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Aletheia es una revista electrónica semestral sobre problemáticas de historia y memoria colectiva en torno al pasado reciente argentino y de las sociedades latinoamericanas, en sus aspectos sociales, económicos, políticos y culturales.

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Rebeldes y milicianas chilenas: un acercamiento a las mujeres del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, 1980-1987

Aletheia, volumen 5, número 9, octubre 2014. ISSN 1853-3701

Iturriaga Manríquez yQuijada López/Dossier en PDF

Jessy Iturriaga Manríquez*

Universidad ARCIS

 jessy.iturriaga@gmail.com

Katherine Quijada López**

Universidad ARCIS

 katherine.quijada@gmail.com

Santiago, Chile.

2014

 

Resumen

 

Este artículo aborda la militancia y trayectoria de un grupo de siete mujeres chilenas que pertenecieron al Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), el brazo operativo del Partido Comunista de Chile (PCCh) durante la década de los `80 en el mismo país.

Indagamos en  las memorias de estas militantes para visibilizar el rol de la mujer al interior de una orgánica militar que utilizaba todas las formas de lucha para oponerse a la tiranía encabezada por Augusto Pinochet.  

 

Palabras claves: Partido Comunista De Chile; Frente Patriótico Manuel Rodríguez; Mujeres Militantes.

 

Introducción

El 11 de Septiembre de 1973 se realiza en Chile un Golpe de Estado ideado, financiado y dirigido por civiles y por comandantes de las Fuerzas Armadas, que pone fin al Gobierno democrático de la Unidad Popular presidido por Salvador Allende Gossens. Se impone una dictadura cívico-militar que se prolonga hasta el 11 de Marzo de 1990,  dando término así a una larga tradición republicana en el país.

Este violento proceso político fue encabezado por el comandante en jefe del ejército Augusto Pinochet Ugarte, quien implantó uno de los regímenes más sangrientos del cono sur, aplicando tortura, muerte y terrorismo de Estado como método de quebrantamiento y sumisión de la voluntad de las personas. Entre 1973 y 1990 en Chile, se cometieron sistemáticamente violaciones a los Derechos Humanos y crímenes de lesa humanidad.

En este contexto de tiranía, las formas de hacer política cambiaron profundamente, se generaron  procesos de despolitización desvinculando a la sociedad civil de toda instancia de participación. Pese a ello, existieron experiencias de resistencias que irrumpieron tempranamente iniciada la represión en Chile, y en ese sentido cabe rescatar el importante rol que jugaron las Organizaciones Sociales, de Derechos Humanos y las organizaciones políticas de carácter revolucionario. Desde las sombras (Álvarez, 2011) se desplegaron experiencias políticas de resistencia que emergieron en el espacio público dispuestas a utilizar todos los métodos de lucha en pos de la defensa del pueblo.

Durante la década de 1980 una parte de la sociedad tomó el desafío de enfrentarse al régimen totalitario. Desde espacios subalternos se rebelan contra el orden establecido continuando con la militancia incondicional e iniciando un proceso de radicalización política. Expresión de ello resulta ser El Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) que se establece formalmente en el año 1983, como elemento constitutivo de la Política de Rebelión Popular de Masas (PRPM) impulsada por el Partido Comunista de Chile (PCCh).

La estrategia militar de la PRPM planteaba un accionar multifacético de la militancia comunista que iba desde acciones de contra propaganda, como panfletos o rayados, hasta acciones más arriesgadas que tenían por objetivo desestabilizar a la dictadura.

Con estas señales de insubordinación, el Partido Comunista mantuvo el compromiso militante, que permaneció activo y enriquecido por el vínculo afectivo que existió entre quienes pertenecieron a una comunidad de sujetos que actuaron conjuntamente bajo los mismos ideales partidarios. Así se configura el FPMR como brazo armado del PCCh, que brota como red solidaria para resistir y adaptarse a tiempos adversos. En este proceso de radicalización política también se involucran mujeres que tienen un rol activo en la lucha contra el terrorismo de Estado.

Los estudios historiográficos de nuestro pasado reciente han analizado realidades de la militancia política que motivaron a hombres y mujeres a participar clandestinamente en organizaciones políticas disidentes. Pero, se tiende a la socialización de un sujeto militante homogéneo en un escenario eminentemente masculinizado donde las voces y experiencias del sujeto femenino militante son excluidas. No obstante, hay testimonios valiosos de mujeres anónimas que cumplieron un rol destacado en el proceso de sublevación, pero ¿qué sabemos de ellas?, sus nombres no se conocen ni menos las labores que desempeñaron dentro de la orgánica Frentista.

Con la interpretación patriarcal de la militancia las voces femeninas son excluidas arbitrariamente, quedando fuera del relato de nuestra historia reciente. La homogeneización del militante no permite vislumbrar cómo vivía la mujer su militancia en la vida cotidiana, qué diferencias existían entre los y las militantes, cómo se manifestaba la lucha y la rebeldía en las mujeres o cuál fue el tipo de intervención femenina en la política revolucionaria del FPMR.

Es en este sentido que consideramos importante visibilizar el rol de las mujeres rodriguistas, pues la tendencia a la homologación del militante persiste en la historiografía chilena. Por tanto, este artículo tiene como objetivo rescatar las memorias de las mujeres del Frente Patriótico Manuel Rodríguez las que recrearan el desarrollo de su vida como militantes y combatientes. Se realizará un acercamiento a la experiencia personal e interpretaremos cómo ellas se cuentan, se piensan, y lo que han escogido decir como elaboración de las resonancias de su subjetividad.

La memoria de las militantes y ex combatientes se reubico en un contexto de vida de hace más de veinte años, desde allí fue posible reconstruir su trayectoria militante en el FPMR y las consecuencias que implicó dicha  militancia.

 

Contar de otra manera, pero también dejarse contar por otros”: Ficcionalidad y narrativa autobiográfica

Acudir a la memoria y evocar experiencias sucedidas tiempo atrás, permite que las personas no solo den cuenta de un recuerdo sino que, permite darse cuenta de los cambios vividos. La memoria es el resultado de una reconstrucción selectiva de un pasado en ocasiones difuso en otro nítido, pero cautivo de las circunstancias del presente y condicionado a múltiples alteraciones conscientes o inconscientes  

En las entrevistas realizadas, las militantes narran un pasado vivido que se redefine y reinterpreta en tiempo presente, fragmentos que se relatan en forma lineal y racional, pues estas mujeres ordenan lógicamente sucesos y experiencias, es decir, realizan una construcción teleológica de sí mismas evadiendo y omitiendo aquellos elementos disonantes que conforman su vida. En estas construcciones lógicas que no dicen tanto sobre lo vivido y lo pensado, “está presente la autojustificación y la ficcionalidad del relato que busca validarse como actor social precisamente en la lógica de la experiencia vivida, demostrado en la selección de hechos y pensamientos realizados a posteriori” (Moyano, 2012). Así la vida de las mujeres en el proceso de distanciamiento del contexto es pensada y mostrada racionalmente.

La construcción lógica impone retrospectivamente a los acontecimientos vividos un orden temporal  que no existía cuando se vivieron. En ese sentido, “la ficción narrativa permite la aprehensión de la vida en forma de relato y desde la estructuración que transforma las discordancias y acontecimientos en un todo inteligible” (Ricoeur, 2006). El relato biográfico organizado en relación a la experiencia colectiva, permite realizar una construcción narrativa que busca, en forma reflexiva “poder contar y poder contarse en el relato” (Ricoeur, 2006), así la identidad personal se proyecta como identidad narrativa, es decir, es una identidad entendida desde un sentido de lo propio, de lo mismo, de lo permanente, de aquello que da continuidad, por una identidad entendida desde un sentido de sí mismo, considerada en su condición histórica.

Esta propuesta conceptual de identidad narrativa que explica la dimensión narrativa nos deja claro que tanto la forma reflexiva sobre el sí, como el relato de ficción son elementos configurantes para la construcción de la trama que mirando la representación de la acción permite conocerse, dar coherencia a su trayectoria y recrear el yo de forma temporal. La constitución de la identidad narrativa que comprende al sujeto como un personaje inserto en una trama, arrastra también elementos aparentes, narraciones ya formadas, pequeños mitos, lo cual parece contener todas las respuestas; así se construye un equilibrio dinámico que da sentido y unidad al conjunto de la experiencia militante y que proporciona la posibilidad de visualizar una vida feliz, lograda y realizada. De tal forma los testimonios adquieren un carácter relativo y variable al significar el pasado y la cotidianeidad, pues al momento en que las mujeres ponen en palabras las experiencias vividas, se produce el desplazamiento de la descripción fáctica hacia la configuración de una narrativa autobiográfica subjetiva. Por tanto, se accede solo a verdades parciales y limitadas producto de los condicionamientos que sufre la trasmisión del recuerdo, de este modo, la construcción discursiva queda circunscrita sólo al momento de su enunciación.

Las militantes construyen un relato que apunta hacia la comprensión del sujeto no como una realidad aislada, sino en vínculo con el mundo. De modo tal que la reflexión del sí y “la construcción de la trama atribuye una configuración inteligible a un conjunto heterogéneo compuesto de intenciones, de causas y casualidades; la unidad de sentido que resulta de ello descansa en un equilibrio dinámico entre exigencia de concordancia y la admisión de discordancias” (Ricoeur, 2006) suscitada en las acciones narradas. Aquello confiere el poder de unificación aplicado a la dispersión episódica del relato, produciendo una configuración comprensible de la identidad narrativa. En el caso de las formas testimoniales se trata, además, de la verdad, de la capacidad narrativa del “hacer creer” (Moyano, 2012) en la estructura discursiva que adquiere diferentes formas según el tipo de trama y que describe cómo se constituye el sujeto o el yo bajo sus propios términos.

En la narrativa autobiográfica de las militantes se mezclan sentimientos, temores, interpelaciones y silencios, que genera una relación de contrapunto permanente entre el pasado real y ficción, por lo mismo, dentro de esta dicotomía la pretensión de las mujeres postula a reconstruir de forma coherente  historias de vida y su devenir como sujeto en que no importa tanto el “contenido del relato […] –la colección de sucesos, momentos, actitudes- sino, precisamente, las estrategias –ficcionales- de auto-representación lo que importa. No tanto la “verdad” de lo ocurrido  sino su construcción narrativa, los modos de nombrar (se) en el relato, el vaivén de la vivencia o el recuerdo, el punto de la mirada, lo dejado en la sombra… en definitiva, qué historia (cuál de ellas) cuenta alguien de sí mismo o de otro yo” (Arfuch, 2002). El yo que recuerda, más que buscar credibilidad busca principalmente ordenar su pasado en un todo con sentido y esa totalización unida a la ficcionalidad no supone repeticiones sino que integra momentos de creación de parte de las militantes.

De acuerdo a ello, la adecuación del relato nos dice no solo lo que pasó en el contexto de militancia y lo que implicó sobrevivir, sino también cómo se sintieron. Esto devela en las mujeres militantes un proceso autorreflexivo que conduce a la resignificación de sus historias de vidas que les otorga autocomprensión y afirmación de sí mismas, reconciliación y autojustificación que da sentido a la experiencia vivida a sus prácticas, interacciones y relaciones de poder. La reproducción de esta trama que contiene no solo una articulación interna para estas mujeres, sino que es la totalidad, les permite generar una experiencia liberadora y configurar una identidad en correlación con la historia en sí misma.

 

Entre memorias y olvidos

De acuerdo a Koselleck (1) “nuestra memoria depende de nuestras experiencias”, desde allí seleccionamos, reorganizamos recuerdos y reconstruimos nuestra historia. El espacio de experiencia es el pasado hecho presente y en la medida que este pasado acumulado pertenece a la memoria este se modifica, permitiendo diferentes posibilidades de estratificación y que puede recorrerse según múltiples vías para que los acontecimientos no queden encerrados en simple cronología. 

Así, el suceder de experiencias, impresiones y sensaciones que genera la memoria redime el pasado permitiendo dotar de sentido la vida y  tomar conciencia de sí, es decir, se logra  el proceso de reconocimiento por medio de la identidad que se construye mediante la articulación del presente-pasado y está asociado al poder narrar y narrarse. Las imágenes se hacen presentes y la memoria se inscribe en una materialidad, espacios, lugares específicos donde las militantes tratan de develar esos largos momentos vividos, que lejos de conducirlos al olvido, resisten y son resignificados.

En ese sentido, en el relato de una de nuestras entrevistadas que vivió detención, tortura y cárcel se puede apreciar la utilización subjetiva de los recursos de variación de la memoria, en tanto va configurando el recuerdo, suprime, desplaza, refigura hasta establecer la estructura narrativa vinculando las evocaciones del pasado: “No reconozco lugares de detención, me encapucharon con una toalla y me arrastraron, presumo que el primer día me llevaron a investigaciones…después me sacaron…me dicen los tipos `aquí no vaí a mirar pa´ ningún lado, vaí con la cabeza gacha y en estos momentos soy yo tu pareja´, y me abrazó y me sacó bajo su brazo. Ahí no iba con la cara tapada, solo cabeza abajo, entonces yo logré divisar hacia los lados una escalera” (Verónica Rojas, 2012) (2).

La experiencia viva se hace presente, pues cada vez que Verónica frecuenta el entorno de lugar de detención reconstruye en su memoria la escena, el espacio vivido en la percepción: “Yo trabajaba ahí en Santos Dumont con Recoleta y saco conclusiones, cuánto se demoraron desde mi trabajo al llegar ahí, porque era cerca, también la escalera y después llegó la CNI (3). Me hicieron un tour, o me hicieron creer que andaba como en un tour. Cuando llego ahí siento el ruido del portón, el maicillo, el río, bajé una escalera con esa sensación que tú te vas a pegar y ahí me sacaron a la rastra, supongo que estuve en el cuartel Borgoño” (4).

La memoria que lee el pasado tiene la necesidad de construir la narratividad obligando a redefinir ese pasado de forma constante a partir de una significación elaborada en el presente y en el momento en que se recuerda. Por tanto, ese proceso exige un trabajo de relecturas y recapitulaciones que van reconfigurando, articulando y dando sentido a la estructura narrativa con el fin de estabilizar la tendencia impredecible, teleológica de la memoria. En esas  reconstrucciones hay una forma de hablar, utilización de ciertas palabras y otras no, que ayudan a edificar el contenido narrativo modelando no sólo un mundo, sino también las mentes que intentan darle sus significados lógicos y verosímiles a esas declaraciones que invitan a que sean  aceptadas.

Es por ello, que para las militantes la posibilidad de recordar acontecimientos en ocasiones se vuelve contradictorio y reglado. Se imponen deformaciones voluntarias del pasado, estrategias de evasión que se traducen en olvidos, tramas y representaciones confusas o manipuladas de sus experiencias traumáticas: “Es un episodio que uno vivió y que lo he tratado de llevar de la forma más sana posible, evito mucho esa conversación. Es parte de lo que viviste en tu vida y son cosas que pasaron, entonces es por lo mismo que uno empieza a borrar fechas a borrar situaciones, entonces la doctora me dijo: ´si no te acuerdas, no, no más. Si tú has vivido así, si has sabido vivir así, has estado bien, has estado tranquila, porque otra gente ha terminado muy mal, entonces continúa con tu mecanismo de defensa´” (Elena Rivera, 2012) (5).

Las militantes rodriguistas presentan memorias inéditas y sueltas (Stern, 1998), pues no han trascendido el ámbito de lo personal ni han establecido “vínculos con otras memorias en dinámico proceso de interacción continuo para dar lugar a memorias colectivas” (Garcés, 2002). En relación a esto, una de las entrevistadas nos señala, “yo hablé hace poco con mi papá, cuando pensé que a través de ésta entrevista se podía comenzar a saber el tema. Le dije papá voy a conversar contigo y cuando le voy contando, me dice ´hija, pero como yo no me enteré si soy tu padre´.  ´Papá, era súper peligroso para ti que hubieses sabido algo`. Una vez la CNI llegó a su casa, y mi papá les dijo que yo era lo mejor y que mi marido también (…) ´mi hija es lo más maravilloso, es una buena persona, trabajadora, esforzada, súper tranquila. ¿Y porque la andan buscando?´. Entonces los de la CNI dijeron ´este viejo weón no entiende nada poh´, y efectivamente no sabía nada” (Pamela Farías, 2012) (6).

Al no socializar sus memorias no existe contraste ni relación con otros horizontes de significación o marcos sociales conformados por un grupo de recuerdos, que les permita de cierto modo encuadrar la memoria y proyectarse en una comunidad de pertenencia que reúne a los individuos de un mismo periodo:  “Los recuerdos […] no nos ponen solamente en relación con nuestro pasado, sino que nos relacionan con una época, nos reubican en un estado de la sociedad en donde existen alrededor de nosotros, muchos otros vestigios de aquello que descubrimos en nosotros mismos” (Halbwachs, 2004).

Por otro lado, estas memorias aisladas y sueltas (Stern, 1998) al realizar la anamnesis con sus glorias y sus trampas desarrollan modos selectivos del olvido, que son inherentes al relato y a la constitución de una coherencia narrativa, dicho olvido es consustancial a la operación de elaborar una trama: “Para contar algo, hay que omitir numerosos acontecimientos, peripecias y episodios no significativos de la trama privilegiada” (Ricoeur, 1999). La memoria no se opone al olvido, sino que interactúan para vincular y construir la narración subjetiva con la experiencia temporal. El olvido resulta comprensible y necesario para la sobrevivencia y el funcionamiento del sujeto y de los grupos y comunidades. Pero no hay un único tipo de olvido, “sino una multiplicidad de situaciones en las cuales se manifiestan olvidos y silencios, con diversos “usos” y sentidos”” (Jelin, 2002). Al respecto María Huerta declara: “Cuando me despojé del velo de militante, me di cuenta que no me di tiempo para llorar y deprimirme, porque intenté olvidar y reprimí de cierta forma las duras perdidas que tuve en mi vida. Me refugie en el trabajo y en el cuidado de mis hijos. Muchos años después, en Francia, percibí que cargaba con una depresión de años, pero no era esa depresión típica en que te decaes, sino que desarrollé una hiperactividad, dormía poco, solo estudiaba y trabajaba, en definitiva lo hacía para olvidar y sobrevivir” (María Huerta, 2012) (7).

A este olvido por un lado lo podríamos denominar, olvido evasivo que refleja un intento de no recordar lo que puede herir y por otro lado selectivo, que se revela beneficioso en el plano derivado de la rememoración. No podemos acordarnos de todo, pues “una memoria sin lagunas sería, para la conciencia despierta, un peso insoportable” (Ricoeur, 1999).

 

Trayectoria militante de las mujeres rodriguistas

El análisis de la militancia femenina se realizó en base a siete mujeres rodriguistas, actualmente sus edades fluctúan entre los 43 y 65 años de edad y, se utilizó como metodología la entrevista semi-estructurada en profundidad. Ellas pertenecieron al Frente Patriótico Manuel Rodríguez durante los años 1980 y 1986, teniendo militancia previa en las Juventudes Comunistas o en el Partido Comunista de Chile, lo que nos indica que antes de su filiación al FPMR, poseían un compromiso político y tradición militante arraigada.

El ingreso de estas mujeres militantes al Frente Patriótico Manuel Rodríguez se produjo del modo habitual, es decir, se realizaba a través de un vínculo del Partido Comunista o de las Juventudes Comunistas que se ponía en contacto con algunos de sus militantes, más bien era un pase que realizaba el PC hacia el FPMR. Este paso, podía ser a través de Pase Oficial, cuando el Secretario Político o encargado de Cuadros llamaba a la militante y le encomendaba la nueva tarea de unirse a las filas del Frente o bien, tal como señalan algunas entrevistadas, este pase también podía ser por “la ventana”, es decir, que un militante del Frente hablaba directamente con ellas, generalmente era un conocido o amigo de la persona que establecía este vínculo “no formal”.

Según refieren las entrevistadas, el PC intentaba retener a las o los militantes el mayor tiempo posible, pero al parecer, las ganas y el orgullo de participar en la primera línea de fuego era más cautivante y determinante para cierto tipo de militante, por lo que optaban sin dudas a estar en las filas del FPMR. Así queda de manifiesto: “El Frente y el Partido de alguna manera se peleaban a los militantes, era como entrar por la ventana, algunos eran de pase oficial, eso creo (...) Yo pasé por la ventana. Un compañero me conocía hace mucho años de la Jota en Concepción y me dice negrita te quiero pedir, ofrecer, proponer… me dijo upa! Y yo chalupa! y me fui al Frente, ahí empecé a trabajar” (Carmen Morales, 2012)(8).

Luis Rojas Núñez (2011) en su texto hace mención a este tipo de ingreso: “Como organización creada por el PC, en su origen todos sus miembros eran militantes de ese Partido. De forma organizada se establecían “cuotas” o “pases” de militantes que el PC y la Juventud Comunista debían entregar cada cierto periodo de tiempo, método de crecimiento, que, aunque muy irregular en su cumplimiento, se mantendría hasta el final. A poco andar, se produjo un método de reclutamiento paralelo al que llamaron “por la ventana”: el militante del Frente “captaba” al militante familiar, amigo o conocido de su entorno más cercano; así, poco a poco, se fueron incorporando jóvenes “pirateados” al PC, como solía clasificárseles”.

No todas/os las/os militantes comunistas estaban o podían ingresar al FPMR, por lo que seguramente el acceder a esta estructura garantizaba una posición destacada al interior del Partido, es decir, un proceso de reconocimiento y status que garantizaba al menos una mayor preparación en el ámbito técnico militar. El pertenecer al aparato operativo del Partido simbolizaba resignificar el rol de las mujeres comunistas, pues consideraba que éstas podían estar en la “primera línea de fuego”.

Podemos deducir según las entrevistas, que en este tipo de reclutamiento primó el compromiso, la formación política y la experiencia previa. Las entrevistadas manifiestan que el ingreso no estuvo supeditado a ningún requisito específico, el contexto y la época fueron determinantes y sólo era cuestión de ímpetu,  voluntad y deseos de sumarse a las filas del FPMR. Al ser interrogadas por su opción y decisión, se evidencia un predominio de motivos racional-políticos por sobre los subjetivos. El análisis político que realizaban en la época indicaba que había que terminar con la Dictadura impulsando su desestabilización y para ello estaban dispuestos a utilizar todos los métodos de lucha, incluyendo la vía insurreccional: “Había que derrotar al tirano, teníamos la convicción de que había que derrotar a la Dictadura. Había que hacerlo; partimos haciendo un análisis de lo que había ocurrido aquí en Chile y llegamos a la conclusión de que a la fuerza militar había que oponerle otra fuerza militar” (María Huerta, 2012). “La Política de Rebelión Popular nosotros la habíamos estudiado, teníamos formación y entendíamos que la única forma de terminar con la Dictadura era la construcción de una política distinta y donde estaba el elemento militar” (Pamela Farías, 2012).

Por medio de la Política Militar se podrían lograr las transformaciones políticas y sociales necesarias para el período, tenían el convencimiento y la creencia plena en la idoneidad de ésta. En ese sentido, la idea de lo militar tiene justificación y fundamentación en la mística ideológica de la organización. “Existía disposición combativa, había una moral alta, total y absoluta, las 24 hrs. del día estábamos dispuestos entregar todo, en el Partido no siempre pasaba eso (...) Estábamos convencidos, veíamos que era la Política Militar que nosotros llevábamos adelante la que se estaba haciendo carne en las movilizaciones sociales. Decíamos esto tiene una salida de corte más revolucionario” (Pamela Farías, 2012).

No obstante la entrega y convicción acérrima, las motivaciones subjetivas son las que otorgan sentido y coherencia a la experiencia militante, de allí que se explique la filiación y las acciones operativas en la organización como respuesta a la crueldad dictatorial. El análisis subjetivo explicó la necesidad de actuar bajo el supuesto de que las condiciones históricas eran las más apropiadas para radicalizar la lucha y terminar con la Dictadura. “Había que ir, el leit motiv era la Dictadura y no era miel sobre hojuelas. Aquí se estaba matando, torturando y desapareciendo mucha gente. El miedo y la opresión era constante” (Maria Huerta, 2012).

Las convicciones políticas subjetivas de las militantes interpretaron el panorama de destrucción y muerte como un mandato ineludible, bien lo explica Manuel Loyola (2011), lo fundamental era ser combatiente y “cobró pleno auge el sello subjetivo que marcó e impactó a tantos y a tantas: el sello del mandato sacrificial antifascista.” Sin embargo, al considerar la elección desde el ámbito más racional que subjetivo, podemos inferir que la vinculación responde a la construcción de su propia realidad que considera cómo vivieron la experiencia de violencia en la Dictadura y cómo la comprendieron. Fue así que las diversas acciones de enfrentamiento en las militantes se volvieron necesarias y cotidianas, es decir, tomaron el matiz de “normalidad”. La idea de lucha en estas mujeres cruzó la vida diaria y sus acciones fueron llevadas a cabo como un deber; por un lado la organización político-militar les ofreció una estructura y una propuesta de actuación y, por otro las militantes encuentran que es acorde a sus intereses y capacidades, por lo tanto, no dudan en incorporarse.

Consideramos que el desempeño de estas mujeres dentro del FPMR fue estratégico y racional, pues sabían que el escenario estaba integrado por otro actor, denominado el “enemigo”, que hacía su trabajo de inteligencia y estaba dispuesto las veinticuatro horas. Así se confirma: “A esta fuerza militar había que conocerla, cuando tú te planteas la lucha contra un enemigo tan poderoso tienes que conocerlo” (María Huerta, 2012).

Cuando estas mujeres ingresan al Frente, cambian su estilo de vida para asumir con total compromiso y disposición otros roles y funciones, acatan órdenes con obediencia y sin discusión, porque como organización militar jerarquizada existía el “orden y mando”. Desde el rol de mujer culturalmente asignado, adquieren la función de combatientes, lo cual significó tener una estrecha vinculación con la violencia política, manejo de armas, diversos entrenamientos en logística, resistencia y sobrevivencia: “El Frente era una estructura militar, por lo tanto, era fácil acomodarse a las conductas militares, a la vida del Frente, a la disciplina, porque siempre tienes que ser disciplinado en una estructura en clandestinidad, pero ahí es más rígida, más cuadrada, más intolerante”(Carmen Morales, 2012).

Al indagar en los roles y ocupaciones desempeñadas nos encontramos aún con la retórica clandestina, es decir, las experiencias de estas mujeres que vivieron la clandestinidad, en la memoria siguen siendo clandestinas. Existe una tendencia generalizada a omitir información referente a cargos ocupados y tareas asignadas, lo mismo a la compartimentación de la información, la invisibilización y el olvido que se produce por el temor que implica revelar ciertos datos, nombres y reabrir casos judiciales que no han sido absueltos hasta el día de hoy.

Respecto a las posiciones logradas y las funciones dentro de la organización, los relatos nos muestran diferencias. Sólo una de ellas logró ascender a jefe de territorio, las otras estuvieron en labores de carácter operativo, de aseguramiento logístico y de apoyo tales como: distribución de armas, exploración de objetivos, depósito de armamentos, documentalista para la suplantación de identidad y atención médica: “En la unidad de exploración éramos muy pocas la mujeres, el trabajo no fue muy largo porque después íbamos avanzando, otros iban asumiendo y uno como militante seguía avanzando”(Verónica Rojas, 2012). “Yo fui subiendo (...) Fui ganando puestos (...) Después del curso de combatientes no fui más combatiente raso” (Fabiola González, 2012) (9).

La militancia y la clandestinidad imprimieron su sello en las historias de vida y biografías de cada una de las militantes. Las consecuencias biográficas de estas experiencias varían en función del origen familiar, social y de las experiencias vividas como militantes. Ellas recuerdan con nostalgia cada una de las fisuras en su historia de vida, pero esto no genera arrepentimiento, al contrario cada uno de los sucesos fue plenamente vivido.

En este ámbito, un tema importante en la mayoría de las mujeres es la maternidad. Aún cuando la mayoría de ellas optó por ser madres con posterioridad al periodo –más intenso- de militancia rodriguista, y las que lo fueron durante ese proceso de militancia, lamentan el haber hecho vivir a sus hijos situaciones difíciles ligadas con el exilio, la falta de padre y las diversas situaciones que se vivieron en la lucha contra la Dictadura. Frente a esto, una de las entrevistadas nos relata, “lleve a Nahuel [su hijo] una vez con una psiquiatra infantil y me dijo `le hice dibujar su figura, que se dibujara él, y él se dibujo con globitos en la espalda y ¿tú sabes qué significan esos globitos?, son las mochilas, mochilas que él lleva sin habérselas pedido a nadie, se las plantaron encima y con esa carga va a tener que vivir siempre, que es la mochila del padre y de la madre´” (María Huerta, 2012).

Según expresa Jacques Derrida (2009) esa experiencia de la herencia se produce solo a través de la transmisión de sentidos entre generaciones. Estos hijos/as, heredan un pasado que para ellos es inapropiable, no eligieron ser herederos de nada, nadie se los pidió, recibieron frustraciones, rabias, miedos, persecución y con ellos tendrán que aprender a vivir, reconciliarse con su historia. Y esas madres tuvieron que abrirse a contar sus historias de vida para sanar viejas heridas. Aunque muchos hijos las recriminaron con rabia tratando de comprender las decisiones realizadas en el pasado, no han aceptado el legado de modo completo, pero tampoco lo descartan en su totalidad. Es en el ejercicio de aceptación y selección del conjunto de la herencia “en que es mejor no recibir literalmente, como una totalidad, sino más bien pescarla en falta, [y] captar su momento dogmático” (Derrida, 2009). En ese sentido, los herederos que diferencian y disciernen de manera crítica escogen su herencia.

Otra situación que marca a fuego sus vidas es el exilio. Algunas militantes producto de la persecución política se vieron forzadas a abandonar el país, en una acción más impuesta que racional, solo podía pensarse como la alternativa razonable para el perseguido y una solución provechosa para la organización. Aunque se evadió interrogatorios, tortura y posibles muertes, el auto-exilio implicó para la mayoría dificultades y penurias económicas. El exilio fue una consecuencia importante en la vida de la mayoría de las frentistas, abandonar a sus familias y amigos/as, enterarse por noticias extranjeras de los sucesos de Chile y de las muertes de sus seres queridos, es una de las situaciones complejas y dolorosas que según las entrevistadas les tocó vivir. “Yo tuve en total 20 años de destierro, viví en Argentina, Bolivia, Cuba y Europa. En cada país que estuve me inventé una leyenda nueva, por ejemplo en Bolivia me conseguí otra identidad, otro nombre y fui Boliviana por quince años, en ese país fue donde terminé mis estudios” (Alejandra Donoso, 2012) (10). “En el exilio uno siempre estaba pensando que eso era momentáneo, que regresaríamos a nuestro país. Vivíamos permanentemente preocupados de lo que pasaba en Chile y manejábamos quizás mucha más información de la que tenían ustedes, porque en Suiza las informaciones políticas bajaban rápidamente, escuchábamos la radio Moscú e incluso nos comunicábamos directamente con las poblaciones de Chile cuando se producían las primeras manifestaciones en el ´83” (Pamela Farías, 2012).

La muerte fue también para estas mujeres una sombra permanente que las sigue y las circunda, una experiencia intransferible que se ha tejido en el plano más íntimo. Subjetivamente apelan a sus creencias y conocimientos, lo que da sentido a la muerte que fue siempre imprevista, extraña y violenta. La muerte no era ni tan incierta ni tan ajena, era un fenómeno cotidiano y casi siempre próximo. Nuestras entrevistadas así lo experimentaron en ellas, en familiares, amigos y compañeros. Dos mujeres sufrieron la pérdida de la pareja que además eran compañeros/hermanos rodriguistas, fueron muertes anticipadas, posibles, porque siempre se vivía con riesgo y con temor de enfrentarse a lo peor, pero no dejan de ser inesperadas y que causan gran dolor. Pero según sus relatos, “no podían detenerse a pensar ni a llorar; esas pérdidas eran parte del proceso y había que reivindicarlas en la lucha con más fuerza y convicción” (Pamela Farías, 2012).

Mediante las reflexiones de  las militantes podemos pensar que ellas adaptaron el concepto de la muerte como parte de la vida, aprendieron a vivir con ella. “Cada vez que sonaba la radio Cooperativa ¡Urgente el Diario de Cooperativa está llamando!, ¡quién se va a morir ahora,  a quién le toco, quien va a ser! Eso era un pensamiento constante, a quien le toca ahora. Y cuando yo escuchaba los nombres verificaba si los conocía o no, conozco no conozco y así había que seguir no más” (María Huerta, 2012).

Quienes caían en combate sacrificaban su vida por la Patria y la lucha antidictatorial, una suerte de victoria simbólica sobre la muerte que permitió no solo la exaltación individual sino que, además la perennidad en la memoria social y colectiva de la organización. La acción heroica supera lo traumático de la muerte, convirtiéndose en un hecho inolvidable en la memoria de estas mujeres quienes se identifican con los valores de esos hombres y mujeres que fueron fieles a sus ideales y así mismas. Una militante nos relata la conversación sostenida con su pareja también rodriguista: “Mira morena si alguna vez me pasa algo yo no quiero que tú estés llorando, todo lo contrario tienes que estar orgullosa y tranquila. Porque si alguna vez me enfrento, mi único hilito de pensamiento va a ser hacia ti y voy a morir con una sonrisa en los labios porque voy a estar pensando en ti, así que no quiero que llores si me llagara a pasar algo” (Verónica Rojas, 2012).

Empujadas por sus aspiraciones de igualdad y cambio social estas mujeres generaron sus propias rupturas, pasaron por encima de sus proyectos personales abandonando trabajos y estudios. El compromiso fue voluntario y conscientemente las hizo asumir un deber histórico sin esperar nada a cambio, pero este no esperar nada a cambio les obligó vivir el día a día sin planificar un futuro material, económico ni emocional. Reintegrarse a la vida civil fue altamente complejo para la mayoría de las mujeres en múltiples aspectos. Debían insertarse en una sociedad que seguía siendo excluyente, el aprendizaje por tanto, era encontrar el sentido a esa otra nueva vida cotidiana. Este es un punto de quiebre en la vida de algunas mujeres rodriguistas, una de ellas lo relata del siguiente modo: “Cuando el FPMR empieza desaparecer, se desgrana el choclo y chocamos con la realidad porque nosotros estábamos preparados para una vía armada, nos costó ser versátil, asumir que esto se acababa (...) yo había quemado todas mis naves, deje la universidad, me olvidé de estudiar. Por años económicamente dependí de una estructura, para mí la reconversión económica fue larga y dolorosa (...) muchas veces me sentí humillada y no valorada, no sabía qué hacer en términos económicos, me sentía abrumada (...) Sentía que la realidad trapeaba con mis sueños, con mis ideales, mis utopías, la realidad no se compadecía de nosotros, lo dimos todo y no teníamos nada (Fabiola González, 2012).

A las militantes les resulta complejo valorar si se cumplió o no con el objetivo que se perseguía en la lucha clandestina contra la Dictadura, pues la democracia pactada y los enclaves dictatoriales que persisten en el país, no permiten visibilizar de manera triunfal el presente. Esta realidad provoca contradicciones internas en las rodriguistas, tanto en la subjetividad como en la evaluación del periodo, no así con su identidad de militantes/combatientes, pues esto las conforma como mujeres rodriguistas con una historia en común: “Uno a pesar de todo fue feliz, yo no puedo decir lo contrario. El hecho de tener una razón por la cual luchar te hace feliz, eso te da un sentido de vida…” (Fabiola González, 2012).

 

Reflexiones finales

A través de la trayectoria política de siete mujeres rodriguistas, hemos analizado en parte la militancia femenina en el FPMR con el fin de indagar en la trayectoria y en los procesos de subjetivación de dicha militancia. En sus relatos se reconocen, se identifican, resisten, reelaboran o se distancian de la constitución identitaria que impuso el régimen militar a los y las militantes  rodriguistas, al señalar que sus actos eran netamente terroristas y que la violencia provenía de movimientos y organizaciones populares.

El carácter objetivo y subjetivo que tiene la experiencia militante para las entrevistadas es sumamente significativo en la construcción de la identidad personal, pues estas rebeldes y milicianas subvirtieron la inmovilización de la ciudadanía y lucharon contra la opresión fascista arriesgando sus vidas permanentemente y poniéndose al frente en esta desigual confrontación. Ellas,  fueron reales protagonistas que decidieron resistir y rebelarse de las más diversas formas para afrontar la violencia y el terror de Estado. Con heroísmo y voluntad estas valientes y creativas mujeres sobrevivieron en la lucha contra la Dictadura, fueron parte de una generación que creyó posible y combatió para cambiar la historia de opresión.

Es importante tener en cuenta en el marco de narrativas, los elementos emocionales que se esconden detrás del discurso clásico-justificador que explica la experiencia en el FPMR. Esas motivaciones emocionales, que son las más desconocidas y menos confesables,  tienen relación por una parte, con la satisfacción de impulsos rebeldes y por otro,  acelerar la caída de la Dictadura. Subjetivamente se expresa una atracción por el riesgo, la aventura y con ello actos grandiosos.

En el aspecto orgánico las militantes alcanzaron un lugar y una posición distinta al rol tradicionalmente asignado a lo femenino, no sólo en la estructura militar rodriguista sino que, además en la consideración del imaginario social de la época dominado por la ideología patriarcal que sostuvo y representó la dimensión de la mujer ceñida a conductas modeladas, con una actitud y estilo de vida eminentemente conservador responsable de preservar el orden instaurado. En ese sentido, creemos que las mujeres rodriguistas tuvieron una militancia y experiencia de vanguardia, pues se presentan como la antítesis al despliegue de ese poder tradicionalista y patriarcal que vetó la participación de la mujer no sólo en política, sino que en variados aspectos de la sociedad.

Las frentistas en suerte de revertir los imperativos del poder de la Dictadura y lograr el cambio sistémico, adoptaron estrategias tanto en el campo de la acción como en el de las ideas, modificando de forma paulatina las creencias vigentes de aquella época, es decir, se resistieron a ser parte de esa homogenización social. En el escenario de lucha y represión donde se requirieron las supuestas características de la masculinidad, estaban también las mujeres que supieron ajustarse en el desempeño de ciertas labores asignadas. Fueron mujeres tradicionales cuando así se los requería la actividad encomendada, intrépidas al utilizar sus cualidades femeninas, ellas se formaron como  militantes autónomas, trasgresoras, es decir, mujeres militantes empoderadas.

 

NOTAS:

  (1)       “Historia conceptual, memoria e identidad (II) Entrevista a Reinhart Koselleck”, por Javier Fernández Sebastián / Juan Francisco Fuentes, Revista de Libros, n° 112. 01/04/2006. Disponible en: http://www.revistadelibros.com/articulo_imprimible_pdf.php?art=3553&t=articulos. Consultado el 11/07/14.

  (2)       Verónica Rojas. Ex dirigenta poblacional y ex militante del FPMR, actualmente es profesora de Enseñanza Básica y de Biodanza. Entre protestas, ollas comunes y tomas de terreno optó por la vía revolucionaria en armas. Se integra al Partido Comunista de Chile en 1983 y el mismo año al FPMR, siendo dirigente de pobladores en diversas tomas de terrenos de la zona sur de Santiago de Chile. Fue detenida en 1986 por los aparatos represivos del Estado y en 1993 recupera su libertad. Entrevista realizada en Santiago de Chile, Julio de 201

** Los nombres de todas nuestras entrevistadas han sido sustituidos para resguardar la confidencialidad del testimonio. De las ocho entrevistadas, solo una sigue militando formalmente en el PCCh, dos no tienen filiación política y se muestran más críticas respecto a la línea actual del Partido, el resto no milita pero se declaran muy cercanas al PCCh, participan en sus actividades y todas votan por sus candidatos, incluso apoyan activamente en sus campañas políticas. Sus ex compañeros/hermanos siguen siendo parte de sus familias, de sus memorias y de sus vidas.

  (3)       CNI: Centro Nacional de Informaciones. Fue un organismo de inteligencia que actuaba como parte del engranaje de represión de los aparatos del Estado chileno durante la dictadura comandada por Augusto Pinochet. Funcionó entre los años 1977 y 1990. 

  (4)       Cuartel Borgoño: Fue uno de los 121 centros de detención y torura de Santiago de Chile, que funcionó entre los años 1977 y 1989. Ubicado en la Comuna de Independencia, Santiago de Chile.  

  (5)       Elena Rivera. Actualmente se dedica a las labores del hogar  y ocasionalmente como vendedora de antigüedades. De familia comunista y ligada a la defensa de los Derechos Humanos, ingresa a las Juventudes Comunista el año 1977 cuando recién cumplía los diecisiete años y estudiaba en un Liceo de niñas de la comuna de Independencia en Santiago de Chile. Fue partícipe del Frente Cero, organización previa al FPMR.  En 1982 fue detenida por los aparatos represivos del Estado, pasando a formar parte de la lamentable lista de torturados/as en nuestro país.

  (6)       Pamela Farías. Actualmente es psicóloga, dirigenta vecinal, madre, esposa y ex luchadora del FPMR. Ingresa a militar a temprana edad, durante el Gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular. Entrevista realizada en Santiago de Chile,  2012.

  (7)       María Huerta. Doctora, ex combatiente, vivió la militancia y la maternidad. Fue una de las mujeres que participó en el Frente Sur en Nicaragua y en el FPMR en Chile. En su familia, fue la única que militó en la rama juvenil del Partido Comunista. Entrevista realizada en Santiago de Chile,  2012.

  (8)       Carmen Morales. Actualmente es Ingeniera Comercial, comunista de cuna, empieza su militancia un año después del Golpe Militar, a la edad de catorce años, en 1985 ingresa al FPMR. Entrevista realizada en Santiago, Junio de 2012.

  (9)       Fabiola González. Ex militante del FPMR, fue la única mujer que participó como fusilera en el intento de ajusticiamiento a Augusto Pinochet el año 1986. Su vinculación política se produce el mismo día del Golpe de Estado de 1973. Aquel momento provoca un punto de inflexión en la vida de la joven, poniendo en tensión desde ahí en adelante las contradicciones de su origen y su opción de vida. Entrevista realizada en Santiago de Chile, Septiembre de 2012.

(10)       Alejandra Donoso. Psicóloga de profesión y estudiante de Licenciatura en Artes. Carga una nutrida militancia política, desde joven se entregó a la militancia comunista y rodriguista. Su gran operación fue el arribo de arsenales en Carrizal Bajo, norte de Chile, ella fue la mujer que ni la represión ni el paso del tiempo lograron encontrar.

 

Bibliografía

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Ricoeur, Paul. 2006. Caminos del reconocimiento. Tres estudios. México: Fondo de Cultura Económica. pp. 132-143.  

Rojas, Luis. 2011. De la rebelión popular a la sublevación imaginada. Antecedentes de la Historia política militar del Partido Comunista de Chile y del FPMR 1973-1990. Chile: Lom Ediciones. 480 p.

Stern, Steve. 1998. “De la memoria suelta a la memoria emblemática. Hacia el recordar y el olvidar como proceso histórico (Chile 1973-1998)”. Montevideo, Uruguay. 24 p.  http://www.cholonautas.edu.pe/modulos/biblioteca2.php?IdDocumento=0264

 

 

*Jessy Iturriaga Manríquez. Profesora de Historia y Ciencias Sociales, Licenciada en Educación y Licenciada en Historia. Egresada de Universidad de Artes y Ciencias Sociales, ARCIS, (Chile)

**Katherine Quijada López. Profesora de Historia y Ciencias Sociales, Licenciada en Educación y Licenciada en Historia. Egresada de Universidad de Artes y Ciencias Sociales, ARCIS, (Chile)

 

 

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