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La naturalización de la violencia y el horror: armas, muerte y vida cotidiana en los policiales de Clarín (1975-1976)

Aletheia, volumen 6, número 11, octubre 2015. ISSN 1853-3701

Juárez/ Artículo en PDF

Nancy Mariana Juárez*

UNGS

San Miguel, Abril 2015

mariana.ungs@gmail.com

 

 

Resumen

El presente artículo intenta ser un aporte a la comprensión sobre cómo y por qué fue posible la puesta en práctica del  aparato desaparecedor durante la última dictadura militar argentina, haciendo foco en el escenario social –y representacional– previo al mismo y que habilitó su implementación. Para ello, se indaga en los modos en que se construyeron y circularon sentidos sobre la utilización de armas en lo cotidiano, así como de la gestión de la muerte y los muertos en el espacio público, tomando como fuente a las noticias de la sección Policiales del diario Clarín durante el año previo al golpe. En ese marco, se comparte el enfoque propuesto por las últimas investigaciones surgidas en torno al rol de los medios en dictadura, las cuales se proponen comprender el campo de posiciones y discursividades abierto por lo que positivamente se publicaba a diario (Schindel, 2012). Es decir, analizar la cotidianeidad desde aquello que día a día era publicado y leído en la prensa gráfica.

 

Palabras clave

 violencia política – armas – muerte – policiales – Clarín

 

Presentación

Uno de los períodos más estudiados de la historia reciente argentina es aquel abocado a la década del 70. Los niveles inusitados de violencia política que se alcanzaron, el desarrollo de la represión extrema y la puesta en práctica del terrorismo de Estado son algunos de los ejes que marcan la centralidad e importancia de dicho periodo. De las múltiples indagaciones surgidas en torno a ello ha ido adquiriendo cada vez más interés la pregunta sobre el modo en que la sociedad se reprodujo entre la normalidad de la vida cotidiana y la excepcionalidad del terror, dado que la misma resulta una cuestión central a la hora de comprender un poco más acabadamente sobre cómo fue posible la implantación del aparato represivo en medio del engranaje social.

Teniendo en cuenta que, si bien durante la segunda mitad de los años setenta, la sociedad se organizó en torno al Estado terrorista con la construcción de la figura del subversivo –como el enemigo apátrida a aniquilar –,  puede decirse que el ciudadano común continuó desarrollando su vida cotidiana entre una cierta normalidad que, en cierto modo, estuvo atravesada por la excepcionalidad del crimen de la desaparición. Aquí intentaremos detenernos en ese pliegue, con el objetivo de acercarnos a las percepciones que el ciudadano común tenía del horror, la muerte y la violencia en su acontecer diario, más allá y más acá de la cultura del miedo (1) que permeó a la sociedad por esos años.

 Para una aproximación a dicha cuestión, el presente artículo se propone indagar y desentrañar el modo en que fue posible cierta naturalización de la violencia a partir del análisis de las noticias que formaron parte de la sección Policiales del diario Clarín (2) durante los años 1975–1976.  En ese sentido, se hará foco en el modo en que las noticias dieron cuenta de la presencia de armas en lo cotidiano, así como de los modos en que fue tematizada la muerte violenta y los cuerpos sin vida en el espacio público.  De este modo, se propone abordar  la cuestión sobre cómo y por qué fue posible la adaptación al horror –si es que la hubo– a partir de los sentidos que circularon en la prensa diaria, y en qué medida éstos habilitaron una cierta familiarización con las escenas de violencia extrema (3).

 

La cotidianeidad armada

Preguntarse sobre la naturalización de la violencia y sobre el modo en que operó sobre la sociedad desde el análisis de las noticias policiales conduce, paralelamente, a  indagar sobre el imaginario de la seguridad ciudadana que predominó en la década del 70. Al respecto, Beatriz Sarlo ha remarcado que, específicamente durante los años de la dictadura, “se vivió la paradoja de una máxima inseguridad jurídica junto con una relativamente baja tasa de crímenes urbanos (...) Para quienes no estaban en el foco de una represión que, en la mayoría de los casos significaba muerte o tortura, Buenos Aires era una ciudad que se percibía como segura” (2001: 51-52).

En la misma línea Lechner (2006), partiendo de la pregunta sobre cómo y por qué hay personas que justifican la dictadura a sabiendas de la muerte y la violencia que la misma conlleva, sostiene que si bien la dictadura profundiza los miedos, el apoyo social con el que cuenta se explica por el beneficio del “sentimiento de seguridad”. En efecto, el autoritarismo presenta e interpreta la realidad como un combate entre la vida y la muerte –orden versus caos– y la dictadura aparece entonces como  defensora de la comunidad y como garante de su seguridad y supervivencia (Lechner, 2006).

En efecto, puede señalarse que conforme avanzaba la dictadura los crímenes urbanos específicamente referidos al delito común (robos, hurtos, atracos) fueron noticia menor en la sección de Policiales de Clarín (4). En su lugar, fueron adquiriendo centralidad los casos referidos a “crímenes pasionales”, accidentes, siniestros y noticias policiales del exterior. Es así que, si bien no es posible saber a cuán segura se sentía la sociedad, sí es posible sostener que la reducción de noticias referidas a delitos pudo haber contribuido a la percepción de una cierta seguridad en el desarrollo de la vida cotidiana.

Más allá de aquella percepción, lo cierto es que los hechos delictivos sucedían y los periódicos siempre tuvieron lugar para dar cuenta de ello. De allí la importancia, no sólo de analizar  los diarios masivos sino específicamente, el modo en que fueron construidas las secciones de Policiales a la luz de la espiral de violencia política y la represión. Tal como sostiene Martini (2007) la noticia policial se distingue del conjunto de la información porque pone en escena los hilos frágiles que se tensan entre la vida y la muerte, y separa territorios reales y simbólicos de un lado y otro de la ley, habla del poder y la violencia, y la impunidad. Por su parte, German Rey sostiene que “La comunicación es una dimensión central de los problemas de la seguridad” dado que el propio hecho delictivo repercute en la sociedad y en tanto “El crimen es un acontecimiento que sobresalta y rompe los cánones de la convivencia (...) que también se difunde velozmente y tiene un efecto de reconocimiento generalizado” (2005: 7).

Ahora bien, la sección Policiales del matutino Clarín se mantuvo, durante el período analizado y durante los años posteriores, entre el sexto y séptimo lugar en el ordenamiento de las secciones al interior del diario. Conformada como espacio fijo, dicha sección tuvo siempre noticias que contar. En términos temáticos cabe señalar que, si bien hasta marzo de 1976 las páginas de Policiales contuvieron noticias referidas a hechos de “delincuencia subversiva”, tras el golpe éstas sólo fueron publicadas en la sección Política. Sin embargo, durante el periodo previo y durante los primeros meses de iniciada la dictadura, la sección mantuvo una continuidad en torno a las características de los sucesos publicados en Policiales. En este sentido, se observa que las noticias referidas a los delitos comunes no sólo se publican continua y diariamente sino que en la casi totalidad de los casos refieren y señalan la implicancia del uso de las armas, así como al desarrollo de enfrentamientos, tiroteos y balaceras.

Es sabido que las armas ya desde fines de los años 60 y principios de los 70 habían adquirido un rol central en la cultura política del país, desde su uso efectivo por parte de la izquierda y la Alianza Anticomunista Argentina (5) hasta su protagonismo en las publicidades de prensa y tv (6), pero ¿cuál era su incidencia y/o presencia “real” y “simbólica” en la vida cotidiana? ¿De qué manera las noticias policiales de Clarín daban cuenta de ello?

Puede decirse que durante la década del 70 –y fundamentalmente a partir de la muerte de Juan D. Perón– el imaginario social sobre la inseguridad se nutrió, en su gran mayoría, de las representaciones vinculadas al “peligro subversivo”. Clarín fue un actor central en la construcción de aquél, presentando junto al resto de la prensa aquella violencia irrefrenable y acelerada provocada por los “enemigos” de la Nación. Las noticias sobre la “delincuencia subversiva” adquirieron un registro meramente policial y detallado (Franco, 2012) e incluso, como ya se ha señalado, tuvieron su lugar en dicha sección antes de mudarse completamente a la parte de Política. Así, las noticias sobre la violencia política “conjugaron de modo ambiguo, indeterminado y encubridor una serie de eventos relacionados tanto con las acciones de las organizaciones armadas de izquierda como las del delito común junto con las acciones de la represión paraestatal” (Levín, 2013: 168), fundamentalmente durante todo el año previo al golpe.

Ahora bien, en ese contexto el uso de las armas para la resolución de los conflictos políticos, sociales y cotidianos no sólo fue naturalizado sino que se convirtió en eje para la construcción social de la realidad. Los titulares de las noticias policiales enfocados en los delitos comunes se dedicaron a detallar continua y sistemáticamente no sólo el desarrollo de “tiroteos”, “persecuciones” y “enfrentamientos”, sino también a cuantificar las “bajas del hampa” como consecuencia de los mismos. A diferencia de las noticias sobre la subversión estos hechos no eran presentados como fuera de control, sino que siempre dejaban entrever la solución radical aplicada a aquellos que ejecutaban o intentaban ejecutar acciones por fuera de la ley.

Y si bien debe tenerse en cuenta que la lógica periodística, con su tendencia a pautar y regularizar la información, convierte a las noticias en “una reiteración de fórmulas iguales donde la única novedad es la cifra” y a través de ello rutiniza y naturaliza la violencia (Schindel, 2012), no puede negarse que siempre hay un margen de sentido que escapa a las intenciones de dicha lógica. En efecto, no produce los mismos efectos dar cuenta de la cantidad de robos producidos en un mismo día que de la cantidad de delincuentes “abatidos”.

Para ilustrar lo señalado anteriormente, cabe señalar algunos de los cientos de titulares y noticias observadas:

“El frustrado atraco a una agencia de cambios de la zona céntrica dejó un  saldo de  dos muertos”, “Tiroteo: abatieron a tres malhechores” (10/1/75)

“Otros cinco pistoleros cayeron abatidos en su cotidiana batalla contra la policía” (15/1/75)

“Más bajas en el hampa: otros tres delincuentes cayeron acribillados” (17/1/75)

“Dos  maleantes fueron muertos por  la policía en un tiroteo” (2/1/76)

“Huellas de sangre tras un fallido asalto a un comercio de joyería”. “Murió en un tiroteo un frustrado secuestrador” “Maleante abatido tras enfrentar a la policía” (18/9/75)

“Tiroteo en un colectivo de pasajeros, murió un maleante” (23/4/76)

“Tiroteos: mueren dos maleantes” (26/4/76)

“Intentan enfrentar a la policía y mueren a tiros cuatro hampones” (29/4/76)

“Tiroteos: el hampa sufrió seis bajas” (6/5/76)

 

En sintonía con esta tendencia por cifrar la cantidad de bajas, cabe señalar una noticia publicada el día 5 de enero de 1976. Bajo el título “Saldo de 1975: mataron a 54 policías Bonaerenses” la nota se ocupaba de detallar y reproducir los datos de un informe estadístico dado a conocer por la Jefatura de Policía de la provincia de Buenos Aires. Allí se informaba sobre la cantidad de delitos cometidos junto al saldo de efectivos policiales y delincuentes muertos y heridos durante el transcurso del año. A diferencia de los titulares expuestos anteriormente, en esta ocasión se optaba por destacar el saldo de efectivos fallecidos, aun cuando el número de “delincuentes abatidos” lo superaba en creces. De un total de 462 “enfrentamientos armados”, 54 efectivos resultaron muertos frente a un total de 264 delincuentes fallecidos. De cualquier modo, la cuestión de la vida –o la muerte– de los sujetos no fue tematizada, cuestionada o debatida. Sea la de los delincuentes, sea la de los efectivos o miembros de las fuerzas de seguridad, la existencia de las personas se redujo a un número.

Si se toma la cifra oficial dada por la Jefatura, los enfrentamientos armados en relación a delitos comunes se sucedían –en lo que refiere sólo a la provincia de Buenos Aires– a razón de al menos un tiroteo por día. En dicho marco, y aunque la presencia efectiva y “real” de las armas en la vida cotidiana no puede deducirse únicamente de aquellos datos, podría sostenerse que en el contexto de aceleración de la violencia política, el recurso a las armas fue presentado desde las noticias como una forma habitual de resolución de los conflictos cotidianos vinculados a la seguridad ciudadana.

Asimismo, en reiteradas ocasiones las noticias referidas a enfrentamientos armados en la vía pública no permitían distinguir entre las causas políticas y policiales que podrían haberlos motivado. En efecto, algunas de estas noticias tendieron a aparecer publicadas fuera de toda sección, en las últimas páginas del diario junto a los obituarios. Los tiroteos podían ocurrir en cualquier lugar y en cualquier momento pero con la constante de que los mismos nunca eran iniciados por los miembros de la Policía, sino que éstos sólo se limitaban a “repeler las agresiones”.

“Fue atacada una patrulla: un herido” (6/1/76), expresaba el titular de una noticia que permite ilustrar lo señalado. La nota daba cuenta de “un tiroteo entre una patrulla de Fuerzas de seguridad combinadas –Ejército y Policía– y un grupo de desconocidos que viajaba en dos automóviles”. En el marco de un operativo de control, y mientras los efectivos de seguridad interceptaban conductores en la vía pública, dos autos emprendieron el ataque contra la patrulla, huyendo y dejando herido a un transeúnte. Limitadas a detallar los hechos, y sin referencia a posibles explicaciones o causas, muchas de estas noticias reflejaban el clima violento y el carácter inesperado pero cotidiano de los enfrentamientos. En este sentido, se comparte la idea que postula que, cuando la violencia persiste durante mucho tiempo, se naturaliza y la gente se socializa con ella como posibilidad, como rutina, como norma (Munck citado en Moriconi Bezerra, 2013: 95), y por ende, ya no requiere de explicaciones causales.

 

Antes de la desaparición: la domesticación de la muerte

Si bien puede pensarse que la muerte es un acontecimiento que viene a generar una ruptura en la vida cotidiana de las personas, las representaciones e imaginarios respecto de ella, se construyen y circulan en el marco de la cotidianeidad (7). El acto de morir, así entendido, se convierte antes que nada en una realidad sociocultural (Platero, 2009). Más aún cuando en el contexto de una violencia política exacerbada, como se analizó en el primer apartado, la muerte –y los muertos– son parte del cuadro diario: en veredas, a la vera del camino, en autos, aquí y allá, por todos lados. Pero, ¿en qué momento un cadáver acribillado, incendiado o mutilado dejó de ser algo excepcional en la vida diaria de las personas? ¿Qué implicaba encontrarse con un cuerpo sin vida y en las más terribles condiciones?

La década del setenta fue la expresión del horror extremo, al  que la sociedad no sólo asistió como mera espectadora sino que también produjo representaciones e imaginarios que se nutrieron de ese terror proyectado. La muerte fue domesticada y la prensa fue activamente partícipe de dicha domesticación. Tal como señala Schindel (2012), las noticias sobre crímenes o apariciones de cadáveres comenzaron a formar parte de un cúmulo cuantitativo que tendió a la rutinización y naturalización de la violencia. En efecto, Clarín fue uno de los periódicos que abiertamente se ocupó de denunciar cotidianamente el terrorismo, el extremismo y la subversión “a través de la sucesión permanente y acumulativa sobre hechos de violencia desde 1973” (Franco, 2012: 192).

Ahora bien, hacia el año 1975, si bien la sección Policiales del matutino fue la destinataria prioritaria de gran parte de las noticias sobre aparición de cadáveres, asesinatos y atentados, la sección Política también tuvo su espacio para ello.  Indistintamente del lugar elegido para su publicación las noticias tenían en común el tono estrictamente policial con el que se redactaban, con el fin de dar cuenta de los rasgos delictuales de los extremistas (Franco, 2012). Sin embargo, más allá del tono, la repetición y el esquematismo con el que se formularon las informaciones, se observa que las mismas no siempre estuvieron desprovistas de explicaciones políticas, por el contrario, en muchas ocasiones, lo político y lo policial se fusionaron para dar cuenta de los sucesos cotidianos, a la vez que permitían observar de qué modo se producía el encuentro o “choque” entre sociedad, muerte, y violencia.

Asimismo, debe tenerse en cuenta que el tipo y la cantidad de noticias referidas a las consecuencias de la violencia política -con foco en la muerte y aparición de cuerpos sin vida en la vía pública- se vinculó no sólo al contexto imperante sino también a la posición editorial que el matutino Clarín mantuvo hacia el gobierno de María E. “Isabel” Martínez de Perón. En cuanto al contexto, ya desde 1973, pero con mayor frecuencia desde mediados de 1974 –tras la muerte del presidente Juan D. Perón en el mes de julio– la denominada Triple A desarrolló y puso en práctica un aparato represivo de violencia parapolicial a través del cual perpetró cientos de crímenes. Si bien la metodología utilizada por dicha organización fue la de cometer atentados y enviar amenazas, su crimen característico tendió a ser el de secuestro y el posterior asesinato. Los cuerpos solían dejarse en autos (dinamitados o incendiados), con rastros de haber sido torturados, baleados o mutilados (Schindel, 2012). De allí que, de manera correlativa, las páginas de Clarín durante dicho periodo dedicaron amplio espacio a la difusión de noticias referidas a ese tipo de hallazgos.

En cuanto a la posición editorial del matutino, las críticas al gobierno de Isabel Perón estuvieron dirigidas –mayoritariamente– hacia el aspecto económico, aunque también abarcaron otras esferas. El plan de ajuste estructural encabezado por el ministro Celestino Rodrigo (8) en junio de 1975, si bien no tuvo una objeción directa desde Clarín –que en su lugar optó por un “silencio estratégico” (Borrelli, 2008) – sí contó con la anuencia de que la problemática económica era la principal causa de los problemas políticos y sociales. En ese sentido, las consecuencias del “Rodrigazo”, evidenciadas en la crisis de julio, le permitieron al matutino proponer en forma recurrente  como solución la aplicación del programa desarrollista. Asimismo, conforme avanzó el deterioro de la economía, Clarín aumentó el número de noticias que acentuaban fundamentalmente las consecuencias del accionar extremista y subversivo que requería una resolución inmediata y que el gobierno parecía no estar en condiciones de afrontar. De esa manera, desde la segunda mitad del año 1975, la muerte (o los muertos) producto de la violencia política pasaron a ser, desde el enfoque del matutino, responsabilidad  tanto del gobierno como de las organizaciones armadas de izquierda.

Ahora bien, tal como se señaló, las noticias sobre aparición de cadáveres fueron moneda corriente durante los primeros meses del año 1975.  Las mismas, construidas de manera esquemática y repetitiva, contenían siempre los datos sobre el lugar de hallazgo, localidad y dirección específica, y una descripción detallada del modo en que el cadáver era encontrado. En este último punto, las referencias explícitas sobre el estado de los cuerpos, cercanas al morbo, conformaban una parte central y habitual de la estructura de las informaciones. El lector del diario asistía entonces a una escenificación cuasi macabra de sucesos que formaban parte del día a día. De este modo, la muerte espectacularizada habilitaba más que a una asimilación del horror, a una perspectiva lo suficientemente alejada como para comprender o aprehender la realidad: “Ambos cuerpos presentaban varios impactos de bala y una impresionante mancha de sangre se confundía entre los pastizales” (5/3/75); “Las extremidades inferiores y superiores se hallaban totalmente separadas de los troncos y las cabezas de las víctimas totalmente destrozadas” (11/1/75). La muerte así representada se constituía en un evento sucio, donde el cuerpo humano tendía a la descomposición y desintegración. Sangre, mutilaciones, despedazamientos, cenizas.

Sin embargo, esta tendencia a la deshumanización de los cuerpos era fisurada cada vez que la identidad aparecía como un aspecto a ser rescatado o averiguado. Ni extremistas, ni subversivos, personas con nombre y apellido, edad, familia eran aquello que aún aparecía acompañando las noticias sobre aparición de cadáveres. Si bien muchas veces se señalaba la ausencia de documentos de identidad en el lugar de hallazgo de los cuerpos, o la imposibilidad de acceder a ellos por haber sido incendiados, así como el estado deplorable de los cuerpos que no permitían su identificación, solían brindarse ciertos datos sobre los mismos. A partir de ello es posible afirmar que gran parte de esas muertes fueron muertes jóvenes y así eran presentadas por el periódico continuamente en la descripción de las noticias. De esta manera era usual que se brindara la edad exacta o aproximada de las víctimas: “La mujer cuya identidad aún se desconoce representa unos 25 años” (4/3/75), “En la zona de los basurales de Villa Lugano fueron encontrados los cuerpos sin vida de tres hombres jóvenes” (13/3/75), “Fue hallado en la mañana de la víspera el cadáver de un joven, posteriormente identificado como Hernán Francisco Rocca, argentino, de 22 años, quien presentaba numerosos impactos de bala” (29/3/75), “Fue descubierto en la mañana de ayer el cadáver de un hombre de unos 25 años, cuya identidad se desconoce, acribillado a balazos” (15/6/75).

En algunas ocasiones, incluso días después de haber publicado el hallazgo de un cadáver, Clarín dedicaba espacio para informar acerca de la identificación del mismo: “Los peritos policiales  lograron identificar al cadáver hallado hace tres días acribillado a balazos en la zona de Ezeiza, señalando que se trataba de Edmundo Leandro Julio Massoinnave, de 32 años, casado.” (5/3/75), “Horas después se lograba identificar al muerto como Miguel Ángel Agostino, argentino de 37 años, casado.” (6/1/75). Es así que en esos pequeños intersticios, las representaciones sobre la muerte eran fisuradas por rasgos que apelaban a la vida de las personas. En otros términos, la cosificación de los cuerpos, se enfrentaba a la subjetividad de las personas en esos intentos por definir y dar a conocer la identidad de los asesinados.

Puede afirmarse que la continua y recurrente exposición a noticias y acontecimientos sobre muertes de personas y aparición de cadáveres habilitó, en cierto modo, una paulatina asimilación de la sociedad a un contexto traumático, o en otras palabras, permitió una mejor adaptación y elaboración de un proceso político signado por la extrema violencia (Levín, 2013). Sin embargo, la normalización de la muerte, se dio junto a otros recursos que no sólo implicaron la explícita referencia a hechos sangrientos sino también el relato de situaciones en clave graciosa y distendida. En variadas ocasiones el matutino apeló al amarillismo y a la banalización de la aparición de cadáveres a través de la presentación en tono tragicómico de hechos que acontecían en la vía pública. En este sentido, si la vida cotidiana de las personas se vio desbordada o transformada por la presencia ineludible de la muerte, este tipo de noticias operó como un punto de fuga a las tensiones diarias, despejando en cierto modo el interés por lo real. Así, mientras el esquematismo, la monotonía y la repetición en los modos de noticiar las apariciones de cadáveres contribuyeron a crear una imagen de muerte ajena y lejana, este tipo de relatos y situaciones permitió que aquello que la muerte tenía de disruptivo en el acontecer de la sociedad apareciera como familiar, y hasta simpático.

Al respecto cabe señalar una noticia publicada en febrero de 1975 en la sección Policiales, cuyo titular rezaba “La siesta del cadáver” y en la cual se daba cuenta de un llamado recibido en la misma redacción  de Clarín. Allí  una persona informaba sobre el hallazgo de un “hombre acribillado a balazos en el interior de un coche estacionado”. Tanto el fotógrafo como el redactor, según la nota, se habían hecho presentes en el lugar del hecho registrando “la exclusiva del occiso”. Entre vecinos que habían visto fugar a “unos quince tipos con ametralladoras” o buscaban huellas al estilo “Mister Reeder” (9), periodistas, y policías, el cuerpo de “un hombre de unos cuarenta años, yacía con la cabeza apoyada en la ventanilla”.  Hacia el final, y en tono cómico y distendido, la noticia cuenta:

Un oficial se acercó al Siam di Tella y decididamente abrió la puerta… Un grito de asombro brotó de la gran cantidad de curiosos cuando el “acribillado”, se incorporó y bostezando masculló: “¿Qué pasa… ya no se puede dormir tranquilo una siestita en esta ciudad…?” (14/2/75)

En este sentido, y tal como se dio con el humor gráfico, este tipo de noticias construyó un vínculo de complicidad con el lector (Levín, 2013), en tanto sólo podían ser comprendidas en el marco del contacto cotidiano con la violencia y con las representaciones que el propio diario iba  poniendo en juego.  En efecto, si la muerte de alguien implicaba haber sido acribillado, y si dormir podía ser de algún modo asimilable a estar muerto, eso sólo pudo haber tenido lugar en una sociedad permeada por la violencia y sus consecuencias.

La domesticación de la muerte fue continua y original en relación a los modos en que la prensa, pero también la sociedad en su conjunto, construyó sentidos para hacerla efectiva. De modo similar a la noticia sobre “La siesta del cadáver”, el periódico brindó en su sección policiales, otros títulos y notas que apelaron al humor y la ironía. Por ejemplo, bajo el título “El maniquí que volvió de la muerte” (4/5/75) se informaba de un nuevo llamado sobre la presencia de un cadáver en el interior de un automóvil: “Por Córdoba, casi en la esquina de Castellano… sí yo lo vi… hay un auto estacionado…y adentro, en el asiento de atrás… un cadáver… lo acabo de ver”.  Nuevamente, curiosos, policías y periodistas  se hicieron presentes en el lugar del hecho para corroborar, no el hallazgo de un cadáver, sino nada más ni nada menos que el de un inerte maniquí. Casi como extraídas de una viñeta de humor gráfico, las notas en tono cómico se sucedieron de manera aislada pero con absoluta normalidad.

Asimismo, en dichas noticias, como en muchas otras, se reafirma el contacto diario y cotidiano de la sociedad con la aparición sistemática de cuerpos sin vida. Generalmente eran los mismos vecinos quienes daban aviso de los hallazgos a la Policía y quienes se ocupaban de dar informaciones de diverso tipo a la prensa. De este modo, esa muerte biológica e irreversible, se veía desbordada, transfigurada, por la muerte como evento sociocultural (Ceriani Cernadas, 2001), en la que diversos actores participaban de manera cercana pero al mismo tiempo, lejana. La recurrente referencia a la presencia de “curiosos” en los lugares de aparición de los cadáveres permite inferir el grado de interés o atracción que generaban los sucesos en gran parte de la sociedad. La curiosidad por lo morboso, la contemplación de la muerte y el horror habilitó, quizás, otras formas de procesar la realidad.

En otras palabras, es posible afirmar que la sociedad más que asimilarse, necesitó de herramientas que le permitieran convivir con una realidad signada por la muerte de “otros” sin que eso se transformara en una amenaza constante a la vida propia. En cierto modo, era necesario encontrar sentido a la muerte ajena a fin de apaciguar el impacto de asumirlo como una posibilidad individual.

 

A modo de cierre

A partir de esta breve aproximación al estudio de la sección Policiales del matutino Clarín, se ha intentado acceder a algunos de los sentidos que circularon y se pusieron en juego en el período más álgido de violencia política y represión. La presencia de las armas en la vida cotidiana, la resolución de los hechos delictivos comunes a través de tiroteos, la muerte cuantificada, espectacularizada y representada en tonos cuasi cómicos, son aspectos que constituyen características centrales del lazo social imperante en la época. Fundamentalmente, porque respondieron en su estructura y en su reproducción diaria a la aceptación o asimilación de medidas radicales y a la familiarización con situaciones de violencia extrema.

En ese marco, cabe señalarse que si bien varias de las conclusiones a las que se arribó en el presente trabajo pueden hallarse ya en el trabajo de Schindel (2012), cabe tenerse en cuenta que su universo recorta lo publicado en los diarios La Nación y La Opinión, en el período que va desde Julio del 75 hasta Junio del 78. De allí que la indagación aquí desarrollada ha intentando profundizar en otro de los diarios centrales de la época, como lo fue el matutino Clarín, con el objetivo de identificar continuidades y/o rupturas en lo que conforma en campo de la prensa argentina, especialmente, durante el período previo al golpe.

Por otro lado y finalmente, que las noticias construidas desde y para aquellas secciones no centrales del diario analizado, dejan entrever no sólo el modo en que transcurrió la vida cotidiana de las personas sino fundamentalmente el clima de época, las ideas, las representaciones, las imágenes que le dieron sentido a aquello que sucedía. En ese sentido, sólo se podrá llegar a comprender cómo y por qué fue posible el horror en la Argentina si se logra desandar el “magma de significaciones sociales” sobre el que se asentó.

 

Notas

1-     El término, originalmente acuñado por Guillermo O´Donnell, hace referencia a la percepción de las amenazas reales o imaginarias (Lechner, 2006) sobre las que se asentó el Estado terrorista y que habilitó la experiencia masiva, diaria y sistemática de las violaciones a los derechos humanos.

2-     Desde su fundación en 1945 por Roberto J. Noble, el matutino Clarín siempre mantuvo una presencia destacada en la prensa argentina. Tal es así que hacia la década del 70, Clarín se encontraba instalado como actor político central en la sociedad argentina y teniendo una notable influencia en la opinión pública. Asociado a las clases medias era, en ése período, uno de los diarios nacionales con mayor tirada. De unos aproximados 340 mil ejemplares diarios en la década del ‘60, el matutino incrementó su tirada en los ‘70 a unos 400 mil, llegando a 500 mil en la década siguiente. Durante dicho periodo se mantuvo unido al modelo e ideario desarrollista argentino impulsado por Rogelio Frigerio y Arturo Frondizi, el cual nutrió a Clarín en la definición y expresión de sus posiciones políticas y económicas (Borrelli, 2008).

3-     Para un estudio sobre el tratamiento de la violencia y la represión en los diarios La Opinión y La Nación, ver Schindel (2012). Sobre las representaciones acerca del miedo, la inseguridad, la violencia, los extremistas y subversivos en las secciones de Policiales y Política del diario Clarín, ver Malharro y López Gijsberts (2003) y Juárez (2011).

4-     El concepto de delito común hace referencia a aquel delito que no tiene una motivación política o religiosa y que, en tanto se da con frecuencia, afecta cotidianamente la seguridad de las personas y sus bienes (Moriconi Bezerra, 2013)

5-     La Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) fue una organización  parapolicial de corte fascista que nucleó a grupos peronistas de extrema derecha con el objetivo de asesinar abierta y sistemáticamente a aquellos grupos vinculados a la Tendencia Revolucionaria del peronismo, así como a funcionarios del gobierno,  militantes sindicales y obreros, políticos y militantes de las diversas izquierdas, intelectuales, periodistas y artistas.

6-     Para un análisis sobre el rol de la violencia y las armas en el discurso periodístico y publicitario en el período,  ver capítulo 5 “Deseo y violencia (1969–1975)” en Carassai (2013)

7-     No obstante, que la crónica roja -con sus relatos de escenas criminales y sangrientas- ha ejercido una profunda atracción en los públicos de todos los tiempos y que el sensacionalismo propio de las noticias policiales se nutrió de las narrativas policiales heredadas de la literatura tradicional y popular, ha sido ampliamente aceptado y hoy en día ya no admite dudas. La prensa gráfica argentina adoptó, ya desde inicios del siglo XX, una narración de sucesos criminales que fiel a su estilo, apuntó a la creación discursiva de espectáculos sangrientos y macabros. Estilo que, en el contexto político y social de la década del setenta, encontró cotidianamente una fuente de hechos por demás violentos, sangrientos y horrorosos.

8-     Lo que se proponía el “Rodrigazo” -como fue denominado popularmente ese paquete económico- era liquidar definitivamente el conocido Pacto social. Luego de anunciado el plan los sindicatos y el gobierno comenzaron un amplio periodo de disputa en torno a la definición de las paritarias.

9-     Mister Reeder era un detective poco espectacular pero con una mente brillante creado por Edgar Wallace y publicado de manera apócrifa por la editorial Tor. De allí la referencia de la noticia.

 

Bibliografía

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*Nancy Mariana Juárez es profesora Universitaria en Historia por la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS). Cursó la Maestría en Historia Contemporánea en dicha Universidad y actualmente se encuentra en la etapa final de su tesis titulada “Con los militares estábamos mejor. Los Policiales de Clarín, 1975-1978”. Fue becaria de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica durante el período 2012-2015, ha presentado diversas ponencias en las Jornadas Interescuelas de Historia así como en las Jornadas de Historia Reciente. En 2014 se desarrolló como capacitadora del curso de formación docente “Fotografías, Derechos Humanos y Educación” en el marco del Programa Nuestra Escuela, dirigido por el Ministerio de Educación de la nación.  Forma parte del equipo de trabajo del área de historia del Instituto de Desarrollo Humano (IDH-UNGS).

 

 

 

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