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La militancia del PCA durante la última dictadura en Argentina. Un análisis sobre la producción, circulación y recepción de la línea partidaria

Aletheia, volumen 5, número 10, abril 2015. ISSN 1853-3701

Casola/Artículo en PDF

Natalia Casola*

UBA-CONICET.

2014

Argentina, Ciudad de Buenos Aires

nataliacasola@hotmail.com

 

 

 

Resumen

A partir del golpe de Estado de marzo de 1976 el Partido Comunista argentino (PCA) impulsó la política de “convergencia cívico-militar”, una coalición amplia para frenar el avance del “fascismo” o “pinochetismo” dentro de la Junta Militar. Esta posición no era nueva sino que reactualizaba las caracterizaciones elaboradas en los meses previos porque, para el PCA, el golpe no inauguraba una nueva dictadura.

En el presente artículo analizamos cómo esta línea, elaborada en el seno del Comité Central, fue recibida, interpretada, elaborada y materializada en prácticas por parte de la militancia comunista. El propósito de esta indagación es contestar por qué los militantes reprodujeron las posturas partidarias, a pesar de que para muchos, más temprano o más tarde, comenzó a resultar evidente que el plan represivo era sostenido por el conjunto de las Fuerzas Armadas y que las caracterizaciones del partido no se ajustaban a la realidad.   

 

Palabras clave

Partido Comunista argentino- convergencia cívico-militar- militancia

 

Cuando se vuelve sobre la historia reciente de Argentina y más concretamente sobre el periodo de la última dictadura militar suele sorprender descubrir que el Partido Comunista Argentino (PCA), un partido de izquierda, con una larga trayectoria política y varias proscripciones en su haber, sostuvo una política que no podría denominarse de oposición. La línea del PCA consistía en el apoyo “táctico” al gobierno de Videla y en el llamado a la “convergencia cívico militar” con vistas a la normalización institucional. Por entonces, el partido argumentaba que en Argentina no había una dictadura sino un proceso disputado por dos tendencias. Los llamados “moderados” encabezados por el Presidente Videla y los “pinochetistas” o “fascistas” que buscaban imponer un verdadero baño de sangre. Esta caracterización inicial mantenía lo fundamental de la política llevada adelante por el partido durante los meses previos al golpe y fue sostenida prácticamente durante toda la dictadura, a pesar de que existían evidencias abundantes que mostraban la responsabilidad del conjunto de la Junta Militar en la instrumentación del sistema de terror.

La campaña política por la “convergencia cívico-militar”, tal como había sido entendida por el partido durante 1975, consistía en bregar por un frente de unidad nacional lo suficientemente amplio como para evitar el golpe de Estado y la imposición de un régimen “pinochetista”. En tal sentido, en opinión del Comité Central del PCA, el 24 de marzo de 1976 no había modificado lo primordial de la situación política: aunque el peligro del asalto “fascista” continuaba siendo una realidad lo era solo en potencia, ya que momentáneamente los “moderados” habían ganado la pulseada. Inclusive, puede decirse que de acuerdo con el análisis inicial la situación hasta había mejorado porque se ponía fin al caos y se abrían expectativas con relación al control del terrorismo de “ambos signos”. De modo que el golpe de Estado creaba nuevas condiciones políticas para la concreción de la “convergencia cívico-militar” la cual seguía siendo pensada como una herramienta defensiva para cercar a la “ultraderecha”.

Sin embargo, en términos de su traducción práctica, de su materialización activa y de la percepción subjetiva de los militantes, las diferencias entre 1975 y 1976 eran mayores. Dicho de otra manera, a nivel del análisis superestructural, en tanto el PCA consideraba a la dictadura como un fenómeno de cúspide, la política antes y después de marzo de 1976 presentaba una notable similitud. No obstante, esa continuidad no se verificaba fácilmente en la militancia cotidiana. Luego del golpe de Estado, el conjunto del partido debió adaptarse a las circunstancias imperantes, procesar la línea política y construir prácticas para llevar adelante la “convergencia cívico militar” en las nuevas condiciones. Como podrá intuirse esta empresa no estuvo exenta de contradicciones y conflictos internos. Algunos de ellos aparecieron desde el inicio, otros con el tiempo, porque aunque la formación política y la disciplina partidaria predisponían a la militancia a aceptar el mandato de su dirección, lo cierto es que en algunos ámbitos y en determinadas circunstancias, la línea del partido resultaba una verdadera quimera difícilmente conciliable con las pruebas de la realidad.  Entonces, ¿por qué la militancia aceptó con disciplina la línea del partido? El presente artículo explora en las diferentes reacciones que se suscitaron entre la militancia comunista ante el golpe de Estado de marzo de 1976 e intenta demostrar que la respuesta a este interrogante se halla tanto en las condiciones impuestas por la dictadura como en las formas de construcción partidaria.

 

La “convergencia cívico-militar” durante 1975 

A lo largo de 1975 la militancia comunista fue muy intensa. Además de la intervención en los sindicatos, en los barrios, en las universidades y en pos de la defensa de los presos políticos y contra la represión en general -tarea especialmente atendida por los abogados del partido-, el “debate” con los militares “para asegurar su compromiso con la democracia” se transformó en un eje central de la actividad partidaria: “[…] Había que terminar con el caos. Pero terminar con él solo era posible a través de una revolución y no había condiciones para una auténtica revolución” (Entrevista con Patricio Echegaray, 2010). Uno de los elementos centrales del análisis partidario durante el tercer gobierno peronista era, precisamente, la negación de la posibilidad de un desenlace revolucionario para la crisis política. Para el PCA la principal tarea era la defensa del orden constitucional, aun cuando este fuera presidido por la derecha peronista. Para llevar a cabo este cometido, todos los sectores comprometidos con la democracia debían colaborar con el gobierno. Luego, cuando esta posibilidad ya no fue posible, comenzaron a impulsar la propuesta de “gobierno de coalición”. El PCA, a su vez, consideraba que dentro de las Fuerzas Armadas había sectores “fascistas” movilizados con el apoyo de los Estados Unidos dispuestos a dar un golpe de Estado e imponer una dictadura similar a la de Chile. En tales circunstancias el partido sostenía la necesidad de militar para evitar esta resolución. Por eso, la tarea principal de la militancia consistía en contrarrestar la acción de la izquierda más radicalizada -para neutralizar las “excusas” que la derecha precisaba- y dialogar con los uniformados de todos los niveles.

Para los militantes del partido el planteo de convergencia y diálogo con los militares no planteaba dilemas morales o ideológicos. La militancia comunista se formaba junto con la idea de que era preciso incluir a los uniformados en la construcción de los consensos políticos. De modo que a lo largo de 1975 encararon la tarea sin miramientos. Resulta significativo que a pesar del paso del tiempo y de la carga simbólica que el recuerdo de la línea sostenida durante la dictadura militar aun hoy tiene en los ex y actuales militantes del PCA, durante las entrevistas, ninguno de ellos negó haber participado desde un convencimiento real en las instancias de diálogo con los militares. Por ejemplo, Thelma Posse, por entonces, era estudiante de la carrera de psicología en la Universidad de Mar del Plata, a ella le preguntamos:

 

Pregunta: ¿Y cómo procesaban los militantes la línea de la “convergencia cívico militar”?

 

Respuesta: A ver… no sé si hubo tanta discusión. De todas formas, yo la verdad es que no creo eso de que lo militar [esté] por un lado y la política por otro. Nosotros hicimos un trabajo con los militares.

 

Pregunta: ¿Y creían que efectivamente había un sector que podía oponerse [al golpe]?

 

Respuesta: Y creo que sí, creo que sí. Que había. Si me preguntas a mí personalmente, me costaba mucho todo lo que tuviera uniforme, me costaba… pero de todas formas yo tenía que salirme de eso y tenía que ver la política que se intentaba. […] A veces creo que tiene que ver con que para cambiar la realidad uno se tiene que meter en el barro. En lo personal lo practiqué y lo hice, y está bien, no estoy autocriticándome por haber ido a ver a los soldados con la prensa. Íbamos con la prensa en la mano y los esperábamos a la salida de los cuarteles […] Pero bueno, no sé como explicarte, uno va por algo y a veces busca o necesita. Siempre creo que hay que ver quién es el enemigo y en base a tener en claro quien es el mayor enemigo (aunque a veces hay más de un enemigo), uno tiene que ver quien es el enemigo más concentrado, en esa época lo llamábamos el “enemigo principal”. (Entrevista a Thelma Posse, 2009)

 

Otra manera de influir sobre la vida de los cuarteles era a través de los militantes que habían salido sorteados para  realizar el servicio militar obligatorio y que eran encomendados a tareas especiales. De todos modos, la forma más habitual de vinculación entre el partido y las Fuerzas Armadas eran las reuniones concertadas por los llamados “frentes de masas” con la oficialidad. Durante 1975 estos encuentros formaron parte obligada de la agenda de actividades que las regionales planificaban. Rubén Barata, entonces militante de la Federación Juvenil Comunista (FJC) de Ituzaingó recuerda:

 

[Nosotros íbamos] a las cuatro bases de la Fuerza Aérea: Palomar, Morón, Moreno y Merlo. Llevábamos materiales y pedíamos una entrevista con alguna autoridad de la propia base. Le dejábamos los materiales y si nos recibía charlábamos. Antes del golpe de Estado ellos estaban muy interesados en los militares portugueses y les llamaba la atención también las reformas de Velazco Alvarado en Perú. En Portugal hubo hasta generales que eran comunistas… les interesaba estas cosas.

 

Pregunta: ¿Cuándo decís ellos, a quienes te referís?

 

Respuesta: A los tipos que entrevistábamos, eran todos altos cuadros de los oficiales. Íbamos, antes del golpe, nos presentábamos y por ahí nos recibían y por ahí no nos recibían. Íbamos y dejábamos los materiales.

 

Pregunta: ¿Y cómo era la reacción cuando ustedes se presentaban y decían –hola, qué tal, soy del Partido Comunista?

 

Respuesta: Y… ¡los ojos! [Hace ademán de “los ojos bien abierto”. Se ríe] ¡cuando íbamos a las comisarías! Nosotros íbamos a las comisarías a hacer un trabajo permanente con ellos. No sé… [Realiza una pausa reflexiva] El partido pensaba que más allá de la formación ideológica de esos tipos, ese trabajo permanente, llegado determinado momento, puede quebrarlos, puede condicionar a que apliquen las políticas que les piden desde sus mandos naturales, no sé… por ahí, porque te conoce… a la gente que milita en ese partido entonces no los va a matar… no los va a reprimir en una manifestación, o va a escucharlos cuando plantean las cosas como si fuera un ciudadano, porque en definitiva, un militar o un policía también son ciudadanos, ¿no?, tendrían que identificarse como tales, no como una raza separada (Entrevista a Ruben Baratta, 2009).

 

Como puede verse, los testimonios, todos de militantes de base, coinciden en un aspecto: el diálogo con los militares era habitual y aceptado porque estaban formados en esa idea. Más de treinta años después, R. Barata asevera que los oficiales se encontraban genuinamente interesados en Portugal o en Perú, mientras que T. Posse no duda que existieran militares con vocación de resistencia. No es extraño, por lo tanto, que aun durante la dictadura la política de “convergencia cívico-militar” no haya resultado ajena. Sin embargo, también resulta interesante registrar que la mayoría de los entrevistados coincide en que ellos esperaban el “pinochetazo”. Junto con esta variable aparecía la posibilidad de ingresar en un combate que se libraría en la clandestinidad. Formados en los relatos del “antifascismo”, la militancia de base no descartaba que frente al golpe de Estado –si ocurría era porque el  “pinochetismo” finalmente había avanzado- un sector de la sociedad y de las Fuerzas Armadas se alzara en defensa del orden constitucional. Inclusive, en los días previos al golpe algunas regionales comenzaron a prepararse para el inicio de una rebelión armada de la cual formarían parte. R. Baratta, por ejemplo, cuenta la siguiente anécdota:

 

…Yo me acuerdo que hubo un simulacro de defensa del orden constitucional frente al golpe de Estado de 1976, donde me dejaron los de la UTN con un bolso lleno de fierros. Lleno de fierros [enfatiza], me acuerdo que no sabía que hacer. Había 38, 45, cargadores, escopetas, itacas, ¡de todo! me fui caminado por donde está la Deutz, donde está La Cantábrica, por ahí, hasta la estación de Morón. Sí, hasta la estación de Morón, para ver si me encontraba con alguien del FM [Frente Militar], un gordo de Villa Tesei que era del FM, que era el responsable de recoger ese bolso. Porque yo lo único que tenía [que hacer] era llevarlo, distribuirlo, por el tema del simulacro de defensa, la toma de una fábrica suponete, para oponerse al golpe de Estado.

 

Pregunta: ¿Ustedes evaluaban que podía haber resistencia de ese tipo?

 

Respuesta: [Se ríe] Yo pienso que no, pero igual el simulacro se hizo. O sea, no parecía a partir de la experiencia que vos como militante tenías en el trabajo diario… la sensación era de defender el gobierno constitucional, por eso estaba la idea de gobierno cívico militar para impedir el golpe de Estado. Y era un poco el tema de la resistencia, justamente una resistencia civil, aparte lo que supuestamente podía ocurrir con la resistencia de algunos sectores de las Fuerzas Armadas democráticos que se iban a oponer al golpe, algo así, ¡toda una película! Lo que pasa es que uno es militante, viste… (Entrevista a Rubén Baratta)

 

En las consideraciones de los comunistas operaba el ejemplo de Chile y la necesidad de corregir el rumbo, de prepararse como no lo habían hecho los comunistas hermanos. Pero, a su vez, la sola consideración de que pudiese desarrollarse un proceso de resistencia civil pone de relieve que la descomposición del gobierno peronista no admitía un único desenlace, ni la respuesta del partido con posterioridad al 24 de marzo fue la más esperada. En todo caso, las definiciones políticas de defensa “táctica” al gobierno de Videla sorprendieron pero no por las expresiones de “apoyo” a un sector de los militares, sino porque la militancia esperaba el “pinochetazo”. En la evaluación de muchos militantes la propuesta de “convergencia cívico-militar” se agotaría con el golpe. Luego, pensaban que el partido reorientaría su actividad hacia la clandestinidad y la resistencia. Esas expectativas ilustran en buena medida cómo era el imaginario de sus militantes; cuáles eran las representaciones que se hacían del partido. Si la revolución socialista podía aplazarse hasta el cumplimiento de las tareas de la revolución democrática, el antifascismo, en cambio, formaba parte de una tradición que encajaba a la perfección con esa coyuntura. Por eso, las expectativas en vísperas del golpe eran otras. En su libro autobiográfico, José Schulman, relata una anécdota interesante: “La noche previa al golpe hubo una reunión en el viejo local partidario de la calle Hipólito Yrigoyen [en Rosario]. […] Esa noche, cosa bastante rara, la dirección del Partido me felicitó por la iniciativa que habíamos puesto en marcha en la Coordinadora de Juventudes Políticas: un acto de resistencia al golpe de Estado” (Schulman, 2008: 27). La sorpresa y el descubrimiento de que el golpe había sido dado pero no por los “pinochetistas” sobrevino apenas después.     

Entre la resistencia a la dictadura y el apoyo al nuevo régimen mediaba una respuesta: ¿Quién había ganado la pulseada? ¿Los “pinochetistas” o los “moderados”? La declaración del Comité Central del partido difundida el 25 de marzo de 1976 no dejaba lugar a dudas, para sorpresa, quizás alivio, de muchos militantes. No obstante, si la dirección del PCA sostenía que el “pinochetismo” no había conseguido imponerse, buenas razones tendría. Al fin y al cabo el partido se desarrollaba tanto en los calabozos como en los pasillos que los custodiaban.

           

El día después…

El golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 fue recibido por los militantes sin asombro y a la espera de las directivas oficiales. En los primeros días hubo repliegue porque la militancia se venía preparando para pasar a la clandestinidad ya que suponían que si el golpe militar se producía era porque el “pinochetismo” había ganado. Sin embargo, el 25 de marzo el Comité Central (CC) emitió un comunicado diferente (1). La política del partido, entonces, debía consistir en defender al nuevo gobierno de las amenazas de los sectores neutralizados sólo coyunturalmente. En los días subsiguientes, los Decretos Ley emitidos por el Poder Ejecutivo (PEN) fueron leídos como una reconfirmación de la orientación y, por esa razón, el Comité Central del PCA dispuso que la militancia se mantuviera activa.

A partir de la semana siguiente funcionarios que respondían directamente al Comité Central, o eran miembros de él, viajaron o tomaron la responsabilidad en cada provincia con el propósito de difundir y explicar la línea, llevar tranquilidad a la militancia y recoger los primeros informes. El núcleo de estas misiones consistía en exponer que la “cuestión” no era con ellos, sino con la “ultra”. Por eso, la principal medida de seguridad debía ser la de evitar contactos con cualquier miembro de la guerrilla. Si por alguna razón eran detenidos no habrían de resistirse y si se los citaba en alguna comisaría tenían que acudir y demostrar, siempre, que pertenecían al Partido Comunista (2).

De manera que las reglas de conducta para militancia y los reajustes de la actividad debían implementarse sin interrumpir el trabajo cotidiano. Durante las primeras semanas muchos cuadros sindicales pasaron parte de enfermos o simplemente se ausentaron de sus trabajos mientras esperaban tomar contacto con algún responsable. Pero una vez que lo hacían, retornaron a sus vidas aparentando “normalidad”. Lo mismo puede decirse de los estudiantes, militantes barriales y de organizaciones de masas. De igual modo, los locales continuaron funcionando a puertas cerradas como centros de reunión y el periódico continuó apareciendo regularmente aunque con diversos nombres para sortear la censura. Con relación a las actividades que correspondía encarar al conjunto de los militantes indistintamente de su pertenencia a un frente de militancia en particular se contaban aquellas que requerían de una mayor exposición y las que podían llevarse adelante en ámbitos privados, lejos de las miradas indiscretas. Entre las actividades más públicas estaban las visitas a los cuarteles militares y comisarías a las que se hacía llegar, rigurosamente, las declaraciones y publicaciones del partido. Cada regional llevaba un control estricto de esas visitas y de la evolución de los debates con los jefes militares. El propósito de estas reuniones era explicar la línea oficial para evitar que se confundiera al PCA con cualquier organización “subversiva” y elaborar una radiografía de la situación al interior de las Fuerzas Armadas y de seguridad a fin de establecer quienes eran “pinochetistas” y quienes “moderados”. Estas tareas, generalmente, eran llevadas a cabo por los responsables políticos del partido y de la FJC de cada regional. En cambio, las reuniones en casas de simpatizantes y/o afiliados a los que se les vendía el periódico o se les pedía aportes financieros figuraban entre las actividades que correspondía sostener a casi toda la militancia. También era habitual la organización de pic-nics, fiestas, charlas, cumpleaños y asados que ayudaban a camuflar el carácter político las reuniones.

   

 

La línea y la respuesta de la militancia

La primera declaración oficial del partido se produjo el día 25 de marzo pero la mayoría de las provincias debieron esperar unos días para conocerla. En ese lapso de tiempo el análisis de la militancia en todo el país se disparó en varios sentidos. Aunque resulta difícil asir ese momento, algunos informes elaborados por los funcionarios entre fines de marzo y abril de 1976 ayudan a reconstruir la situación imperante. Es importante aclarar que estos documentos describen la situación en las diversas provincias desde una óptica muy particular y que, en muchos casos, es probable que las tendencias al acuerdo con la línea hayan sido exageradas en el afán de confirmar la caracterización central. Aun así, algunos de estos “partes de situación” revelan muchos datos sobre el ánimo interno y el impacto del golpe en los distintos lugares y ayudan a conocer cómo fue el proceso de difusión de la línea y encuadramiento de los militantes.   

La mayoría de estos documentos afirman que la línea era bien recibida por los responsables locales, pero también advierten sobre las dificultades que aparecían cuando se retransmitía a las células: ¿No era el pinochetismo el que había dado el golpe de Estado?: “En Neuquén… había un poco de confusión pues al haber planteado siempre nuestra posición contra el golpe de Estado, se pensó solo en una variante pinochetista del mismo. Hubo acuerdo”(3).

En la base militante intuitivamente se manifestaba cierto reparo en la defensa de los militares porque durante meses habían repetido que si se producía el golpe era porque la derecha “fascista” había vencido. En ese caso debían iniciar, junto con los uniformados “democráticos”, una resistencia cívico-militar. Pese a esto, el funcionario de Neuquén aclara que igualmente “hubo acuerdo”. Otros informes, en cambio, desarrollan mucho más las dificultades que se encontraban. Por ejemplo, el enviado a San Luis, el “camarada Isidoro” relata:

 

Constata el compañero los esfuerzos que hace el secretariado por llevar abajo las ideas del documento del CC del 25 del marzo y del anterior informe. La impresión del camarada informante es que el secretario provincial hace esfuerzos por interpretar el proceso que se inició el 24 de marzo, domina las ideas centrales y pese a las presiones de algunos sectores –especialmente después de conocer la plataforma Martínez de Hoz-tratan de ayudar al conjunto del Partido a ubicarse correctamente. Los aspectos que más presionan son los cesantes en la administración pública, en ferroviarios y otros. Si bien algunos casos son reales, hay una especie de campaña psicológica tendiente a crear alarma y con ello presionar al Partido sobre su posición (4).

 

Este último informe resulta interesante porque pone de relieve varios elementos que volveremos a ver presentes en otros comunicados. En primer lugar, que la posición asumida por el partido no era la más probable para la militancia. En segundo lugar, el funcionario a cargo dice que ni siquiera el secretario provincial terminaba de comprender la línea pero que con esfuerzo había conseguido “dominar” las ideas centrales. No sabemos a qué se debían esas dificultades de “comprensión” pero sí que el responsable terminó reproduciendo la línea. Finalmente aparece el elemento más interesante. Las cesantías, detenciones y secuestros, por un lado, y el rechazo al Plan Martínez de Hoz, por otro, no fueron leídos como datos que contradecían la orientación definida y obligaban a repensar si no era necesario realizar ajustes. Al contrario, eran interpretados como elementos de presión, defectos probablemente exagerados -por eso constituían una “campaña psicológica”- que desmoralizaban a los militantes. Es significativo, entonces, corroborar que el partido contó con muchos datos de la represión desde el minuto cero del golpe pero carecía de condiciones internas para darles la relevancia que merecían. En Entre Ríos, Normando Íscaro componía una caracterización similar:

 

Al cumplirse un mes del golpe se produce en Paraná, Concordia, Concepción del Uruguay y Diamante una ola de despidos y suspensiones en lugares de trabajo y estudio […] Estos hechos obligaron a estar más cerca de todos los afiliados y a reiterar fundamentando lo mejor posible, no solo la justa posición táctica, sino al mismo tiempo ayudar a organizar diversas formas de movilizaciones. En esto último, no siempre fue fácil orientar la resistencia a esa ofensiva del pinochetismo y de otros elementos de derecha en el seno de las FFAA que gobiernan. […] Por parte de algunos amigos y aliados comenzó a sentirse cierta presión en las filas del Partido que se caracterizaban en anti-Fuerzas Amadas (5).

 

Para Íscaro la violencia desatada solo podía leerse como una “ofensiva del pinochetismo”, es decir, como una acción dirigida por aquellos a quienes el gobierno aun no había conseguido neutralizar. Pero además, como en el informe de San Luis, los despidos y suspensiones no eran registrados y comunicados en función de movilizar la duda, de conocer mejor la realidad a la que se enfrentaban para refinar la caracterización. Por el contrario, dichas vulneraciones eran consideradas como obstáculos que operaban contra la comprensión de la línea por parte de los militantes, elementos que retrasaban la homogeneización interna.

Una situación similar se repetía en Chaco. El funcionario del CC informaba que hasta el responsable de la provincia había manifestado diferencias con la línea del partido: “En el Magisterio hay luchas, aquí todavía no se entiende a fondo la táctica producto de insuficiencias sectarias del responsable. Hay cesantes –no del Partido. Algunos dirigentes están colaborando en el Consejo de Educación y en lugar de entender y ampliar esto, los critican como colaboracionistas”(6). En este caso los problemas de encuadramiento eran adjudicados a las “insuficiencias sectarias” del responsable y no al estupor que provocaba la extensión de la violencia. Más allá de los intentos por suavizar la realidad, la lectura de los informes muestra que la posición oficial del partido era recibida con reparos (7).

En las provincias donde la represión era más grave la tendencia a cuestionar la línea se acrecentaba explícita o implícitamente mediante un repliegue de hecho. Irma Othar informaba sobre la situación en La Rioja:

 

…la situación en la provincia es difícil. […] El que dirige es Bataglia, hombre de Menéndez. […] Se ha logrado crear un clima de terror; nadie se atiene a reclamar […] La represión se expresa en la detención de más de 200 personas de las cuales 7 son compañeros del Partido; se producen casi a diario operativos rastrillo. […] Esta situación se refleja en el Partido. Los planes que se hicieron en el viaje anterior no se cumplieron. Lamentablemente cuando llegó el golpe del 24 las células no se habían puesto aun en funcionamiento ni se tomó contacto con el interior salvo con la prensa […]

A opinión de la compañera informante en la provincia no se puede decir que exista el Partido sino un núcleo de afiliados al que hay que ayudar mucho para que puedan salir adelante en esta difícil etapa… El no funcionamiento partidario hace surgir discrepancias personales entre familiares y que asuman actitudes que no están bien, como por ejemplo llevar las Obras de Lenin a una casa donde fueron quemadas por temor (8).

 

En este caso, la represión y el temor fueron más potentes que la voluntad de la dirección para mantener en funcionamiento la organización. Sin embargo, como se trataba de una provincia “pinochetista” la propia línea facilitaba la transmisión de la realidad tal cual acontecía. Una situación similar registraba el emisario en Jujuy donde la represión al PCA era particularmente intensa (9). De modo que la línea oficial y las prerrogativas obtenidas por el mantenimiento de la legalidad a nivel nacional no contemplaba que en algunos lugares y/o espacios de militancia hubiese que tomar medidas especiales. Inclusive en las provincias y regiones “pinochetistas”, con claridad las que se encontraban bajo el mando del Tercer Cuerpo, las directivas para la militancia eran similares a las resueltas para el resto del país: establecer reuniones con las autoridades y con los partidos políticos, velar por el cumplimiento de la legalidad, realizar campañas financieras, distribuir los materiales del partido y movilizarse por las libertades democráticas y la libertad de los presos políticos. Las medidas de repliegue se tomaban solamente cuando la represión ya había tocado las puertas. En estas encrucijadas, la iniciativa de los responsables locales era importante para poder preservar a los militantes que ya habían recibido advertencias. En algunos casos solicitaban la autorización al Comité Central pero en otros actuaban por cuenta propia y organizaban el exilio de hecho (10)

 

También el análisis de la situación de la militancia en los barrios, en el movimiento obrero y estudiantil, la cual conocemos gracias a los testimonios orales, pone de relieve que la legalidad del partido no era garantía suficiente para el desarrollo de las actividades. El primer problema que se presentaba a los delegados y/o dirigentes era la naturaleza misma de su actividad que los conectaba con militantes de otras organizaciones, muchas de ellas, consideradas por la dictadura como “subversivas”.  Por ejemplo, cuando se produjo el golpe, Roberto Páez, por entonces delegado de Swiff en Berisso, se encontraba de vacaciones en Mar del Plata luego de una situación familiar conflictiva que lo obligó a licenciarse en esa época del año. Al regresar a su casa los primeros días de abril fue a verlo un compañero del partido para comunicarle que podía volver al frigorífico: 

 

…Que vuelva, que con nosotros no es la cosa, que el partido está con las actividades políticas suspendidas pero no está proscripto y que por lo tanto estábamos con las mismas condiciones que los demás partidos políticos, el peronismo, el radicalismo, el socialismo… que no estábamos fuera de la ley, digamos. Que puedo volver a trabajar (Entrevista a Roberto Páez, 2012).

 

Su situación como dirigente gremial reconocido de un frigorífico que empleaba cerca de ocho mil operarios lo dejó en una situación de extrema exposición. A los pocos días  fue secuestrado por la Marina Argentina, aunque las gestiones del partido fueron fructíferas y quedó detenido a disposición del Poder Ejecutivo. También Carlos Loza, delegado de la Administración General de Puertos cuenta una experiencia similar: “…en el 75 y el 76 el mandato era `con la ultra nada´. Había documentos que decían que le hacían el juego a la derecha, pero bueno, todo eso chocaba con las realidades nuestras” (11). Como ocurría a R. Páez, y a los delegados sindicales en general, C. Loza intervenía en un ámbito de pluralidad política y aunque no escondía su pertenencia partidaria, debía accionar en común con delegados de otras organizaciones. En diciembre de 1976 fue secuestrado  en el local del PCA del barrio porteño de Barracas y llevado al centro clandestino de detención que funcionaba en la Escuela de Mecanica de la Armada (ESMA) junto a otros dos delegados del puerto, también militantes del partido, Rodolfo Picheni y Oscar Repossi. Los tres sobrevivieron a la experiencia del cautiverio y coinciden en marcar que no fueron víctimas por pertenecer al PCA, a través de ellos la Marina buscaba llegar a los militantes de las organizaciones armadas.

 

Ellos lo que pensaban era que yo era un contacto principal del PC con otras organizaciones, y yo no tenía ningún contacto con organizaciones, entonces yo supuestamente tenía que saber quiénes eran los demás. Entonces me preguntaban si yo conocía a la JCR, la Junta Coordinadora Revolucionaria y yo le decía que eso para mí era la Juventud Comunista Revolucionaria. […] No les preocupaba la militancia en el partido sino lo que yo podía saber de las demás fuerzas, siempre me acuerdo que me preguntaban si yo conocía a la chilena y yo nunca supe quien era la chilena… hasta que se cansaron y se convencieron que lo único que tenía era la actividad adentro y nunca había salido para afuera, bueno me dejaron y ahí me tienen tres meses hasta que en julio me blanquean en la Unidad 9 (Entrevista a Roberto Páez, 2012).

 

El relato se repite en el testimonio de C. Loza:

 

Nos preguntaban si nosotros habíamos... si pertenecíamos a la organización Montoneros. Si habíamos participado de una acción, de un atentado que hubo el día anterior en la Secretaria de Planeamiento, Ministerio de Planeamiento, acerca de si éramos miembros de la CGT de la resistencia. Nosotros no pertenecíamos a la organización Montoneros, ni éramos miembros de la CGT de la resistencia, ni habíamos, obviamente, participado de ningún atentado. Nosotros participábamos en actividades que ya he dicho y precisamente nos detuvieron en un local partidario. Esos interrogatorios eran totalmente ya conocidos, con golpes reiterados y… para que nosotros declaráramos de que sí, que hacíamos esas acciones y participábamos de esas organizaciones (Entrevista a Carlos Lozza, 2012).

 

También fue el caso de T. Posse militante en la Universidad de Mar del Plata:

A mí, el 3 de abril me van a buscar y me llevan. […] Ellos se equivocaron. Yo una hipótesis que tengo es que por ahí me llevaron relacionado con esta pareja de amigos míos que te conté, que eran del ERP [Ejercito Revolucionario del Pueblo]. Pero bueno si es así y dieron mi nombre los comprendería… pero lo cierto es que a mí en los interrogatorios me hablaban del ERP y yo no sabía nada del ERP y la verdad que a mí nunca me preguntaron nada por el partido (Entrevista a Thelma Posse, 2009).

 

En los frentes de masas los militantes comunistas quedaban expuestos a la represión. La naturaleza misma de las actividades gremiales o estudiantiles los obligaba a conectarse con miembros de organizaciones guerrilleras y de otras tendencias de la izquierda que se encontraban proscriptas y perseguidas. Así, en virtud de los planes de la dictadura, numerosos militantes comunistas fueron secuestrados confundidos con guerrilleros o porque los consideraban fuentes de información para llegar a ellos.  Para muchos estas experiencias fueron revelando la distancia entre la línea y la realidad. Para T. Posse, luego de su secuestro ya no tenía dudas: “Era la dictadura, eran todas las Fuerzas.” También R. Páez relata el proceso de distanciamiento con relación a las posiciones del partido:

 

…mucha gente mantuvo durante mucho tiempo la ilusión de que salía en libertad, por el análisis que venía de afuera. Que nosotros eso lo combatimos siempre porque había cuadros adentro que analizaban la realidad tal cual era […] lo que pasa es que el preso, el preso te transmite la ansiedad de él y es muy duro decirle al preso: “no mirá, no tenés posibilidad de salir, está jodida la cosa.” […] Nos dábamos cuenta que el tiempo pasaba y los hechos seguían ocurriendo. Entonces las otras organizaciones nos decían, están desapareciendo a familiares, siguen secuestrando gente, hay gente desaparecida y la gente del PC te decía que estaba todo bien, que la cosa estaba mejorando, que había contacto, que el partido seguía siendo legal (Entrevista a Roberto Páez, 2012).

     

De modo que el encuadramiento de los primeros tiempos, aunque nunca fue del todo acrítico, como hemos visto en los informes que enviaban los funcionarios en las provincias, fue perdiendo fuerza con el correr de los años y el contraste con la realidad, sobre todo entre aquellos militantes que habían soportado algún tipo de represión. Entonces, ¿por qué no hubo fraccionamientos internos, planteos formales o disidencias abiertas? ¿Por qué razón la desconfianza, la duda no llevó a los militantes a asumir una actitud de rebeldía con la organización? A regañadientes o con cierta pasividad, a lo largo de aquellos años fue germinando en forma subterránea y atomizada un descontento hacia las posiciones de la dirección nacional cuya fuerza se volvió explícita al finalizar la dictadura pero que, mientras tanto, no se manifestaba más que como exclamaciones individuales no siempre dichas en voz alta. La actitud mayoritaria fue la del abroquelamiento detrás de las posiciones oficiales, ¿Por qué? El testimonio de “Fantu”, militante de la juventud en la Zona Sur del área metropolitana de Buenos Aires resulta representativo del comportamiento que predominó:

 

Todos los que hicimos política en la época de la dictadura, todos, llevamos la línea a pié juntillas, había excepciones que no se manifestaban tan [claras] La gente del frente militar tenía cuestionamientos pero yo me entero después, porque era un frente totalmente [cerrado]… no había una cosa abierta, de cuestionamiento. Yo no lo viví y mis compañeros tampoco. Yo creo que hubo un estrechamiento de filas y se avanzó con eso. Eso es lo que yo viví y lo que me transmitió cada uno. Lo que yo viví fue eso. Todo el 79, todo el 80, todo el 81 y todo el 82 (Entrevista a Fantu, 2009).

 

Sus palabras translucen que no eran años para la deliberación. Los canales de comunicación interna estaban sesgados a la realidad inmediata de cada militante cuyas impresiones de la realidad se nutrían de su radio de acción y de los informes centrales. Sin importar lo que la intuición o la convicción dijese eran momentos para estrechar filas y avanzar.  Inclusive C. Loza, que había sido secuestrado en diciembre de 1976 y llevado a la ESMA, donde permaneció desaparecido hasta el 1 de enero de 1977, continuó militando en el partido sin abrir un juicio crítico respecto de las posiciones oficiales:

 

Pregunta: ¿No entraste en crisis nunca con la línea de la convergencia cívico militar?

 

Respuesta: No, porque además no tenía otra forma de vincularme. Igual fueron dos o tres años donde todo era muy light. Pero era la organización en la que yo estaba. No era crítico, más bien era complaciente […] Se depositaba mucha, la militancia depositaba mucha confianza en la dirigencia, en todas las dirigencias hasta casi juzgándolas como infalibles. Porque eso también pasó en las demás fuerzas. Nadie cuestionaba. O había desconfianza, pero por ejemplo cuando Montoneros, después de que Perón hace el discurso el 21 de junio,  cuando los pone ahí como infiltrados y todo, inventan la “teoría del cerco”, de que Perón era bueno pero estaba rodeado y había que romper ese cerco. Nadie cuestionaba a la dirección que lo planteaba. (Entrevista a Carlos Loza, 2012)

 

El relato de C. Loza aporta otro elemento que también explica la aceptación de la línea por los militantes: la creencia en la infalibilidad de la dirigencia (12). Si las formas de producción y circulación de la información históricamente habían seguido los caminos del verticalismo, la dictadura, con su batería de prohibiciones, exacerbó ese modo de construcción. El militante del PCA, habituado a creer en la palabra de su dirigencia a la que se atribuía una capacidad de acceso a la información superior a que se tenía en realidad, no contaba con otros medios para formarse una caracterización amplia si no era por esos informes centrales, los cuales se elaboraban con datos de todo el país. 

También el reconocido abogado Carlos Zamorano, quien pasó por las cárceles argentinas entre 1974 y 1979, a pesar de haber sido víctima del régimen terrorista, aporta elementos que ayudan a comprender por que continuó defendiendo las posiciones del partido:

 

Pregunta: ¿Cuál era su opinión en ese momento respecto a la posición del partido bajo la dictadura de Videla?

 

Respuesta: Totalmente coincidente, en el fondo, filosóficamente como lo estoy hoy; es decir, una abominación de la dictadura planteada desde mucho antes del 24 de marzo de 1976. Como siempre el Partido Comunista estuvo en contra de los golpes de estado, aun cuando tampoco estaba de acuerdo con la continuidad del gobierno de Isabel Perón naturalmente. Planteaba otra salida de signo popular. Entonces, con la abominación de la dictadura, sin denominarla tal porque se decía gobierno de facto, lo que fuere, para no incurrir en la ilegalidad inútilmente […] Pero lo cierto es que Videla gobernó cuatro años casi todo el tiempo vestido de civil sin pistola y retirado del Ejército mientras que Pinochet gobernó 25 años, incompartidamente, en una dictadura inmensa de la cual se pasó a una supuesta transición que no es tal, es mas continuismo que transición hacia, dicen ellos, la democracia que no existe en este momento, etc. así que poner un signo igual entre los designios de los pinochetistas como puede ser Luciano Benjamín Menéndez en la Argentina, entre otros, y el videlismo es un exabrupto (Entrevista a Carlos Zamorano, 2003)

 

El testimonio de Zamorano resulta interesante porque pone de relieve que, al menos públicamente, por encima de su experiencia personal con la represión, continuaba acordando con una concepción: la defensa del mal menor como mecanismo de salvaguardia política en contextos adversos. Dicho de otro modo, el testimonio de Zamorano, por su defensa reciente de las posiciones sostenidas en la dictadura, personifica la coherencia de la lógica política del partido. Lógica que, despojada del contenido moralmente reprochable que se le atribuyó posteriormente, expresaba una manera de interpelar y de actuar sobre la realidad.

En suma, ¿Acuerdo con la línea? ¿Confianza en la dirección? ¿Instinto de conservación partidaria? ¿Hábito de encuadramiento? ¿Ausencia de posibilidades para plantear una deliberación interna? Todas estas preguntas pueden ser respondidas afirmativamente y permiten explicar por qué la militancia continuó dentro del partido y mayoritariamente reprodujo su política, a pesar de la incomodidad, la molestia, el disgusto o la simple incomprensión. La acumulación de disidencias fue un proceso larvado, subterráneo, cuyo potencial recién expresará su poder disolvente hacia el XVI Congreso de 1986 y los años que siguieron. Lo cierto es que entre 1976 y 1983 la clausura del debate interno como producto de la suspensión de la vida política exacerbó el verticalismo de la organización y postergó la polémica para los años de la llamada “transición a la democracia”.

 

Consideraciones finales     

El presente artículo buscó conocer las formas de adaptación del PCA  a las nuevas condiciones impuestas desde el golpe militar de marzo de 1976 y cómo fue el proceso de circulación y recepción interna de su línea política. Resumidamente, se intentó demostrar que si bien la militancia durante 1975 había creado las condiciones para el accionar común con un sector de los uniformados, la mayoría de los militantes pensaba que si sobrevenía el golpe era porque los “pinochetistas” habían conseguido imponerse y esa situación, por lo tanto, daría inicio a un proceso de resistencia cívico-militar. Entonces, la caracterización según la cual el golpe no abría una etapa diferente y la lucha por la “convergencia cívico- militar” continuaba a la orden del día, generó cierto desconcierto y reparo entre los comunistas de todo el país, los cuales, a la luz de los hechos de violencia, sospechaban, necesitaban pruebas que confirmaran que la línea era esa y no otra. Aquí y allí, la política del PCA se resistía a coincidir con la realidad y la militancia lo notaba ¿Por qué el Comité Central no cambió, entonces, la orientación? En otros trabajos que se encuentran a la consulta del público (Casola, 2012; 2013), he puesto de relieve el papel que tuvo la conservación de la legalidad en esta decisión. En este artículo, en cambio, hemos podido observar cómo los principales funcionarios tendieron a actuar burocráticamente y producir informes de poco valor reflexivo. El PCA analizaba la dictadura como un fenómeno de cúspide y sus dirigentes se esforzaban, muchas veces más allá de la prudencia, para que dicho análisis encajara con la situación cotidiana de cada lugar. Cuando la represión se obstinaba en mostrar los límites de la línea y los militantes reflejaban esa realidad los emisarios de CC en todo el país solían reducir la información a “falencias en la comprensión de la línea”, “sectarismos” o “prejuicios antimilitaristas” y por esa vía obliteraban la posibilidad de generar una instancia verdadera de debate.

Sin embargo, el artículo también mostró que ni antes ni después la incomodidad con la línea se transformó en fuente de explosiones internas. Por el contrario, la mayoría de la militancia, con algunas excepciones, se disciplinó a los mandatos partidarios, obedeció reglas y reprodujo la política tal cual era transmitida en los informes centrales. A lo largo y ancho del territorio, los y las militantes comunistas intentaron conservar sus rutinas habituales y llevar adelante algún nivel de actividad partidaria. ¿Por qué razón la militancia actuó de esta manera? Es evidente que el clima de suspensión política y represión cancelaba toda posibilidad de debate y libre expresión. Para los militantes de base el acceso a la información se limitaba a su entorno inmediato y por tanto dependían de los informes que proveía el CC. Pero en el PCA la educación en torno a la infalibilidad de los dirigentes era un elemento constitutivo de sus prácticas, y de no insistir suficientemente en este elemento no puede comprenderse cómo la mayoría de los militantes continuaron siendo fieles reproductores de la política del partido, al menos fue así hasta que dejó de serlo, más adelante, sobre el final de la dictadura.

 

Notas

1. Desde 1973 y durante toda la dictadura el Comité Central estuvo integrado por 59 miembros titulares y 19 suplentes. Los miembros del Comité Ejecutivo eran los siguientes: Héctor Agosti, Oscar Arévalo, Gerónimo Arnedo Álvarez, Alcira De la Peña, Athos Fava, José María García, Orestes Ghioldi, Rodolfo Ghioldi, Rubens Iscaro, Ariel Mariani, Florindo Moretti, Fernando Nadra, Hugo Ojeda, Jorge Pereyra, Irene Rodríguez, Héctor Santaren, Pedro Tadioli. En 1978 se incorporó Ricardo Clementi.

2. Una excepción fue la tramitación de la salida al exilio a Bulgaria para el dirigente de la construcción  Alberto Canelles.

3. Informe al CC sobre la situación en Neuquén y Rio Negro. Carpeta “Informes de las provincias. 1976-1977”, Legajo 93. Archivo Histórico del PCA.

4. Informe al CC sobre la situación en San Luis. Carpeta “Informes de las provincias. 1976-1977”, Legajo 93. Archivo Histórico del PCA.

5. Informe al CC sobre la situación en Entre Ríos, 1976. Carpeta “Informes de las provincias. 1976-1977”, Legajo 93. Archivo Histórico del PCA.

 

6. Informe al CC sobre la situación en Chaco, 1976. Carpeta “Informes de las provincias.1976-1977”, Legajo 93. Archivo Histórico del PCA.

7. Informe al CC sobre la situación en Chaco, 1976. Carpeta “Informes de las provincias.1976-1977”, Legajo 93. Archivo Histórico del PCA.

8. Informe al CC sobre la situación en La Rioja, 1976. Carpeta “Informes de las provincias. 1976-1977”, Legajo 93. Archivo Histórico del PCA.

9. Informe al CC sobre la situación en Jujuy, 1976. Carpeta “Informes de las provincias. 1976-1977”, Legajo 93. Archivo Histórico del PCA.

10. Véase, Legajo 93. Archivo Histórico del PCA.

[1]1. Entrevista a Carlos Loza realizada por la autora. Ciudad de Buenos Aires, marzo de 2012.

12. Sobre el papel de comunidades identitarias en los partidos revolucionarios y el impacto que tienen en las formas de militancia y en la formación de subjetividades véase, entre otros, Carnovale (2011).

           

Bibliografía

 

CARNOVALE, Vera, 2011. Los combatientes. Historia del PRT-ERP. Buenos Aires, Siglo XXI. p. 11-288.

CASOLA, Natalia. 2010. “El Partido Comunista Argentino y el golpe militar de 1976: las raíces históricas de la convergencia cívico militar”. Izquierdas, Nº 6, Santiago de Chile: USACH.

CASOLA, Natalia. 2012.. Estrategia, militancia y represión. El Partido Comunista de Argentina durante la última dictadura militar (1976-1983), Tesis de Doctorado en Historia. Facultad de Filosofía y Letras UBA. 

CASOLA, Natalia. 2013. ¡Los comunistas no somos subversivos!”, el Partido Comunista durante la última dictadura militar (1976-1983)”, Archivos, de Historia del Movimiento Obrero y la Izquierda, Año 1, Nº2. p. 133-156.

CASOLA, Natalia. 2013a. “El Partido Comunista de Argentina y el exilio en Europa durante la última dictadura militar. Caracterizaciones políticas, alianzas y disputas”, en Testimonios, Nº 3. p. 227-246.

CERNADAS, Jorge y TARCUS, Horacio. 2007. “Las izquierdas argentinas y el golpe de Estado de 1976: el caso del Partido Comunista de la Argentina”. En: XIº Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. 2007, Tucumán. CD-Rom.

GILBERT, Isidoro. 2009. La Fede, Buenos Aires, Sudamericana. p. 616-677.

 

*Natalia Casola es Profesora y Dra. en Historia graduada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente se desempeña como docente en el ámbito de la educación secundaria y universitaria. Como investigadora se ha especializado en temas de historia reciente del Cono Sur y más especialmente en el campo de historia de las izquierdas. Es becaria posdoctoral de Conicet.

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