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La soledad del feminismo de clase obrera. Las mujeres en el “mundo masculino” de los sindicatos de la Ciudad de Guatemala en la década de 1970*

Aletheia, volumen 5, número 9, octubre 2014. ISSN 1853-3701

Levenson/Traducciones en PDF

Deborah Levenson

 

Traducción: Marcelo Starcenbaum**

 

 

Se requería un gran coraje para unirse a los sindicatos en Guatemala luego de que el gobierno de facto iniciado en 1954 literalmente destruyera a los activistas del mundo del trabajo. A pesar de esta violencia, los trabajadores reconstruyeron el sindicalismo hacia finales de la década de 1950 y durante la de 1960, momento en el cual Guatemala experimentó por primera vez un importante crecimiento industrial. Hacia mediados de la década de 1970, la Ciudad de Guatemala, donde se concentraba el crecimiento industrial, acogió un grande e influyente movimiento de trabajadores que apoyó el pedido por un cambio revolucionario que atravesaba la región. El Estado respondió redoblando el terror, y hacia finales de la década de 1980 la mayor parte de los líderes de la clase obrera urbana estaban muertos o en el exilio. Posteriormente, la industria declinó, la violencia continuó y el movimiento obrero resurgió sólo como una pálida sombra de lo que había sido.

Además del temor y el riesgo constante con el que todo activista tuvo que vivir desde el golpe de 1954, las activistas mujeres también tuvieron que vivir con hombres, en sus casas o en los sindicatos, que intentaban controlar su participación en los sindicatos, o que directamente se oponían a ello. Durante sus mejores y peores momentos, y hasta el presente, el movimiento obrero guatemalteco estuvo dominado por hombres que conceptualizaron al sindicalismo, y a cualidades como la militancia y la solidaridad, como masculinas. Su fuerte sentido del valor, el honor y el coraje masculinos los ayudó a empoderarse en situaciones de conmoción social extrema.[1] ¿Qué hizo a las mujeres volverse activistas laborales? Para responder esta pregunta y explorar las conexiones entre género y activismo, este capítulo analiza la experiencia de una líder sindical de la década de 1970 llamada Sonia Oliva y la historia de su sindicato en la fábrica de hilos de capital japonés ACRICASA.

Mi conocimiento de la historia de Sonia Oliva ha estado fuertemente influenciado por su relato de vida. Cuando la entrevisté en la década de 1980 en su exilio, ella entendía que había una relación entre la acción de clase y la construcción social de la mujer, mientras que yo, concentrada en mi propia concepción de un análisis de clase, no lo entendía.[2] Cuando le pregunté inicialmente a Oliva cómo se había involucrado en el sindicato de ACRICASA, esperaba una respuesta centrada en los cambios en la producción, los bajos salarios y el maltrato laboral. En lugar de eso, me contó una historia personal:

 

Soy de una pequeña ciudad en Zacapa [este de Guatemala], donde nací en 1953, y mi padre es un campesino. Mi madre no vivía con nosotros porque mis padres se habían separado, y como yo era la única mujer de la casa, hacía todo el trabajo de las mujeres –cocinar, limpiar, lavar, planchar. Terminé la escuela primaria a los catorce porque hacía un gran esfuerzo. Tenía que caminar seis kilómetros por día, ¡pero lo hacía! No había escuela secundaria en la zona y quería seguir estudiando, así que vine a vivir con una tía en la Ciudad de Guatemala. Ella me encontró un trabajo en un supermercado como cajera, pero no podía ir a la escuela porque a la tarde me hacía quedar en la casa limpiando. Me maltrataba y a veces me golpeaba… ¡Cómo quería estudiar! Pero no me dejaba por todo el trabajo de la casa.

Me hice amiga de una chica, a la que le lloraba y le contaba todos mis problemas. Como ella vivía sola en una pensión me dijo: “Mira, estás trabajando. Puedes irte de la casa, no tienes que seguir soportando esto”. Mi padre vino a la ciudad unos días después. Le expliqué mi situación, me dijo que tenía razón y me dio plata para comprar las cosas necesarias para vivir sola, como una cama, así que me fui a vivir con mi amiga, sola donde ella vivía. Después de eso, todo fue hermoso.

 

Sonia me habló de cuánto había disfrutado estudiar en la escuela nocturna, la cual dejó luego de involucrarse en el sindicato en su nuevo trabajo en ACRICASA. Como parecía no haber entendido el punto de su historia, se detuvo para explicitar su estrategia narrativa: “la razón por la que conté esto es para explicar cómo me pude involucrar en el sindicato. No había nadie en casa que me frenara, una mujer… ni marido, madre, padre, madrastra ni padrastro. Estaba sola”.[3]

La conciencia de Oliva acerca de la naturaleza opresiva de las ideologías y representaciones de género le permitieron ser su propia historiadora feminista. Eligió contar primero su travesía para explicarme que para ser una activista tenía que estar “sola”, por fuera de las relaciones de género tradicionales. Fue así cómo se convirtió en una activista.        

Además de revelar que los papeles asumidos por la obrera latinoamericana (la clasista) y la académica norteamericana de clase media (la feminista) podían invertirse, los comentarios de Oliva sugieren tanto la extrema importancia del género como las grises complejidades de la vida real. Habla tanto del rol atribuido a las mujeres en el hogar como de su violación (su madre, y no su padre, abandonó el hogar; Oliva quería trabajar y lo hizo), de la visión de algunas mujeres que el trabajo pago era en cierto sentido liberador (su amiga le decía “estás trabajando… no tienes que seguir soportando esto”), y de al menos un hombre que no respetaba el confinamiento de las mujeres a determinados espacios. A pesar de que su padre era comprensivo con su deseo de estudiar, Oliva entendió que tenía que apartarse de las restricciones de género para unirse a un sindicato.

Ella creció en un mundo guatemalteco ladino (mestizo o no-indígena) marcado por convenciones rígidas sobre lo masculino y lo femenino, y sus derechos y obligaciones, independientemente de la clase. Las obligaciones masculinas eran proteger a la familia y a los niños, y ser el sostén y protector del hogar. Según el uso popular, ser macho significaba defenderse a uno y a su familia, ser valiente y audaz, confrontador, capaz, no dejarse pisar por otro, y tener la última palabra sobre la mujer y cualquier otro. Las mujeres eran definidas como madres, amas de casa, cuidadora de las emociones de los otros, y se suponía que su esfera era el hogar. Lo que las mujeres hacían fuera de su casa era sospechado; ganaban status y valor por lo que lograban en el interior. Muchas cualidades, como la apoliticidad, la dependencia y cierto tipo de emotividad, eran definidas como femeninas en relación a su rol en el hogar y en deferencia a la identidad masculina. Muchas ficciones están entrelazadas: el “verdadero” valor de las mujeres es doméstico; el trabajo en el hogar no es un verdadero trabajo; el mundo del trabajo y la familia son opuestos, en tanto el trabajo verdadero es recompensado de forma monetaria al contrario de lo que ocurre en el hogar, que está constituido emocionalmente; son los hombres los que trabajan por un salario fuera de la casa, y por ende son sus trabajos los que tienen mayor valor económico y social.

La clase complicaba esos ideales. La brecha entre el hombre y la mujer ideales y los reales era amplia en los hogares de las familias pobres y de clase trabajadora de la Ciudad de Guatemala, y existían imágenes vistas como graciosas para expresar esto: el “simpático”, alegre, sin trabajo, mujeriego, una figura del folklore barrial junto a la esposa ruda que lo echa a patadas de la casa y mantiene a sus muchos hijos. De hecho, el “secreto” que la mujer y los niños son el sostén, y que los padres suelen abandonar la casa, era compartido por muchos, y no era muy secreto. Muchos de los trabajadores guatemaltecos que entrevisté narraban el fracaso de sus padres en mantener la familia, y el éxito de sus madres en hacerlo, como el drama central de sus vidas. De acuerdo, y en contra del ideal femenino, las madres eran la fuerza principal en el mantenimiento de las familias unidas frente al abandono y la catástrofe. Están con sus hijos y trabajan duro dentro y fuera de la casa, y son admiradas por esto por sus hijos. A los ojos de los niños, no es sospechoso que las madres trabajen fuera de la casa. Un trabajador describía una juventud típica. Su padre abandonó la familia, y él recordaba: “Todos menos mi padre hicieron algo por la familia. Empecé a trabajar en una fábrica de hielo cuando tenía diez años; mi hermano vendía ollas puerta a puerta; mi hermana juntaba ropa a la que le sacábamos el hilo para vender. Mi madre hacía y vendía tortillas. Se levantaba a las cuatro de la mañana y trabajaba hasta tarde a la noche. Era una madre dedicada. No tenía una vida propia. Era una vida limitada económicamente, pero era feliz con mi madre”.[4] Cuando este trabajador comentaba que su madre no tenía “vida propia”, no lo decía contento, pero no esperaba que ella se rebelara contra esta asfixia y apreciaba su sacrificio, del cual dependían la vida y la felicidad de la familia. En otras palabras, si son representados, los roles normativos de género son intrínsecamente represores. Si no son representados, surgen otros problemas: los maridos se oponen a que las esposas trabajen fuera de la casa; los padres son vistos como fracasos, y los niños reaccionan contra ellos; y las mujeres trabajan demasiado. Las reglas de género ni son subvertidas ni son estrictamente cumplidas. Las personas de clase obrera vivían en una zona gris de “imperfecciones” de género, y si quizás algunos hombres fueron “femeninos”, muchas mujeres fueron “masculinas”.

En los años setenta, cuando Sonia Oliva empezó a trabajar en ACRICASA, no estaba sola. Muchas mujeres trabajaban por un salario fuera de sus casas. No trabajaban solo como domésticas y maestras, sino que también eran empleadas en las fábricas modernas de trabajo intensivo que predominaban en varias zonas durante aquellos años.[5] Preservando el sentido de que las mujeres pertenecían al hogar, las personas de la clase obrera solían entender al trabajo femenino asalariado fuera del hogar como un trabajo temporario; esto era particularmente evidente para el trabajo en la fábrica, que a diferencia del trabajo doméstico o en el empleo en servicios, era visto como como un trabajo masculino y no como una extensión del rol protector de las mujeres. En el hogar y en el lugar de trabajo, los trabajadores no tenían un sentido de lo masculino y femenino que se correspondiera con el trabajo permanente y full-time de las mujeres en las fábricas. La habitación propia de Oliva le permitió ser no convencional y unirse a un sindicato, pero allí reapareció el problema de las ideas convencionales sobre el género.

 

 

Mujeres en el trabajo: el sindicato de ACRICASA

 

ACRICASA abrió en 1973 con una maquinaria moderna para hacer hilo de acrílico para el Mercado Común Centroamericano. Lo que más sorprendió a Sonia cuando empezó a trabajar allí en 1974 fue el contraste entre el tratamiento dado a las máquinas y a las personas. Ella explicaba que “las máquinas tenían todo lo que necesitaban para funcionar las 24 horas al día sin complicaciones ni problemas, pero nosotros no”.[6] En 1975 comenzó una conducción sindical entre los trabajadores, de los cuales cien eran hombres y trescientos eran mujeres jóvenes de entre 18 y 26 años. Estas mujeres jóvenes eran principalmente ladinas, y algunas eran Mayas; casi todas ellas nuevas en el trabajo industrial, y muchas eran nuevas en la ciudad.

Algunas de las realidades de la planta que enfurecían a los trabajadores no eran específicas de las mujeres trabajadoras: todos compartían el bajo salario, los turnos de doce horas y la falta de máscaras para el polvo. Otros problemas concernían especialmente a las mujeres: la ausencia de baños era particularmente problemática para las mujeres; ¡más aún el hecho de que los supervisores japoneses se sentían autorizados a abofetear a las trabajadoras! Además, la compañía no proveía el transporte hacia la fábrica, que estaba ubicada al final de un camino sucio a dos kilómetros de una ruta que era recorrida por un transporte público poco confiable. Las mujeres del turno noche se sentían particularmente vulnerables, y argumentaban que durante el día y la noche las muchas mujeres embarazadas tenían que caminar de forma excesiva.[7]

Un grupo de trabajadores, la mayoría de ellos mecánicos, comenzó una campaña de organización en febrero de 1975. El liderazgo se expandió hasta incluir a una mujer luego de que varios de los primeros organizadores fueran despedidos, ya que un espía había infiltrado el comité secreto. Sin embargo, esta primera mujer renunció a la mañana siguiente, ya que, según Oliva, “cuando llegó a su casa y contó que estaba ayudando a formar un sindicato, la madre, el marido, todos, la regañaron, y al otro día llegó y dijo que no, que no podía hacerlo, que era muy peligroso y todo eso, entonces me eligieron a mí”.[8] La génesis de su liderazgo y la razón por la que había sido elegida su predecesora eran las mismas: el Ministerio de Trabajo obligaba a los sindicatos a tener un comité ejecutivo de nueve miembros; las mujeres eran elegidas en ACRICASA porque no había nueve hombres dispuestos a correr el riesgo de ser dirigentes sindicales. Los sindicalistas no habían transformado su visión de la femineidad, pero eran realistas. Tenían que acatar las reglas del Ministerio, y si querían un sindicato en ACRICASA, tenían que aceptar a las mujeres. Oliva, una persona carismática, era importante para ellos, y así entraron las mujeres en los sindicatos. Luego de que el abogado del sindicato consiguiera una orden para prevenir futuros despidos, unos cien obreros, la mayoría de los cuales eran mujeres, ingresaron al sindicato. Este número estaba muy lejos de lo que los primeros organizadores, que temían que la composición femenina de la fuerza de trabajo dificultara sus esfuerzos, habían anticipado.[9] Pero allí estaban, y el sindicato estaba en marcha.

Llevó casi nueve meses lograr el reconocimiento legal del sindicato, y luego quince meses para obtener un convenio. Durante esos meses, los trabajadores, y principalmente las mujeres, emplearon una variedad de tácticas para presionar a los empresarios a una negociación. Solían agolparse en la oficina del director para pedir colectivamente que los empresarios se reunieran con el sindicato. Hacían paros ilegales breves. Cuando caían en la ilegalidad, la compañía llamaba a un inspector de trabajo. Cuando llegaba, los trabajadores volvían rápidamente a trabajar. Cuando el inspector entraba y encontraba a todos los trabajadores en sus puestos, estos lo tomaban y le señalaban las muchas violaciones al código laboral. También hacían pintadas como “Queremos servicio de buses” y “Queremos aumento de sueldo” dentro de la planta y en los autos de los empresarios. Su fama persistía a medida que el sindicalismo se extendía. Cuando las jóvenes mujeres de ACRICASA pasaban por las fábricas sin sindicato en los que la fuerza de trabajo era principalmente masculina, desafiaban a los trabajadores arrojándoles en la cara la relación entre masculinidad y militancia clasista: “Somos mujeres y nos organizamos… ¿Qué hicieron ustedes hombres?[10]      

Hacia 1977 el sindicalismo era la vida de Oliva y la mantenía ocupada día y noche. Cuando los mineros marcharon 400 kilómetros desde una mina de wolframio en la ciudad de montaña Ixtahuacan hasta la Ciudad de Guatemala para publicitar su lucha por un sindicato, Oliva fue la única mujer del movimiento obrero que se sumó a los sindicalistas para viajar hasta la Ruta Panamericana y encontrarse con los mineros. Ella y los muchachos del casi totalmente masculino sindicato de trabajadores de Coca-Cola durmieron al lado de la ruta con los mineros y marcharon hacia la Ciudad de Guatemala a su lado.[11]

Oliva asistía a todos los encuentros que podía, enseñaba sobre los problemas que afrontaba Guatemala y actuaba en donde veía la oportunidad. Como muchos otros guatemaltecos de la década de 1970 que experimentaron el crecimiento de la industria y la agricultura capitalista bajo el terrorismo de estado, se oponía al capitalismo y al estado. El estado y las compañías nacionales y extranjeras solo les trajeron problemas a los trabajadores urbanos y rurales, los obreros se sentían obligados a encarar peligrosas y duras luchas para conseguir demandas mínimas. Aún luego que el sindicato de Oliva lograra un convenio en 1977, los trabajadores tenían que presionar constantemente a la compañía para que lo cumpliera, y en marzo de ese año los trabajadores del turno noche pararon por el rechazo de la compañía a pagar horas extra. Oliva no trabajaba en ese turno pero participó de la huelga, y para entrar a las instalaciones cerradas trepó una pared de dos metros y medio y saltó al piso, a pesar de estar embarazada de seis meses.

Tres meses después y a los pocos días de que naciera su hijo Pavel, los trabajadores tomaron la fábrica para forzar el cumplimiento del convenio de trabajo. Oliva tomó a su hijo de días y corrió a la fábrica. Sus compañeros estaban contentos de verla, pero ella y otros se asustaron por el bebé cuando se dieron cuenta que el Pelotón Modelo (la policía antimotines) había rodeado la fábrica y podía entrar con gases lacrimógenos en cualquier momento. Oliva recordaba que “no sabía qué hacer, si enfrentar al Pelotón Modelo o cuidar a Pavel”. Justo en ese momento el trabajador a cargo de las calderas amenazó con volar la fábrica si la policía se acercaba al edificio, y el gerente asustado hizo retirar a la policía. Los trabajadores, y Pavel, acamparon dentro de las instalaciones por quince días, momento en el que la compañía aceptó cumplir con el convenio que había firmado.[12]

En lugar de cumplir con las exigencias de la maternidad de un modo convencional, Oliva llevó a Pavel a encuentros y manifestaciones. En lugar de dejar a su hijo al cuidado de alguien, como hacían los sindicalistas, lo integró al mundo del activismo. Cuando la compañía no implementaba la disposición del convenio de una guardería, Oliva llevaba a su hijo de cuarenta días al trabajo “para dejarlo en evidencia”.

 

Pavel y yo aparecimos en el trabajo un día, con pañales y mamaderas, y todos estaban sorprendidos. En ese momento yo trabajaba en el laboratorio con químicos, y el supervisor me decía ‘tienes que trabajar, no puedes tener a un niño acá con estos químicos”. “De acuerdo” decía yo. Se suponía que tenía que haber una guardería, y si querían, me podían dar una licencia con goce de sueldo hasta que la construyeran, pero hasta que eso no pasara yo iba a ir con Pavel. Me dijeron que iban a llamar a un inspector de trabajo. Yo dije “Excelente” porque según el convenio tenía que haber una guardería. Tenía un box y lo preparé para Pavel. El día era difícil. Me levantaba todo el tiempo para prepararle la mamadera. Cada vez que lloraba, yo decía “Mi pequeño hijo” y paraba de trabajar para cuidarlo. Siempre hice de él mi prioridad.[13]

 

Luego de unos días, en los cuales otra mujer siguió el ejemplo de Oliva y comenzó a llevar a su hijo al trabajo, la empresa sacó a una trabajadora de una máquina y la ubicó en una pequeña habitación con algunas cunas y provisiones. Esa era la guardería. Pero estaba cerrada a la noche, y muchas madres trabajaban en ese turno. Oliva, que trabajaba durante el día, dejó a Pavel en el trabajo al terminar su turno, nuevamente, “para dejarlo en evidencia”. Su táctica fue exitosa. Ella explicaba “Pobrecito [Pavel]! Me sentía horrible pero estas son las cosas que uno debe hacer. No me lo llevé, así que se quedó. Sabía que no lo iban a dejar solo, y que algo harían. Al otro día vinieron y me regañaron. Habían tenido que dejar a la chica toda la noche y pagarle. Finalmente cedieron”[14]. Oliva no era para nada una madre típica.

Hacia 1978 el sindicato era fuerte y había tenido éxito garantizando el cumplimiento de un buen convenio. Además, el sindicato se había comprometido en la ayuda a otros trabajadores y en desenmascarar las injusticias en Guatemala. Los panfletos hablaban más que de sindicatos y lugares de trabajo, y el sindicato apoyaba públicamente el crecimiento de la lucha Sandinista contra Somoza en la cercana Nicaragua.[15] Las mujeres del sindicato contribuyeron a la constitución del dinámico movimiento popular que dominó el paisaje urbano a finales de la década de 1970. Oliva era la única mujer del sindicato que “había dormido con los mineros de Ixtahuacan”, tal como relataba en tono de broma el hecho de haber acampado toda la noche con ellos al lado de la Ruta Panamericana, pero muchas mujeres del sindicato fueron a las manifestaciones masivas que recibieron a los mineros en su llegada a la Ciudad de Guatemala en noviembre de 1977.[16] Casi todos los miembros del sindicato salieron a la calle a protestar luego de que el ejército asesinara a más de cien mayas kekchí en el lejano pueblo de montaña Panzós a mediados de 1978, en el que el sindicato era un miembro activo de un movimiento de trabajadores llamado “Gobierno Popular Revolucionario”.

El estado reaccionó fuertemente contra los sindicatos en el movimiento popular. Solo para tomar el caso de ACRICASA, en julio de 1978 nueve hombres y veintiséis mujeres del sindicato fueron capturados por la policía, arrastrados del micro que el sindicato había logrado en su convenio de 1977, y enviados a prisión, donde fueron retenidos bajo el cargo de “subversión”. Fueron necesarias varias semanas y huelgas de hambre de los trabajadores en la fábrica y en la cárcel para que sean liberados.[17] En octubre, el dirigente sindical Gonzalo Ac Bin fue asesinado. A comienzos de 1979, Oliva y Pavel fueron secuestrados por hombres encapuchados. Oliva fue golpeada y ambos fueron retenidos por más de quince horas antes de ser liberados con la condición de que Oliva abandonara el país, lo que hizo junto a Pavel. El 21 de julio de 1980, dos dirigentes sindicales recientemente electos, Florencia Xocop y Sara Cabrera, embarazada de nueve meses, estuvieron entre los veintisiete dirigentes sindicales que fueron secuestrados y nunca más aparecieron. Luego de esto, el sindicato se retiró de la política.[18]

 

 

Feminismo de clase obrera

 

El sindicalismo requería mucho de las mujeres de ACRICASA y ellas aceptaron el desafío. Cuando las mujeres se congregaban en la oficina del director, pintaban consignas, discutían con los inspectores laborales u ocupaban la planta, violaban el comportamiento femenino “ideal”; también actuaron en asuntos que no eran específicos del género. Interesadas en Nicaragua, el campo guatemalteco y otros sindicatos –en suma, cualquier movimiento que las movilizara y las empujara a la acción–, su compromiso con el sindicato y el movimiento popular estaba enraizado en la multiplicidad de sus seres, y no solo en asuntos relacionados con el hogar y la familia, o en su percepción como madres. Varias mujeres trabajadoras estaban cerca del campesinado maya y estaban ansiosas por el crecimiento de conflictos por los títulos de las tierras y los rumores de que el ejército estaba bombardeando las zonas montañosas. Las mujeres que participaban en el sindicato tenían una relación “con el mundo de la realidad y no solo con el mundo de hombres y mujeres”[19]. Su activismo no era una simple extensión de su identidad de género como madres, esposas e hijas, una identidad que podía impulsarlas a la política para defender a sus familiares “de forma vicaria”, como llamó una académica feminista a la política maternal, o la política basada en la femineidad, sea esta entendida como esencia o como construcción social.[20]

Sus políticas fueron más que maternales; pero tampoco eran simplemente sindicalistas con conciencia de clase cuya especificidad como mujeres había sido invisibilizada, como muchos afirman que ocurrió en los movimientos de trabajadores latinoamericanos.[21] Algunas de sus quejas eran específicas de las mujeres, y al presentar estos reclamos violaron el comportamiento femenino “apropiado” –al igual que cuando protestaban– pero en estos casos lo hicieron de un modo especialmente dramático. Una de las primeras concesiones de ACRICASA a los trabajadores fue la instalación de baños en su interior, pero los supervisores controlaban el tiempo que los trabajadores iban al baño. Un día una mujer que permaneció en el baño por cuatro minutos fue reportada al director. Ella se lo informó a los delegados y ellos la acompañaron a la oficina del director. Se inició una discusión durante la cual ella se calló de golpe. Se paró, abandonó la oficina y volvió con una toalla higiénica sucia, la puso en el escritorio del director, y con la cara colorada, le dijo “si quieres saber por qué estuve tanto tiempo en el baño, ¡acá está la respuesta!”, y así terminaron los controles a los trabajadores.

Para dar otro ejemplo de este rechazo pronunciado a ocultar asuntos “privados” en el silencio “femenino”, para el Día de la Madre había un feriado pago por ley, y ACRICASA se lo garantizaba sin cuestionamientos a las mujeres casadas. En 1977, el sindicato, con muchas madres solteras, pidió el mismo derecho para ellas. El director pretendía que como no estaban casadas, estas mujeres no eran madres. Un grupo de trabajadoras discutían dentro de la oficina del director –“si no me da este feriado porque no soy madre, decía una trabajadora enfurecida, “me acuesto en su escritorio y trae un doctor para decidir frente a todos si soy una madre” – y el directorio, avergonzado, cedió inmediatamente.[22] Las madres reconocían su condición y simultáneamente intentaban legitimarla reclamando un feriado que glorifica el estilo más conformista de maternidad y femineidad.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          

En suma, las trabajadoras de ACRICASA no encajan en las categorías usadas por los académicos para describir el activismo de las mujeres. Sus políticas no eran maternales, “mujeriles” o “sin género”, y tampoco sería justo llamar a estas mujeres feministas de la “segunda ola” que desafiaron, antes de aceptar, ceder o sacar fuerza de una visión esencialista de la femineidad. La tensión entre aceptar y rechazar el rol “apropiado”, los derechos y obligaciones como mujer, se mantuvo en gran parte como un asunto no resuelto. Parece fácil analíticamente conceptualizar el problema como la opción entre el conformismo y el inconformismo, pero las cosas no ocurren así en la vida real. Por un lado es importante señalar que existía entre las mujeres una comprensión consciente y crítica de las construcciones de género. Pero también debe aclararse que las mujeres en el sindicato no ponían en cuestión muchas desigualdades entre hombres y mujeres. Ninguna de ellas, Oliva incluida, se mostró en desacuerdo con el hecho de que ACRICASA daba a los hombres los trabajos mejor pagos, y que a pesar de que la mayoría de los miembros del sindicato eran mujeres, la mayor parte de sus dirigentes eran hombres. En muy pocos casos, como el de Oliva y el de las desaparecidas Florencia Xocop y Sara Cabrera, las mujeres asumieron puestos de liderazgo, y esto ocurrió solamente cuando no había nadie que quisiera tomar estos trabajos. La mayoría de las mujeres del sindicato no cuestionaba los roles de género en la medida en que Oliva lo hacía. La lucha por la guardería que mencionamos anteriormente ilustra la diferencia entre la visión de Oliva y la del resto de las sindicalistas de ACRICASA.

La guardería es potencialmente subversiva de las construcciones de género porque puede, aunque no necesariamente, desafiar la idea de que las mujeres deben estar el hogar con los niños. El cuidado de los hijos de madres que deben trabajar puede ser el eje de una demanda de bienestar, como también la liberación de las mujeres del trabajo de cuidar todo el tiempo a los chicos. La demanda nos dice poco acerca de por qué es realizada. Puede ser generada por mujeres que desean proteger la maternidad, puede ser realizada por hombres y/o mujeres que quieren estar menos preocupados con la crianza de los hijos, y puede ser producto de una combinación de estas u otras razones.

Los orígenes de la guardería en Guatemala se remontan a principios del siglo XX, cuando las mujeres ricas preocupadas por “la cuestión social” intentaron aliviar a las mujeres trabajadoras pobres mediante organizaciones de caridad. Querían proteger a los niños y a la sociedad del deterioro que la vida urbana imponía a la familia. Más tarde, en el período reformista de 1944-1954, una fuerte iniciativa de guarderías provino del efímero movimiento feminista de clase media y clase obrera Alianza Feminista. Miembros de Alianza Feminista, que incluía muchas mujeres artesanas, escribieron extensamente sobre la dificultad de las mujeres que necesitaban trabajar y no podían encontrar guarderías adecuadas para sus hijos. Producto de los esfuerzos de Alianza Feminista, se crearon guarderías, y el Código Laboral de 1947 obligaba a las fábricas con más de cuarenta mujeres trabajadoras a proveer cuidado para los niños. Alianza Feminista, y la mayoría de los movimientos feministas de la primera ola, no habían salido de la premisa de que el cuidado de los hijos era un asunto de las mujeres. Su pensamiento reflejaba tanto su propia visión sobre naturaleza esencialmente maternal de la mujer como su realismo: era la mujer la que cuidaba a los hijos; si debía o no debía, no era cuestionado. El pedido de que las fábricas con un cierto número de padres tengan guardería era inimaginable para las mujeres progresistas guatemaltecas de la década de 1940.                   

La legislación siguió siendo parte del Código Laboral después de que este fuera revisado luego del golpe de 1954. En el período post-1954, y ciertamente en la década de 1970 cuando el movimiento obrero era relativamente poderoso y duramente atacado, los abogados laborales que intentaban trabajar en el interior de la frágil estructura legal, levantaron el problema de la guardería en las plantas con más de cuarenta trabajadoras, porque era una demanda legal y “legítima” que podía ser llevada a la corte, y no porque fuera algo por lo que los trabajadores realmente presionaban, como mejores salarios. En la década de 1970 los sindicalistas se oponían a las guarderías en las fábricas en las que trabajaban. Su razonamiento estaba basado en el “sentido común”: sus esposas daban el auténtico cuidado; ¿por qué sustituir a una madre por alguien más? Ellos (los hombres) se mataban trabajando para tener una familia “normal” (esposa y hogar), ¿y qué otra cosas hacen las esposas? Un trabajador me explicaba que se oponía a las guarderías en las fábricas (una fábrica de hombres) porque no podía imaginar qué haría todo el día su mujer sin chicos a los que cuidar.[23]

En ACRICASA los abogados laborales sugerían que el sindicato pidiera guardería por razones tácticas: una batalla judicial podía resultar en una extraordinaria victoria del sindicato. La mayoría de las mujeres del sindicato no estaban seguras si realmente querían que la compañía abriera una guardería en la planta. Por supuesto, todas apoyaban la demanda, como buenas sindicalistas; pero como buenas madres, tenían sus reservas. Muchas mujeres decían que tenían parientes en sus casas para cuidar a los hijos y, nuevamente, como buenas madres, preferían eso. Argumentaban que el hogar era más seguro y cálido, y así no tenían que arrastrar a los chicos por el peligroso y multitudinario transporte público cada mañana. Varias decían que sus parientes se ofenderían con la idea de llevar a los hijos a una guardería cuando había familiares mujeres en el hogar para esa tarea (muchas vivían con sus madres). Una mujer me explicaba que “aunque mi madre trabaja [haciendo comida y vendiéndola en la puerta de la casa], la estaría rechazando si me llevo a los chicos al trabajo todos los días”.[24] Las mujeres admiraron el compromiso y la audacia de Oliva cuando llevó a Pavel a ACRICASA como protesta, pero solo una de muchas mujeres siguió su ejemplo. Varias comentaron que era peligroso tener a los chicos cerca de los químicos, y muchas cuestionaron la idea de dejar a Pavel toda la noche. Estas mismas mujeres arriesgaron sus vidas en la protesta por el asesinato de los mayas kekchí en Panzós en julio de 1978, cuando el estado asesinaba por el solo hecho de asistir a una manifestación, y se comportaron de manera “escandalosa” para obtener el derecho a un feriado pago para las madres solteras el Día de la Madre, pero en las políticas de maternidad, aquellas políticas de maternidad, la mayoría se separaba de Oliva.    

Oliva no tenía reservas sobre luchar por la guardería. Lo que empoderaba a Oliva en esta lucha por los derechos de las mujeres era su feminismo no-esencialista, en lugar de la conciencia “maternalista” o “mujeril” generalmente atribuida a las activistas de la clase trabajadora. No son solo las mujeres de clase media las que tienen una conciencia y una voluntad feministas.[25] Oliva tenía la energía para liderar una solitaria lucha por la guardería porque era madre no convencional. La verdad es que en ACRICASA la guardería no era una necesidad vital para la mayoría de las mujeres, porque estas trabajadoras, como los hombres trabajadores, tenían mujeres en sus casas que cuidaban a sus hijos. Para Oliva era una necesidad vital porque había elegido escaparse de las relaciones que podían haberle garantizado mujeres “domésticas” en su vida. Oliva amaba a Pavel, pero no lo traía con ella porque quería estar con él constantemente. No tenía opción si quería permanecer por fuera de la esfera doméstica, como trabajadora y como activista, y esto era muy importante para ella. Quería una guardería porque sentía que era un beneficio que su empleador debía pagar, y porque quería una vida por fuera de la maternidad. Oliva asumió la conciencia feminista, llena de ambigüedades y nunca proclamada, de muchas militantes de ACRICASA que rompían el molde de las construcciones de género y al mismo tiempo las reproducían, no obstante la promoción de la búsqueda de “otra forma de ser”.[26] Oliva tenía sentimientos más fuertes que la mayoría de las mujeres sobre las reglas y códigos que separaban lo masculino de lo femenino: no le gustaban para nada. Ella pensaba que era ridículo que el movimiento sindical no demandara guarderías en fábricas con padres trabajadores, y estaba sola en su opinión.    

 

 

Activismo generizado, problemas de género

 

Las mujeres de ACRICASA que “provocaban desde el género” a los trabajadores masculinos de las fábricas cercanas sabían de qué estaban hablando. Los hombres trabajadores estaban mucho menos preocupados por generizar el movimiento obrero que lo que estaba su contraparte femenina. A diferencia de las mujeres activistas, los hombres asociaban comúnmente la participación sindical a su género. Un trabajador explicaba, “mis hijos van a decir orgullosos ‘Mi papá fue miembro del sindicato de Coca-Cola’. Si no estuviera en el sindicato, ¿cómo podría mirarlo a la cara? ¿qué tipo de hombre sería?”[27] El activismo demandaba un extraordinario heroísmo público, y este tipo de coraje era un rasgo asociado a lo masculino, una parte esencial de la masculinidad. Poco importaba cuánto había de heroísmo público femenino, el sindicalismo era percibido como un dominio masculino en el que contaban lo valiente y lo varonil. La literatura sindical solía usar el adjetivo viril para describir acciones de trabajo, y un típico editorial de un diario de sindicato desafiaba a los obreros cuya actividad sindical había sido insuficiente: “¿No tienen pelos en el pecho?”.[28] En el imaginario popular, los sindicalistas hombres se habían convertido en los mejores sostenedores de la familia, los más firmes defensores de la familia y los padres por excelencia, a pesar de la realidad de que la actividad sindical los agotaba, los mantenía siempre ocupados y ocasionalmente ponía en peligro la vida de sus hijos.

Y aunque el machismo era una de las cualidades mencionadas por los sindicalistas hombres como fundamental para cualquier liderazgo sindical, muchos hombres creían que el machismo tenía limitaciones, y hasta un costado negativo. El término macho, por ejemplo, en tanto no distinguía entre la defensa individual y la defensa colectiva, era utilizado despectivamente por los hombres trabajadores para referirse al trabajador terco que enfrenta por sí solo a un  jefe o supervisor y que solo puede “pensar con los testículos”. Luego de una serie de incidentes de aventurerismo obrero en la planta embotelladora de Coca-Cola, “pensar con los testículos” se volvió una crítica dentro del prestigioso sindicato de Coca-Cola.­ Esto no quiere decir que los hombres hubiesen revisado sus concepciones de masculinidad y clase; en este punto sus sindicalismo se mantuvo conservador. Lo que sugiere es que su generización de la clase tenía algunas zonas grises. Los hombres sabían que el activismo requería una claridad intelectual y práctica que iba más allá de la simple masculinidad. A su entender, esta claridad no tenía que ver tanto con el género sino con la clase, en el sentido de que los trabajadores tendían a ver “el cerebro” en los hombres de clase media y las mujeres abogadas, y a representar a la intelectualidad como perteneciente a la clase media, tanto masculina como femenina.[29] La masculinidad era empoderadora hasta cierto punto; los trabajadores tenían un sentimiento de inferioridad intelectual que su identidad masculina no lograba compensar. La idea de que los hombres eran resistentes por naturaleza se mezclaba con la concepción de que los trabajadores eran trabajadores porque no eran inteligentes. La clase obrera estaba generizada como masculina orgullosamente, pero también estaba construida como “tonta”. El fuerte sentido de que “resistente”, “masculino” y “trabajador” iban juntos estaba entrelazado con la idea dolorosa de que el trabajo físico se oponía al trabajo intelectual y que los trabajadores eran cortos de mente. “Estúpido” se escondía dentro de “trabajador”, el cual estaba vinculado a lo “lo masculino” y “lo resistente”.

La defensa que los hombres trabajadores hacían de las trabajadoras también ilumina la forma compleja y cambiante en la que masculinidad se enlazaba con la acción de clase. Por lo menos dos de los más importantes sindicatos industriales fueron iniciados por hombres trabajadores en respuesta al abuso sexual de las trabajadoras. Efraín Alonso, co-fundador del sindicato en la fábrica de conservas Kern, explicaba cómo aquél había surgido: “Recuerdo que estaban esos supervisores, esos jóvenes de clase media con sus lindos autos. Y cuando llegaba la cosecha necesitaban un montón de mujeres para trabajar, así que ellos elegían a las más lindas, y lo que hacían después [los supervisores], las llevaban a tomar algo los viernes, el fin de semana, no sé lo que hacían, y esas mujeres pobres tenían que hacer lo que ellos querían porque necesitaban el trabajo. Esto era increíble y la maestra [una ex-maestra con la que Alonso organizó el sindicato] y yo lo discutimos detalladamente y así es que como todo [la conducción sindical en Kern] empezó”.[30]

Un hombre de la fábrica de baterías Ray-O-Vac recordaba la génesis del sindicato en esa planta: “Había muchos abusos, especialmente contra las mujeres, porque a cambio de un trabajo tenían que acostarse con los supervisores, y ellas lloraban y nos contaban eso. Se formó una comisión para protestar por esto, y de esta manera comenzó el proceso de formación del sindicato”.[31]

Que hubiese mujeres en las fábricas significó, en primer lugar, un quiebre en la capacidad de los hombres de ser el sostén de la familia en el mundo de la ideal división sexual del trabajo. Para peor, si los supervisores podían acosar sexualmente a las mujeres con impunidad, la masculinidad de los hombres trabajadores era completamente nula. Los hombres se precipitaron a defender a las mujeres y a su masculinidad. Dos comentaristas de una versión previa de este capítulo sugirieron que esto no representaba una indignación por el abuso sexual, sino “el problema de meterse con las mujeres de ‘nuestra’ clase”, una lucha de clases sobre los cuerpos de las mujeres, un cuestionamiento sobre quién comete el abuso.[32] ¿Pero qué hicieron los hombres de Kern y Ray-O-Vac? No hay dudas de que la línea entre “proteger” y “poseer” es delgada, pero existe; y en estos casos los hombres trabajadores no procedieron a acosar a sus compañeras trabajadoras. En lugar de eso, las afiliaron al sindicato, lo que no quiere decir que el acoso sexual no existiera en los sindicatos, pero ¿para qué formar un sindicato para acosar sexualmente a las trabajadoras? Este era un camino difícil, especialmente luego de que el sindicato se había pronunciado públicamente en contra del acoso sexual, y particularmente en Guatemala, ¿por qué arriesgar tu vida para acosar a una mujer cuando podías hacerlo impunemente cualquier día de la semana? La indignación por el abuso sexual de las mujeres estaba condicionada por el machismo de clase, y de este modo era una cuestión de lucha –la idea de que los hombres tenían que defender a los mujeres–, pero también estaba influenciada por la solidaridad de clase en el lugar de trabajo, que implicaba comprensión con las compañeras trabajadoras.

Por supuesto que cuando los hombres organizaron a las mujeres en sindicatos, lo hicieron con sentimientos encontrados, precisamente porque al hacerlo contradecían su visión de lo masculino y lo femenino.; por otra parte, así lo hizo la realidad. Las mujeres estaban en las fábricas. En ACRICASA y en cualquier otro lado, los hombres no eran ciegos ni tontos, así que afiliaron a las mujeres a los sindicatos, y las mantuvieron en su lugar tratándolas del modo en el que siempre las habían tratado: los hombres generalmente no informaban a las mujeres sobre los encuentros, decisiones, problemas y chismes importantes. Le pedían a las mujeres que hicieran “trabajo de mujeres”, como cocinar, limpiar y tomar notas. Esto tenía el efecto de hacerle más difícil a las mujeres asumir roles de liderazgo, a pesar de que a veces las dejaban de manera informal y, en el caso de ACRICASA, eran oficialmente electas. En ACRICASA y en cualquier otro lado, cuando las mujeres eran notablemente militantes o capaces como sindicalistas, los hombres las masculinizaban. Si por la realidad de la clase los hombres no podían rechazar a las mujeres, por las concepciones de género no podían aceptarlas como mujeres. “Así y todo tiene más pantalones que muchos de los hombres que conozco” era el típico comentario sobre las contundentes y efectivas mujeres sindicalistas; esta era la forma en la que los hombres del sindicato de ACRICASA describían a sus compañeras de militancia. De este modo los hombres conservaron al sindicato como bien masculino –¡estas mujeres eran más masculinas que muchos hombres!– para mantenerlo como propio, aún incluyendo a las mujeres. La tensión entre la representación de los sindicatos, la militancia y la clase como masculinos y la realidad que sindicato, militancia y clase eran tanto masculinos como femeninos, no pudo ser erradicada. Si los hombres combinaban clase y masculino, si lo masculino realmente “constituía” la clase, y si los hombres trabajadores no podían reconocer en algún punto su codificación masculina de la clase y la realidad de clase, tendrían que haber excluido a las mujeres de sus sindicatos. En lugar de eso, las mujeres que eran reconocidas como importantes para el movimiento obrero, como Oliva, eran masculinizadas.[33]  

Otra forma en la que las mujeres eran admitidas era como seguidoras. No se desafiaba ningún estereotipo: los hombres lideraban “naturalmente” y las mujeres seguían. El sindicato de maestros provee un ejemplo: el conjunto de trabajadores y su gran sindicato eran mayoritariamente femeninos en la década de 1970. El sindicato, que condujo un largo e importante paro de más de 18.000 maestros en 1973, estaba liderado por un hombre. Las mujeres que participaban no eran masculinizadas y generalmente no eran consideradas obreros. No necesitaban ser maternalizadas, porque eran entendidas como la esencia misma de lo maternal: habían hecho una vocación del rol natural de la mujer como educadora. Durante el paro de 1973, las maestras activistas adquirieron un rol religioso; se transformaron en “apóstoles abnegados” luchando “por los chicos”.[34]

Si bien los sindicalistas hombres podían encontrar un modo de aceptar a las mujeres en los sindicatos, tanto como “hombres de verdad” o, como en el caso de las maestras, “mujeres de verdad”, pocas veces les permitieron a sus propias esposas involucrarse en los sindicatos. Aquí, la posesividad sexual era el centro del asunto. Las esposas eran por definición inequívocamente sexuales y no solamente femeninas. Pertenecían a sus esposos y no podían ser regenerizadas. En ninguna acción laboral se formó un “comité de apoyo de esposas de sindicalistas”, y cuando las mujeres ayudaban de manera individual durante las huelgas y las ocupaciones, los maridos meditaban sobre su participación. A las esposas se les permitía cocinar pero no merodear, y sus maridos no les explicaban qué estaba pasando.[35] Durante la ocupación de un año de la planta de Coca-Cola en 1984-1985, cuando el sindicato estaba integrado por más de doscientos hombres y unas pocas mujeres, la sugerencia de un comité de apoyo de esposas realizado por una delegación sindical extranjera fue rechazada, porque, en palabras de uno de los líderes, “Si traíamos a las mujeres a la planta, iba a haber todo tipo de coqueteos y envidia, y esto derivaría en conflictos entre los obreros”.[36] La inferencia era que como las esposas no era parte de la clase obrera, no tenían derecho a estar ahí. Las esposas –con toda la pasividad, amabilidad y domesticidad atribuidas a las mujeres– tenían el poder de tirar hacia atrás la lucha de clases, no de impulsarla hacia adelante, debido a su atractivo sexual, que podría causar rivalidad y traición. No por casualidad la mayoría de las sindicalistas mujeres no eran esposas.    

Mientras que para los hombres el activismo sindical estaba asociado a su identidad de género, para la mujer la situación era la contraria. Una maestra podía verse a sí misma como y ser vista como súper madre abnegada, pero para las mujeres trabajadoras de la fábrica el activismo contradecía el ideal social de femineidad. Por esta razón, el sindicalismo requería una diferencia personal. Leticia Najarro, una dirigente del sindicato textil apoyado por la AFL-CIO, quien junto a Sonia Oliva fue la única dirigente sindical conocida a nivel nacional, evocaba el activismo no-conformista requerido para las mujeres cuando recordaba: “es imposible ser una mujer sindicalista y estar casada”.[37] Separarse de la compañía de los hombres era un tipo de cambio personal profundo (Oliva no se quedó con el padre de Pavel). Otro era ser una madre no-convencional. Al introducir a Pavel en el sindicalismo, Oliva tomó el camino menos convencional: un hombre hubiese dejado a los chicos con una mujer, y una sindicalista mujer hubiese hecho lo mismo y “se hubiese puesto los pantalones”, dejando a Pavel en las seguras manos de una mujer.

Para ser activistas en Guatemala, las mujeres tuvieron que soportar dos luchas –una contra la compañía y el estado, y otra contra los modelos sancionados de comportamiento de género– mientras los hombres tuvieron que librar la primera pero no la segunda; en realidad, los hombres condicionaban su sindicalismo con sus identidades personales como hombres. Para algunas mujeres, la conciencia de clase incluía el reconocimiento de que no solo eran más que lo socialmente definido como “trabajador” –heterónomo, no pensante, un ser manual– sino que también eran más que “mujeres”. Como explicaba Oliva, ella tuvo que salirse de las relaciones que la aprisionaban como mujer para vivir su vida como una activista de clase. Helen Safa escribió en un influyente artículo que como las mujeres de la clase obrera no se toman seriamente a ellas mismas como trabajadoras, su conciencia de clase es adquirida en otras situaciones, como el hogar y la comunidad.[38] Deberíamos considerar una variación en el pensamiento de Safa: cuando las mujeres se toman a sí mismas seriamente como trabajadoras, comienzan examinando y rediseñando los roles que representan en el hogar y en la sociedad, donde no son consideradas “verdaderas” trabajadoras. Se deriva de esto que las mujeres son más propensas que los hombres a volverse autoconscientes cuando adquieren conciencia de clase.

Por eso no eran solo las abiertas actitudes masculinas las que hacían difícil el sindicalismo para las mujeres. La disconformidad personal requerida por el sindicalismo amenaza un medio importante a través del cual las mujeres habían logrado una identidad y recibido amor y status. No es fácil para una mujer vivir sin un hombre en Guatemala, incluso es difícil vivir con uno. Oliva no tenía un hombre o el status de ser la mujer de un hombre. Y como no dejó de ser una madre, era criticada por su maternidad. Debido a todo lo que implicaba a nivel personal re-visualizar su existencia femenina y sus relaciones con los hombres y otras mujeres, pocas mujeres se transformaron en dirigentes del movimiento obrero en la década de 1970, y menos aún se convirtieron en activistas.

Por otro lado, cuando las mujeres se volvían activistas, eran empoderadas en sentidos diferentes a los de los hombres. Los hombres legitimaban su compromiso a través de su identidad de género, y se organizaban a través de ella, como en el “¿No tienen pelo en el pecho?”. ¿Pero esto realmente ayudaba? Después de todo, el coraje no tenía que ver con el sexo más  de lo que tenía que ver con la clase y la militancia. En situaciones específicas, las mujeres activistas fueron más capaces de una acción de clase, de unirse con los trabajadores más allá de su sexo, más de lo que lo eran los hombres, porque las mujeres no legitimaban –ni podían hacerlo– la clase en su género. Para dar un ejemplo, una conducción sindical comenzó a fines de la década de 1970 en una planta textil llamada MacGregor, que empleaba más mujeres que hombres. Los trabajadores hombres comenzaron una campaña sindical, y la gerencia, jugando con las construcciones de género, respondieron organizando una oposición anti-sindical entre las mujeres trabajadoras. No respondida por el sindicato, aquella oposición creció. A pesar de esto, los sindicalistas hombres siguieron viendo el problema como “un típico fenómeno poco serio de las viejas trabajadoras”. Al percibir que el sindicato fracasaría, un grupo de mujeres pro-sindicato se encargaron de llevar a cabo una campaña de contra-agitación para quebrar a la oposición. Lo lograron, y en el proceso se consolidaron como los trabajadores más democráticos, justos y defensores del trabajo, ya que se habían tomado en serio a la oposición y habían respetado suficientemente a las obreras que estaban en ella como para discutir con ellas. Luego de que el sindicato ganara y se realizaran elecciones de delegados, aquellas mujeres estuvieron entre las elegidas, para sorpresa de los organizadores hombres que temían que esto representara una tendencia antisindical –es decir, femenina– en el interior del sindicato.[39] Los hombres no podían ver más allá de su concepción de la identidad femenina el hecho de que mujeres que estaban en contra del sindicato habían votado a mujeres que eran pro-sindicato; los hombres entendían esto como una estrategia de la oposición anti-sindical, aun cuando aquella oposición ya no existía. En tanto que la planta empleaba principalmente mujeres, el sindicato nunca hubiera cobrado existencia sin las mujeres que lo organizaron. Esta historia fue truncada por la represión de 1980, cuando el sindicato fue destrozado. El punto es que las mujeres sindicalistas tenían una conciencia diferente y estaban más liberadas para ver qué estaba pasando y actuar como agentes de unidad de clase, porque estaban menos limitadas por prejuicios sexistas. Sus capacidades como sindicalistas eran mayores precisamente porque eran mujeres, cuya conexión entre clase y género difería de la de los hombres. Una vez que se involucraron con la actividad sindical, una vez que dieron ese paso “no-femenino”, estas mujeres tuvieron una gran capacidad para ver más allá de las construcciones de género. No pegaron su trabajo sindical a las construcciones de género, como sí hicieron los hombres.         

 

 

Conclusión

 

Este capítulo ha argumentado que la lucha obrera en Guatemala no estuvo desgenerizada. La izquierda marxista guatemalteca mantenía que la opresión de las mujeres era resultado del capitalismo, y que la lucha por los derechos y la liberación de las mujeres, y contra el machismo, era secundaria, y hasta podía ir en detrimento, del enfrentamiento primordial entre las clases. La historia de Oliva indica que este es un falso dilema: ella tuvo que desafiar el sexismo para convertirse en una activista de clase. No hay un asunto “más importante” o “prioritario” –clase o género–, éstas están una dentro de la otra, y la lucha contra las convenciones de género y las ideologías sexistas forma parte de cualquier proyecto de liberación. Una conciencia crítica sobre la clase necesita una conciencia crítica sobre el género, y viceversa.

También he argumentado que las mujeres y los hombres no actúan únicamente a través del género. El activismo nace de la multiplicidad de su ser, del cual en género es una parte. Me preocupa el encasillamiento del activismo de las mujeres dentro de la política maternal o mujeril. Mucha de la literatura popular o académica de los últimos años sobre mujeres latinoamericanas se ha enfocado en el activismo político surgido del sentimiento de sí como mujeres. Grupos de familiares de desaparecidos, como las Madres de Plaza de Mayo en Argentina, y grupos de mujeres de barrio, son a menudo presentados desde esta perspectiva, y algunos autores afirman que una vez que entran a la política por su identidad de género, las mujeres comienzas a desarrollar una crítica de género. Pero existe también una participación política de las mujeres que, en sus orígenes, constituye una transgresión de la construcción social de lo femenino, y dentro de ese espacio de transgresión afloran las raíces feministas.  

Me gustaría llamar la atención sobre este “feminismo desde abajo”. Oliva podía concentrarse en cuestiones de la femineidad y rechazar a “la mujer” como identidad.[40] Por supuesto que Oliva es excepcional, pero las feministas han sido siempre la excepción, más allá de su clase social, tiempo o lugar. Y ciertamente el solitario y enraizado feminismo de Oliva estaba lleno de ambigüedades y contradicciones, y carecía de firmeza, pero ¿qué feminismo no es así? En la década de 1970 Oliva era una mujer trabajadora inconformista en las cuestiones fundamentales. No se quedaba en los márgenes como una desviada o una marginada. Oliva era simultáneamente una como las demás y única en su esfuerzo por eludir su destino “femenino”.

No existió un movimiento feminista entre los años 1954 y 1986 en Guatemala entre las mujeres de clase obrera.[41] Esto no se debió a una insignificancia imaginaria, “objetiva”, estratégica, táctica o inherente del feminismo, sino a otros factores como la fuerza de los prejuicios, el temor entre las mujeres por los traumas personales y sociales que el feminismo provocaría, y el terrorismo de estado. Las identidades normativas de género tenían de su lado al tiempo, al hábito, a la cultura, a las estructuras sociales, y más intensamente, a las emociones, ya que las relaciones más afectivas y las familias se habían construido alrededor de los roles de género. El feminismo era percibido como una amenaza para el amor. Como si esto no fuera suficiente, el terrorismo de estado tornó irrelevante al feminismo de la segunda ola y relevante al mujerismo, el activismo político para defender la familia. El terrorismo de estado reforzó la familia al atacarla, a pesar de su incesante retórica pro-familia. Bajo el terrorismo de estado, la familia era uno de los pocos lugares donde podían existir la seguridad y la confianza. Los secuestros solían ocurrir fuera de las redes familiares precisamente porque estas proveían un hogar seguro para las relaciones de confianza. Criticar a la familia o separarse de ella cuando había sido objeto de un ataque bárbaro, cuando era vista como el último refugio, se veía como inapropiado aún cuando no siempre lo había sido.

En suma, los riesgos en el sindicalismo y el feminismo eran inusualmente altos en Guatemala, y tampoco existía un espacio social mínimamente seguro. En Guatemala, actuar como un sujeto histórico implicaba arriesgar la vida. Pero los sindicalistas hombres que convivían con el peligro de una muerte horrible tenían una vida que no trastornaba las tradiciones familiares de género, mientras que las sindicalistas mujeres debían enfrentar la doble inseguridad de vivir con una extrema ansiedad y emprender solas un desconocido camino emocional. Y esto requiere un coraje más que extraordinario.

 

  

 



Notas:

 

* “The Loneliness of Working-Class Feminism: Women in the ‘Male World’ of Labour Unions, Guatemala City, 1970s”, en The Gendered Worlds of Latin American Women Workers, ed. John D. French y Daniel James (Durham, Duke University Press, 1997), pp. 208-231.

** UNLP / IdIHCS-CONICET

[1] Dos organizaciones fueron influyentes para el sindicalismo urbano de Guatemala. Una de ellas fue la Juventud Obrera Católica, que argumentaba que las mujeres no debían estar en las fábricas y apoyaba el proyecto del hombre sostenedor del hogar que se alejaba de las condiciones de miseria creadas por la modernidad. La otra organización era el Partido Comunista de Guatemala, que apoyaba el sufragio y los derechos de las mujeres, pero concebía implícitamente al trabajo femenino como un trabajo doméstico, y lo ubicaba por fuera de la esfera “real” de las relaciones de producción que conduciría a la conciencia de clase y a la revolución que cambiaría el mundo. Para una interesante discusión del pensamiento marxista como masculino, “relacionado con un espacio ontológico profundamente masculino”, ver Christine Di Stefano, “Masculine Marx”, en Feminist Interpretations and Political Theory, ed. Mary Lyndon Shanley y Carole Pateman (University Park: Pennsylvania State University, 1991), pp. 146-163.

[2] Las ideas de Joan Scott que influenciaron a los académicos (incluida yo) hace algunos años, son hoy un sentido común: “No se puede elegir entre un enfoque de clase o uno de género, cada uno está incompleto sin el otro” (“On Language, Gender and Working Class History”, en Gender and the Politics of History [New York, Columbia University Press], p. 66).

[3] Sonia Oliva, entrevista con la autora, San José, Costa Rica, Marzo de 1985.

[4] Rodolfo Robles, entrevista con el autor, Ciudad de Guatemala, Agosto de 1984.

[5] En la década de 1970 la presencia de las mujeres en las fábricas era de un 17%. La mayoría de esas mujeres estaban contratadas en unas pocas industrias: las mujeres representaban el 45% de los trabajadores en la del vestido, el 53% en la del tabaco, y 30% en la alimenticia. Representaban el 73% de los maestros y el 74% de los trabajadores de servicio (Guatemala, Dirección de Estadísticas, Censo Poblacional, 1973)

[6] Sonia Oliva, entrevista.

[7] Boletín del Sindicato de Trabajadores ACRICASA, Marzo de 1975; Marta Gloria Torres, entrevista con la autora, Nueva York, Diciembre de 1984.

[8] Sonia Oliva, entrevista.

[9] Marta Gloria Torres, entrevista.

[10] Mercedes Barrios, entrevista con la autora, Ciudad de Guatemala, 1991.

[11] El sindicato de Coca-Cola, casi totalmente masculino, era famoso por su militancia y por su resistencia debido a los ataques que sufría por parte de los escuadrones de la muerte; en la década de 1970 era el sindicato más fuerte del movimiento obrero. Los mineros marcharon de San Idelfonso Ixtahuacán a la Ciudad de Guatemala en noviembre de 1977. Lograron el reconocimiento legal de su sindicato, solo para verlo destruido por la violencia. Sobre el sindicato de Coca-Cola y el movimiento obrero guatemalteco post-1954, ver Deborah-Levenson Estrada, Trade Unionists against Terror: Guatemala City, 1954-1985 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1944).

[12] El Gráfico, 12 de Agosto de 1978; La Nación, 12 de Agosto de 1978.

[13] Sonia Oliva, entrevista.

[14] Ibid.

[15] SITIACASA, comunicado, Septiembre de 1978.

[16] Sonia Oliva, entrevista.

[17] Entrevista de la autora con miembro del sindicato, Ciudad de Guatemala, 1991.

[18] El sindicato logró mantener su status legal, renegoció su convenio varias veces desde 1980, y muchos de los trabajadores de ACRICASA todavía son miembros. El sindicato no entró nuevamente a la arena política con el vigor de la década de 1970, y junto a casi todas las organizaciones de la Ciudad de Guatemala, ha declinado su posición prerrevolucionaria.

[19] Virginia Woolf, A Room of One's Own (New York: Harvest/Harcourt Brace, 1989), pp. 114.

[20] Ver María del Carmen Feijóo y Mónica Gogna, “Women in the Transition to Democracy”, in Women and Social Change in Latin America, ed. Elizabeth Jelin (London: Zed Books, 1990); y Marguerite Guzmán Bouvard, Revolutionizing Motherhood: The Mothers of the Plaza de Mayo (Washington: Scholarly Resources, 1994) para una discusión de las “políticas maternales” de las Madres de Plaza de Mayo. Ver María del Carmen Feijóo y María Marcela Alejandra Nari, “Women and Democracy in Argentina”, en The Women's Movement in Latin America, ed. Jane Jaquette (Boulder, Colorado: Westview, 1994) para una discusión sobre los problemas de los movimientos “mujeriles”, es decir aquellos en los que las mujeres actúan fundamentalmente en base a sus roles “tradicionales”.

[21] Para un ejemplo, ver Thelma Gálvez y Rosalda Todoro, “Chile: Women and the Unions” en Jelin, Women and Change.

[22] Entrevista de la autora con trabajador de ACRICASA, Ciudad de Guatemala, Agosto de 1984.

[23] Ricardo Samayoa, entrevista con el autor, Ciudad de Guatemala, Agosto de 1984.

[24] Mercedes Barrios, entrevista.

[25] En su libro Emancipating the Female Sex: The Struggle for Women's Rights in Brazil, 1850-1940 (Durham, N.C.: Duke University Press, 1990), June Hahner afirma que los movimientos por los derechos de las mujeres obedecen a una “clase de mujeres educadas con tiempo libre” (p. XIII) ¿Por qué debería ser así? La guardería es un “derecho de las mujeres” y Oliva tenía poca educación y nada de tiempo libre. La ecuación feminismo-mujeres de clase media y mujerismo-mujeres de clase obrera toma a las construcciones de clase demasiado en serio y subestima a las mujeres trabajadoras. Patricia Chuchryk también señala el feminismo entre las mujeres de clase obrera en su artículo “From Dictatorship to Democracy: the Women's Movement in Chile” en Jaquette, The Women's Movement in Latin America.

[26] Rosario Castellanos, “Meditación en el umbral”, en Poesía no eres tú (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1975), p. 316; refiere a una manera de ser que no es la de la mujer ni la del hombre.

[27] Entrevista del autor con trabajador de Coca-Cola, Ciudad de Guatemala, Agosto de 1984.

[28] Voz y acción: Vocero popular de trabajadores de Coca-Cola, Septiembre de 1978.

[29] La proporción de abogadas y abogados que asesoraban al movimiento obrero urbano era muy distinta a la que se daba entre mujeres y hombres en la dirigencia sindical. Las muchas mujeres y asesoras legales, como Rosa María Wantland, Marta Gloria Torres y la desaparecida Yolanda Urizar, eran tomadas muy en serio por los hombres trabajadores. Sus consejos eran buscados y generalmente llevados a la práctica.

[30] Efraín Alonso, entrevista con la autora, Nueva York, Abril de 1984.

[31] Luis Colocho, entrevista con la autora, Ciudad de Guatemala, Noviembre de 1985.

[32] John French y Daniel James, comunicación personal, 1995.

[33] Una interesante inversión de este fenómeno puede verse en Barbara Taylor, Eve and The New Jerusalem: Socialism and Feminism in the Nineteenth Century (New York, Pantheon, 1983), en donde describe cómo una valoración positiva de lo femenino permitió a las mujeres participar del movimiento owenista.

[34] Los hombres sindicalistas no estaban por encima señalando a las maestras para explicar el declive de la federación de maestros.

[35] Carmen López Balam y María Quevedo, entrevista con la autora, Ciudad de Guatemala, Agosto de 1984.

[36] Entrevista de la autora con trabajador de Coca-Cola, Ciudad de Guatemala, 1984.

[37] Leticia Najarro, entrevista con la autora, Ciudad de Guatemala, Agosto de 1984.

[38] Helen Safa, “Class Conciousness among Working Class Women in Latin America: A Case Study in Puerto Rico”, en Sex and Class in Latin America, ed. June Nash y Helen Safa (New York: Praeger, 1976).

[39] Entrevista de la autora con ex-trabajador de MacGregor, Ciudad de Guatemala, Noviembre de 1985; Frank Larrue, entrevista con la autora, Washington D.C., Marzo de 1984.

[40] Denise Riley, Am I That Name? Feminism and the Category of Women in History (London: Macmillan, 1988).

[41] En la década de 1980 ocurrieron muchos cambios. En los primeros años, se volvieron muy activos los grupos de familiares de desaparecidos. Estos grupos estaban compuestos principalmente, pero no exclusivamente, por mujeres. También un pequeño grupo de mujeres comenzó una organización de trabajadoras, aunque no desarrollaron un programa independiente de la federación a la que estaban afiliadas, UNSITRAGUA. Luego del regreso del gobierno civil, aparecieron algunos grupos feministas; varios de ellos liderados por mujeres que habían estado en el exilio o que habían criticado el sexismo de la izquierda guatemalteca. La necesidad de entender la relación entre el activismo y los prejuicios sexuales se intensifica. La fuerza de trabajo industrial se “regeneriza” debido a la maquiladora, el único sector industrial que emplea principalmente mujeres. Este sector ha tendido una gran cantidad de problemas para organizarse debido a la violencia contra los esfuerzos organizativos, así como problemas del estilo que discutimos en este capítulo: muchos sindicalistas hombres, y muchas mujeres trabajadoras, tuvieron problemas para conceptualizar a las mujeres de la maquiladora como trabajadoras y como sindicalistas.

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