al país, mientras los militares aparecen como el obligado y noble recurso para defender el estilo occidental y cristiano. El sesgo de esta versión sobre el pasado reciente llega hasta el punto que el autor, por momentos, parece legitimar la creación de la Triple A (o al menos la entiende como el inevitable resultado del “contexto de la época”).

Su visión pone a la lucha armada en Argentina dentro del marco de la conflictividad ideológica que caracterizó al mundo de los años 60 y 70. Esa perspectiva no es desacertada, pero excluye la incidencia de los factores domésticos como elementos esenciales para crear un caldo de cultivo a la conciencia revolucionaria de una sociedad que luchaba contra injusticias y regímenes autoritarios.

Como punto destacable, el autor indaga sobre la real responsabilidad que tuvo Perón en la espiral de violencia, cuestión sobre la que buena parte de la historiografía, más aún la de raigambre peronista y militante, evita profundizar. Asimismo, recupera un hecho que aparece como borrado en la representación del pasado a partir del presente político: hubo una sociedad, hubo intelectuales, hubo dirigentes políticos que deseaban que se terminara el gobierno de María Estela Martínez de Perón. Parece que la escasa distancia temporal no es un obstáculo para olvidar esa circunstancia.  

 

 Notas

 

(1) Dato que Yofre extrajo de Alarcón Ramirez, Dariel (1997), Memorias de un soldado cubano, Barcelona: Tusquets Editores, p. 109.

(2) La tapa del libro Nadie Fue muestra el despliegue de lo que es definido como “la pesada del ministro de Bienestar Social, con su grosera exposición de modernas y sofisticadas armas”, para agregar luego que “el matonaje, la impunidad, la muerte” constituían un signo de esa época.

(3) El primer antecedente de habilitación de la intervención militar en asuntos internos durante un gobierno elegido por la voluntad popular es la ley 13.234 de Organización de la Nación para Tiempos de Guerra, impulsada en setiembre de 1948 por el gobierno de Perón. Esa norma tenía como principal hipótesis de conflicto un eventual ataque exterior al país, aunque abría la posibilidad de que se estableciera la jurisdicción militar sobre civiles en situaciones de conflicto social, cumpliendo las Fuerzas Armadas funciones de represión interna.

Con sustento en esa legislación de 1948, el gobierno de Arturo Frondizi puso en ejecución el plan de Conmoción Interna del Estado (Conintes), a través de los decretos 2.682 y 2.683/1960 (Romero, 2008). Mediante esos dispositivos, se creó un esquema de áreas de defensa del territorio nacional bajo autoridad militar, las fuerzas policiales quedaron subordinadas operativamente a las Fuerzas Armadas para la ejecución de acciones de represión interna y se aplicó la jurisdicción militar sobre los civiles detenidos. Así los militares incorporaron la idea de que el conflicto peronismo-antiperonismo debía interpretarse como una versión local del conflicto comunismo-anticomunismo.

(4) De acuerdo al relato de Yofre, la idea de formar “escuadrones de la muerte” para liquidar a la “subversión de ultraizquierda” en algún momento rondó en la cabeza del ex presidente Alejandro Agustín Lanusse, aunque sus colaboradores le hicieron desechar rápidamente esa alternativa (2008:41). 

(5) Somatén es una institución catalana de carácter parapolicial. En sus inicios fue un cuerpo armado de autoprotección civil, separado del ejército, para defensa propia y de la tierra. Sus orígenes se remontan al siglo XII.

 

 Bibliografía

 

Belvedresi, Rosa. 2009. “Memorias en pugna y el pasado reciente”. En Mudrovic, María (edit.), Pasados en conflicto. Representación, mito y memoria. Buenos Aires: Prometeo, pp.145-153. ISBN: 978-987-574-324-3.

 

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*Gustavo Di Palma. Maestrando en Partidos Políticos del Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina (CEA-UNC). Licenciado en Comunicación Social y Técnico en Comunicación Social, Escuela de Ciencias de la Información de la UNC. Posgrado en Opinión Pública y Medios de Comunicación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede Argentina (FLACSO).

 

 

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